sábado, 22 de diciembre de 2012

El grito de Tarzán

  Tarzán es el pilar de una ficción que cautivó a los niños de mi generación desde las pantallas de los cines de reestreno con programa doble, formándonos una imagen mítica de África  que aún se sostiene en el rincón infantil de la memoria con tanto vigor como los carteles de ese continente que podrían adornar las paredes de cualquier tienda de "El coronel Tapioca". Ya hablamos en mi artículo anterior de que esa ficción, en su versión cinematográfica, se constituía sobre un enorme simulacro: las orejas de los elefantes eran postizas, los colmillos de las hembras eran palos pintados, los cocodrilos con los que luchaba eran de goma, los gabonis del fondo eran chicanos maquillados y el swuahili que utilizaban era de pega. La mona Chita ni siquiera era una mona, sino un mono que acabó alcoholizado de tanto trago que le metían para que se luciera en sus intervenciones. Y sin embargo, la emoción al ver aquellas películas fue uno de los grandes regalos de mi infancia. En cambio, la lectura de la novela de Burroughs llegó mucho más tarde, cuando ya no podía volver a aquel escenario mítico más que con la memoria y, mermada ya mi capacidad para emocionarme con aquellas páginas, la dificultad para identificar a ese Tarzán con el de mis películas era tanta como la que tenía yo para identificarme con el niño de nueve años que fui. Eran otras, muy distintas, las asociaciones que que se me amontonaban: "Paul et Virginie", de Bernardin de Saint-Pierre, "Atalá" y "René", de Chateaubriand, "El libro de la selva", de Kiplin..., en las que, de un modo u otro se desarrolla el mito del buen salvaje de Rousseau, que es el sustento ideológico de la novela de Burroughs. En aquellas, igual que en esta, se contrastan las virtudes de quien ha sido criado en armonía con la naturaleza frente a la corrupción e hipocresía que implica la vida en sociedad.  En este sentido Tarzán como personaje es una representación perfecta de ese mito, el revés de la imagen de Robinsón Crusoe, quien llega a la isla como náufrago y, al poco, se monta tan ricamente un apartotel. Tarzán, en cambio, desterrado de la selva en la ciudad, rodeado de todo lo que podría desear el personaje de Defoe, fracasa, lo cual en cierto modo le opone también a Prometeo, pues su opción es un retorno a los orígenes previos al progreso.
        El gran acierto de Burroughs, lo que le llevó al éxito popular de su novela y a convertir en una serie lo que en principio iba a ser una obra única fue extremar las oposiciones que ya estaban presentes en las obras de Chateaubriand y Saint-Pierre, tanto en el marco como en sus protagonistas. Por un lado, la selva africana, plagada de peligros de toda clase, era en gran medida la puesta en escena de los temores ancestrales que el blanco ha visto en el mundo de los negros. Por otro, en su héroe se combinaba la estirpe aristocrática del hijo de un militar con  una buena formación como primate de manos de la familia de gorilas que le acogió. Se daban así la mano el hombre y el mono en un gesto que en el año 1812, cuando apareció la novela, evocaba con más energía que hoy la teoría de Darwin.

    
 Como primer atributo de Tarzán, su grito, que es el germen del lenguaje, anuncia a las criaturas de la selva una identidad distinta que no es capaz de precisar hasta que se encuentra con otros humanos. Entonces sus habilidades lingüísticas se desarrollan de un modo vertiginoso y logra aprender inglés y, más tarde, francés. Pero en su experiencia con ellos, sobre todo cuando el entorno es la ciudad, descubre que el lenguaje sirve más para ocultar que para decir. De ahí que el grito se convierta a su regreso a la selva en la expresión liberadora del retorno a los orígenes.  
       Los últimos años de su vida Johny Weismüller, quien fue en el cine la encarnación más popular del personaje de Burroughs, los pasó ingresado en una residencia de atención psiquiátrica, ya muy consumido físicamente y convencido de que él era en realidad Tarzán. A veces se fugaba de su habitación o de las salas comunes y salía al jardín, se encaramaba con dificultad a un arbusto y soltaba allí una versión afónica del grito que le había hecho famoso. Muchos han presentado este gesto como demostración de senilidad y demencia, pero yo prefiero verlo como un último rescoldo de nostalgia.                 

18 comentarios:

  1. También yo crecí viendo los sábados por la tarde en la tele esas pelis de Weissmuller que eran maravillosas (según hoy las recuerdo, ridiculamente maravillosas, con esas escenas que de repente, para simular la carrera o la velocidad natatoria de Tarzan se aceleraban con una velocidad que hasta un niño era capaz de identificar o con esa Jane o ese Boy que parecían vivir al lado de una boutique selvática de la quinta avenida de lo guapos y lo pulcros que siempre iban. Me encantaban la película de Tarzán y no me gustó nada la lectura de las dos novelas de Burroughs que llegué a catar.
    El final de Tarzán/Weissmuller me dejó traumatizado cuando lo leí en su día. También preferí verlo como una protesta contra un mundo que no le gustaba y un "pues ahora me vuelvo a la selva, hala" por parte del actor.
    La falsedad de los decorados era imposible de ver apra un niño cegado por las selvas africanas. Y aun sigo diciendo más de una vez a los amigos cuando quiero que nos vayamos "Angagua, Chita".
    Si es que lo hemos mamado...

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    1. Estas contradicciones entre el simulacro de las apariencias y la verdad de las emociones que transmiten son apasionantes. Por eso aunque hayan pasado tantos años desde que vimos aquellas películas no se nos desmontan de ridículo cuando nos las volvemos a encontrar.
      Angawa, Óscar.

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  2. Aqui otro devorador de las películas de Weissmuller los sábados después de comer, lo cual fue quizás (junto a Indiana Jones) el primer encontronazo con el "pulp" que tuvimos muchos de mi edad. El artículo viene que ni pintado, pues actualmente me encuentro releyendo las primeras novelas de Burroughs, descubriendo que, al igual que las pelis (y con todos sus defectos también), no han dejado de emocionarme ni un ápice.

    Igual que tu post, de hecho.

    Un saludo selvático!!

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  3. Espero, pues, leer en tu Carnaval sobre esas relecturas. Un tipo como Burroughs, capaz de escribir con la misma soltura de Tarzán como de los marcianos, es alguien muy merecedor de aparecer en tus páginas.

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  4. No he leído las novelas originales, pero recuerdo una de las películas de la serie en la que Tarzán y Jane gozan de todas las comodidades. Un ascensor rústico movido por la fuerza de un elefante y hasta un fregadero en donde cheetah - el colmo de los colmos- friega los platos. Por otro lado, el lago en el que nada con su hijo es lo más parecido a una piscina hollywoodiense. En este film Tarzán se aproxima a Robinson Crusoe, y el buen salvaje original es lo más parecido a un honrado padre de familia. Un poco descerebrado, eso sí, pero perfectamente integrado no en la selva sino en un parque temático para amantes de lo exótico.

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  5. Recuerdo la escena que dices, que si bien nos remite a los Picapiedras, no deja de ser una escena inocente de la versión africana de la Arcadia feliz. Pero ese acomodo selvático, a mi modo de leer, es muy distinto al de Robinson Crusoe, pues en Tarzán es vocacional, mientras que en Robinson es un sucedáneo. El primero descubre en la ciudad que el paraíso está en su selva. El segundo, lo contrario.

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  6. Tengo que felicitarle por la imagen que encabeza su blog. Es una foto impactante que le da personalidad a su bitácora. ¡Enhorabuena!

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  7. Celebro que le guste la foto, de la cual no puedo poner el autor porque no sé quién es, y espero que esos zapatos estén a la altura de su contenido.
    un saludo.

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  8. A mí Tarzán me parece uno de los peores "niños salvajes" de la literatura, muy por debajo de Mowgli, de "El libro de la selva". Su locomoción bípeda es un disparate, por ejemplo, lo mismo que su aspecto, recién salido de un gabinete de depilación.

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    1. Bienvenido al blog, Sigfrido. Tus objeciones son ciertas, aunque, a mi modo de leer -y sobre todo de ver- no empañan las virtudes del personaje. No obstante coincido contigo en la preeminencia de los lobos sobre los monos en su tutoría sobre humanos perdidos. Además la mitología los avala. Ahí está la loba capitolina, ¿no?

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  9. No se olvide usted del Niño de Aveyron, aquel sobre el cual hizo Truffaut una de sus mejores películas. O una novela divertidísima y que los profes de Ética tenemos como libro de cabecera, Los Papalagi, que es un poco como Tarzán en Nueva York. Tuiavii de Tiavea resulta ser el jefe de una tribu cuyo antropólogo visitante trama una devolución de visita. En tierras "civilizadas", el bueno de Tuivaii llega a conclusiones tan edificantes como las de que los Papalagi somos un hatajo de guarros, vivimos en casas insalubres, comemos porquerías y estamos infectados por un virus extrañísimo que nos hace hablar del tiempo como si fuera un bien concreto que se puede "ganar", "perder", "aprovechar"... Esto último es lo que a Tuivaii le fascina más de nosotros.

    Por otro lado le advierto que no pienso tolerarle calumnias como la de que los Gaboni eran chicanos con la cara pintada y la mona Chita una borrachuza. Ahora me dirá usted también que el culo de Maureen O´Sullivan en el lago donde nadaban también era postizo...Qué bochorno.

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  10. Gracias por seguir mi blog "Desde la estepa"
    Un saludo
    Rafael

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    1. No hay de qué. Tengo vocación de lobo siberiano y amo la estepa.

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  11. Dos grandes referentes, sin duda. Coincido, además, con tu apreciación de la película de Truffaut de la que recuerdo casi más que su argumento el uso magistral de la iluminación. De "Los Papalagi" añado a los elogios que citas el de la comparación de nuestras casas con los agujeros en las rocas donde viven los cangrejos. Es una obra divertida y, a la vez, bastante deprimente. Lo divertido lo pone Tuivaii; lo deprimente nosotros.
    Respecto a lo de los gabonis y Chita, amiguete, eso lo resolveremos en otro sitio. Y si está pensando en padrinos, se lo advierto, Huguet va de mi parte.
    Saludos.

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  12. Dudo mucho que Huguet se alíe con la canalla.

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  13. Dices bien, Montesinos, soy de la canalla.

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  14. Ricardo, gran homenaje el dejado en este post a ese escritor (uno de los reyes) del pulp. El gran E. R. Burroughs y su novela, que le catapultó; Tarzán. Sabía de las andadas de Weismüller y su triste final. Por cierto, conozco a un tipo que lleva como ringtone el grito de Tarzán y cuando suena…En fin, risas... Me gusta tu prosa y eres amigo de gente a la que estimo mucho, ya estás añadido a la barra de mis favoritos. Saludos cordiales

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    1. Barrunto, J.C. Alonso, que te refieres al gran Rafael Ballester Añón, lo cual nos obligaría, con muchísimo gusto, a celebrar oportunamente esta coincidencia cibernética.
      Un abrazo.

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