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Paul Valéry, por Yun Gee |
En uno de esos accesos de metafísica que suelen padecer los poetas durante una mala digestión, Paul Valéry dijo aquello de que "la sintaxis es una facultad del alma". Luego, en otra, dijo también: "Si viera usted mi alma no podría comer", que entra en contradicción con la primera, sobre todo si uno atiende a su poesía, pero ya se sabe que un poeta cuando airea el alma por sus versos como quien pasea el perro una tarde de domingo por la alameda puede defender con pasión aquello y lo contrario. "La vida es vasta estando ebrio de ausencia/ y dulce el amargor, claro el espíritu".
En su poesía brilla la revelación de lo íntimo, mientras que en aquellas declaraciones se dan la mano el fingimiento y la ocurrencia. "Una facultad del alma" dice, y me suena a virtud teologal colgada de una esquina del catecismo, dispuesta a caer sobre la palma abierta de la mano de un niño. Y ese niño fui yo, sentado en un banco de detrás, receloso y atento a las amenazas que prometían el alma, el catecismo, la sintaxis, el sujeto paciente y toda esa ralea que nos acompaña en la pérdida de la infancia.
En cambio, si leo esa misma frase como un verso descubro la sonrisa traviesa de Valéry por debajo de su bigote, mientras con su metáfora juega a derribar castillos sintácticos de los estructuralistas, él mismo, que fue precursor del estructuralismo. Ya digo: aquello y lo contrario.
"La sintaxis es una facultad del alma" dice donde otros dijeron "la ortografía", y de esta pirueta psicologista nació la grafología, que convirtió los rabitos de las es y los trazos transversales de las tes en indicios de carácter. Peor aún la fisiognomía, que proclama que el alma asomaba por las protuberancias craneales o desde las aletas de la nariz. Por esa misma senda, la interpretación del alma a través del estudio de la sintaxis podría haber llevado a una "sintaxinomía", que definiría tipos psicológicos a partir de la combinación de unas pocas categorías básicas determinadas por el mayor o menor uso que de ella hiciera el individuo en su discurso (principal, subordinado, sujeto paciente, sujeto omitido, reflexivo, transitivo, intransitivo...). La ventaja de esta disciplina sobre la fisiognomía es clara, pues no se basa en rasgos inherentes ni involuntarios, sino en otros elegidos en función de la competencia y de la voluntad. Sería, por tanto, susceptible de análisis, aunque su validez dependería de la extensión del corpus. Me viene aquí a la memoria el cuento de Borges "Del rigor de la ciencia" y aquellos cartógrafos que alcanzaron la perfección de su arte con un mapa del Imperio a escala 1:1. El sueño de un buen sintaxínomo sería tener transcritos todos los discursos del individuo objeto de su análisis, desde sus primeros balbuceos al momento del estudio. Un trabajo arduo, sí señor, pero asumible con un buen ordenador y un poco de paciencia. Por desgracia, las personas a las que no nos alcanza ni nuestra capacidad de trabajo ni la pasión por la sintaxis para adentrarnos con paso firme por el territorio de la sintaxonomía hemos de conformarnos con algún paseo por sus lindes y con mirar de lejos el paisaje.
“En un Burgos salmantino de tedio y plateresco, en una Salamanca
burgalesa de plata fría, Francisco Franco Bahamonde, dictador de mesa
camilla, merienda chocolate con soconusco y firma sentencias de muerte”. Este es el inicio de Leyenda del César visionario, de Francisco Umbral, la clave de Fa de su novela que marca su tonalidad y su estilo. Hay un repique ahí de tres tes (salmantino, tedio, plateresco), un tintineo campanillero de señor que llama al servicio; luego un fri, Fran, Fran como un arrastrar de sotanas; siguen tres nasales oclusivas que suenan a murmullo de confesionario; y, por último, cuatro taconazos, co, co, co, co, llenos de impaciencia y su poco de ironía.
Se nota que la novela está escrita con máquina de escribir, con una vieja Olivetti, seguramente, porque hay una conciencia de las letras, del peso de su sonido, que solo dan aquellas teclas que obligaban a una pulsación fuerte -a una pulsación macho, diría Umbral. Releo ese comienzo y descubro la cadencia de su fraseo. Eso de "en una Salamanca burgalesa de plata fría" casi que molesta, pero si se quita pierde mucho el ritmo, que se acelera y llega al último punto demasiado rápido, a trompicones. Nada sobra, todo está medido: un sintagma preposicional de 15 sílabas y cuatro acentos; otro sintagma preposicional yuxtapuesto al anterior, ambos en función de complemento circunstancial de lugar, también con cuatro acentos, y con una sílaba más. Es decir, paralelismo sintáctico, acentual y tonal (sendos tonemas de suspensión en las dos últimas sílabas de cada sintagma). Y toda esa estructura sintáctica, bien apuntalada en lo morfológico y lo semántico, primero con un quiasmo ("Burgos salmantino" y "Salamanca burgalesa") y luego con una paranomasia ("plateresco", "plata"), es la antesala al sintagma nominal sujeto, donde el núcleo y su complemento reciben formalmente al lector con un doble taconeo (co, co: Francisco Franco), pero sin levantarse de la mesa, que para eso es el dictador. Lo que ocurre es que un taconeo sentado pierde marcialidad y se convierte en un pataleo nervioso que expresa su falta de grandeza. El complemento del nombre del núcleo de la aposición que acompaña al sujeto lo explicita: (dictador) "de mesa camilla". Luego, la primera coordinada incide en la condición doméstica del tirano: "merienda chocolate con soconusco", pero al llegar a la segunda oración ("firma sentencias de muerte") el horror empaña retrospectivamente la anterior. Entonces, si el que lee, rápido de sensaciones, ha llegado a paladear ese chocolate perfumado, en ese punto de las firmas se atraganta.

"Franco, militar escarpado y legionario cruento, tatuado interiormente de sus propios fetiches y autodisciplinas, es un sentimental de lo español, y su sentimentalismo, su corazón patriótico, de crueldad tranquila, cabe en una sola palabra corta y muy usada: cursi".
Tanto le acomoda el procedimiento a su prosa y a su presa, que Umbral practica la autopsia sobre el cadáver de Franco y luego, para que no se hastíe el lector, descuartiza el cuerpo y esparce los trozos por la novela. Aquí habla de sus manos "de señorita de provincias", allá de su bigotillo, de su frente, de su "tripita sedentaria y precoz"... Como dice Umbral que se dice Franco, "del enemigo todo es aprovechable": sus andares bajo palio, su manera de saludar, su voz "poco macho", su caligrafía, el acento melillense en sus arengas, y, por supuesto, su pensamiento, a menudo expresado en estilo indirecto libre cuando no tiene interlocutor, y en estilo directo en las declaraciones a sus generales y ministros, en sus audiencias a los laínes (Laín Entralgo, Dionisio Ridruejo, Torrente Ballester, Antonio Tovar..., comparsas de un coro tragicómico), en su no audiencia al general Cabanellas, en declaraciones a la prensa internacional, en conversaciones con su hermano Nicolás o con el cuñadísimo (Serrano Suñer).
Fue Karl Vossler quien reivindicó para la estilística el estudio de los desajustes entre lo gramatical y lo psicológico. Franco, todo él, es un enorme desajuste, y desde el inicio de la novela Umbral, que toma ese camino de la estilística como práctica y estudio, no deja de subrayarlo. A veces explicita la distorsión en lo más físico del discurso, su voz:
"Franco habla como de visita. Franco habla con una voz neutra, en huida, una voz de cumplido que no tiene ninguna relación con lo que está diciendo".
Y, a veces, simplemente transcribe sus palabras, es decir, le deja mentir, como hacia el final de la novela cuando Millán Astray, en las trincheras de Carabanchel, se dirige hacia los milicianos:
"Franco me ordena os diga, y estas son sus mismas palabras: Sean para todos mis palabras anuncio de liberación, ofrenda de perdón y paz.
Fue Karl Vossler quien reivindicó para la estilística el estudio de los desajustes entre lo gramatical y lo psicológico. Franco, todo él, es un enorme desajuste, y desde el inicio de la novela Umbral, que toma ese camino de la estilística como práctica y estudio, no deja de subrayarlo. A veces explicita la distorsión en lo más físico del discurso, su voz:
"Franco habla como de visita. Franco habla con una voz neutra, en huida, una voz de cumplido que no tiene ninguna relación con lo que está diciendo".
Y, a veces, simplemente transcribe sus palabras, es decir, le deja mentir, como hacia el final de la novela cuando Millán Astray, en las trincheras de Carabanchel, se dirige hacia los milicianos:
"Franco me ordena os diga, y estas son sus mismas palabras: Sean para todos mis palabras anuncio de liberación, ofrenda de perdón y paz.