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Grey Owl |
Unidos. El cultivo del "arroz salvaje", el aprovechamiento de la savia de arce y el trabajo con la corteza de abedul son rasgos que caracterizan su cultura material. Su religión, como la de otras naciones indias, era animista. Los chamanes les ayudaban a transitar la frontera entre esta parte de la realidad y el trasmundo espiritual, y su deidad mayor era el Gran Manito -o Manitú-, concebido como una antonomasia de la comunión universal en la naturaleza.
En un balance de improviso se me ocurre que la aportación ojibwa a nuestra cultura la encontramos en el topónimo Misisipi, que en su lengua significa "río grande", y, sobre todo, en los atrapasueños, una especie de filtros contra las pesadillas constituidos por unos aros de madera de abedul trenzados en su interior de un modo semejante a las telas de araña y de los que penden ristras de plumas. Hoy, aunque desprovistos de su significado mítico original, cuelgan de los espejos retrovisores internos de muchos coches de mi barrio como conjuros contra la modorra de los conductores en un divertido revoltijo sincrético con el escapulario de la Virgen: Yo conduzco, ella me guía y con el imán de San Cristóbal.
Es tanta la fuerza icónica de estos atrapasueños, que no es infrecuente encontrarlos como aditamentos ornamentales en bares y peluquerías. Sin embargo, y aun reconociendo esa importancia, el gran legado ojibwa no reside en mapas, retrovisores ni comercios, sino en la conciencia ecológica y en el movimiento conservacionista. Y es aquí, precisamente, donde vamos a parar al indio que digo.
Se llamaba Grey Owl, nació en 1888 en Hermosillo, México, de padre escocés y madre apache, y vivió la mayor parte de su vida en los bosques del hoy conocido como "parque nacional Prince Albert" de Sarkatchewan, en Canadá, plenamente integrado en la naturaleza y conforme a las costumbres de su pueblo. De vez en cuando, sin embargo, aprovechando los ratos de asueto durante las largas jornadas invernales, redactó cuentos y artículos alentado por el espíritu de Manitú, es decir, por un convencimiento apasionado de la armonía del hombre con su entorno y con los animales. Pero no eran historias para los ojibwa. Entre estos las ancianas eran quienes se encargaban de contarlas al calor de las hogueras. Las de Grey Owl ni siquiera estaban escritas sobre corteza de abedul y su lengua original era el inglés. En realidad a los ojibwa no les hacían ninguna falta. Eran historias para el hombre blanco, pensadas no contra su aburrimiento sino para combatir un modo de vida depredador y antinatural. De ahí que luego dedicara tiempo a promocionarlas en viajes y conferencias. En una de estas, en Londres, fue invitado al palacio de Buckingham, donde ataviado con sus plumas y su chaqueta de piel con flecos explicó sus puntos de vista al rey Jorge VI, quien debió de envidiar la seguridad y perfecta dicción del discurso de su invitado.

En realidad era inglés y se llamaba Archibald Stansfeld Belaney. Sus padres prácticamente lo abandonaron, dejándolo al cuidado de su abuelo materno y de dos hermanas de este. En 1906, con 18 años, emigró a Canadá. En principio iba a estudiar agricultura, pero pronto marchó a los bosques del norte de Ontario, donde trabajó como trampero, guía y guardia forestal. Allí conoció a los ojibwa y allí emprendió su vuelo como Grey Owl, una conversión desde la caza al conservacionismo que recuerda la del escritor James Oliver Curwood, el autor de The Grizzly King.
De algún modo lo suyo fue un reencuentro, pues el joven Archibald ya había conocido a los ojibwa en su Hastings natal cuando leyó La canción de Hiawatha, de Henry Wadsworth Longfellow, quien a su vez había encontrado su inspiración para este gran poema épico sobre un héroe indio en los relatos que le había transmitido personalmente un jefe ojibwa.
Así se entrelazan la literatura y la vida, los deseos y las historias, como en las redes con forma de tela de araña de los atrapasueños.
De algún modo lo suyo fue un reencuentro, pues el joven Archibald ya había conocido a los ojibwa en su Hastings natal cuando leyó La canción de Hiawatha, de Henry Wadsworth Longfellow, quien a su vez había encontrado su inspiración para este gran poema épico sobre un héroe indio en los relatos que le había transmitido personalmente un jefe ojibwa.
Así se entrelazan la literatura y la vida, los deseos y las historias, como en las redes con forma de tela de araña de los atrapasueños.
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Archibald cuando soñaba con ser Grey Owl |