lunes, 25 de diciembre de 2017

Crónicas de Jerusalén, de Guy Delisle

Para cualquier aficionado al cómic la gran referencia gráfica sobre el conflicto entre israelíes y palestinos es "Palestina", de Joe Sacco, escrita entre 1991 y 1992 como una indagación que diera respuestas a un presente cargado de miedos, inseguridades, injusticias y agravios a través de la yuxtaposición de los relatos de diferentes protagonistas. El resultado, al igual que el de otros trabajos suyos, fue un álbum de poderoso contenido político en el que se constataba el doloroso contraste entre los intereses del individuo y los del estado, especialmente cuando el primero era palestino y el segundo israelí.
     Esta "Crónica de Jerusalén", de Guy Delisle, es muy distinta ya desde el título, que no implica ni simpatía ni juicio, simplemente nombra la ciudad que fue escenario durante un año de una experiencia personal despojada de cualquier heroísmo (de agosto de 2008 a julio de 2009). Se podría decir que el título es una declaración de intenciones ética y estética. Lo primero, porque la crónica es género mixto entre la información y la opinión; y lo segundo, por la ausencia de prosopopeya y por esa exigencia de precisión y economía que caracteriza al texto periodístico. Delisle no busca contar el gran relato de Jerusalén ni rastrear la genealogía del conflicto; él nos narra con sencillez la experiencia en aquella ciudad a la que acude como marido de una médico de la ONG "Médicos Sin Fronteras" con los hijos de ambos. De hecho esta circunstancia no aparece como una mera información de contexto, sino que supone una parte esencial del cómic, de modo que la crónica discurre paralela al diario, incluso supeditándose a este, puesto que la organización narrativa depende en primer lugar de la ordenación cronológica mensual; y, en segundo, de una selección de vivencias personales donde se intercala lo cotidiano con lo público, especialmente con aquello que a cualquier turista occidental le resultaría curioso (por su interés histórico, religioso, artístico o antropológico), absurdo (por la diferencia de  usos, normas y costumbres) o injusto (por las maneras de gestionar las diferencias).
      Veamos un ejemplo: el mes de septiembre. Está dividido en ocho escenas, cada una con su correspondiente título:
1: Ramadán; 2: Qalandia; 3: Logística del día a día; 4: La calle Jaffa; 5: El asentamiento de enfrente; 6: Un festival de festivales; 7: En el parque; 8: Psicología de barra.        
     En "Ramadán" subraya lo llamativo de los adornos navideños en las fachadas de las casas de los musulmanes y la inactividad de estos durante el día. Son pinceladas costumbristas típicas de una guía de viajeros. De detalles así el álbum está lleno. A veces, incluso, las viñetas se llenan de imágenes que parecen una sucesión de tarjetas postales. Las de Petra, en Jordania, o las del fin de semana en Acre representan por su acumulación uno de los ejemplos más notables. En ellos se aprecia el talento de Delisle en las panorámicas de contenido arquitectónico, en las que sorprende la expresividad que consigue con unas descripciones tan sintéticas.
Esa capacidad de síntesis alcanza su mayor expresión en el dibujo de los personajes, en especial en el del propio autor, deliberadamente alejado del retrato realista y que recuerda tanto a aquel perro aplastado que fue mascota de Barcelona 92.  





 En "Qalandia", el objeto de atención son los obstáculos que plantea el muro a los palestinos. Esta es la escena más larga del mes, porque el muro es como una enorme cicatriz que marca la vida de todos los habitantes de la región (sobre todo si son musulmanes). Por eso su protagonismo se repite a lo largo de otros meses y otras escenas. En realidad Jerusalén es una ciudad de muchos muros: antiguos, recientes, unos de cemento, otros de piedra, unos de palabras, otros de silencio, pero todos de lamentaciones. Y, poco a poco, Delisle nos los va enseñando conforme él mismo los va descubriendo, porque el cómic es en gran medida la historia de su gestación, de modo que él es el protagonista de la mayor parte de las viñetas, con mucha frecuencia en posición de dibujante, conformando así un metarrelato en el que aquí y allá leemos comentarios como los que siguen:

-En la ciudad vieja hay mucho que ver. Hoy dibujaré un especial "lugares sagrados". (página 68)
-Tengo la impresión de no dar el tipo como reportero. ¿Qué huevos voy a contar? (página 120)
-Mientras dibujo un viejo olivo de 2000 años que había visto a Jesús pegar la oreja a un centurión, la ciudad se paraliza. (página 245)
-El mejor momento de la semana es cuando cojo el coche y salgo en busca de algo que dibujar (página 286)
     En muchas páginas la ordenación cronológica lleva a situaciones cotidianas que podrían ser perfectamente prescindibles, como en la tercera secuencia de esta serie: "Logística del día a día", que es una sucesión de labores domésticas y de intendencia familiar; pero a renglón seguido, en la cuarta secuencia -"La calle Jaffa"- una mera salida con su hijo para comprar zapatos le lleva a recordar un atentado de un palestino que arremetió con su excavadora contra civiles en esa concurrida calle, una de las más importantes de Jerusalén. Balance del atentado: 3 muertos y 46 heridos. La ciudad está llena de esas heridas de guerra; todo el país lo está, incluso el desierto: un tanque abandonado en la arena, casas derruidas, colonias levantadas en territorios ocupados, beduinos cuyos caminos son bloqueados por el ejército israelí, niños que caminan dos horas para ir al colegio y que son apedreados por los colonos... Y luego, en el mes de enero, la "operación plomo fundido" contra los territorios palestinos de Gaza, donde la renuncia de Delisle a acompañar a un grupo de periodistas a una colina próxima para contemplar los horrores a los que se ve sometida la ciudad por la aviación israelí deja la elocuencia de su testimonio más en el texto que en el dibujo: 7 ENE. Más de 40 ataques aéreos sobre Gaza durante toda la noche, una escuela de la ONU bombardeada y más de mil víctimas (página 165). 
     La presencia de los colonos judíos en territorio palestino es el tema de la quinta secuencia del mes de septiembre (te recuerdo -más para justificar mi desorden que para atraer tu atención- que, aunque me refiero también a viñetas y situaciones de un ámbito más general, estoy explicando la distribución y contenido de las de ese mes). 


        Su título, "El asentamiento de enfrente", avisa ya de la proximidad con los barrios de Jerusalén oriental, los habitados por musulmanes, donde reside Delisle. De ahí que en sus vivencias en la ciudad -y, por ende, en su relato- abunden las situaciones molestas, trágicas, paradójicas o injustas derivadas de la ocupación. Aquí simplemente se constata esa circunstancia, se subraya el hecho de que hay mucho civil judío que va armado y se presenta como una contradicción el que unas mujeres musulmanas vayan a comprar al supermercado del asentamiento. Pero hacia el final del álbum se nos da cuenta de otras mucho más graves. En el capítulo "Plic ploc", situado en el mes de junio, se produce una de esas situaciones tan apreciadas por Delisle en la que lo cotidiano, lo aparentemente banal, desemboca en lo político: el dibujante se queja a su casero de la escasez de agua en su apartamento. Se produce entonces el siguiente diálogo:
-Es porque el agua nos llega desde Ramala por la antigua canalización jordana.
-¡No lo entiendo! Hay una torre de agua justo ahí arriba.
-Eso es para los asentamientos, no para nosotros. Pagamos los mismos impuestos que ellos, pero no tenemos derecho. Es como la recogida de basuras. La pagamos, pero no recibimos el servicio.
    Por contra,  donde lo cotidiano se queda en lo particular es en la siguiente secuencia -"Un festival de festivales"-, que solo añade unas páginas al álbum que nos informan del celo profesional de los empleados del servicio de seguridad de AL.
     Otra situación temática que se repite con cierta frecuencia es la que nos presenta en la secuencia nº 7, "En el parque": el paso de un puesto de control policial en una de las muchas fronteras que llenan el país. Primero es el miedo de los policías ante una musulmana que puede resultar una terrorista kamikaze; luego, el miedo de la mujer, a la que obligan a desnudarse. Falsa alarma. Pero el miedo es muy real y permanece. En ese contexto, las viñetas de unos niños judíos ortodoxos jugando en el parque con unos niños musulmanes se agradecen como imágenes de confianza y optimismo. Más adelante veremos que esos sentimientos se refuerzan cuando Delisle da el protagonismo a los miembros de la organización israelí "Breaking the silence" (página 279-284), formada por soldados veteranos que han decidido "romper el silencio" del ejército para dar a conocer la situación de los territorios ocupados tal y como la vivieron.           
     Por último, en "Psicología de barra", acompañamos a Delisle a una reunión de psicólogos donde se ha debatido, entre otras, la cuestión de...


      No se dice de dónde han salido esos psicólogos, dónde han estudiado, qué han fumado o qué han bebido durante la reunión, pero Delisle, tan acostumbrado en sus viajes (y en sus álbumes) a lidiar con las mayores estupideces cotidianas, se desmarca de esa afirmación y deja en entredicho la perspicacia clínica de sus anfitriones. 
     He leído alguna crítica a "Crónicas de Jerusalén" en la que se echa en cara a Delisle su parcialidad hacia los palestinos y en contra de los judíos, pero no me parece justo plantearlo así.  Sus viñetas más comprometidas son testimonio de una realidad muy dura que a muchos no gustará, pero criticarlo por ello es lo mismo que culpar al periodista de la noticia incómoda que no nos conviene que se conozca.   


 

4 comentarios:

  1. Tras la segunda guerra mundial, era comprensible que miles de judíos se sintieran atraídos por esta “Tierra prometida”, a fin de cuentas no tenían otra cosa. Pero ahora, no me imagino viviendo en una colonia judía en Palestina. ¿A quién le gusta vivir en un búnker rodeado de enemigos, como en un castillo medieval? Por más que me elogien las “maravillas” del agua corriente de los colonos, tal como comenta Delisle, creo que estas “comodidades” no compensan en semejante paraíso. Es curioso, pero estas colonias recuerdan a los fuertes de los “pioneros” de Nueva Inglaterra, rodeados de un bosque impenetrable y de algo más temible que las fieras, los enemigos. Pero, a diferencia del continente norteamericano, aquí lo único que se extiende como frontera no es una promesa de riquezas sino un desierto insufrible. ¡Cuánta sangre derramada por un secarral! A eso se le llama tener fe.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La cuestión, amigo Huguet, es que Jerusalén no es solo un territorio que se pueda delimitar por agrimensores: es una realidad espiritual que va más allá de la geografía, una enorme metáfora a punto de estallar, una especie de Hotel Términus del viaje a la eternidad, tanto a la celestial como a la del piso de abajo, pues en su subsuelo sitúa Dante la puerta al infierno.

      Eliminar
  2. ¿Por qué muchos llaman parcialidad hacia la causa palestina a lo que en realidad es dar la razón a quien la tiene?
    Montes

    ResponderEliminar
  3. Probablemente una de las consecuencias más llamativas de mi viaje a Jerusalén, esa capital mundial de las fes, en plural, es que muchas de mis certezas sobre la realidad que encierra se desdibujaron con apenas un par de paseos al azar. En cierto sentido la experiencia me superaba, y mis muletas literarias se me quedaban cortas y me hacían trastabillar.
    Para ti, David, una visita a Jerusalén valdría tanto como un máster o un doctorado. De mi infancia rescato y te dedico unos versos de una canción que me resultaban muy misteriosos:
    "Ya están pisando nuestros pies/tus umbrales, Jerusalén". Yo no sé lo que pisábamos; yo entendía "sumbrales", que me hacía pensar en oasis o algo así. Muchos años después, al pisarlos realmente, superado ya el escollo de la "s", se mantiene aquel misterio presentido.

    ResponderEliminar