Es el revés de la imagen de aquel energúmeno que arengaba a las masas. Este Führer ya no guía a nadie, se arrastra. Las derrotas le debilitan y enloquecen. Uno de sus asistentes domésticos escribe de él: En la mesa muestra una conducta más bien grosera. Abstraídamente se muerde las uñas, se toca la nariz una y otra vez y sus maneras son chocantes. Se diría que su desesperación, su descuido y su falta de modales no solo desnudan al dictador de su prosopopeya, sino que lo degradan hasta el ridículo. Y, sin embargo, son precisamente ese desaliño y esa desesperación, una vez superados los primeros momentos de comicidad, los que le confieren su condición más terrible, aquella por la que siempre deberíamos temerlo, esto es, la de congénere.
Algunos escritores victorianos supieron plasmar magistralmente en monstruos memorables sus miedos, deseos y frustraciones. Drácula, Frankenstein o Mr. Hide ocupan vitrinas destacadas en el imaginario colectivo del horror. No muy lejos habita Jack el Destripador, que no fue protagonista de novelas, sino de noticias de sucesos en tabloides londinenses. Pero da igual, porque llega un punto en el que el paso del tiempo y la ignorancia desdibujan los límites entre la historia y la ficción; y así vaticinaba Imre Kertesz que la barbarie nazi acabaría convirtiéndose en un subgénero narrativo, de modo -completa un servidor- que Adolf Hitler terminará estabulado en los museos de Madame Tussauds junto a Red Skull y Fu Manchú, en el mismo pasillo que Frankenstein y Drácula.
Quizás esa posición espectacular, entre el supervillano y el monstruo, le garantice un lugar en la memoria de las futuras generaciones. Pero entonces, si como con tanta frecuencia ocurre, se pasa del temor a la admiración, tendremos -tendrán, quiero decir- un problema. Para evitarlo conviene insistir en esa condición tan hiriente de Hitler como congénere. La puritana Charlotte Brontë, contemporánea de Bram Stoker, Stevenson y Mary Shelley, acertó en la creación de un ser mucho más terrible que los monstruos de sus colegas. Es un ser que vive encerrado en las habitaciones de arriba. Casi nadie sabe de su existencia, que es algo vergonzante que nunca se nombra, a pesar de sus gritos que desgarran el silencio de la noche. Cuando los demás duermen a veces se escapa y deambula por la casa. Es la esposa de Rochester, a quien otra mujer, Jean Rhys, hizo justicia poética en su maravilloso "Ancho mar de los sargazos".
Quiere decirse, pues, que Charlotte Brontë descubrió el auténtico terror en el otro (l'enfer c'est les autres -escribió Sartre) y dejó que los lectores descubriéramos que ese otro habita en lo más íntimo de nosotros.
Cuenta Klemperer que en los últimos años de la guerra la sucesión de malas noticias procedentes del frente hacía que Hitler estallara en ataques violentísimos de cólera que en más de una ocasión terminaban con él en el suelo mordiendo los flecos de una alfombra. Ya se sabe que estas son una mina para ácaros y cucarachas, quienes encuentran generoso acopio de proteínas en su urdimbre. Pero su textura filamentosa, su composición y su intimidad con suelas de zapatos la hacen poco apta para nuestro paladar. Por lo que hay que suponer que solo la saboreaba, la llenaba de babas y la mordía, quizás para evitar con el desahogo males mayores en forma de úlcera.
Sea como sea, esta imagen magnífica de Hitler devorador de alfombras nos remite con la fuerza de un chiste judío a la de Gregorio Samsa ante los inquilinos, y, teñida del valor anticipatorio de "La metamorfosis" kafkiana, acaso nos advierta de otros absurdos en ciernes. En mi artículo anterior leíamos sobre la pasión alemana hacia las novelas de vaqueros de Karl May. Pensando en aquello he llegado a estas reflexiones que hoy les ofrezco, y por el camino he dado con una muy cumplida muestra de estupidez que nos brinda el turismo organizado, siempre tan fecundo en esto. Se trata de una parte del menú de un hotel de Uruguay muy frecuentado por alemanes. Aquí la tienen:
No hay que descartar, por tanto, que un día los fanáticos de Red Skull y Hitler viajen con devoción a Obersalzberg, en los Alpes alemanes, para visitar su casa de Berghof. Puede incluso que ese día ya haya llegado. En todo caso espero que los peregrinos cumplan con el ritual y que para almorzar le hinquen el diente a una alfombra bien mullida.
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ilustración de Luis Escafati |
El fan de Karl May verdadero comienza su día con un desayuno fuerte: | ![]() |
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SAM HAWKEN´S-Desayuno . . . . . . . . . . . . . . . . . (pan blanco y integral, jamón, queso, mermelada) |
25.000,- | ||
Desayuno de Cazador de Osos . . . . . . . . . . . . . . (como arriba, pero la doble cantidad y 2 huevos adicionales) |
35.000,- | ||
EGGS & BACON . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . (3 huevos fritos con panceta y pan tostado) |
20.000,- |
No hay que descartar, por tanto, que un día los fanáticos de Red Skull y Hitler viajen con devoción a Obersalzberg, en los Alpes alemanes, para visitar su casa de Berghof. Puede incluso que ese día ya haya llegado. En todo caso espero que los peregrinos cumplan con el ritual y que para almorzar le hinquen el diente a una alfombra bien mullida.