lunes, 18 de julio de 2011

Joe Gould

     Casi sin darme cuenta han pasado por estas páginas ilustres afectados de patologías literarias: metamorfos, vagos, bohemios, francotiradores y tarados en una procesión encabezada por un antiguo viajante de comercio transformado en insecto que me conduce ahora, atraído quizás por el olor del guano que jaspea su abrigo, a la figura de un vagabundo que da de comer a las gaviotas en un banquito del Village, en Nueva York. Rodeado por una aureola de mugre y obstinación, su familiaridad con las ratas del mar, cuyo lenguaje conoce y practica, no parece el resultado de un ingente esfuerzo lingüístico, sino la recompensa con la que el Espíritu Santo señala la santidad de los que eligen el camino de la pobreza. Así, con las greñas al viento, la barba indomable y la mirada encendida de los profetas, su estampa ilustra la inspiración para la vida de la que habla San Mateo, esos pajaritos "que no siembran, ni siegan ni recogen de graneros; nuestro Padre Celestial los alimenta".
     Es cierto que antes de alcanzar la despreocupación  de los beatos se dedicó a otros menesteres, pero ninguno tan lucrativo que pudiera empañar sus credenciales de vagabundo vocacional (estudiante en Harvard, activista por la independencia de Albania, antropólogo en Dakota del Norte -donde se ocupó de tomar medidas craneales a los indios chippewas-,  reportero de la policía...). Al contrario, todas esas actividades nutrieron el caudal de historias con las que uno puede convertirse en alcohólico sin gastarse un céntimo. William Carlos William, Ezra Pound, o E.E. Cummings reconocieron ese talento para el relato y la bebida pagándole muchas de sus copas, aunque celebraban menos aquéllas basadas en sus experiencias laborales que las que él había tomado por calles y bares, picoteando como los pájaros, sin una estrategia previa, y que formaban ya parte de una magna "Historia oral de nuestro  tiempo" que iba escribiendo en cuadernos que luego guardaba en escondrijos por la ciudad.
     A su muerte, acaecida en 1957 en un sanatorio de NY, Joseph Mitchell, periodista de  The New Yorker, que quince años antes ya había publicado una semblanza sobre él titulada "El profesor Gaviota", siguió la pista a esos cuadernos, de los que apenas pudo rescatar unos pocos, todos con el mismo título -"Muerte del doctor Clarke Storer Gould. Un capítulo de la Historia Oral de Joe Gould"- y con ligeras variaciones del mismo contenido.
     El relato de esa búsqueda y del descubrimiento de la impostura genial que la motivó lo escribió Mitchell en "El secreto de Joe Gould" (editorial Anagrama), cuya lectura gratísima recuerdo aquí por esa procesión que digo.
     Después de Mitchell hubo aún quien se tomó en serio lo de los cuadernos y hasta quien dio con algunas páginas garabateadas por Gould, entre las que brilla la siguiente frase: Tengo un delirio de grandeza: yo mismo me creo Joe Gould, que no sé si tomar por un chiste o por un testimonio de locura.
     A quien se le ha llamado "el gran bohemio estadounidense" su "Historias oral de nuestro tiempo", tan ambiciosa como delirante, le merece sin contradecir aquel apelativo su ingreso en una cofradía más restringida, aquella entre cuyos miembros más insignes figuran Joseph Grand y el maestro Frenhofer.
     Grand es un personaje de "La peste" que lleva empeñada una parte de su vida en la escritura de una novela, de la cual el doctor Rieux descubre que no ha superado la barrera de la primera frase. Y Frenhofer, el protagonista de "La obra maestra desconocida" de Balzac, es un pintor que vive durante diez años la creación de su cuadro definitivo con tanto ardor como empeño pone en ocultarlo, hasta que la obstinación y temeridad de dos colegas le obligan a mostrárselo, y entonces descubre en estos que ha vivido en el error: que su pasión creadora había turbado su propia mirada, y así por primera vez ve en la tela una maraña de de manchas y líneas de entre las que se escapa en un rincón la figura viva y deliciosa de un pie de mujer:
     "-¡Así que soy un imbécil, un loco! ¡No tengo, pues, ni talento ni capacidad; no soy más que un hombre rico que cuando camina no hace sino caminar! De modo que no he producido nada."
     Sin embargo, Frenhofer se rebela contra su descubrimento y antepone su pasión a la mirada de sus colegas, que es la de los lectores, en una actitud heroica e insoportable que solo mantienen unas horas, pues esa misma noche fallece. En cambio,  en el caso de Joe Gould  la revelación del alcance de su obra se produce justo después de su muerte. Y en Grand -el personaje de Camus- su preocupación literaria se da en medio de la muerte y la desolación como un pequeño brote de esperanza.
     Son muchas las consecuencias y reflexiones a las que invita la relación entre las obras y actitudes de Gould, Grand y Frenhofer. Uno diría incluso que las tensiones entre exhibición y ocultamiento, entre la revelación y la muerte nos incumben mucho más de lo que nuestro deseo y capacidad pueden admitir, pero esto es ya una cuestión a la que cada lector deberá enfrentarse, pues son honduras de la experiencia que no conviene vivir por delegación.  

8 comentarios:

  1. Pues después de ver su cara en la maravillosa foto que has colocado me he visto obligado a saber quien es ese individuo con cara de eso, de borracho vagabundo que podría contar muchas cosas (probablemente a cambio de un vaso de cualquier cosa). Interesantísimo el libro de Mitchell (que mañana mismo buscaré en mis vacaciones a ver que suerte tengo) y el personaje, al que no conocía de "ná". Muchas gracias por presentarlo. En este momento me viene bien leer acerca de un individuo con dichas "prestaciones"

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  2. Encantado de leerte por aquí, Oscar. Estoy convencido de que "El secreto de Joe Gould" te va a encantar. Mitchell es un maestro del periodismo, y su libro un ejemplo de reportaje literario. En verano, a la sombra de un árbol y con una cervecita a mano, un placer seguro.

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  3. Yo creo que tampoco conocía a este señor (digo creo porque el nombre me suena, aunque seguramente lo confundo con otro) y la verdad es que promete. A un borrachín con talento para contar historias no se le pueden poner peros. ¿Tiene algún parecido con aquel otro genial cuentacuentos de taberna, Jaroslav Hasek?
    Me gusta cómo lo relacionas con los personajes de Camus y Balzac.
    Un saludo.

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  4. En realidad Joe Gould no tiene demasiado interés. Creo que que era un tío pesadísimo con mucho más talento para el sablazo que para la literatura. El mayor mérito de Gould está en haber conseguido que Mitchell escribiera sobre él y sobre sus cuadernos como si se tratara de la búsqueda del grial.
    Svejk frente a Gould es un personaje mucho más divertido e incendiario. Sus víctimas son más numerosas y de mayor calado social. Las de Gould, en cambio, son, por lo general, amiguetes y literatos. No en vano la novela de Hasek está entre las mejores del siglo XX.
    Y muchas gracias por tu opinión, Niño Vampiro. Eres muy bienvenido.

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  5. Ojeaba estos días un libro titulado "Los anormales", y creo que este tipo tendría un lugar de honor en los archivos de Foucault, tan aficionado a locos y marginados de toda ralea. Una de las mayores aportaciones del siglo XX es hacer del hombre de la calle- llámese Samsa o el soldado Sweik- el protagonista del relato y dejar a un lado a Napoleones de pacotilla. Al igual que nuestro entrañable Sweik, este Gould no necesita como Eróstrato quemar un templo para hacerse famoso, sino simplemente arder en alcohol o en peroratas arbitrarias para que le prestemos oídos. Un Lombroso, en cambio, lo habría metido en la cárcel con sólo echarle una ojeada a sus medidas craneales y por su tufo a alcohol. Paradójico destino para un antropólogo jubilado.

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  6. Para situar a Goluld en el Parnaso de los tarados no hace falta acudir a Foucault. Con que lo diga el creador de uno de los personajes que más alto han escalado en esa cima me basta y sobra. Me refiero a ti y a tu señor Teckel, cuyas desventuras, para deleite de los lectores, se pueden seguir en La Biblioteca de Gotham, pinchando aquí al lado, en la lista de blogs amigos.

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  7. Nota para mis alumnos: a partir de la frase de Gould "Tengo un delirio de grandeza: yo mismo me creo Joe Gould", sustituye Joe Gould por Brad Pitt, Madonna, Ronaldo, el Capitán América, Mister Bean, Torrente, Kafka o Elvis y redacta un texto en el que des cuenta de los efectos de ese delirio.

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  8. Eso está muy bien, amiguete, pero hay que dar ejemplo. Te propongo este: "Tengo un delirio de grandeza: yo mismo me creo Balzac". Te doy una ayudita para el principio: "Una mañanita de marzo, paseando por el Bulevar de los Capuchinos, se detuvo un hombre frente al escaparate de una tienda de peluquines...

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