lunes, 7 de noviembre de 2011

Contra Auschwitz

castillo de Wewelsburg
     Hace años empecé a escribir con mi amigo el Dalai Agustinet una novela ambientada durante el invierno de 1939-40 en Wewelsburg, el castillo que Himmler convirtió en un centro de formación de las SS y en su Camelot particular. Ambos trabajamos febrilmente hasta que al cabo de unos meses nos cansamos y abandonamos lo escrito en un archivo adjunto de nuestros correos. Pasaron varios años y retomé el proyecto, ya en solitario, venciendo mis reticencias de hurgar en los aledaños de una de las peores llagas de la Historia. Había alcanzado un punto en el que mi conocimiento de la barbarie me llevó a una parálisis creativa, pero no por falta de argumentos, sino por miedo a banalizar con mis ficciones tanto mal, del modo, por ejemplo, en que lo había hecho una de las peores novelas que he leído, "El niño del pijama a rayas". Sin embargo, unas declaraciones de Imre Kertesz llenas de benevolencia y sensatez  sobre lo que ya se ha convertido en un género narrativo, tanto fílmico como novelístico -las de nazis-, en las que sugería que con el paso del tiempo estas obras serían las únicas garantes populares de la memoria, me llevaron a desempolvar aquellos folios.
     Algunos de mis amigos se malician que por lo que llevo con esta historia debo de tener miles de folios redactados. Y otros -que salvo por el hecho de que nunca presumiría de ello se aproximan más a la realidad- piensan que soy una especie de Joe Gould que no teniendo nada que ocultar escenifica la ocultación de su trabajo. Pero no es el caso: ni voy a hablar de mi novela ni me voy a aprovehar de ella para dar sablazos. Gould, que soñaba con convertir Nueva York en la gran novela americana, descubrió a su protagonista tras mirarse en el espejo después de merendarse un montoncito de aceituas con sus correspondientes Martinis, mientras que al resto de personajes se lo encontraba en bares, plazas y albergues. No digo yo que en mi búsqueda de escritor no hayan tenido su importancia alguna que otra cerveza o unos cuantos vinos, pero mi viaje al pasado, a aquellos años de efervescencia nazi, justo al inicio de la II Guerra Mundial, lo he vivido casi siempre sobrio y gracias a novelas, biografías, ensayos, libros de Historia, periódicos de la época, documentales, transcripciones de crónicas radiofónicas, películas y cómics.
     De entre los últimos nombro aquí -en agradecimiento y como recomendación- los dos publicados hasta ahora de la trilogía de Jason Lutes, "Berlín, ciudad de piedras" y "Berlín, ciudad de humo" (en la editorial Astiberri), "Amores frágiles", de Philippe Richelle y Jean-Michel Beuriot (en Ediciones Rossell) y "Adolf", de Osamu Tezuka (en Planeta).
     Esta última es un manga de más de mil páginas que narra la historia de dos niños japoneses, amigos y extraños ambos en su propio país, uno por el origen alemán de su padre, y el otro, por ser hijo de inmigrantes judíos -circunstancias que, en una sociedad tan nacionalista como la nipona de los años 30, refuerza la relación entre ambos por el principio de solidaridad entre marginados, hasta que el padre del primero decide enviar a su niño a una "Adolf Hitler Schule" en Alemania.
     Un tercer personaje interviene en esa relación, que se prolonga hasta casi las postrimerías del siglo XX: un periodista japonés que, en medio de su actividad profesional como enviado a Berlín para cubrir los Juegos Olímpicos, acude a una cita con su hermano -un estudiante próximo al partido comunista que por un tiempo está residiendo en esa ciudad- y se lo encuentra muerto.  La policía se desentiende del caso y el periodista inicia entonces una investigación plagada de obstáculos en la que unos documentos enviados por su hermano a Japón en los que se acredita las raíces judías de Hitler juegan el papel de MacGuffin, de modo que el relato adquiere tintes de novela negra y un ritmo frenético favorecido por una composición de las viñetas con una riquísima variedad de planos y angulaciones (fíjate, por ejemplo,  aquí a la izquierda, en ese plano en ligero contrapicado con efecto de gran angular en los edificios que encuadran la escena) y por su talento para fragmentar las secuencias de persecución, que son muy numerosas. Junto a lo cual destaco las panorámicas -sobre todo las que se refieren a los grandes despliegues propagandísticos nazis y a vistas de ciudades- y, por contraste con la limpieza de líneas general, aquellos planos en claroscuro, apenas perfilados, que describen momentos de gran intensidad emocional.
     Sin embargo, con ser todo esto una parte importante de los méritos estéticos del trabajo de Tezuka, "Adolf" no pasaría de ser otro buen cómic más, si no fuera porque el argumento no es un mero enredo más o menos bien hilvanado, sino que conlleva una pregunta de partida y desarrolla una respuesta: ¿cómo es posible que un niño llegue a convertirse en un asesino en serie condecorado y honrado por su perversidad? Hay un momento, al final de la formación del joven Adolf en la "Adolf Hitler Schule", en que para demostrar su valía los muchachos deben pasar por un bautismo de fuego. Ahí los dibujos son de una enorme claridad, no hay ningún subrayado retórico; más que en ninguna otra ocasión el dibujo del manga recuerda a los de Tintín. Lo infantil que pueda haber en los trazos remite con fuerza a la niñez que aún queda en el protagonista. El lector lo sabe, lo siente, y ve con angustia cómo el instructor le entrega la pistola a Adolf y le anima al asesinato. Lo que sigue es una de las secuencias más violentas que he leído en un cómic.   
     Ha pasado mucho desde que el tebeo pasó a llamarse cómic, y en ese camino ha habido hitos como "Maus", de Art Spiegelman, que mereció un premio Pulitzer, los cómics de Joe Sacco o "Pyongyang", de Guy Delisle, por citar solo unos pocos que han consolidado el término de "novela gráfica" y han ampliado los horizontes del género. Con ellas "Adolf", de Osamu Tezuka, pertenece a esas obras de arte que cumplen con lo que Jean François Forges dice en "Educar contra Auschwitz: historia y memoria": evitan los riesgos del decaimiento y de la fascinación en la labor educativa de informar a los jóvenes contra la barbarie,                               

13 comentarios:

  1. No conocía la obra Adolf, y aunque siento cierto recelo ante el género manga, si viene recomendado por ti lo buscaré. Desde hace unos días tengo en casa Amores Frágiles, y constato con placer nuestros gustos comunes y aprecio por Spiegelman, Berlín, Pyongyang y Joe Sacco, que tengo reseñados en mi blog (excepto Maus).
    Asmismo, te animo a que reemprendas el proyecto sobre Himmler Yo sería incapaz de acometer una obra así. Como tantos lectores, yo también he hecho mis pinitos literarios, pero en mi caso se ha quedado en una inane historia de barrio.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Aparte de esa novela, que de inane no tendrá nada, tus "pinitos literarios", al menos que yo conozca -es decir, tu blog "El niño vampiro lee"- forman un auténtico bosque frondoso cuya visita recomiendo a cualquiera que se acerque por este blog.

    ResponderEliminar
  3. Nada mejor que un Dalai tibetano para conjurar los demonios del castillo de Wewelsburg. Bromas aparte, creo que sí hay en un riesgo de banalización de los crímenes nazis al crear un género propio. El Western americano, con sus novelas y películas del Oeste, son un señuelo para ocultar a través de la "épica" de los "pioneros" -bonito eufemismo- un genocidio que dio pie, para recochineo de los indios, a una epopeya. Como cuentas en una de tus entradas, el propio Hitler entrenó su espíritu no en la filosofía de Nietzsche sino en la lectura de westerns de Karl May. La estética nazi, por desgracia, es muy atractiva y al crear un "género" no deja de generar su propia épica- demoníaca o maldita-, en la que incluso los alemanes con el tiempo dejarán de ser tan malos para llorar en el hombro de algún niño judío. Los jóvenes se disfrazarán de nazis como ahora lo hacen de vampiros para emular a sus héroes vampíricos, ya no tan demoníacos, del eclipse. Valga como ejemplo la imagen del príncipe Harry con su uniforme nazi.

    ResponderEliminar
  4. Cuentas, amigo Joaquín, con mucha gracia los inconvenientes a los que aboca el paso del tiempo en relación a la barbarie nazi, pero es justamente por eso que una parte importante de nuestro trabajo en las escuelas y en los institutos es conseguir alternativas a la disyuntiva entre la banalización y el olvido.

    ResponderEliminar
  5. Arriesgo una Ucronía. Si los alemanes hubieran ganado la guerra, seguro que los estudios UFA habrían creado un equivalente a los Westerns americanos, inspirado en el mítico empuje hacia el este- “drang nach Osten”- (¡qué curioso paralelismo con la conquista del Oeste americano!) La de guapos que irían los de las SS y lo feos, desagradables y malvados que serían los judíos y los eslavos. Lo que no tengo claro es quién cortaría la cabellera a quien. En último extremo la gloriosa caballería teutónica salvaría a Heidi y a su abuelito de la “granja Himmler” y aquellos salvajes asaltantes serían encerrados en “reservas” por su mala acción. Un John Ford ario o alguien parecido, con su John Wayne de turno, crearía alguna que otra obra maestra con este material.

    ResponderEliminar
  6. Creo que no se ha grabado mi anterior intervención. Intentaba decirles que su imaginación me desborda y que creo que es mejor que no den ustedes según qué ideas. Me viene a la cabeza, a vuletas con lo que dice Huguet, algo que leí a Bruce Begòut, después de un provechoso viaje por tierras tejanas: "Las Vegas es el epítome de lo que sería el mundo Occidental si Hitler hubiera vencido."

    Si se hicieran esas películas de un John Ford del otro lado no le quepa a usted duda de que barbaridades como el bombardeo de Dresden tendrían un tratamiento muy distinto al que se les ha dado. David

    ResponderEliminar
  7. Ignoro si el señor Begout tendría la misma opinión si Las Vegas estuvieran Bretaña o en París. El mayor delito de semejante engendro- Las Vegas- es que no se le ocurrió a algún genio parisino. Aunque quizás el precedente de la ciudad parque temático sea Versalles. Afortunadamente, la Revolución puso las cosas en su sitio y abandonó esa ciudad recargada de oropeles y excesos por la más "modesta" y sobria París. Por cierto esos excesos barrocos, ¿son franceses o norteamericanos? Quizás el señor Begout, con un poco de insistencia, consiga que los turistas cambien Las Vegas por Versalles. Confieso que no cambiaría la Provenza o Bretaña por Versalles o Las Vegas.

    ResponderEliminar
  8. No se me había ocurrido esa analogìa con Versalles. Le aseguro, en cualquier caso, señor Huguet, que el estudio de Bruce Begòut sobre Las Vegas ("Zeropolis") es sumamente interesante.

    ResponderEliminar
  9. 1.Coincido con la recomendación de David del ensayo de Bégout -de hecho fue gracias a él que lo leí-, aunque no estoy seguro de que las Vegas sea epítome del resultado urbano de la ucronía nazi. Himmler se inspiró en el Vaticano para su megaproyecto en torno al castillo de Wewelsburg, y ya conocemos los frutos arquitectónicos de Albert Speer, el arquitecto de Hitler.
    2. El segundo comentario del amigo Huguet, administrador de la Biblioteca de Gotham, me lleva más a la geografía que al urbanismo. En el mapa de Europa de Himmler para después de la victoria había una línea vertical, más o menos en la dirección de los sistemas ibérico y penibético, que dividía en dos grandes provincias la península, de las cuales la oriental formaba parte de otra mayor que incluía el este de Francia.

    ResponderEliminar
  10. Antes que nada quiero decir que mientras que leo que "El niño del pijama a rayas es de lo peor que he leído jamás" estoy asintiendo satisfecho. En según que círculos no puede uno decir esto sin arriesgarse a entrar en una conversación estereotipada acerca de lo insensible que hay que ser "para decir eso del libro" y que "si es que no soy capaz de ver el sufrimiento de un niño durante la segunda guerra mundial". Por cierto, "La vida es bella" tampoco me gusta. Tendría que pensar un rato antes de decidir otra novela peor que la de Boyne (y posiblemente sería superada por alguna otra de Boyne).

    Igualmente te animo en tu empeño en torno a Wewelsburg. Es un tema bastante fascinante, que muestra a la vez la simplicidad de algunos dirigentes nazis para hacer un "corta-pega" de otras vías tradicionales y a la vez para rescatar contenidos de la mitología nórdico-germánica muy interesante. El componente mágico-ocultista (o como se le quiera llamar) del Tercer Reich es tremendamente interesante para mi. Explicar como pudieron sacarse de la manga una visión rigurosamente distinta de la historia, la ciencia, la religión y que fueran seguidos sin rechistar por ese volumen de población no deja de ser algo casi hipnótico.
    Claro está que hablaríamos de todo esto de manera muy distinta si el resultado de la guerra hubiera sido otro. El ejemplo de Dresde de David Montesinos no puede estar mejor traído. Casi nadie se acuerda de ese episodio de la SGM.

    Respecto del tema de Las Vegas tampoco tengo tan claro que fuera un epítome del mundo occidental para unos nazis ganadores de la guerra. Hay que pensar como los americanos (y mira que en muchos otros aspectos admiro a ese pueblo) para crear tal tipo de aberración. Esa especie de "Vamos a juntar todos los vicios y todos los viciosos y nos los llevamos a mitad de un desierto a que se desmelenen allí". Pero claro, hay tantos vicios y viciosos que ¿quien pone puertas al campo?.

    Por cierto, señor Signes, ¿será tan amable de indicarme alguna fuente donde pueda consultar ese mapa de la Europa post-guerra de Himmler?. Una vez dije que había leído algo muy parecido a lo que usted afirma y además de tacharme de loco, me costó pagar una ronda porque no logré demostrar donde lo había leído.

    Saludos a todos.-

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La referencia la he encontrado en "Yo fui confidente de Himmler", de quien fue su masajista, Felix Kersten. Editorial Plaza y Janés. Barcelona, 1960. Páginas 148-149.
      Un saludo (con seis años de retraso)

      Eliminar
  11. Sobre lo del pijama de Boyne no hay ninguna duda y celebro igualmente que compartamos la misma valoración. Se trata de una novela tramposa a más no poder y de una pésima adaptación de "Príncipe y mendigo", de Twain, escrita solo para arrancar lágrimas y euros.
    En lo del ocultismo y mitología nazis en una ocasión ya comentamos, Óscar, lo meritorio que nos había parecido "El plan maestro -arqueología fantástica al servicio del régimen nazi", de Heather Pringle. El tema es fascinante, aunque desde el punto de vista de la literatura de género se ha monopolizado en el tema del Grial, por lo general con unos resultados bastante penosos y muy por debajo del interés histórico de la obstinación que la suscitó.
    Y, por último, no acierto de momento a recordar dónde leí y vi el mapa de la Europa que soñaba Himmmler, pero tan pronto como lo recuerde lo haré constar aquí y te áñadiré una apostilla en alguno de mis comentarios a los excelentes artículos de tu STRANGE LIBRARY: a ver si tus amigos te devuelven aquella ronda de cervezas.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  12. A mí también El niño con el pijama de rayas me pareció pésimo.

    ResponderEliminar