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miércoles, 9 de enero de 2013

KLINGON

Cuando allá por los setenta la serie de televisión "La conquista del espacio" (Star Trek en el original) sumergía a los niños españoles en una de sus primeras experiencias interestelares, el colmo de la sofisticación tecnológica eran unos gráficos pintados a mano y unas puertas sin goznes ni picaportes que se abrían sin tocarlas al paso de los tripulantes de la nave Enterprise. Junto a ello, el corte de pelo del señor Spock, sus cejas, en asombro permanente, y, sobre todo, unas orejas generosas acabadas en ángulo agudo representaban más aún que los testimonios ofrecidos en los programas del doctor Jiménez del Oso, que las líneas de Nazca o que las suposiciones de von Däniken un argumento de peso sobre la existencia de los extraterrestres. Hoy, sin embargo -ya los ven ustedes en la foto de aquí al lado-, en vez de astronautas parecen tres dependientes de una peluquería de moda, lo cual, por otra parte, no quita para que su estilo mantenga toda su vigencia, como se puede apreciar en esta                            

fotografía del álbum familiar de Obama. Y es que a lo largo de medio siglo los tripulantes de la Enterprise, en vez de acabar en el asilo o crionizados entre los fondos de cualquier filmoteca, se han conservado frescos gracias a las adaptaciones, readaptaciones, secuelas y precuelas que les han mantenido en órbita sin descanso, como los marinos de un "Holandés errante" intergaláctico.   
   Estos datos dan cuenta de la extensión del fenómeno: ocho series televisivas bajo el título genérico de Star Trek, desde el año 1966 al 2007. Y doce largometrajes, desde el 79 hasta el anunciado para este 2013. A lo largo de ese tiempo los criterios de verosimilitud cinematográficos han cambiado muchísimo. El mundo ya no es en blanco y negro; los modelos informáticos de recreación escenográfica han sustituido al cartón piedra y a los dibujos; se ha desarrollado el 3D; los sistemas de reproducción sonora han dejado al primitivo sensorround a la altura de una trompetilla;  e incluso se hicieron experimentos para reproducir algunas sensaciones olorosas de los protagonistas (con resultados un tanto penosos). Lógicamente los distintos capítulos de las diversas series y las doce películas estrenadas se han ido beneficiando con puntualidad de los avances técnicos, de manera que forman en conjunto un corpus suficiente para explicar la historia tecnológica del cine en los últimos cincuenta años -lo cual equivale casi a la mitad de su existencia-. Todo un vértigo cuyo horizonte apunta a la carta de sueños que imaginó Philip K. Dick en su relato "We Can Remember It For You Wholesale", sobre el que se basó "Desafío total", de Paul Verhoeven (1990). Seguramente recordarán a Schwarzenegger con unos cuantos electrodos en la cabeza y metido en un casco como los que ponían a las señoras cuando les hacían la permanente: este era el pequeño engorro por el que había de pasar quien quisiera unas vacaciones virtuales gracias a un implante de memoria. Una receta compleja en la que una ambientación cuidadísima  necesariamente acompaña y sustenta a la hipertrofia perceptiva.
     Es en ese punto de la documentación donde la creación por parte de Mark Okrand de un idioma, el klingon, para los habitantes del planeta Kronos -o Qo´noS-, situado en el Cuadrante Beta del universo Star Trek, supone un hito en el que la lingüística y la documentación hiperrealista se dan la mano. Hasta entonces -y fijamos el adverbio en la película Star Trek III: en busca de Spook (1984) - los klingon hablaban inglés, como siempre lo había hecho cualquier hijo de marcianos. Okrand podía haber optado por cualquiera de las dos opciones que le ofrecía la tradición. Por un lado, la de asignar a los klingon una variante infantiloide del inglés, al estilo de la de los indios de las películas de vaqueros. Por otro, el swahili macarrónico y bunga bunga de algunas escenas de las películas de Tarzán. Pero ambas resultaban insuficientes, de modo que inventó una lengua con la misma soltura con la que los maquilladores diseñan unas cuantas circunvalaciones sobre el hueso frontal protuberante del cráneo de los klingon.  
el doctor Zamenhof
     Cien años antes, el médico y políglota Lázaro Zamenhof, cuando albergó la idea de vencer la maldición de Babel, buscó inspiración en diversos idiomas para construir una lengua lo más sencilla posible, el esperanto.  Okrand, en cambio, atendiendo a la fisonomía y al origen de los klingon, creó una lengua  compleja, alejándola todo lo que pudo del inglés. 
     A Zamenhof le movió la utopía. A Okrand, un cheque de la Paramount. Así, mientras hoy el esperanto es una lengua en retroceso, el klingon cada vez tiene más estudiantes. Recientemente se ha abierto una academia de este idioma en Alemania (en Saarbrücken); los manuales de su gramática ya están al alcance de cualquiera y ya hay una traducción de "Hamlet" y versiones de canciones de Elvis en klingon.