viernes, 7 de abril de 2023

En bicicleta por el Bidasoa y por el canal del Garona

 


 Este artículo es un relato voluntariamente incompleto y desordenado de un viaje gozoso por tierras vascas y francesas durante el mes de agosto de 2022. No tiene otro propósito que el de guardar el recuerdo y compartirlo con algunos amigos. Tejido con retales escritos por los viajeros es a la fuerza irregular, pero creo que guarda en su disparidad algo que lo define: la ausencia de prisa,  la fascinación por el paisaje y el placer de la conversación.


1.Ricardo: Presentación del cuerpo expedicionario
[13/8/2022 19:42]: El pasado viernes doce de agosto tuvo lugar la presentación del cuerpo expedicionario de la travesía ciclista de los canales del Garona y del Midi en un chalet de una urbanización de Náquera. Paco López, que ejercía de anfitrión, obsequió a los concurrentes con una magnífica paella, una estupenda ensalada aliñada con una salsa experimental que puede revolucionar el mundo del estucado con yeso y una sandía que seguramente los aguerridos aventureros echarán mucho de menos en jornadas venideras. Previa a la conferencia de los viajeros sobre cuestiones básicas de intendencia se debatió sobre la educación franquista, sobre la contradicción capitalista entre consumo y ecologismo y sobre la desinformación que supone el control de los medios de información por grandes corporaciones. Del interés de la conversación da testimonio el hecho que ni una sola vez se habló de la ola de calor que padecemos, ni siquiera cuando Paco y Víctor hicieron un aparte para echarse un manguerazo. Rescatamos de la tertulia un método lingüístico para el aprendizaje de la lengua inglesa basado en la pronunciación pausada del valencià (recomendado por Paco) y la declaración de Ricardo Signes sobre las secuelas padecidas por él mismo debidas a la enseñanza tardofranquista: "Lo extraño es que no esté gilipollas del todo". Con ese ánimo y con la confianza en el buen hacer de María y Laura se abordó la cuestión del transporte, etapas, alojamiento, víveres, impedimenta y meteorología.
 


 2. Víctor:

Te recordaré, kalea (martes 16 de agosto, de 07:00 a 15:00)

     Hace cuatro o cinco años descubrí que Felipe González no era boliviano. Durante toda mi vida di por hecho que Felipe había venido de Latinoamérica a salvar la democracia de este país o, mejor dicho, a reconstruirla. Mi sorpresa al descubrir que era sevillano fue un sentimiento parecido al que experimentamos en el primer día de nuestro viaje.
     A las siete de la mañana emprendimos un trayecto agradable en el taxi conducido por nuestro querido Pepe. Fuimos despidiéndonos de la "serra" valenciana y comenzando a ver otro tipo de vegetación. En algún momento, le dije a Paco: "Paco, ¡cómo es el relieve!". Y él entendió perfectamente la grandeza de esta frase, pues hasta hace cuatro días yo pensaba que el agua del Nilo caía en el mapa por su propio peso, es decir, hacia el sur. Lo que no sé es dónde desembocaba.
     Creo que el trayecto se truncó en el momento en que nuestra María dejó el asiento de copiloto: al irse su duende, llegó mi turno. Fuimos avanzando y viendo cómo pasaban las horas y no llegábamos. Al entrar en Navarra, vi una casita preciosa en el monte y dije: "Quina caseta més bonica!". Laura, mi teta, respondió: "Digues als papis que la compren". Nos dio la risa tonta.
     De repente, alguien pregunta cuánto falta para llegar a Zubieta. Pepe responde que unos minutos. Llega un giro de volante, una ráfaga de aire y una playa abarrotada. Dice María: "¡Qué bonita, La Concha!". Estábamos en San Sebastián, a dos minutos de Zubieta Kalea. Por detrás, un Ricardo sorprendido dio la clave: "Kalea es calle en euskera" (Pepe había puesto en el navegador "Zubieta kalea". A la hora y media, vimos el Zubieta real. Te recordaré, kalea. 


3. Ricardo: Zubieta.
Y por fin llegamos a Zubieta, que nos recibe en fiestas. Es un pueblo pequeño de muchos apellidos vascos que nos ofrece una inmersión se cultura euskalduna, y lo hace tan eficazmente que si no continúo en euskera este texto es porque yo sé que algunos lectores, buena gente en general y amigos de los miembros del cuerpo expedicionario, no dominan esta lengua. Pero nosotros, que hemos sido tocados por la gracia del Espíritu Santo vasco le hemos pillado el tranquillo al idioma que es un gusto. No me quiero alargar en la demostración, pero algo he de decir, porque luego hay descreídos y envidiosos que sonríen cuando se les cuenta este portento idiomático. Asín que ahí voy: donde cualquier otro aborigen peninsular no euskaldún hubiera tenido que recurrir a una torpe gesticulación propia de mandriles o chimpancés para llegado el momento satisfacer el apetito con alguna delicia local, o incluso hubiera tenido que echar mano no sin sonrojo a la lengua del Fari y de Paco Martínez Soria, nosotros de un sola mirada penetramos en los secretos de esa lengua milenaria y sin que nadie nos tradujera nada comprendimos el significado de menua, de zopa, de paella, postrea, kafea y otras por el estilo (por favor , amigo lector, no desespere si no comprende: estamos pensando añadir un glosario al final). ¿Impresionado? Pues eso no es nada. Si hubierais visto a Ricardo traducir a pelo las intervenciones del duelo de versolaris en la plaza del pueblo, que es al mismo tiempo el frontón, entonces sí que sí. Para que os deis cuenta del carácter improvisado y mordaz de los versolaris os contaré un detalle. El versolari de barbita con una mirada tuvo bastante para identificar a Víctor cómo un espécimen cumplido de homo saguntinus, y no tardó ni dos minutos en improvisar una rima en la que decía que le entraba muy mala hostia de ver que un tío de Sagunto no parara de descojonarse en su actuación. Menos mal que Ricardo lo tradujo en buen castellano, porque si no igual se monta una gorda en el pueblo, que los de Zubieta tienen mucho carácter. Aquí, ya te digo, la iglesia está apartada y en alto, como para que uno se lo piense mucho antes de ir a misa. En cambio el frontón está en el centro del pueblo y ejerce de plaza mayor. De hecho toda la fiesta se desarrolla allí: cucaña, concurso de frontón, desafíos de versolaris, bailes tradicionales y bailes menos tradicionales. Hay una variante de estos muy celebrada por aquí. Consiste en que a las cuatro de la mañana, cuando ya la verbena va decayendo, para animar al personal a que siga la fiesta un indígena coge un bombo y lo empieza a aporrear cada cinco minutos. No es cosa fácil, no se crean, porque lo ha de hacer sin ningún ritmo ni gracia. De vez en cuando un compañero le acompaña con un platillo. El resultado es que todos los vecinos que en ese momento están durmiendo se acuerdan de la familia de ambos intérpretes y se suman de nuevo a la fiesta aunque solo sea de pensamiento. De resultas de esto se comprenderá que esta mañana hemos abandonado Zubieta con una mezcla se sentimientos encontrados.
 
 

 4. Paco: de Zubieta a Hendaya

Día 17 de agosto del año del Señor 2022. Amanecemos pronto en Zubieta. Desde la noche anterior un grupo de amables parroquianos nos ha deleitado con el sonido de un tambor. A las 08.30 h. hemos arrancado en dirección a Hendaya a través de la Vía Verde del Bidasoa. Los primeros kilómetros fluían ante nosotros inmersos en una vegetación exuberante de bosque atlántico. El río era nuestro compañero inseparable y todos nuestros sentidos agradecían el frescor, el paisaje, el olor y el rumor del camino. Claro!!!! Muy bonito!!!!! Pero cuando llegó la guerra de cifras (quedan 18 km, no! que va! quedan 5, síiiiiiiiii otros 5. Los últimos kilómetros de la Vía Verde los recordaremos (sobre todo María y yo, su padre) como la expresión pura y simple del agotamiento, del dolor, del "no puedo más". Pero todo llega y un enorme rótulo nos indica que llegamos a Irún y, por ende, a Hendaya. En Irún recuperamos fuerzas con un menú variado en el que destacaban unas natillas que habrían servido para hacer el encofrado de La Sagrada Familia. Ricardo y yo (súper héroes en esta aventura) nos rendimos ante la consistencia de estas natillas sin parangón. Por fin, a eso de las 15.20 horas cruzamos a Francia ( qué frase más épica si pensamos las circunstancias en que muchos españoles las pronunciaron). Son las 16.00 h y en el andén de la estación de Hendaya cinco aventureros miran hacia Burdeos y NO SIENTEN LAS PIERNAS
 

 
 
 5. Víctor: Canal del Garona desde una perspectiva gastronómica
       La llegada a Zubieta fue el principio de esta aventura, que no solo ha supuesto un descubrimiento paisajístico, sino también gastronómico. En esta primera parada comimos pollo al chilindrón o, como lo bautizamos enseguida, "pollo a la Pantoja". No podemos obviar el vinito, que Ricardo lanzó desde lo alto hacia la copa al más puro estilo Sidra El Gaitero. Por la noche, en una taberna cenamos sopa y una carne trinchada buenísima.
       Avanzamos y llegamos a Burdeos. Allí cenamos comida para llevar: Paco y Ricardo tomaron un poke cundidor; Laura y yo compartimos unas pizzas aceptables.
       De camino a La Réole llegó uno de los puntos álgidos del viaje. Desplegamos las esterillas y todo un festival compartido: un jamón excelente que trajo Paco, sardinitas y atún. ¡Qué bien nos sentó! Por la noche, cenamos estupendamente en un restaurante: ensaladas, pasta y pizza.
 

        A la mañana siguiente, volvemos a la bici hacia Damazan. Por el camino, encontramos a las 12 un restaurante estupendo. De primero, ensalada de tomate. De segundo, un mar de patatas fritas acompañaron un pato delicioso. La noche fue más sencilla: unos kebabs y más patatas fritas.
        ¿Cuándo llegará la cassoulet? Aún faltan unos días. ¡Seguimos! Llegamos a Agen bastante cansados. De repente, unos toneles. Bajó la Virgen y obró el milagro: cervezas fresquitas y patés diversos. Nos quedamos contentísimos. Por la noche, ¡música y variedades! Encuentra una silla en Moissac y te darán un diploma. Lo hicimos y, no solo eso, sino que cenamos cuscús y una fideuá aceptable acompañados por Julie. Gracias, Paco, por esas cervecitas que nos trajiste. ¡¡Vimos al protagonista de "Intocable"!!
 
         
 Esto no se acaba: teníamos que llegar a Toulouse, pero se nos cruzó Grissolles. Erico y Mari Ros nos acogieron como si fuésemos sus hijos: piscinita, buen ambiente y risas. Comimos un salchichón por cabeza acompañado de pan de pita y olivas. Pero, antes de que la familia López Hernández se lanzase a bailar -María lo dio todo-, cenamos una cassoulet estupenda. ¡Que no, todavía falta un poco para la cassoulet! Decía que cenamos algo, que fue una focaccia y una ensaladita por cabeza.
 
       En Toulouse llega el otro punto álgido. Dale a Paco unos chorizos y unos huevos; a Laura, camembert. En un momento, te han sentado en la mesa y casi no te enteras. ¡Buena digestión! Por la noche, un restaurante chino al lado de música callejera. La sopa, estupenda.
        Señoras y señores, Carcassonne nos ha traído la cassoulet, que ha estado de lujo. "Victorada": yo pensaba que era lasaña, pero era una fabadita. Ha valido la pena el viaje no solo por lo que hemos comido y lo que hemos pedaleado, sino por lo mucho que nos hemos reído haciendo ambas cosas. Une autre bière, s'il vous plait!
 

6. Ricardo: Alojamientos
 
Hemos dormido en albergues de peregrinos, en la tienda de campaña, en residencias de estudiantes, en un hotelito y en una especie de tubo diseñado como una experiencia inmersiva para futuros tripulantes de submarinos. Creo que también han pasado por ahí opositores a astronautas y concursantes de un programa de la televisión japonesa. Lo cierto es que sales de allí con las nociones del espacio algo alteradas. Como tuvimos que irnos muy temprano en la puerta nos encontramos a tres mochileros que se habían instalado a sus anchas en un contenedor de papel, huyendo de las apreturas del cuarto que les habían asignado.
 
Querida tía: 
Espero que al recibo de la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios gracias. Burdeos nos recibió generosamente, como si fuéramos amigos de toda la vida, nos puso un carril bici al lado del Garona, que es un río enorme, con barcos y todo, una maravilla, oye, y para que no faltara nada nos regaló un concierto de blues, que parecía que estábamos en el Misisipi. Por la noche Paco y yo cenamos en un restaurante hawaiano una ensalada que tenía de todo, y ese todo tan mezclado que conseguía no saber a nada. Víctor y Laura cenaron pizza. Y María directamente se fue a la cama sin cenar, de tan cansada que estaba por el viaje, la pobre. El hotel no era hotel sino albergue juvenil, lo cual tiene su guasa. Era una habitación de diez personas en literas de tres. Yo dormí entre un alemán y Víctor. Fue toda un experiencia, sobre todo a partir de las cinco de la mañana, porque a Víctor le entró nostalgia de los versolaris de Zubieta y empezó a mantener con el alemán un desafío de ronquidos. Yo me desperté pensando que me había caído en la jaula de los osos. Por suerte eso solo duró una hora y media. Por la mañana empezamos la ruta. Pensábamos que no podía haber un camino tan bonito como la ruta verde del Bidasoa, que habíamos recorrido la víspera, pero este aún es mejor. Primero mansiones, luego un bosque tupido de hayas, robles, plátanos, arces... Más adelante vinieron los viñedos, los campos de girasol... Yo iba afectado por tanta belleza del paisaje, y llevaba esa cara de tonto que tan bien conoces. Hasta iba en silencio, no te digo más, y me acordaba de ti. En un momento dado se me cruzó un urogallo y me graznó. ¿Qué más se puede pedir?
Hicimos dos paradas, una para un café au lait a media mañana y otra para comer, debajo de un roble, unos bocadillos que nos hicimos de jamón y otros de atún, con su correspondiente siesta. A las 18 llegamos a nuestro destino, 72 km al este de Burdeos, La Réole, un pueblo al lado del Garona. Llegamos al camping, plantamos las tiendas y después de asearnos nos fuimos a cenar a una pizzería. Últimamente yo pensaba que las pizzas son comida basura -sí, ya sé que está mal hablar así de los alimentos, perdóname, tía -, pero después de lo de anoche he cambiado de opinión. La noche ha sido muy agradable y fresquita, al ladito mismo del Garona. He dormido como un ceporro y apenas me he enterado de los ronquidos de mis vecinos ni de las canciones que estuvieron poniendo hasta las tantas en un bar a la otra orilla del río. Esta mañana Paco, que del frío y de la música apenas ha echado ojo, el pobre, quería tener unas palabras con el dueño del bar, pero por suerte estaba cerrado, así que nos hemos ido a otro. Se llamaba el Gipsie. Te lo digo por si alguna vez vienes por aquí para que no vayas. La dueña es una señora mayor que no oye muy bien y que no para de fumar. Lo mejor son los cuadros del bar, todos de motivos gitanos. Ha sido un desayuno muy frugal, ni siquiera había curasanes, ¡con las ganas que tenía!  Pues como apenas hemos desayunado, cuando solo llevábamos 15 kilómetros por el canal ya estábamos con hambre, hemos parado en un restaurante al lado de un muelle y como no hacían almuerzos hemos comido el menú del día (ensalada, pato con patatas y lechuga, y de postre nectarina). Mis compañeros ahora dormitan sobre el césped. Yo estoy sentado en un pequeño pantalán de madera, feliz.
Un beso y un abrazo de tu sobrino que te quiere bien.
 

 
 
7. María: purificación.
18 de agosto, de Bordeaux a la Réole, salimos del hostal chano chano al encuentro de la vía verde entre deuxmers -a mi me suena a dos madres, la atlántica fría,dura e indomable y la mediterránea, la nuestra, la que en sus orillas nos criamos, amable, cálida y conocida-. Este caminar me inspira una sensación de tránsito a través de las aguas, una purificación , un dejarse llevar que pasa en cada pedalada dónde el cuerpo, el tuyo y el mío, se pone a trabajar y a conectar toda esta información estancada a la que por fin se le da el espacio- tiempo ( o ilusión, según en qué percepción, del viaje) para aflorar, agradecer también a nuestros aliados abuelos, árboles centenarios que nos asombran y nos dan sombra para facilitar la rodada y el ir hacía dentro en un vaivén de conexiones a seguir descubriendo, de dentro a fuera y de fuera a dentro.

 8. Ricardo: el canal.

Sexto día: la visión continuada del canal ha ejercido desde el principio del viaje una atracción de la que resulta muy difícil sustraerse. Contemplada ahora con la perspectiva de más de trescientos kilómetros de ruta se diría que ha sido todo un proceso de seducción en el que la belleza del paisaje y el arrullo continuado de sus aguas nos ha ido llevando sin que lo supiéramos -siempre a cobijo de las inclemencias del sol de agosto por la protección de grandes plátanos, robles y olmos- a un diálogo íntimo con nuestros propios recuerdos. Así, nos han ido acompañando en nuestro pedaleo personas que ya no están y otras que siguen estando a nuestro lado pero de manera diferente. Avanzábamos en la distancia y retrocedíamos en el tiempo. En algún momento al llegar a la plaza mayor de algún pueblo durante la parada de media mañana para el café au lait o la cerveza teníamos la sensación de que llegábamos al mismo pueblo en el que habíamos parado el día anterior. Muy pronto perdimos la noción del día de la semana en el que estamos. Vivimos en un presente regido por los elementos: hace sol, es de noche, hay niebla, llovizna... A veces hablamos entre nosotros durante las horas de bicicleta, y a veces vamos en silencio dialogando cada uno consigo mismo. La noche ha sido siempre una celebración: verbena en Zubieta, blues en Burdeos, varietés en Moissac, baile improvisado en el camping de Grissolles, música en directo durante la cena en Toulouse. Pero el peso de los kilómetros se acumula, aflora el cansancio, la introspección es cada vez más punzante. La imagen del canal tiene algo de hipnótico que desdibuja los límites del tiempo. Tenemos todos la sensación de que este viaje es un regalo doble que nos hacemos: el de la propia experiencia vivida en el momento y el del recuerdo de la misma para el futuro.
 

 9. El mapa. Cuando uno ve el mapa de Francia y ve la distancia que ha atravesado en bicicleta es casi como cuando uno mira una foto suya de niño, se reconoce en ella y acepta con asombro el misterio del paso del tiempo. Ves Burdeos, Toulouse, Carcassonne, Narbona... y piensas con agradecimiento en los momentos vividos, en los viejos plátanos que nos ofrecían su sombra, en las praderas de cola de caballo, en los endrinos, en las higueras y en los manzanos, en las compuertas que íbamos pasando, en aquella vieja lancha que nos remontó cinco kilómetros, en las viñas, en los girasoles, en aquel urogallo que se nos cruzó, en las ratas de agua, en las figuras de los capiteles del claustro de Moissac, en la bendición de una cerveza al acabar la etapa, en las terrazas de la plaza mayor de los pueblos, en los caminos solitarios, en los versos de una canción que leímos en la fachada de un edificio en Narbona:
 





 
 
 




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