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jueves, 4 de octubre de 2012

Del caos al caso: apuntes sobre la novela negra

     1. Acabo de leer "Petirrojo", de Jo Nerbo, obra ganadora del "Premio a la mejor novela negra noruega de todos los tiempos", según dice la solapa, lo cual no es poco reclamo, a pesar del tufo enfático y comercial del galardón. Es una novela sobre el patriotismo, la memoria, la culpa y la redención. Hay en ella fantasmas de la Segunda Guerra Mundial, neonazis, terroristas, héroes y traidores cuyas identidades se entrecruzan y confunden. Y hay también, claro, un detective, Harry Hole, cortado con un patrón conocido: un poco cínico, un poco sentimental, un poco irreverente y afectado de ciertos problemas con el alcohol, las mujeres y los jefes. Tiene buen olfato y una aguda capacidad de deducción, pero no es un detective brillante que se base como, pongamos por caso, el comisario Adamsberg, de Fred Vargas, en la intuición, o, como Sherlock Holmes, en la deducción lógica, sino en el trabajo, en su inconformismo ante las apariencias y en su negación de las casualidades. Para Hole -quizás debería decir para Jo Nesbo- la realidad se presenta como una cebolla, cubierta por sucesivas capas de impostura que va tratando de descubrir en el proceso de investigación. Sin embargo, a diferencia también del detective de Conan Doyle, que por mucho que frecuente los bajos fondos, los páramos o los pantanos jamás ensucia su macfarlán, y sale siempre indemne de sus casos, Harry Hole paga caro el peaje de cada una de esas capas. La equivocación, el arrepentimiento y el dolor no le son ajenos, y sus carencias, más evidentes que sus genialidades, despiertan en el lector tanto lástima como admiración, definiendo así un rasgo típico de los detectives de las últimas hornadas: brillantez en los casos, desastre en sus casas. Es un contraste íntimo entre éxito y fracaso que granjea simpatías lectoras y le gana méritos al protagonista para su papel de guía por algunos suburbios bien urbanizados del infierno.

     2. La novela negra exacerba el caos como punto de partida del relato. En la narrativa actual creo que es Fred Vargas la autora que más apuesta a ese gancho con unos primeros párrafos demoledores. En "Que se levanten los muertos" una señora le dice a su marido mientras desayunan que ahí en el jardín hay un árbol que  ayer no estaba; en "Más allá a la derecha" su protagonista, un policía retirado,  descubre un hueso de una mano en medio de un excremento de perro.  La cuestión está en si  el hecho en sí es una anomalía o un síntoma. En toda la novela de detectives  del XIX se trata de lo primero, mientras que a partir de mediados del siglo pasado suele ser lo segundo.  Esta diferencia es tan importante como para marcar el género de lo que convenimos en llamar "novela negra". En él un desgarrón violento se produce en el acontecer más o menos aburrido que llamamos vida cotidiana, y es el detective quien ha de repararlo, convirtiendo el caos en caso. Pero en ese proceso de reordenación queda con frecuencia un zurcido que deja ver un interior poco o nada presentable. 

     3. Más allá de los 55º norte una fecunda floración del género se empeña en desmentir una apariencia apacible de casita nevada encerrada en bola de cristal guiada por el mismo afán de descubrimiento y denuncia que permitió  hace ya bastantes años decir a Vázquez Montalbán que la novela negra estaba asociada a la democracia. Entre nosotros "La verdad sobre el caso Savolta" (1975), de Eduardo Mendoza, la serie de Pepe Carvalho, las novelas de Fernando González Ledesma o las de Andreu Martín sustentan esa afirmación. En Rusia las novelas de Alexandra Marínina, Boris Akunin o Anna Dankotseva apuntan a lo mismo. 
      En cierta ocasión le pregunté a Vázquez Montalbán si la las novelas detectivescas de Francisco García Pavón, cuyo protagonista es Plinio, un policía de Tomelloso, no desmentían aquel juicio. Su respuesta fue tajante:  "eso no es novela negra". Entonces pensé que su displicencia se debía a que Plinio, a pesar de que lleve gorra de plato, es casi un policía con boina, pero ahora veo que la exclusión se debe a que la anomalía de la que parten sus relatos ni produce desgarro ni deja al descubierto ninguna vergüenza social (o, al menos, no conscientemente). Es más bien lo contrario: un costumbrismo amable en el que se acaban dejando las cosas como estaban.  Sin embargo su lectura es muy recomendable, y no tanto por su estilo, que recuerda al de Cela, sino por lo que tiene de testimonio de una forma de vida y de pensar que afortunadamente hoy nos huelen a alcanfor. Va aquí una muestra: 
     - Yo me entiendo. Tengo muy oído aquí al jefe, y en eso le doy la razón, que lo peor de los maricas, socialmente se entiende, no es que le guste arresobinarse con machos, que allí cada cual con sus querencias... Lo peor es la deshilvanación de su cerebro. Porque teniendo el cuerpo parecido al del hombre, por su cabeza, histéricos, espíritu de venganza y mañas para ganarse adeptos y decir infundios, superan a las peores mujeres del mundo
      ("Vendimiario de Plinio". Ediciones Destino. Año 1972)      

miércoles, 12 de septiembre de 2012

"Solo en Berlín"

fotos del archivo de la Gestapo de Otto y Elise  Hampel  
     Berlín representa en sí un subgénero narrativo cuyos límites -los últimos años de la República de Weimar y el final de la II Guerra Mundial- enmarcan una estructura general de ascenso y caída del nazismo. Sus realizaciones son tanto novelescas como teatrales, cinematográficas, musicales o de cómic. Cabe incluso hablar de pinturas y dibujos, aludiendo obligatoriamente a la obra de George Grosz, pero hoy quiero citar aquí solo unas pocas de las que en los últimos años han contribuido a reafirmar el carácter popular del subgénero:  la serie de novelas de Berlín Noir, de Philip Kerr, protagonizadas por el detective Bernie Gunter; "Sombras sobre Berlín", de Volker Kutscher; "Berlín 1945", de Pierre Frei; la actualización del musical "Cabaret" -escrita a partir de "Adiós a Berlín", de Christopher Isherwood-; los dos álbumes de cómic de Jason Lutes, "Berlín, ciudad de piedras" y "Berlín, ciudad de humo", ambientados en 1928 y 1929 (y aún falta un tercero por publicar, "Berlín, ciudad de fuego", que todos los que conocemos los anteriores esperamos con ansiedad); los dos primeros volúmenes de la novela gráfica "Adolf", del maestro japonés Osamu Tezuka; y, sobre todo, la extraordinaria novela de Hans Fallada "Solo en Berlín", reeditada recientemente por MAEVA.
     Aparte de la coincidencia espacio-temporal, todas ellas desarrollan de distinta manera y con aciertos desiguales la lucha del individuo por mantenerse incólume frente a la influencia del entorno y al peso de un estado inicuo y sofocante. Desde la claudicación hasta el cinismo o la rebeldía las actitudes de los protagonistas parten del heroísmo de la lucha frente a un enemigo tan potente como, desde un punto de vista narrativo, eficaz. Lo cual, en contraposición a lo que podríamos llamar "normalidad manifiesta de los primeros, sitúa las historias, si no al filo, abiertamente entre la épica y la tragedia.
     En "Solo en Berlín", el mismo día triunfal en que los diarios anuncian la capitulación de Francia, los Quangel reciben una carta del ejército en la que se les informa de la muerte de su hijo. Ella es ama de casa y él, jefe de taller de una fábrica de muebles, cuya sección ha pasado de los trabajos de ebanistería a las cajas para bombas. Ninguno de los dos -Otto y Anna- ha tenido nunca una participación política activa; simplemente se han dejado llevar sin entusiasmo por la corriente. Pero ahora, la muerte de su hijo les deja un vacío que les desmonta de golpe toda la retórica del Partido. Entonces, deciden llevar a cabo un acto furtivo de rebelión y venganza. Es casi un gesto fútil que hacen por dignidad, pero que implica, si es descubierto, una condena a muerte por traición: la escritura y posterior abandono en las escaleras de algún edificio de viviendas de postales sediciosas. Madre, el Führer ha matado a mi hijo -escribe en una de las primeras, donde, en el lugar de la dirección y el remite, añade: ¡Pasad esta postal para que la lean muchos! No donéis nada a la Organización de Ayuda Invernal. Trabajad despacio, más despacio todavía. Echad arena a las máquinas. Cada trabajo no realizado contribuye a terminar antes esta guerra.
     Al principio la Gestapo no le concede importancia, pero a medida que pasa el tiempo y aumentan las postales que les llegan, crece también su preocupación y convierte en una urgencia la captura de su autor, de modo que se le encarga a uno de sus comisarios la investigación. A partir de este momento se suma al interés sociológico por la vida de los Quangel y por su entorno, marcado por la ambición o por el miedo, una intriga de novela negra que culmina, en el tercio final de la obra, con una crítica demoledora del estado nazi.
     Esta combinación  del género policíaco con una cierta voluntad de análisis social en el contexto del III Reich, preferiblemente en las calles de Berlín, es algo que tienen en común la mayoría de las obras que he mencionado arriba, pero hay dos circunstancias que distinguen la novela de Fallada: el hecho de que fuera escrita apenas un año después de la guerra y el que los sucesos que en ella se narran, tal como afirma el autor en una nota que recoge la extraordinaria edición de MAEVA, reflejan a grandes rasgos los expedientes de la Gestapo sobre la actividad ilegal de un matrimonio de trabajadores berlineses durante los años 1940 a 1942. Ambas circunstancia evitan lo que en obras posteriores se convierte a menudo en un lastre: la fascinación por el escenario. Como el juicio moral ya está hecho y es consabido, muchos autores lo fían todo a una buena intriga y a una exhaustiva ambientación. El resultado es una especie de decorado gigante a lo Cecil B. DeMille donde todos los tópicos del universo nazi se dan la mano.
     No cuesta nada indignarse a costa de algunas de las peores obras de este género, que son también a veces las de más éxito -"El niño del pijama a rayas", por ejemplo-, pero el hecho es que en esta posmodernidad desmemoriada puede perfectamente darse el caso en un futuro inmediato de que sean esas mismas obras las garantes contra el olvido popular del momento histórico que recrean. Cabe incluso prever que dentro de esa lógica del espectáculo en la que la relación entre análisis y escenografía es inversamente proporcional, lleguemos a ver en la televisión un "reality" al estilo de "Gran Hermano" o de "La isla de los famosos" en el que los concursantes, en un plató gigante que recree con todo detalle una cárcel de la Gestapo o un campo de concentración, se vean sometidos a todo tipo de sevicias. Hasta entonces, y con el ánimo de retrasar el proceso de banalización, la lectura de "Solo en Berlín", de Hans Fallada, es un ejemplo de literatura en mayúsculas y un alegato por la dignidad y contra la barbarie.