EL CORONEL PARKER (y la Sociedad de Autores)
El Coronel Parker ni era coronel ni se llamaba Parker. Sin embargo, era tan gordo y calvo como puede serlo cualquier coronel, y además vestía con el cinturón por encima del ombligo, lo cual disipa de un plumazo toda duda sobre su integridad moral: un hombre al que le asoma la punta de la corbata por la bragueta, amigos, es un hombre de sólidos principios. Su nombre de pila era Andreas Cornelius van Kujik y, aunque holandés de nacimiento, a poco de su llegada a los EEUU supo convertirse en más americano que la mantequilla de cacahuete. Las calles y los caminos forjaron su carácter. Las ferias y los circos fueron su alma máter. En ellos convergieron sus dos pasiones: los animales y el espectáculo. Así, antes de inventar la plancha de acero electrificada para hacer bailar a las gallinas -un hito en el arte de Terpsicore que ha inspirado a artistas de la talla de Chiquito de la Calzada-, trabajó con perros, ponis y caballitos de tiovivo. Luego dejó los animales por los cantantes. Entonces triunfaban los "crooners" y el country, pero un día en Texarcana, un pueblo de Arkansas, vio a Elvis sobre un escenario, y enseguida entendió que aquel chaval era su gallina de los huevos de oro. Para celebrar el descubrimiento se fumó un puro y, como Elvis era menor de edad, se fue a hablar con sus padres. Al hijo lo convenció a la primera; pero a los otros les costó un poco más. Lo que siguió luego es bien sabido. Hay una frase del Coronel que resume la relación: "Cuando conocí a Elvis era millonario en talento. Después de que yo lo cogí, lo fue también en dólares." A lo cual habría que añadir que gracias a su chico él se forró de una manera a la cual no había llegado nunca ningún representante. Con frecuencia esta reciprocidad ha sido fuente de controversia entre los seguidores del Rey. Un ejemplito:
El Coronel Parker ni era coronel ni se llamaba Parker. Sin embargo, era tan gordo y calvo como puede serlo cualquier coronel, y además vestía con el cinturón por encima del ombligo, lo cual disipa de un plumazo toda duda sobre su integridad moral: un hombre al que le asoma la punta de la corbata por la bragueta, amigos, es un hombre de sólidos principios. Su nombre de pila era Andreas Cornelius van Kujik y, aunque holandés de nacimiento, a poco de su llegada a los EEUU supo convertirse en más americano que la mantequilla de cacahuete. Las calles y los caminos forjaron su carácter. Las ferias y los circos fueron su alma máter. En ellos convergieron sus dos pasiones: los animales y el espectáculo. Así, antes de inventar la plancha de acero electrificada para hacer bailar a las gallinas -un hito en el arte de Terpsicore que ha inspirado a artistas de la talla de Chiquito de la Calzada-, trabajó con perros, ponis y caballitos de tiovivo. Luego dejó los animales por los cantantes. Entonces triunfaban los "crooners" y el country, pero un día en Texarcana, un pueblo de Arkansas, vio a Elvis sobre un escenario, y enseguida entendió que aquel chaval era su gallina de los huevos de oro. Para celebrar el descubrimiento se fumó un puro y, como Elvis era menor de edad, se fue a hablar con sus padres. Al hijo lo convenció a la primera; pero a los otros les costó un poco más. Lo que siguió luego es bien sabido. Hay una frase del Coronel que resume la relación: "Cuando conocí a Elvis era millonario en talento. Después de que yo lo cogí, lo fue también en dólares." A lo cual habría que añadir que gracias a su chico él se forró de una manera a la cual no había llegado nunca ningún representante. Con frecuencia esta reciprocidad ha sido fuente de controversia entre los seguidores del Rey. Un ejemplito:
Cuando salimos de la cabaña la luz es tan intensa que tengo que cerrar los ojos, y aun así no puedo dejar de ver un montón de estrellitas que se apagan, se encienden y cambian de color. Eso es sólo al principio, ya te acostumbrarás, oigo que me dice un vozarrón detrás de mí. Me doy la vuelta y ahí está el Coronel Parker. Ahora ya no estamos en la cabaña de Tupelo, sino en un camerino improvisado en una vieja caravana. Yo estoy sentado frente al espejo en la única silla que hay, y el Capitán y el Coronel están de pie, cada uno con una cerveza en la mano. Coronel Parker, le digo -es un tío que impone respeto-, ¿es verdad lo que dicen por ahí de que usted no es ningún coronel? El se echa un buen trago de cerveza y luego me responde mira, muchacho, hay gente que es cantante y no necesita ningún carnet que diga que es cantante para serlo, ¿entiendes? Lo mismo nos ocurre a los limpiadores de piscinas o a mí. Lo de coronel es cierto que no me lo he ganado jugando a los soldaditos, pero déjame que te diga una cosa, coronel es un título de respeto que me he ganado en la vida con dos cojones, ¿entiendes? Y no es que el ejército a mí no me importe, eh, no vayas a creer que soy un pacifista o un degenerado de ésos, no, puede que yo no sea un hombre de armas, pero viene un hijoputa a quitarme lo mío y le meto un par de tiros en los huevos.¿Entiendes lo que quiero decir, hijo? Entiendo muy bien, señor, pero ¿por qué se aprovechó más de la cuenta de Elvis?, ¿por qué le apretó tanto? El me mira fijamente, da el último trago a la cerveza y arruga la lata con la mano. De qué me estás hablando, muchacho? ¿de dinero? ¿Qué sabes tú de dinero? Mírate, eres un desgraciado que no tienes dónde caerte muerto. ¿O me hablas de música? Peor todavía, ¿qué puede saber de música un idiota que abandona el escenario para limpiar piscinas? Eso ya es demasiado, así que me levanto de la silla para arrearle una buena, pero el Capitán se interpone y me dice paciencia, Chico, esa no es manera de limpiar mi nombre. Yo le miro sin comprender, y entonces me fijo bien y... ¡es Elvis! ¡el Rey en persona!
(Zapatos de ante azul, II parte, cap. 7)
Fue una persona tan influyente y decisiva en la vida de Elvis, que cuando éste se quiso librar de él y le envió a un par de acólitos para que le comunicaran el despido, el Coronel no se dio por aludido: "Cuando él me lo diga a la cara me lo creeré". Y no se lo dijo. Elvis, que había cumplido con el US Army en el campamento de reclutas de Ford Hood y en la base de Friedberg, en Alemania, y que desde niño se había identificado con el Capitán Marvel, nunca pudo insubordinarse contra su Coronel.
Como representante no ha tenido igual en la historia de la música. Supo negociar los mejores contratos para su pupilo, controlando aspectos en los que fue pionero, como los derechos de imagen, e intervino en todas las etapas de producción, de modo que hasta en las películas de Elvis aparece su nombre en los títulos de crédito. Su afán organizativo y su celo profesional encuentran su epítome en la frase que pronunció cuando supo de la muerte del Rey: "Ahora déjenme, que voy a tener que organizar el entierro".
Aparte del detalle de la corbata asomando por la bragueta, hay en el Coronel ingredientes que me lo hacen literariamente simpático. Su inteligencia, su cara dura, su pinta -que me recuerda la de un tío mío que trabajaba en una fábrica de chocolate de Torrente-, sus aportaciones a la danza... En fin, un cúmulo de circunstancias que me lleva a emparentarlo con uno de mis malos literarios favoritos: John Silver el Largo. Se trata de una asociación inmediata, así que no le busquen motivos, aunque lo de pirata es tan obvio, que prefiero no comentarlo. Sin embargo, me dejo llevar por este vaivén y doy en hueso, y encima maloliente. Me refiero a la Sociedad de Autores. El Coronel exprimió a Elvis lo que pudo y peleó hasta el último centavo para aquél y para sí mismo. Pero, ¿se lo imaginan entrando en las peluquerías a cobrar por la música del Rey que oían en la radio? ¿O en las bodas? ¿O en los colegios? ¿O exigiendo un porcentaje de cualquier grabación, aunque lo grabado sean los ronquidos de su pareja? El otro día se armó un revuelo porque le habían exigido a los alumnos de un instituto gallego una cantidad por los derechos de una obra de Lorca que habían montado. Salió un cretino de la susodicha diciendo que los chicos se habían gastado un dinerillo en decorados y vestuario, pero que habían olvidado que la obra tenía un autor, y que, en consecuencia, tenían que apoquinar. John Silver, perdón, el Coronel, que diga, hacía bailar a las gallinas sobre una plancha de acero, pero es que estos tíos de la Sociedad se las fríen, se las zampan y luego nos piden que paguemos. Son tan tontos y tan malos, que en cualquier historia resultarían inverosímiles.
Leo divertido las dos últimas entradas. Nixon y el tal Parker, del que apenas había oído hablar, me parecen personajes de comedia, lo cual corrobora la sensación que me asiste cada día más de que el mundo mediático es un puro circo. El personaje del tal Parker, que describes con maestría, me hace pensar en los personajes que el gran Billy Wilder destinaba a uno de sus actores de equipo, Walter Mattau, capaz como tú dices de entrar en un colegio a cobrarles derechos de autor a los niños. Al ínclito Ramoncín y a sus amiguetes de la SGAE me los imagino así de patéticos, pero sin la gracia de Mattau.
ResponderEliminarCelebro que te diviertan mis notas, David. Tu referencia a Walter Mattau y a Billy Wilder a raíz de las torpezas de los ramoncines y bautistas me despierta una sonrisa por el contraste. Es lo mismo que mencionar a Nureyev a propósito de las dotes para la danza del Oso Yogui -dicho sea con todos los respetos hacia el plantígrado por el paralelismo con los de la sociedad.
ResponderEliminarNo recuerdo que Yogui bailara, ni tampoco Matute.
ResponderEliminarTiene gracia que el bueno de Elvis,curtido como marine en una base americana, rindiera sus respetos a un coronel de perros y gallinas. Eso me recuerda a un cabo de pacotilla que fascinó a decenas de experimentados generales y dirigió a un país tan cerebral como Alemania a la ruina. Es asombroso el poder de la sugestión: el capitán Parker no guardaba ningún parecido con el capitán Marvel; era fondón y vulgar. El cabo austríaco en nada respondía a los patrones de los héroes arios que defendía: era bajito, enclenque y moreno, y posiblemente tenía ascendencia judía. Ambos, sin embargo, llegaron lejos porque les embargaba el sentido del espectáculo y sabían montar verdaderos circos para su público. A saber adónde habría llegado Elvis, si no se hubiera deshecho de su domador y lo hubiera abandonado en un rincón.
ResponderEliminarPues no sé ni siquiera si sería el Oso Yogui el que entró el otro día en mi despacho para socilitar mi adhesión a una cuota por alummno para poder poner material en la red de la Universidad. Más bien me pareció el osito compañero (Woo-woo?) o aquella hiena llorona...malos tiempos para la lírica!!
ResponderEliminarHabía dejado unos días de entrar el blog y me había perdido las últimas dos entradas. ¡Muy buenas!.
1. David, soy más viejo que tú y me acuerdo perfectamente de los pasos de ballet que se marcaba Yogui en sus aproximaciones furtivas a la caza de la cesta de algún excursionista.
ResponderEliminar2.Respecto a Hitler, tienes toda la razón, Joaquín. Es más, es verdad que no conocía al Capitán Marvel ni a sus parientes, pero tenía en el Reichstag la colección completa de las novelas del oeste de Karl May, a las que acudía a menudo en busca de inspiración. No es broma: el protagonista de aquellas historias, Old Shattterhand, le sirvió de modelo en más de una ocasión.
3. Amigo universitario: lo malo no es que se te plante el Oso Yogui o Bubú en tu departamento, sino que te pongas a silbar la musiqueta de esos dibujos y se te cuele Ramoncín a reclamarte los derechos.
4. Y principal: gracias a todos por vuestros comentarios: hacéis que este espacio no se convierta en el de un ejercicio onanista más o menos informativo, más o menos literario. Siempre sois muy bienvenidos.
La edad, querido Signes, se lleva en el corazón, ¿o es que no has leído libros de autoayuda de psicólogos argentinos? O Juan Salvador Gaviota, Jorge Bucay, Tagore... todas esas cosas tan bonitas que a los duros de corazon os molestan tanto.
ResponderEliminarSí, David, en el corazón, en el hígado, en el bazo... Pero cuando uno, después de cenar,lee esa nómina tan tóxica (sólo te faltado nombrar a Paulo Coelho,)la serotonina, las endorfinas, el ying y el yan, la armonía de los chakras -en particular la emanada del chakra número tres (¿o es el cuatro?) que tiene su sede entre los huevos y el ano se retiran a sus campamentos de invierno. Eres cruel, David. ¡Me las pagarás!
ResponderEliminarCoelho, es verdad, se me había olvidao
ResponderEliminarQuerido Ricardo,
ResponderEliminarsupongo que todo te marcha razonablemente bien.
En cualquier caso, te recuerdo que tenemos una cena o comida pendiente
un abrazo
Rafael B.A.