domingo, 1 de enero de 2012

El café de Balzac


     Cuando Balzac, cinco años antes de su muerte, padece con fuerza los síntomas del agotamiento al que ha sometido a su cuerpo, estragado ya a los cuarenta y cinco por una voluntad extraordinaria, escribe: "Mi naturaleza se niega a seguir. Descansa. Ya no reacciona al café. He trasegado torrentes enteros para terminar Modeste Mignon. Era lo mismo que si bebiera agua." Se calcula que durante la segunda parte de su vida había bebido unas cincuenta mil tazas; él mismo reconocía que su cuerpo estaba envenenado por el café, y su médico y amigo, el doctor Necquart, señalaba esos excesos como la causa de la cardiopatía que acabaría matándole. Pero, ¿de qué otra manera hubiera podido resistir las largas veladas de escritura, de doce de la noche a ocho de la mañana, con menosprecio del sueño, de los calambres que agarrotaban la mano, del dolor de cabeza y hasta del aturdimiento?
     Folios ligeramente teñidos de azul, plumas de ala de cuervo, la misma tinta en el mismo tintero, y, como hábito, una cogulla monacal. Balzac afronta la escritura con una meticulosidad litúrgica que le obliga a la noche para eludir cualquier distracción. Ningún elemento interviniente queda al azar, y uno de los que le ocupa más atención es "el petróleo espeso que siempre pondría en movimiento esta fantástica máquina de trabajo" -en expresión de Stefan Zweig en su magistral biografía de Balzac-, un café que elaboraba a partir de tres variedades (borbón, moka y martinica), cada una de las cuales adquiría de suministradores diferentes y combinaba en proporciones variables de acuerdo a las horas del día y a las necesidades de escritura.
     A diferencia del alcohol, el tabaco y el chocolate, contra los que escribió en su "Tratado de los estimulantes modernos" por mermar la capacidad de la virtud suprema -la voluntad-, el café era un aliado que estimulaba su imaginación y le daba fuerzas para seguir. Nunca una bebida ha representado lo que esta para Balzac: el hidrmiel de Súttung y el bálsamo de Fierabrás.
      Los publicistas, tan avispados siempre para este tipo de relaciones, han sacado provecho de ello. "Café Balzac" es una franquicia con locales por todo el mundo. También hay  restaurantes y cafés "Rastignac" -el protagonista de "Las ilusiones perdidas"- y aún hoy varios restaurantes parisinos se benefician de la publicidad que de ellos hizo Balzac en sus novelas (en muchas ocasiones como pago de facturas de comilonas con las que se regalaba cuando terminaba algún libro). Sus frases incluso aparecen en los sobres de los azucarillos de los bares. El mes pasado, una tarde tonta en una cafetería me encontré con esta: "El café desciende al estómago y entonces todo se pone en movimiento: las ideas avanzan como los batallones del gran ejército en el campo de batalla". Yo estaba varado en el primer párrafo de mi servilleta (ya he contado aquí que escribo en bares y en el metro porque en casa tengo un fantasma) y no había manera de saltar del punto y aparte, conque fue leer eso y sentir un escalofrío. Al instante me pedí otro café, y otro. Pero nada, las ideas no despertaban y el punto aumentaba de diámetro amenazando con convertirse en un agujero negro. Estuve por reclamar al chico del bar, un italiano muy simpático. Aquello no era un café, ni la frase era de Balzac ni yo iba a escribir nada, así que hice una pelotita con la servilleta y me fui con la sensación de que se me había arruinado la tarde.
     Hace años que me considero un balzaquiano. Siempre tengo un título suyo en mi pila de pendientes, y es a él a quien más acudo cuando necesito una purga contra el exceso de mala literatura. Por eso aquella tarde me sentí chasqueado cuando, después de dedicarle tres cafés, mi imaginación seguía en búsqueda y captura. Pero ahora, trajinando en la red para confirmar unos datos, descubro el engaño de la frase de aquel azucarillo. En primer lugar, y dejando de lado que Balzac lo tomaba sin azúcar, este no se refiere a la infusión, sino a la ingesta a palo seco de los granos molidos -una experiencia gastronómica que se guarda mucho de popularizar. De hecho, la cita completa es del todo disuasoria, pues solo recomienda esa práctica  a "hombres de un excesivo vigor, de cabellos negros y duros, con piel mezclada de ocre y bermellón, con manos cuadradas, con piernas en forma de balaustres como las de la Plaza de Luis XV".
     Yo no sé si a alguno de ustedes le cuadra la descripción; a mí, no, y a Balzac tampoco, o, por lo menos, no del todo, aunque se adivina en ella una ostentación orgullosa de su propia anatomía. Su imaginación le daba derecho a ello: quien había tenido tanto talento, voluntad y capacidad de trabajo para retratar tan fielmente la sociedad de su época, en lo relativo a sí mismo padecía cierto optimismo patológico, quizás como efecto secundario de sus excesos con la cafeína . En este sentido, la ilustración que encabeza este artículo no pude ser más modernamente balzaquiana.


13 comentarios:

  1. Mi consumo de café no debe andar muy lejos del que tenía Balzac. Lo tomo en todas sus variantes, solo, cortado, con leche, capuccino, alternado con algo de te de vez en cuando. Mi número de vasos, tazas y auténticos tazones al cao del día sorprendería a más de uno. Puedo pasar un día sin comer, pero no sin café. Y de hecho, voy a confesar una cosa curiosa: obre los 10-13 años, de vez en cuando yo masticaba y comía los granos de café tal cual, sin moler. Y garantizo que no tengo la piel de ese color tan curioso y las manos, por más que las miro, de cuadradas nada.
    Saludos.

    PD: También me gusta Balzac. No tanto como a ti (no soy muy francófilo en general) pero no dejo de reconocer y saludar su genio.

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  2. Balzac es un monstruo y, como muy bien dices, una excelente purga contra tanto bodrierío pretencioso que se quiere comer el mundo. Yo me considero un Antoine Doinel cuarentón, y este año también voy a sumergirme en alguno de sus novelones. En mi biblioteca tienen "El primo Pons", ¡qué ganas tengo de hincarle el diente!
    Salud y café.

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  3. ¡Sensacional! Soy muy fan de leer sobre los hábitos de trabajo de los grandes y las anécdotas de Balzac son de las más frikis que existen. Un maestro tanto a la hora de escribir como a la hora de dejar flasheada a la platea con sus geniales extravagancias.

    Un saludo.

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  4. 1. Que hayas molido café con la boca, Óscar, ya te otorga un lugar de privilegio entre los balzaquianos, que aún se consolida más después de conocer tu Strange Library.
    2. Nombras, Batboy, a Antoine Doinel, uno de mis héroes cinematográficos favoritos. "Los 400 golpes" siempre está en mi panteón. ¿Te acuerdas de cómo leía a Balzac? He tardado muchos años en entender aquel sentimiento. "El primo Pons" te va a encantar. Su protagonista tiene mucho de Balzac, en especial ese optimismo patológico del que hablo en el artículo. Es un músico que se dedica al coleccionismo de arte, pero con una peculiaridad: siempre va a la caza del chollo, y lo consigue. Balzac también lo buscaba. La diferencia es que él era siempre el engañado.
    3. Gracias, Wolfville. La biografía de Balzac de Zweig (en Paidós Testimonios) es fantástica, surtidísima de historias y anécdotas impagables.

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  5. Umm, este finde voy a los madriles. Investigaré esa biografía.

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  6. ¡Fantástica entrada! No voy a decir que mi debilidad por el café llegue a esos extremos (aunque sí le he hincado el diente a más de un grano), pero he de decir que el café es un personaje más en mis novelas. Siempre está ahí, me acompaña, me habla y se mete en la historia, a pesar de que yo me esfuerce, muchas veces, en introducir el té como un revulsivo a su prepotencia.

    Tendré que contenerme si no quiero acabar como el de la foto.

    Saludos!

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  7. 1.Y va de primos. El primo Pons, la prima Bette y la novela balzaquiana de Eça de Queirós, el primo Basilio. Trilogía en la que aparece un personaje que vive de prestado en casas ajenas. El primo Pons es una bellísima persona, pero tiene una debilidad: la buena cocina; por lo que se dedica a gorronear-con el grato consentimiento de sus comensales- a varios "primos". La prima Bette es tal vez la más atípica de la serie, porque incorpora con gran habilidad la técnica del folletín, logrando unos resultados que nada tienen que envidiar a Dumas y a Sue (cada capítulo estás pendiente del siguiente con gran interés).
    2. Comparto contigo Ricardo la dieta balzaquiana tras lecturas indigestas, pero lo alterno con otros autores higienizantes: Dickens y Wilkie Collins. Dickens nunca me decepciona y, si me dejara llevar, solo leería a este autor a todas horas, lo cual no sería muy recomendable, porque me volvería excesivamente anglófilo (o más bien excesivamente dickensmaníaco).

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  8. Comprada la susodicha biografia y la estoy devorando con gran placer.

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  9. No soy tan bebedor de cafés como vosotros, pero es que el té ni lo cato, y eso que reconozco que es una brebaje ideal para leer a Dickens, sobre todo si va tocadito de whisky.
    Dickens y Collins frente a Balzac. Joaquín, ganas por dos a uno y medio. Pero es evidente que quien más gana en todo esto es nuestro amigo Wolfville, que ya le ha echado el diente al "Balzac, la novela de una vida", de Zweig.

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  10. Bueno, bueno, no hacen falta tantos elogios, entre otras cosas porque al señor Signes no le hacen ningún bien, luego se pone pesadísimo.

    Iba a añadir algo sobre Balzac, pero sería una impostura porque nunca le he leído, en parte porque soy algo zángano, y en parte porque el señor Signes habla y escribe tanto sobre él que me pongo un poco a la defensiva.

    Yo creo que todo este tipo de anécdotas que uno de sus contertulios define como frikis vienen a indicar que Balzac era, ante todo, la encarnación del escritor profesional. Creo que, en su época y por muchas razones, aquella condición era totalmente exculpable; a fin de cuentas don Honorato se inflaba de café porque tenía que mandar sus escritos a cascoporro, y mandaba tantos porque -sospecho- le pagaban regular y tenía que vivir. Aplicado a la actualidad, sin embargo, me parece un poco irritante el autoetiquetado de escritor -profesión: "escritor", joder, qué cara de cantamañanas se me pondría si dijera eso-. Yo creo que uno es escritor cuando está escribiendo. Y sí ya sé, el escritor tiene siempre la pluma en la cabeza y observa con los ojos del que después va a convertir en palabras tal y cual cosa, y bla, bla, bla... Sí, pero me irritan, qué le vamos a hacer. Hay millones de personas que escriben cosas y muy frecuentemente, lo que pasa es que no las comparten, a lo mejor por pudor. y esas personas piensan continuamente lo que van a escribir después en su casa o, como usted, en un bar o en el metro. Creo en suma que es un error "dedicarse" a la literatura, incluso aunque uno, de forma efectiva, dedique a ella la mayor parte de su tiempo.

    POr cierto, no mienta, usted lo que hace en el bar y en el metro es prepararse las clases.

    pdta: si no consigo ofenderles con esto voy a pasar de inmediato a insultarles.

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  11. Desde luego ninguno de los que escribimos por aquí somos profesionales. Yo diría que somos escritores furtivos, francotiradores literarios, y muchos de nosotros, incluido tú, David, curtidos en las trincheras de las aulas, que son como la primera línea de fuego contra la barbarie. Por otro lado, no te preocupes por no haber leído a Balzac: eso se soluciona pronto. A la primera que tenga ocasión te regalo "Las ilusiones perdidas" y solucionado. Más grave me parece lo del café: hace tiempo que vengo observando que eres más de refrescos, y estas bebidas requieren un ritmo más rápido y además producen gases, por no hablar de los efectos perniciosos que pueden tener en tu prosa.

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  12. Te agradezco el obsequio por anticipado, será un honor leer a Balzac. No soy muy de café porque me altera y tú ya sabes que cuando me pongo agresivo me bloqueo intelectualmente. En realidad, soy de té, que sospecho que a ti te parece una mariconada. Bueno, y de Quina San Clemente, aunque no sé si tú llegaste a catar en tus horas decisivas esta bebida tan decisiva para la maduración fisiológica de los de nuestra quinta.

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  13. Este Pérez-Signes, alias Reverte, se ha contagiado del lenguaje de las trincheras: furtivos, francotiradores... ¡Vaya un tipo duro! Eso me recuerda al personaje prototípico del autor de Alatriste, una especie de sargento de hierro que suelta dos mamporros por cada dos palabras; faltaría más, hablar de más no es cosa de hombres. Menos mal que este Montesinos lo aplaca de vez en cuando con el hidromiel, Quinito, que no quina, San Clemente. Yo añadiría un poco de Soberano- acordaos del anuncio de marras- y así aprenderíamos a hablar como dios manda: a mamporros y escupitajos. Demasiadas novelas negras, Ricardo. Vigila, David, que no vaya a clase con una gabardina y un sombrero calado. Entonces nuestro hombre se habrá convertido en un Sam Spade que buscará delincuentes debajo de los pupitres. Y lo peor de todo: ¡Cualquiera puede ser sospechoso!

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