Elvis tenía a una cocinera a su servicio disponible las veinticuatro horas por si a media noche se despertaba con hambre y se le antojaba un sándwich de mantequilla de cacahuete, plátano frito, picadillo de ternera, salsa de ostras y ketchup. Si en vez de haber sido un hijo de jornaleros pobres, hubiera nacido en Francia en el seno de una familia acomodada, hubiera tenido suficiente con una taza de té y una magdalena, pero como en su memoria llevaba labrado un rastro de pobreza y desarraigo, los tufos grasos que emanaban de aquellos alimentos eran el perfume de una promesa de satisfacción. Pero tanto este sándwich como aquella magdalena valieron por sendos viajes desde el paladar a la infancia, uno a Tupelo, otro a Illiers.
En los últimos nueve años de su vida Marcel Proust vivió enclaustrado en su apartamento del Boulevard Haussmann, haciendo gala de unas manías y costumbres de las cuales algunas podrían considerarse modelo de las de Elvis si este, en lugar de dedicarse a leer joyas como "La doctrina secreta", "El libro tibetano de los muertos" o "Vida y enseñanzas de los maestros del lejano oriente", hubiera recalado en alguno de los tomos de "En busca del tiempo perdido" y de ahí se le hubiera despertado el interés por las circunstancias de su autor. No es el caso, claro, por lo que, descartada la causa, queda la coincidencia.
Proust tenía a una sirvienta disponible las veinticuatro horas por si a media noche se le antojaba enviarla al Ritz a por una cervecita para celebrar la culminación de algún párrafo o por si tenía que mandarla al Weber o al Larve -dos de los mejores restaurantes de aquel París- a por una cena con que obsequiar a algún amigo, a quien no acompañaba, porque a esas horas él desayunaba su café con curasán. Escribía por la noche y dormía por el día, y tanto para lo uno como para lo otro tomaba pastillas: veronal para dormir, cafeína para levantarse. Una vez llegó a casa por la mañana Gide para anunciarle que había ganado el premio Goncourt. Celeste Albaret -su sirvienta- le dijo que el señor no recibía, pero aquel insistió tanto, que al final se atrevió a avisarle.
-Señor, ¿está usted durmiendo?
-Por supuesto.
-Es el señor Gide, que dice que ha ganado usted el premio Goncourt.
-¿Y por eso me molesta? Dígale usted que venga si quiere a partir de las nueve de la noche.
En los últimos nueve años de su vida Marcel Proust vivió enclaustrado en su apartamento del Boulevard Haussmann, haciendo gala de unas manías y costumbres de las cuales algunas podrían considerarse modelo de las de Elvis si este, en lugar de dedicarse a leer joyas como "La doctrina secreta", "El libro tibetano de los muertos" o "Vida y enseñanzas de los maestros del lejano oriente", hubiera recalado en alguno de los tomos de "En busca del tiempo perdido" y de ahí se le hubiera despertado el interés por las circunstancias de su autor. No es el caso, claro, por lo que, descartada la causa, queda la coincidencia.
Proust tenía a una sirvienta disponible las veinticuatro horas por si a media noche se le antojaba enviarla al Ritz a por una cervecita para celebrar la culminación de algún párrafo o por si tenía que mandarla al Weber o al Larve -dos de los mejores restaurantes de aquel París- a por una cena con que obsequiar a algún amigo, a quien no acompañaba, porque a esas horas él desayunaba su café con curasán. Escribía por la noche y dormía por el día, y tanto para lo uno como para lo otro tomaba pastillas: veronal para dormir, cafeína para levantarse. Una vez llegó a casa por la mañana Gide para anunciarle que había ganado el premio Goncourt. Celeste Albaret -su sirvienta- le dijo que el señor no recibía, pero aquel insistió tanto, que al final se atrevió a avisarle.
-Señor, ¿está usted durmiendo?
-Por supuesto.
-Es el señor Gide, que dice que ha ganado usted el premio Goncourt.
-¿Y por eso me molesta? Dígale usted que venga si quiere a partir de las nueve de la noche.
Hace ya algunos años me invitaron a dar una charla a los alumnos de un taller literario carísimo. ¿Sobre qué? -pregunté. "Da igual, háblales de lo que quieras, de Shakespeare, de Salgari, de Machado... Si quieres les puedes leer un cuento. ¿Conoces alguno bueno de pescadores? Uno de nuestros mejores alumnos fue campeón de pesca deportiva". En fin, se ve que se encontraron con un hueco en horario de siesta y como no tenían a nadie a mano me llamaron a mí. No estoy seguro de si lo que esperaban es que los acabara de dormir con un runrún de sermón literario o es que de verdad tenían confianza en mi capacidad para influir literariamente en aquellas criaturas. Casi que me inclino por lo primero, sobre todo por la merienda literaria que habían programado para después. En el porche de la masía, en unos veladores vestidos con manteles de hilo y decorados con centros florales de crisantemos sobre un lecho de ramitas de espino albar, nos sirvieron el té magníficamente en unas tazas de porcelana que en dibujo y colores imitaban aquellas escenas campestres de las de Sèvres de finales del XIX. "Nunca caballero fue de damas tan bien servido" parafraseó el romance el maestro de ceremonias, buscando acaso mi sonrisa de complicidad, mientras una camarera con mandil de puntilla y cofia nos ofrecía una bandeja de plata con magdalenas de mantequilla recién horneadas. Pero en aquel momento yo no estaba para cumplidos, pues mi sorpresa por el evento me había paralizado en la cara una mueca de tonto que, no obstante, aquel tomó por un reconocimiento a sus audacia. En lo particular el sabor a magdalena mojada en té no promueve en mí ninguna introspección, ya que ni uno ni otra han formado nunca parte de mi dieta, así que aquella merienda, aparte de recordarme unas páginas de Proust en "Por el camino de Swann", no activó ninguna conexión neuronal por vía gustativa entre aquel momento y otros pretéritos, y me da que entre la mayoría de los participantes tampoco, aunque quizás de lo que se trataba era de facilitar una experiencia gastronómica placentera a la que pudieran remitirse otras posteriores. En cualquier caso la merienda no sería una finalidad, sino el punto de partida para un ejercicio de escritura, lo cual nos plantea la disyuntiva de considerar al reponsable del taller como un mitómano o como un idiota.
Cabe también una tercera posibilidad -la de que fuera un sádico-, aunque para ello hay que presuponerle el conocimiento consciente de la fidelidad con la que el cerebro, asociando momentos con el sentido del gusto, nos sitúa en un bucle temporal del que a veces resulta difícil salir y que puede ser paralizante. Tanto el sándwich de Elvis como la magdalena de Proust estaban envenenadas de melancolía. Por eso este cambió el té por café y la magdalena por los curasanes. Además, para impedir el asalto a traición de sensaciones olfativas prohibió que se cocinara en casa. Su genio y su salud no hubieran podido ya con más recuerdos.
Cabe también una tercera posibilidad -la de que fuera un sádico-, aunque para ello hay que presuponerle el conocimiento consciente de la fidelidad con la que el cerebro, asociando momentos con el sentido del gusto, nos sitúa en un bucle temporal del que a veces resulta difícil salir y que puede ser paralizante. Tanto el sándwich de Elvis como la magdalena de Proust estaban envenenadas de melancolía. Por eso este cambió el té por café y la magdalena por los curasanes. Además, para impedir el asalto a traición de sensaciones olfativas prohibió que se cocinara en casa. Su genio y su salud no hubieran podido ya con más recuerdos.
Ya sabemos de que murió Elvis (si es que en realidad está muerto). No fueron los tranquilizantes. Fueron los sandwiches. Nadie podía sobrevivir a tamaña agresión digestiva.
ResponderEliminarLa verdad es que esa velada con magdalenas, así de sopetón sin esperarla tuvo que ser algo espectacularmente raro. Al menos para mi lo sería. Es algo que si llevas el cuerpo hecho a priori puede resultar curioso, interesante o cómico a partes iguales. Pero a pecho descubierto puede ser criminal. Por cierto que no nos has contado de qué les hablaste. Me has dejado con la curiosidad.
Aunque a Proust lo tengo en el montón de deudas pendientes (y a diferencia de alguna otra, esta es una deuda que tengo claro que tengo que saldar algún día), puedo entender perfectamente sus costumbres. Soy noctámbulo absoluto y si tuviera un trabajo que se pudiera desarrollar solo de noche, me dedicaría a dormir de día y estudiar/leer/trabajar de noche. De hecho lo hago en gran medida (lo de trabajar y leer de noche durmiendo muy poco, no lo de dormir de día. No tengo una trabajo tan elástico). Si tuviera que recurrir a medios químicos para lograrlo lo haría sin remedio.
¿Como se le ocurre a Monsieur Gide presentarse a esa hora? Tuvo la respuesta que merecía.
Y además en los momentos en que mi actividad mental (por llamar de algún modo al desbarajuste ese que tengo en la cabeza) es mayor, se reduce proporcionalmente los placeres provocados por otros sentidos, como el gusto. Puedo sobrevivir a base de cafe dos días sin problema.
Asi que esta claro que tengo que leer a Proust.
Saludos.
Pues mira, Óscar, les hablé de un autor que tú conoces muy bien, Roald Dahl, de quien leí "Hombre del Sur", ese cuento en el que un ludópata se juega un cadillac a cambio del índice de la mano izquierda de un marine, si este no puede encender su Zippo diez veces seguidas. No sé si les valió de algo mi charla, pero al final, mientras se dirigían a la merienda vi a algunos de los concurrentes que se entretenían muy animados encendiendo sus mecheros.
EliminarMaravillosa elección. Como me gusta ese cuento. Bueno, como me gusta todo Dahl, como bien dices. Elegiste magníficamente.
ResponderEliminarPor cierto, me aprovecho, ¿alguna edición en español de "A la busca del tiempo perdido" que me puedas recomendar? A ver si me lanzo. Se que hay una en Valdemar, otro en alianza, pero si habéis leído la traducción de alguna de ellas iría sobre seguro.
Saludos. Voy a por el mechero de mi mujer. Me juego lo que sea a que lo logro.
Yo no apostaría por el éxito de tu mechero, my friend, sobre todo estando por ahí la sombra de Roald Dahl, cuya influencia es capaz de hacer lógico lo más inesperado. O sea, que devuélvele el mechero, baja al horno a por unas magdalenas, prepárate un té y, hale, acomódate en tu sillón y ya puedes empezar a leer. Yo te aconsejaría "Un amor de Swann", en la edición de Cátedra, que es muy buena. Pero, por si acaso, no dejes muy lejos los cuentos de Dahl. La prosa de Proust es peligrosa y tiene efectos secundarios; conviene, por tanto, tener a mano algún antídoto contra tanta profundidad.
EliminarPor lo pronto me he ido y he releído el relato de Dahl, que es (una vez más, magnífico.
EliminarPues mira que esta maravillosa entrada me ha devuelto tanto ganas de intentar la ingesta de Proust de una maldita vez, como la de "ingestarme" unos sandwiches seguidos de unas nostálgicas magdalenas. Es la hora de la cena así que, ¡dispénsenme!
ResponderEliminarUn saludo!
Gracias, Wolfville. Y que aprovechen ambas: la cena y su prosa.
EliminarBuenas, Ricardo.
ResponderEliminarVeo tu respuesta a una entrada en mi blog de Dickens y, como es lógico, bicheo en el tuyo. Atrapada por esta entrada, me hago seguidora. ¡Aquí estoy!
Un saludo con sabor a capuchino (sin magdalena).
Pues bienvenida y muchas gracias. Quizás este mismo año de Dickens me atreva con un artículo sobre las extrañas relaciones entre Elvis y este genial novelista.
EliminarSaludos.
Siempre me ha llamado la atención la contumacia con la que ustedes, los profesionales de la literatura, se remiten al amigo Proust. En cualquier caso, y pese a que envidio sinceramente la precisión de su escritura -la suya, Signes, no la de Proust- creo que la osadía con la que establece usted correlaciones entre personajes adquiere proporciones escandalosas. Elvis y Proust...Cualquier día pone usted a Bebe a versionear a Janis Joplin. Hablando de sandwichs, no sé si sabe usted -puede encontrarlo en "Google imágenes"- que se encontró uno de jamón que tenía la efigie de Cristo, sí, sí, del mismísimo Hijo de Dios, como se lo digo. La realidad también hace mezclas imposibles, ya ve.
ResponderEliminarMe despido con dos preguntitas. La primera es que le parece a usted -como experto, insisto, en mundos ficcionales- la figura del tal Lemus, del que se habla en los últimos días como autor de uno de los fraudes más notables de la historia de la ciencia española. El tío parece haberse inventado un currículum espectacular. Se le acusa de citar continuamente artículos inexistentes, inventarse autores de trabajos, falsear y manipular datos. Si no ha leído sobre el personaje le recomiendo que lo haga, no por razones científicas, sino literarias, pues sospecho que es éste -el de la impostura- el territorio que este caballero domina con maestría. Me ha recordado por cierto al viejales que presidió durante años la asociación de supervivientes de Auschwitz. Relató compungido sus desgraciados recuerdos, lloró en público, noveló como nadie... Un día se descubrió que era todo mentira, que jamás estuvo en un campo de concentración, y el tipo pidió perdón, pero dejó caer que él había vivido sus invenciones sintiéndolas como reales.
Y otra, no necesariamente para usted, si no para cualquiera de sus lectores, en especial el caballero Huguet, que está casi tan enfermo como usted en eso de devorar relatos. ¿Han leído a Baricco? Ya le razonaré mi pregunta cuando nos encontremos por ahí.
David P.Montesinos
Creo, David, que la contumacia no está en citar a Proust, sino en no leerlo, aunque es verdad que el episodio de la magdalena se ha convertido en un tópico tan sobado que ha dejado correosa toda la bollería literaria que suele acompañarle. Y, lo que es peor, en el colmo de la vagancia parece eximir de su lectura, cuando, sin embargo, es una de las mayores experiencias literarias que puede darse uno. Y sí, tienes razón, mis asociaciones son muy osadas, pero no llegan al escándalo (aunque me consta que mi artículo "Conspiranoia" fue investigado por instancias gubernamentales de una potencia extranjera).
EliminarLo del jamóm con la efigie de Cristo tiene su gracia, pero me gusta más el jamón que tenía mi amigo Juanjo en "La edad de oro", de Valencia, donde se apreciaba claramente el perfil de Elvis. En cuanto al tal Lemus, es un hijo más de Lazarillo de Tormes, de los que tanto medran por estas tierras, y, fíjate, que hasta me cae simpático, como el antiguo presidente de aquella asociación de supervivientes de Auschwitz, a quien recuerdo haber visto en la tele rememorando sus experiencias y emocionado hasta el llanto.
Por último, a Baricco lo leí y lo olvidé. Ya me contarás a santo de qué esta referencia.
Un abrazo.
El santo es que Seda me acaba de parecer una novela maravillosa. De que no haya leído a Proust la culpa -estás acertado- la tienen tipos como tú.
ResponderEliminarEn la biblioteca del instituto hay tres volúmenes de "En busca del tiempo perdido", de los cuales dos los doné yo precisamente para que hoy no vinieras tú con esas culpas, majete.
Eliminar1.Este Signes no tiene remedio. Ve al Rey por todas partes. “Por las noches veo Elvis...” parece decir con voz sibilante. De ahí sus híbridos de Elvis-Stalin, Elvis-Che y, quizás en el futuro, de Elvis-Homer. ¿Por todas partes? Dios se hizo carne, lo que no se contradice con su imagen esculpida en un jamón. Pero, ¿y Elvis? No llegó a ser Dios, como mucho rey. Aunque eso sí, acabó sus últimos años bastante ajamonado, ignoro si en la Edad de Oro, eso se lo dejo al elvisólogo que ya tiene bastante con sus hongos visionarios.
ResponderEliminar2.Amigo Montesinos, la iconografía cristiana es pródiga en recursos. Nunca habría imaginado que se enriqueciera a través de un embutido, el Papa Ratzinger está de enhorabuena con esta nueva reliquia. Te propongo una modalidad de arte más atractiva que los adefesios postmodernos: esculturas de jamón y chorizo. Por cierto, el amigo Signes recurrió ya a esta técnica en “Zapatos de ante azul” donde aparece una estatua de hamburguesas. Quizás por eso lo del jamón celestial le ha dejado frío. Traicionando nuestras raíces ibéricas, se ha pasado a la comida basura. Imaginamos la excusa: Elvis no conocía los fiambres españoles, además no queda bien un norteamericano comiendo chorizo. Y luego me acusa a mí de anglófilo.
Puedo aceptarlo todo, incluso el tonito, pero por donde no paso es por lo de la escultura de hamburguesas. Se trata de una escultura de carne picada cruda, exhibida en una urna dotada de un dispositivo para la extración de los gases de la descomposición y de una cámara web que registra el proceso de la putrefacción de la carne, y otras cámaras -ocultas- que recogen la impresión de los visitantes. Todo esto forma parte de una exposición en la que se contrastan en un montaje de plano contraplano las imágenes a velocidad rápida del tránsito de la escultura de Elvis al mondongo descompuesto con las distintas reacciones de los espectadores.
EliminarMis respetuosos saludos, señor de Gotham. Respecto al señor Signes, al aire le digo -puesto que he decidido no hablarme con usted- que visitaré esos estantes de la biblioteca cuando tenga la paz de espíritu de la que ahora mismo estoy privado para atender una lectura tan enjundiosa como la del tonto de Proust.
ResponderEliminarNo olvides, amigo Montesinos, las magdalenas y los cruasáns de rigor, y un camarero que te sirva el café entre capítulo y capítulo.
ResponderEliminarUna cosa se me olvidaba, David. Tendré la mesa puesta para recibirte en mi biblioteca. Ya sabes que no exijo etiqueta y que puedes venir siempre que quieras en ropa de calle. Aquí no nos gastamos las florituras proustianas. Respecto al gabacho, tírale de los bigotes para que salga de la cama y echa un vistazo a los volúmenes de la Biblioteca de Gotham.
ResponderEliminarHola Ricardo, Joaquín, David y comentaristas
ResponderEliminarSin duda para Proust, Elvis, Cervantes...la melancolía era el eje de toda su literaria existencia -como lo es en tu post- Por otra parte leer, escribir, contar cuentos o cocinar las 24 horas es un plato muy apetecible;) Disfruto siempre leyéndote/os y lejos de entristecerme, siempre experimento una gran satisfacción. Cordial abrazo y saludos a tod@s
Un saludo, Mila, y gracias por tus amables palabras.
EliminarMe ha perecido muy interesante esta entrada y el blog en general.
ResponderEliminarDe Proust aún no he leído nada, pero tengo en casa el primer tomo de la editorial Valdemar de Proust, En busca del tiempo perdido, que incluye las novelas Por la parte de Swann y A la sombra de las muchachas en flor, además de una magnífica introducción de Mauro Armiño entre otras cosas. Me recomendaron esta edición y no me ha defraudado ni un ápice, de hecho estoy deseando sumergirme en su lectura.
Con la misma te dejo para leer un rato y tomarme una taza de té a diferencia de Proust, eso sí sin magdalena.
Un saludo ^^
Me alegro de que te haya gustado, MAV. No conozco la edición de Valdemar, pero seguro que ese prólogo de Mauro Armiño es estupendo. La lectura de Proust es toda una experiencia, muy distinta de la que se puede tener al leer cualquier novela de las que se suelen publicar hoy y muchísimo más rentable, pero a condición de que leas sin ninguna prisa.
EliminarBienvenida a estas páginas.
Proust, tras Baudelaire, es el terrible genio de Francia. Sin embargo, y lo he intentado, prometo que lo hice, todavía soy incapaz de elegir entre él, Proust, y el bueno de Joyce. En cualesquiera de los casos, como dijo Faulkner, me quedo con Virginia Woolf.
ResponderEliminarUn saludo.
Marc V.
En esas situaciones yo prefiero no elegir a nadie. O elegir a uno distinto cada día. Incluso aún diría más -como mis queridos Hernández y Fernández- y en vez de destacar a un autor sobre otro, prefiero un libro sobre otro, aunque, a veces, con el paso del tiempo, el orden de mis preferencias cambia y todo se revierte.
EliminarSaludos y bienvenido a estos Zapatos.