domingo, 29 de mayo de 2016

La casa: metonimia y metáfora (1)

Carl Spitzweg: El poeta pobre
"Casa" es una palabra seria, representa nuestra vinculación a un espacio y a un tiempo, nuestro lugar en la vida y nuestra primera superación de la indivualidad. Una casa es la protagonista de muchísimas novelas. "Papá Goriot", "La vida, instrucciones de uso", "La familia Mashber", "La barraca"..., por citar solo un puñado de algunas que por distintas razones me son muy próximas. Puede incluso que haya hasta una arquitectura literaria que se dedique a trazar los planos de las casas de esas novelas, del mismo modo que existe una literatura arquitectónica que levanta las construcciones más diversas, desde una catedral gótica a un castillo, una mansión victoriana, un laberinto o un jardín esotérico. Claro que el corpus que conforma esta literatura es bastante escaso, y los que disfrutamos con el género  nos encontramos con mucha más frecuencia arquitrabes, columnas, capiteles y cimientos literarios que testimonian la incapacidad e inconsistencia de aquello que no pudieron ser. Muy distinto ello de esas otras ruinas que nos ofrece la literatura que no levanta nada, sino que demuele. "Derribos Kafka", por ejemplo.
  
      Hay un librito de Stevenson que se titula "La casa ideal". No hay nada de narración ahí. Se trata en cierto modo de un híbrido de carta a los Reyes Magos y anuncio de inmobiliaria, donde su autor, que fue un hombre que siempre se estaba yendo, imaginó un lugar para quedarse. Solo que, para un escritor de tan mal asiento, las condiciones requeridas eran complejas y farragosas; su sola enumeración recuerda a veces el inventario cicatero de un hacendado rural en un tris de arrendar su propiedad. Y otras veces, el delirio de un epígono victoriano de Horacio: locus amoenus por aquí, beatus ille por allá. Sin embargo, al final de su viaje, Stevenson, huyendo de la tuberculosis -o acaso buscando un tesoro español, según he leído por ahí-, recaló en Samoa, donde levantó su "Villa Vailima" sobre el plano literario de su "casa ideal". Ahora es un museo. Esto suele pasar por culpa de la metonimia, que es un virus contagioso que se traslada de los muertos a los objetos que les pertenecieron, los cuales a partir de entonces se enseñoran de sus antiguos propietarios, en especial si se llamaban Robert Louis Stevenson, Victor Hugo,  William Faulkner o nombres por el estilo. Es la venganza de las cosas. Y, en ocasiones, la venganza de las casas.
               

Escribe Poe en El hundimiento de la casa Usher:   

 "una sensación de insufrible tristeza penetró en mi espíritu. Digo insufrible, pues aquel sentimiento no estaba mitigado por esa emoción semiagradable, por ser poético, con que acoge en general el ánimo hasta la severidad de las naturales imágenes de la desolación o del terror. Contemplaba yo la escena ante mí, la simple casa, el simple paisaje característico de la posesión, los helados muros, las ventanas parecidas a ojos vacíos, algunos juncos alineados y unos cuantos troncos blancos y enfermizos, con una completa depresión de alma que no puede compararse apropiadamente, entre las sensaciones terrestres, más que con ese ensueño posterior del opiómano, con esa amarga vuelta a la vida diaria, a la atroz caída del velo".

     Pero lo terrible ahí no es la posesión, sino la locura que emana de ella por una violación de las leyes naturales de la vida, del tiempo y de la muerte. Ese virus que decía se convierte en el relato en un musgo que cubre los muros de la mansión, en una luz que la envuelve, en una grieta por la que se resquebraja. Es entonces cuando el virus muta y se convierte en metáfora, lo cual de ordinario entraña consecuencias serias, debido a lo esquiva y oscura que resulta. Mora y progresa esa figura en las mejores páginas de relatos de casas encantadas y se alimenta del candor de sus lectores.
     Los Usher mueren al final de un párrafo, enterrados bajo las ruinas de su casa. Pero si esa mansión estuviera en pie, fuera real, una vieja casa georgiana con sus columnas, buhardillas y gabletes, el espíritu de los Usher sería barateado allí mismo en forma de imanes para la nevera, tazas, llaveros y camisetas. Ese sería el auténtico horror.
     Hace muchos años estuve presente en los últimos momentos de agonía de una tía abuela. Una mujer nonagenaria, los deudos alrededor de la cama, el cura ya se había ido, bisbiseos, los últimos estertores... Estábamos en su dormitorio, en el primer piso. Empezaba a anochecer. De pronto, un estrépito, un golpe seco y un prolongado crujido. Nos sobresaltamos. Alguien se acercó a la ventana que daba al corral. En ese instante nos despreocupamos de la anciana y nos asomamos a mirar. Mi tía acababa de fallecer. Abajo, el tronco del limonero se había desgajado por la mitad y el brocal del pozo se había partido y caído con la polea y el cubo al fondo. De un modo tácito entendimos que no había sido más que una metonimia. Nada extraño en fin.
              
     
     

6 comentarios:

  1. “Hitler afirmaba que en la historia de un pueblo se dan siempre periodos de declive, y entonces los monumentos reflejan el poder que tuvo en otro tiempo. [....] Así, las obras de Imperio Romano permitían a Mussolini remitirse al espíritu heroico de Roma cuando intentaba divulgar entre su pueblo la idea de un Imperio moderno. [....]Nuestras obras también tendrían que hablar a la conciencia de la Alemania de los siglos venideros. Con este argumento Hitler subrayaba también la importancia de que las construcciones fueran perdurables...”
    Para satisfacer esta exigencia de Hitler, Speer crea la teoría del valor como ruina.
    “[....]Resultaba inimaginable que unos escombros oxidados transmitieran el espíritu heroico que Hitler admiraba en los monumentos del pasado. Mi teoría tenía por objeto resolver este dilema: el empleo de materiales especiales, así como la consideración de ciertas condiciones estructurales específicas, debía permitir la construcción de edificios, que cuando llegaran a la decadencia, al cabo de cientos o miles de años, pudieran asemejarse a sus modelos romanos [....] Para lograr este fin pretendíamos renunciar al hormigón armado y a la estructura del acero en todos los elementos constructivos que estuvieran expuestos a la acción de los agentes atmosféricos; los muros, incluso de gran altura, debían seguir resistiendo la presión del viento cuando ya no tuvieran tejados o techos que los apuntalaran.”

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    1. Ese espíritu heroico que pretendía Hitler se convierte en ridículo en cuanto uno pierde no solo la razón sino la guerra. Nosotros, que hemos trabajado durante bastantes años en un edificio que ha sido como un orgullo arquitectónico del franquismo, sabemos de la rapidez con que un apropiado cambio de nombres, un obrero armado con un pico y algo de musgo pueden acabar con la prosopopeya franquista.

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    2. Es curioso que ya desde tiempos de los romanos, los mayores tiranos emprendieron las obras arquitectónicas más llamativas. Neron, su domus aurea y, Caracalla, uno de los emperadores asesinos, sus famosas termas. El barroco, época de absolutismo, también crea grandes edificios con gestos grandilocuentes. El primer emperador chino, uno de los mayores genocidas, los guerreros de terracota. No estaba equivocado Hitler, cuando creía que, a pesar de sus desmanes, podría pasar a la historia como un mecenas de las artes. Lo que ocurre es que al igual que como pintor le perdía su gusto horripilante a nivel arquitectónico, como dices, no pasó de ser un Vitrubio nazi.

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    3. De ser a creérselo hay mucha diferencia, así que lo dejamos en "chapucero", que es un término que le cuadra perfectamente. Y ya, de modo más concreto, la asociación arquitectónica más adecuada que suscita es la del búnker.

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  2. El anecdotario sobre Hitler es inagotable. Tengo un amigo que dice que es el personaje histórico que tiene más posibilidades de salir en una conversación sobre perros, niños, tabaco, café, indigestiones, alfombras, grasilla y caspa, nacionalismo, traje tradicional bávaro, magnetismo terapéutico, taxidermismo, etc, etc. Peor aún que esas incursiones son sus citas. Ahí pasa como con Borges o con Groucho Marx -que les puedes atribuir cualquier genialidad y te lo crees-, solo que al revés: en vez de genialidad a Hitler le haces autor de una gilipollez y cuela. Incluso si le atizas a un rival dialéctico con una cita de Hitler le ensucias de nazismo, sea verdad o mentira lo dicho.
    Con Speer es diferente. Ese tipo era mucho más inteligente que su jefe, aunque la comparación tampoco resulta particularmente laudatoria. Uno de los principales problemas arquitectónicos con los que tuvo que lidiar fue la inepcia de aquél, que se creía un Vitrubio nazi.

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  3. Gracias por explicar la diferenia entre metafora y metonimia.

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