martes, 8 de marzo de 2011

Los señores de los anillos (y 3)

Los anillos de Elvis

     Desde aquel anillo que Odín ofreció a la pira funeraria de su hijo Bálder, a los de C.S Lewis y J. R. Tolkien -seguidores adelantados del islandés Snorri Sturlson-, pasando por la alianza nazi de obcecación y locura, llegamos al final de esta serie con el último señor de los anillos, Elvis Aaron Presley. 
    Era el año de 1958. El año anterior había rodado "Jailhouse Rock" y la canción que da título a la película se colocó en el número uno de todas las listas,  a la que siguieron "King Creole" y "Teddy Bear". Elvis se había convertido en el cantante más rentable de los Estados Unidos, pero tanto éxito no podía sentar bien. Desde el sector más reaccionario de la sociedad norteamericana, el psicoanalista Leonard Wilstein le acusaba -cito a Wallace y Davis en su biografía del Rey- "de provocar una histeria colectiva, de incitar a la violencia y de promocionar los más bajos instintos primitivos [...], causando con la letra de sus canciones la excitación sexual de las personas y la autosugestión, mientras que con el micrófono simula un acto sexual patológico". A la perspicacia de tan ilustre discípulo de Freud se unió con éxito el reverendo Charles Howard Graff, adalid de una campaña en contra del Elvis y por la higiene moral de la juventud americana, quien predica en sus sermones la conveniencia de escuchar canciones italianas, religiosas y cortarse el pelo.
     En aquel momento en el que Elvis ocupaba con frecuencia las portadas de los periódicos una noticia empezaba a avanzar subrepticiamente por las páginas de la sección de Internacional: los americanos habían colocado sus primeras bases en Vietnam. Lo cual a cualquier representante de artistas interesaba tanto como las migraciones de los arenques; pero no así al coronel Parker, quien haciendo gala una vez más de un talento extraordinario para los dólares supo ver la ocasión, llamó a su pupilo, le dio un par de consejos, se fumó un puro y organizó el espectáculo para que toda la prensa del país sacara a Elvis con el pelo a lo cepillo y vestido de recluta. No era para menos: desde el corte de pelo que sufrió Sansón a manos de Dalila la historia no había ofrecido un sacrificio capilar semejante. 
    Aquella imagen de un Elvis pelado, con uniforme y petate supuso para miles de padres de quiceañeras y demás un consuelo profundo y el mejor de los somníferos. Como muy bien podría haber escrito Leonard Wilstein, el rapado del flequillo significaba la castración simbólica del cetro real. Además, en cumplimiento de una cláusula secreta en contra de los perdedores de la guerra, se lo enviaban a los alemanes: ya todos podían dormir tranquilos.
     En Alemania Elvis no dio mucha guerra. No salía a las cervecerías, prefería la comida de la cantina a las salchichas autóctonas y el ketchup al chucrut. En el tiempo en que estuvo allí apenas aprendió unas pocas frases de alemán y, si exceptuamos algunos agobios con la prensa y las anfetaminas, en general su vida transcurrió tan rutinaria como la de cualquier otro. Con todo hay recogida en los anales de la elvisología una anécdota por donde la experiencia castrense deriva hacia lo literario. Ocurrió una tarde de finales de verano en la que Elvis se daba a la molicie sobre el colchón de su litera, cuando un pajarillo se posó en el alféizar de una ventana y empezó a cantar. Sobre la identidad del ave no se ponen de acuerdo los que saben de esto: hay quien habla de un herrerillo y quien de un sinsonte. De cualquier modo, la anécdota como tal es una porquería. Lo que importa de este episodio no es el hecho en sí, sino la interpretación que hizo Elvis: en ese canto, de donde cualquier otra persona de genio embotado como aquí un servidor y acaso tú que me lees sólo hubiéramos sacado un  pío, pío, el Rey oyó la voz de Cristo. No consta en los anales el contenido de ese mensaje, pero me interesa más este raro don lingüístico para entender a los pájaros y las nubes que lo que pudieran decirle, porque ése es el mérito por el que Elvis ingresa en el club de los señores de los anillos. Veamos: Odín mantenía charlas muy jugosas con sus cuervos; Lewis y Tolkien recibieron en sueños la inspiración de Hugin y Munin; del mismo modo que Sauron creó la "lengua negra" para los orcos, Tolkien inventó el élfico, para dar mayor consistencia filológica a su mundo mítico; y Karl Maria Wiligut, el rasputín de Himmler y diseñador del anillo de la calavera de las SS,  se proclamaba único conocedor de un antiquísimo idioma secreto de los germanos.
    Sobre cómo llegó Elvis a desarrollar la costumbre de regalar anillos al público en sus conciertos y del establecimiento del anillo del TCB como signo de pertenenecia a su guardia de corps, la "Mafia de Menfis", hay dos teorías. Una habla de un regalo que recibió Elvis de una sexagenaria en Friedberg -el anillo de la calavera que había pertenecido a su hijo-, y abunda en la similitud entre el rayo zigzagueante del anillo del TCB y la runa sieg del emblema de la orden negra. La otra, en cambio, acude a la fascinación de Elvis por un personaje de cómic, el Capitán Márvel -luego rebautizado Shazam por cuestiones de derechos de propiedad sobre el nombre-. Ambas son apócrifas y, desde el punto de vista literario, muy sugerentes. Quizás en algún artículo de estos hable más despacio de ellas.      

12 comentarios:

  1. ¿Y qué es eso del anillo del TCB?

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  2. Son las iniciales del lema de la "Mafia de Menfis": Take Care of Business ("ocupaos de los negocios"), que aparecen en el anillo que les entregaba a cada uno de sus miembros.

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  3. Sesuda cuestión la del encuentro de Elvis con el pájaro sin nombre y que, por añadidura, nuestro héroe comprendiera su sofisticado lenguaje místico. Este dilema compete a avisados elvisólogos y no a simples comentaristas como el que escribe. No estoy de acuerdo en lo de que la identidad del ave sea un tema baladí, para mí es la clave del misterio. ¿Era el famoso pájaro azul, emblema de la felicidad? ¿Era un marciano con un disfraz encantador? Esta tesis no está desencaminada, porque, como demostró von Däniken, los extraterrestres están por todas partes bajo las formas más inverosímiles y seductoras (además está demostrado la conexión ufológica de Elvis). Respecto al código, ¿no había tenido algunos ilustres antecesores que lo habían descifrado? ¿No había conversado la dulce Blancanieves con los pajaritos y los animales del bosque? Eso sí, se había comunicado a través de unos hermosos gorgoritos y unos movimientos elegantes y castos, nada que ver con los groseros contoneos de nuestro cantante. Sospecho, por otro lado, que el príncipe que la cortejaba, con su voz profunda y su gran corpulencia, era un alter ego de nuestro rockero (¿O era el mismo Elvis?) Otra idea que me ronda el colodrillo es que esta enigmática criatura fuera el pájaro loco que con su ¡co-co-co! ¡co-co-co! hubiera taladrado la mente quebradiza e influenciable del paleto sureño. ¿Creen que desvarío? Si mal no recuerdo, el autor de este blog contó como nuestro cantante vio en una nube del desierto de Arizona el rostro del padrecito Stalin ("Elvis y Stalin 1". ¿No era suficiente motivo para que lo psiconalizara nuestro psiquiatra modelo? Por menos de eso el Comité de Actividades Antiamericanas estiraba las orejas. Todo eso explica las preocupaciones patrióticas del coronel Parker, además no me extrañaría que al pájaro loco le hubieran hecho un corte de pelo castrense antes del encuentro con Elvis para que todo estuviera en orden.

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  4. Tu comentario es muy divertido, Joaquín, pero no va por ahí mi texto. Aunque te parezca extraño, no se trata de parodia, sino de una búsqueda de sentido. No he inventado nada en el artículo: la anécdota del canto del pájaro está en el libro de Ted Harrison "Elvis People -the cult of the King" (Fount Paperbacks, Londres, 1992). De modo que más que emparentar a ese Elvis visionario con Blancanieves o con el Pájaro Loco, habría que rastrear la pista en Salomón, por ejemplo, de quien dice el Corán que fue instruido en la lengua de los pájaros, o en Sigfrido, el héroe germánico, quien al probar la sangre del dragón comprende al instante esa misma lengua.

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  5. ¡Y yo que pensaba que todo iba de broma! Qué chasco... Que conste que yo me apunto antes al comentario de Huguet que a la respuesta del irresponsable de este blog, pero como el artículo me ha pillado estos días en medio de unas lecturas de Rosalía de Castro, doy testimonio aquí de una coincidencia:
    “Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,/
    ni la onda con sus rumores, ni con su brillo los astros./
    Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,/
    De mí murmuran y exclaman: -Ahí va la loca soñando

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  6. 1.¡Y dale con emparentar a Elvis con la realeza! (¿Un rey postizo nombrado por un coronel de pacotilla?) No sólo los héroes como Sigfrido y el sabio Salomón hablan con los animales, ésta es una de las facultades del buen salvaje, un mito tan antiguo como la Humanidad. Edgard Rice lo recuperó de entre las antiguallas antropológicas para crear su mítico Tarzán; y, eso sí, para nombrarlo rey de la selva, tuvo que ser de genuina sangre real, el conde Greystoke. No obstante, la alcurnia no deja de ser una licencia de nuestro escritor, un victoriano con fuertes prejuicios de clase. Es curioso que Elvis no rodara ninguna película de Tarzán, tal vez su voz no armonizaba con los grititos de su hermana cheeta. Digan lo que digan algunos parientes no quedarían muy bien en la almibarada mesa de los estirados Greystoke.
    2. Y sí, amigo anónimo, me quedo con la loca de la casa y es que el poema es muy hermoso. ¡Bravo por Rosalía!

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  7. ¿Es que hay algún rey que no sea postizo? Yo me declaro absolutamente monárquico..., pero del Rey,es decir, de Elvis.
    Y tú, profesor, ya ajustaremos cuentas cuando nos veamos.

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  8. Profesor 2 (¡¡¡Cabreado!!!):

    1.Una puntualización para Huguet. En la tradición medieval el buen salvaje a menudo es de sangre real. Así que Edgard Rice tiene todo el derecho al reivindicar al conde Greystoke. O sea, que digan lo que digan algunos envidiosos, la nobleza se lleva en la sangre y no sólo en los apellidos. Tarzán, a pesar de sus modales, era un caballero y presumo que Cheeta también pertenecía a las mejores familias aunque se alimentara básicamente de bananas y cocos. Claro que eso se sobreentiende. Pues, ¿cómo se le habría podido olvidar a un caballero tan cumplido con la etiqueta como nuestro escritor este detalle tan significativo? Presumo que Tarzán sólo se relacionaría con animales de ilustre prosapia que previamente le hubieran presentado. “El rey León, ¿supongo?” “Ese elefante, ¿pertenece a una buena familia?”
    2.¡Este Signes es un camorrista! ¡Ni se te ocurra tocarle un pelo a mi compañero de fatigas docentes! A propósito, amigo bloguero, ¿qué tal se te da el boxeo?

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  9. 1. Con todo el respeto y afecto de quien ha disfrutado de niño con las películas de Tarzán, no le veo yo tan inteligente ni iluminado como para entender la lengua de los animales. Es más bien al contrario: son los animales los que entienden sus alaridos, en especial el elefante, que tenía algunos rudimentos de swahili ("Timba, ankawa", y expresiones por el estilo).
    2. Y dices tú, profesor-2, de boxeo... ¿Conoces a Young Sánchez? De él aprendí su juego de pies y su crochet de izquierda.

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  10. 1.Hay una anécdota que ilustra esa visión ingenua de Tarzán. Contaba Johny Weissmüller, el actor que mejor ha encarnado a Tarzán, que le preguntó al director de la película cuáles eran la cualidades interpretativas que le habían llamado la atención para que lo contrataran. El director, sin ningún rubor, le dijo: "De todos los que entrevisté, usted era el tío con mayor cara de idiota que vi". Ese hablar con infinitivos que caracteriza a todos los marginados de Hollywood lo incluye entre los desheredados de la inteligencia según el canon norteamericano: nativos, indios, "salvajes", italianos, hispanos, católicos... todos son una masa amorfa que habla con infinitivos o en un inglés al revés. Me contaba una anécdota un primo mío que traduce films del inglés. Se encontró con una película de la época dorada de Hollywood en la que un barco español era asaltado por unos piratas. La tripulación hablaba una algarabía de spanglish, italiano y jergas varias, nada que se pareciera al castellano más castizo. ¿De qué extrañarnos? El poder colonial no tiene que molestarse en documentarse, le basta con acudir a los tópicos; a fin de cuentas ellos son el centro del mundo.
    2. A propósito, me ha parecido ver por este blog a un tipo con facha académica y guantes de boxeo. ¿Adónde se dirigía? Iba con cara de pocos amigos. No me gustaría encontrármelo por la noche en un rincón oscuro.

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  11. Lo cual confirma claramente cuánto hemos perdido en el sutil arte del casting y demuestra la perspicacia lingüística de los guionistas de Hollywood, pues parece que avanzamos irremisiblemente a una lingua franca hecha a base de spanglish.

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