1. Zapatos de ante azul
Ese
hombre sentado que ahora levanta su jarra de cerveza y la vacía de
un trago mientras con el pie derecho sigue el ritmo de I
will survive,
que con voz arrastrada destroza un émulo de Gloria Gaynor sobre el
minúsculo escenario, se llama Elvis, así a secas, aunque algunos,
los que le conocen de más tiempo, le llaman a veces Chico Elvis, y
otros, los menos, Travolta o Toni Manero, porque dicen que se parece
a John Travolta, pero no tan alto, bastante más grueso y con menos
pelo. Hace apenas una hora interpretaba su versión de Zapatos
de ante azul:
“una por la pasta,/ dos por el show,/ tres, prepárate,/ venga,
tío, voy...”, pero son las dos de un sábado y apenas hay
clientela, sólo dos parejas que hace tiempo que han apurado sus
copas y que no tienen pinta de consumir más, conque cuando termina
la diva –lánguidos aplausos-, él se levanta y dice: ¡Vamos a
cerrar! Los otros perezosamente lo imitan, se van, y él, como aún
tiene que esperar a que su acompañante de cartel se baje de sus
botas y se vista de calle, aprovecha y, mientras, retira los vasos,
vacía los ceniceros, limpia las mesas y barre un poco el piso.
Aquel, desde un cuarto de baño repleto hasta el techo de cajas de
cerveza le grita: Elvis, ¿que no hay gas?, y él: ¡Se acabó ayer!
Dúchate con agua fría, que no te vas a constipar, guapa. Y aunque
todavía queda bastante porquería en el suelo, sobre todo colillas y
tierra de la obra de al lado, que por mucho que barras se cuela por
todos los rincones, deja la escoba y se sienta de nuevo. ¡Date
prisa, no te me vayas a poner ahora estupenda, que es lo que me
faltaba! Tranquilo, solo es una duchita rápida y ya estoy. Una
duchita rápida y ya está; la madre que lo parió, dice Elvis, y al
cabo de unos minutos se levanta, coge una bayeta de detrás de la
barra y se pone a quitar el polvo al cuadro del Rey que hay pintado
en la pared del fondo, a la izquierda, junto al escenario.
Él
no se ducha aquí, ya se duchará en casa si le apetece. Maqueado a
pesar del calor con su traje John Belushi, la camisa blanca y sus
botas de tacón cubano, casi siempre actúa con su ropa de calle, por
lo menos aquí, en "Las Cuatro Rosas"; en las galas de
Bolos es diferente, más festivo, como este Elvis de la pared, en
blanco y oro, perfilado en negro, un brazo en alto y el otro al
frente, como tendiendo el micrófono al público para que coree el
estribillo, but don´t you step on my blue suede shoes..., una pierna
parece mucho más corta que la otra, y las cejas..., se les ha ido la
mano con las cejas, ...anything that you wanna do. El tupé es lo que
más me gusta, y el rótulo que hay debajo de la pintura: "Elvis
Presley, el Rey". Lay off of my shoes... y en eso que sale Doli
y dice: Si le sigues frotando así, le vas a poner cachondo. Elvis se
da la vuelta; ya era hora, responde. Y la otra, qué culpa tiene una
si le gusta estar limpia y no ir por ahí oliendo a jamón.
Doli
-abreviatura familiar de María Dolores- lleva un vestidito ceñido y
calza unas zapatillas del cuarenta y dos por donde asoma el antiguo
Manolo.
-Venga,
cerrando- dice Elvis con voz desganada.
En
la placeta no hay nadie. Ella despotrica contra la finca que están
construyendo. Elvis asiente con monosílabos. Luego ella se calla y
siguen en silencio hasta el Mercado. Allí Doli encuentra a una
conocida, y Elvis se despide y continúa solo. En la Bolsería pasa
por enfrente de un garito donde adolescentes embutidos en vaqueros y
camisetas alardean de atributos mientras beben cerveza y oyen música
de Los Rodríguez. Uno de ellos le grita: ¡Eh, Elvis! Él masculla
un insulto y sigue caminando, atraviesa la zona de bares y al poco ya
está en casa.
Es
un tercero pequeño y mal ventilado, que huele a ambientador
revenido, sudor añejo, polvo y hierbas. En su comedor-salita-cocina
un hombre delgado de unos cuarenta y pico lee arrellanado en un
sillón de hule un artículo del "Muy Interesante". Elvis
saluda y antes de sentarse en el otro sillón coge una cerveza de la
nevera. ¿Qué tal la nueva infusión? -pregunta-. Ya ves –responde
el otro-. Pues sí que estamos bien. Y a ti, ¿qué? Bah, nada
especial, muy poca gente -dice, abre la lata de cerveza y bebe un
trago-. Oye, pero si estás empapado de sudor. Sí, es que de
momento, hasta que lleve los otros a que me los arreglen, solo tengo
el Viva Las Vegas y este... Los trajes se pueden entrar, pero no al
revés; tienes que hacerme caso, Chico, te sobran por lo menos diez
kilos. Ya, si lo tengo pensado, no creas. Un día de estos voy a
racionarme las birras. Sí, un día de estos. No te pongas borde
-concluye Elvis, y ya no se dicen nada más, uno vuelve a su revista
y el otro, a su cerveza, hasta que Elvis descubre un acuario sobre el
aparador donde antes se apilaban sus cintas de música. ¡Y esto!
–exclama- ¿qué es esto? ¿Dónde están mis cintas? Tranquilo,
están ahí, en el suelo, las he puesto en unas cajas de zapatos. Es
que he tenido que traerme unas pirañas porque últimamente en la
tienda están muy nerviosas y no comen nada, a ver si aquí puedo
sacarlas adelante. Ah, muy bien, pirañas, y te las traes a casa para
una cura de reposo. Pues espero que no les moleste la música. ¿Y
qué comen? Allí les damos liviano o cebo vivo. ¡Cebo vivo!
Bueno, eso es lo suyo; yo, de momento, lo estoy intentando con
trocitos de longaniza y mortadela, y parece que les va. Ah, cojonudo,
les alabo el gusto, porque eso es justo lo que iba a almorzar mañana.
Ahora para estar en paz supongo que tendré que freírmelas como
boquerones, porque ya he visto que la nevera está pelada. Claro,
como te ha dado pena dejártelas solas, las pobres, pues has dicho
para qué voy a ir a comprar si total es un día y además a Elvis le
va a venir fenomenal un poco de ayuno a ver si pierde algunos de esos
kilos que le sobran y se puede cambiar el traje que lleva. Tú, como
te puedes pasar con tus sopas de mijo y un poco de alpiste, pues no
hay problema, eh.
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