A veces me tienta la idea de escribir una historia de la literatura a través de las semblanzas de sus personajes y autores más gandules, pero la amplitud de la nómina asusta y, aunque tengo algunos folios de índices, tablas y esquemas, me falta fuelle para tanta historia: demasiados vagos, demasiados abúlicos, demasiada molicie... Como decía Bartleby, uno de los capitanes más subversivos de toda la haraganería, "preferiría no hacerlo".
Apenas un par de generaciones atrás la gente estaba más avisada sobre
esa carcoma de la voluntad que transita desde las páginas de las novelas
hasta una región ignota del córtex cerebral. La lectura de ficción era
asunto de señoritas y, a menudo, una actividad furtiva. Los casos de don
Quijote y de Emma Bovary, si bien sublimes en lo literario, eran
ejemplos vivísimos de los efectos secundarios de la lectura. Baltasar
Gracián lo supo ver bien, por lo que desaconsejaba la de Cervantes,
aduciendo que era cosa de pimpollos, lo mismo que silbar, tocar la
guitarra, vestir jubón verde o hablar francés.
Él hubiera preferido que le sacaran sentado |
Xavier de Maistre (1763-1852), saboyano de nacimiento y ruso de
adopción, fue militar, pintor y novelista, y debe su fama literaria al "Viaje alrededor de mi habitación",
que escribió durante un arresto domiciliario a consecuencia de un
duelo. Se trata de una apología peligrosísima del enclaustramiento que,
si no fuera porque hoy casi nadie lee, debería estar prohibida. A
diferencia de la de Oblómov, que ya ve el lector que le va a abocar a la
ruina y a una soledad triste, la holgazanería del protagonista del
"Viaje..." deviene en una felicidad paranoide y un punto esquizofrénica.
Además, no contento de convencerse de que su reclusión es un chollo, el
hombre pretende no solo que el lector se lo crea, sino que lo imite
-sin tener necesariamente para ello que pasar por el trámite engorroso
de meterle un balazo a fulano de tal en un duelo-. Dice: "Estoy seguro
de que cualquier hombre sensato adoptará mi sistema, cualesquieran que
sea su carácter y su temperamento [...]; en la inmensa famila de los
hombres que hormiguean por la superficie de la Tierra, no existe ni uno
(me refiero a los que viven en habitaciones) que pueda, tras leer este
libro, rechazar la nueva manera de viajar que introduzco en el mundo.
[... ] ¡Qué todos los desgraciados, los enfermos y los hastiados del
universo me sigan! ¡Que todos los perezosos se levanten en masa!" (cito
de la traducción de Puerto Anadón en la extraordinaria edición de Funambulista)
Diríase que uno lee esto y lo que le nace es calarse el salakof y aventurarse por el pasillo de su casa en dirección a la cocina, a ver si tiene suerte y puede emular una de las grandes aventuras vividas por de Maistre: aquélla en la que durante una intrépida preparación de tostadas logró quemarse la mano con la tenaza de sujetar el pan.
A quien no haya leído el "Viaje..." tal vez le parezca un asunto menor, puede que hasta cómico, pero ahí está el meollo de la concepción dualista del hombre según de Maistre: "He notado, por diversas observaciones, que el hombre está compuesto por un alma y una bestia [...], la una tiene el poder legislativo y la otra el poder ejecutivo, pero esos dos poderes se contrarían a menudo. El gran arte de un hombre de genio es saber educar bien a su bestia para que pueda ir sola, mientras que el alma liberada de esa penosa relación, puede elevarse hasta el cielo". Teoría que resulta utilísima para explicar, por ejemplo, el incidente de la tostada: "mientras mi alma viajaba, he aquí que un tronco ardiendo rueda por el hogar: mi pobre bestia echó la mano a las tenazas, y yo me quemé los dedos". Es como se ve una dualidad que recuerda a la del Doctor Jekill y Mr Hyde, de Stevenson, pero lo que allí es muerte y sexo, aquí café con leche y tostadas.
Aún otra circunstancia convierte en extraordinario ese episodio (y de paso me mata de envidia): que durante los cuarenta y dos días que dura el viaje es quizás el único acto que se relaciona con la necesidad y el trabajo. Es decir, mucha alma y poca bestia. Apenas se sienta hoy uno en cualquier rincón a escribir cuatro líneas, cuando ya le asaltan las urgencias: hay que sacar al perro, se ha acabado el detergente para la lavadora, no hay nada para cenar en la nevera, la bombilla del pasillo está fundida... Pues nada de eso asoma por allí. ¡Cuánto costará a algún buen lector encontrar antes del realismo alguna frase del estilo "me voy a trabajar, que llego tarde"! La única referencia de este estilo que aparece en esta obra de de Maistre es ofensiva. Estaba reposando de no se sabe qué el viajero en su butaca, cuando un mendigo llama a la puerta para pedir limosna, la perrita empieza a ladrar, aquél se sobresalta, cae de la butaca, hace acopio de fuerzas, se levanta e increpa así al mendigo: "¡Vago! ¡Id a trabajar! (apóstrofe execrable, inventado por la cruel riqueza)".
En el artículo sobre Goncharov ya leímos que la extraordinaria pereza tenía contrapartida: "Oblómov" y "El mal del ímpetu". En de Maistre ocurre igual, "El viaje alrededor de mi cuarto" y "La joven siberiana". El enclaustramiento por un lado y Siberia por otro.
Diríase que uno lee esto y lo que le nace es calarse el salakof y aventurarse por el pasillo de su casa en dirección a la cocina, a ver si tiene suerte y puede emular una de las grandes aventuras vividas por de Maistre: aquélla en la que durante una intrépida preparación de tostadas logró quemarse la mano con la tenaza de sujetar el pan.
A quien no haya leído el "Viaje..." tal vez le parezca un asunto menor, puede que hasta cómico, pero ahí está el meollo de la concepción dualista del hombre según de Maistre: "He notado, por diversas observaciones, que el hombre está compuesto por un alma y una bestia [...], la una tiene el poder legislativo y la otra el poder ejecutivo, pero esos dos poderes se contrarían a menudo. El gran arte de un hombre de genio es saber educar bien a su bestia para que pueda ir sola, mientras que el alma liberada de esa penosa relación, puede elevarse hasta el cielo". Teoría que resulta utilísima para explicar, por ejemplo, el incidente de la tostada: "mientras mi alma viajaba, he aquí que un tronco ardiendo rueda por el hogar: mi pobre bestia echó la mano a las tenazas, y yo me quemé los dedos". Es como se ve una dualidad que recuerda a la del Doctor Jekill y Mr Hyde, de Stevenson, pero lo que allí es muerte y sexo, aquí café con leche y tostadas.
Aún otra circunstancia convierte en extraordinario ese episodio (y de paso me mata de envidia): que durante los cuarenta y dos días que dura el viaje es quizás el único acto que se relaciona con la necesidad y el trabajo. Es decir, mucha alma y poca bestia. Apenas se sienta hoy uno en cualquier rincón a escribir cuatro líneas, cuando ya le asaltan las urgencias: hay que sacar al perro, se ha acabado el detergente para la lavadora, no hay nada para cenar en la nevera, la bombilla del pasillo está fundida... Pues nada de eso asoma por allí. ¡Cuánto costará a algún buen lector encontrar antes del realismo alguna frase del estilo "me voy a trabajar, que llego tarde"! La única referencia de este estilo que aparece en esta obra de de Maistre es ofensiva. Estaba reposando de no se sabe qué el viajero en su butaca, cuando un mendigo llama a la puerta para pedir limosna, la perrita empieza a ladrar, aquél se sobresalta, cae de la butaca, hace acopio de fuerzas, se levanta e increpa así al mendigo: "¡Vago! ¡Id a trabajar! (apóstrofe execrable, inventado por la cruel riqueza)".
En el artículo sobre Goncharov ya leímos que la extraordinaria pereza tenía contrapartida: "Oblómov" y "El mal del ímpetu". En de Maistre ocurre igual, "El viaje alrededor de mi cuarto" y "La joven siberiana". El enclaustramiento por un lado y Siberia por otro.
Para predicar con gandulería este artículo sobre la gandulería he copiado tan ricamente un artículo mío de hace seis años que habían leído siete amigos. Ni siquiera me he molestado en plagiarme, tan solo he cambiado un par de fotos y el título. Eso sí, he añadido un 1 entre paréntesis para ver si así cojo carrerilla para el siguiente artículo y discurro una temporada entre vagos literarios, jetas, plagiarios, mistificadores y gente de esa ralea.
ResponderEliminarPara no ser menos que el perezoso Signes, me limitaré a copiar un comentario que ya le hice sobre una entrada parecida (Oblomov). Pero no lo pondré entero, porque me he cansado de copiar (así la ganaré la partida en el arte de gandulear): "Al leer el artículo me ha dado un ataque de oblomovitis y, al igual que nuestro protagonista, me han entrado ganas de no moverme de la cama. Recuerdo un personaje de un cuento de Henry James que estaba sentado en una cafetería durante horas pensando en la mona de pascua. ¡Como es posible! Un hijo de la industriosa Norteamérica pregonando la ociosidad y el dolce fare niente. Es una blasfemia sólo comparable a la del yerno de Marx, quien escribió un “elogio de la holgazanería”. En la vieja Francia, cuna de la exquisita conversación y la buena mesa, se predicó el gusto por flanear, el simple deambular por las calles sin ningún objetivo concreto. Baudelaire ignoró los paisajes que le mostraban los países exóticos que visitaba y no se molestó en salir de su camarote, porque le bastaba el “flanear” de su espíritu, no necesitaba algo “exótico” para excitar sus fantasías perversas. Onetti, al igual que el holgazán que llevaban a enterrar, se tumbó en la cama y ya no se levantó hasta su muerte. ¿Para qué? Entre tedio y tedio escribió una decena de libros. Tenía un gran precedente: un Marcel Proust niño que “En busca del tiempo perdido”, en plena revolución industrial y pasión por la vida saludable al aire libre, no se levanta de la cama durante varias decenas de páginas, haciendo dudar al lector de que lo llegue a hacer alguna vez.”
ResponderEliminarYa sé que no eres menos perezoso que yo, Huguet. De hecho acumulas suficientes méritos gandularios como para merecer un artículo en exclusiva en esta sección, y no solo por esos seis meses que nos separan de tu último escrito en la Biblioteca de Gotham. O sea, que estás avisado. Y para ir preparando el terreno planteo aquí una pregunta a quien quiera contestar:
Eliminar¿Qué perro considera usted más importante en la literatura española?