martes, 28 de mayo de 2013

La lengua de los nazis

     Hay un libro en mi biblioteca que nunca acabo de cerrar, cuyos márgenes están atiborrados de notas que enlazan con flechas subrayados y resubrayados, y del que al cabo ya de años desde mi primera lectura puedo citar pasajes de memoria, no por empeño ni facilidad, sino por la elegancia expresiva y por la contundencia de la argumentación. Su autor, Víctor Klemperer. El título, LTI. La lengua del Tercer Reich
     Klemperer nació en Landsberg an der Warthe en 1881, ciudad entonces del Imperio Alemán, hoy Gorzow Wielkopolski, al noroeste de Polonia. De su biografía me ahorro los detalles, remitiéndoles con un clic a la Wikipedia, y apunto tan solo el temprano traslado de la familia a Berlín, sus estudios de Filosofía y Letras, su conversión a la fe protestante desde su judaísmo natal y su participación en la Primera Guerra Mundial. Ahí dejamos un paréntesis de estudio y dedicación académica, hasta llegar al año 33, cuando el ya catedrático de Filología en la Universidad Técnica de Dresde empieza a sufrir el acoso de las leyes raciales: primero pierde su trabajo, luego su ciudadanía alemana y después su casa. Evita la deportación a un campo de exterminio gracias a que las mismas leyes con que los nazis hostigan a los judíos establecen condiciones menos severas de crueldad y humillación "para los casados con arios". 
      " [...] sé de un heroísmo mucho más desolado, mucho más silencioso, de un heroísmo que carecía del apoyo de la pertenencia a un ejército, a un grupo político, que carecía de cualquier esperanza en un futuro esplendor y que se encontraba en la más absoluta soledad. Me refiero a las pocas esposas arias (no fueron muchas) que se resistieron a todas las presiones para que se separaran de sus maridos judíos. ¡Cómo transcurrió la vida cotidiana de esas mujeres! ¡Cuántas ofensas, amenazas, golpes y escupitajos soportaron, cuántas privaciones tuvieron que padecer por compartir la escasez normal de sus tarjetas de racionamiento con sus maridos, limitados a las tarjetas judías "subnormales", mientras que sus compañeros arios recibían en las fábricas los suplementos correspondientes a los obreros que realizan trabajos pesados!"
      Sabía muy bien lo que decía, pues su mujer, la pianista Eva Schlemmer, fue una de ellas. Ambos fueron   realojados en una "casa de judíos" -un gueto, en realidad-, les requisaron la mayor parte de sus bienes, los libros entre ellos, y a él le prohibieron el trato con ese material tan peligroso. El único papel que estaba autorizado a manipular era el de los sobres y bolsas de la fábrica Thieming  & Möbius, a la que fue destinado para expiar en parte el delito de su nacimiento. Pero, sin embargo, clandestinamente, asumiendo un riesgo que podía costarle la vida, escribió unos diarios desde el 14 de enero de 1933 hasta el 10 de junio de 1945, que son, al mismo tiempo, una implacable denuncia contra la barbarie y un extraordinario testimonio de compromiso intelectual y resistencia.
     Entre las 1600 páginas de esos diarios (Quiero dar testimonio hasta el final. Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, 2003) hay muchas dedicadas a la observación de las vinculaciones entre la corrupción política y moral de la sociedad nazi y la corrupción del idioma alemán, felizmente recopiladas en LTI. La lengua del Tercer Reich (editorial Minúscula, 2001), donde Klemperer, con el amor y precisión del excelente filólogo que era, nos descubre unas relaciones que son a menudo de causa-efecto. Leemos allí:
     "El nazismo se introducía más bien en la carne y en la sangre de las masas a través de las palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponía repitiéndola millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente. [...] Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico. Si alguien dice una y otra vez fanático en vez de heroico y virtuoso, creerá finalmente que, en efecto, un fanático es un héroe virtuoso y que sin fanatismo no se puede ser héroe".
     Fue Goebbels quien, advirtiendo las posibilidades propagandísticas de la radio, hizo de este medio el vector que convirtió la toxicidad nazi en epidémica. Los primeros receptores se popularizaron significativamente en el año 33; eran los Volksempfänger ("receptores del pueblo"), perfeccionados y abaratados en el año 38 con el modelo DKE 38, conocido popularmente como el "Goebbelsschnauze", es decir, "el hocico de Goebbels". 
     De ese mismo año, 1938, data uno de los mejores testimonios del alcance de ese hocico. Es la historia de un profesor de instituto que ve cómo se le complica la vida a raíz de la corrección del examen de geografía de uno de sus alumnos. Resulta que a este le hiere su patriotismo el hecho de que el profesor le haya censurado su afirmación de que los negros no son personas. El alumno se lo cuenta a su padre, el padre al director del instituto, y el director al profesor. A cada paso en la cadena aumenta la indignación: ¡qué atrevimiento es ese, que un simple profesor ose contradecir una afirmación del ministro de propaganda! Una afirmación, además, que es de conocimiento público, pues el mismo Goebbels la ha esparcido a través de sus hocicos. En consecuencia, el profesor es amonestado y castigado a que se acompañe a los alumnos durante el preceptivo campamento de formación política de las inminentes vacaciones. Se trata de Juventud sin dios,  novela del escritor húngaro en lengua alemana Ödön von Horvath, quien viéndose ya en el año 33 lo que se avecinaba huyó a Austria y luego a Francia, donde moriría.
     Seguramente hoy Goebbels estaría muy satisfecho de que su anhelo de que no hubiera una sola casa adonde no llegara la voz de su amo se haya completado de una manera tan perfecta con la televisión. El otro día reflexionaba para mis adentros sobre este particular a raíz de unas estupideces perpetradas por algunos políticos del ejecutivo. Me refiero a aquello de que los que protestan contra el abuso de las hipotecas y contra la corrupción o la inepcia de los políticos son unos nazis o unos etarras. La argumentación es tan burda, que me recordó de inmediato las asociaciones que denunciaba Klemperer, como esa que recoge la cita de arriba sobre el "fanatismo" y el "heroísmo". Pero es que además el recurso retórico más contundente del que echan mano para apoyar semejantes dislates no es otro que el preferido de los creadores de los hocicos de Goebbels: la repetición. A veces, escuchándolos, uno piensa que es que son tan tontos, que es que piensan que somos imbéciles; pero otras, pienso que es justamente lo contrario: que somos tan tontos, que a veces pensamos que son imbéciles. Lo preocupante es que este rasgo de su oratoria no es propio de un partido, sino más bien un estigma político celtibérico, como la imposibilidad de dimitir, por ejemplo. 
     La lección de Klemperer o la de Horvath son hoy indispensables en la  calle, en los institutos y en la universidad para frenar la barbarie. Hay que denunciar los hocicos de Goebbels y desactivar la toxicidad de las "primas de riesgo", de las "armas de destrucción masiva", de los "daños colaterales", de la "desaceleración" y del "crecimiento negativo", de la "austeridad necesaria" y  demás.       
                   

8 comentarios:

  1. Yo opto por un veredicto más salomónico: somos tan tontos que nos dejamos gobernar por imbéciles. Perversos, pero imbéciles.
    Tengo unas ganas enormes de echarle el guante a este libro de Klemperer, que por un motivo u otro siempre se me escapa, así como a los de su hermano.
    La siniestra anécdota de von Horvath se repite hoy en día de maneras muy diversas y en todos los rincones de este país. Porque yo la vigencia del goebbelsianismo la veo, más que en la ubicua presencia de la voz de nuestro amo, en el pensamiento único y el totalitarismo que inundan nuestro sociedad a todos los niveles, y no sólo en la política.
    En fin, me parece que hoy me he levantado apocalíptico, que es lo que me sucede siempre en la época de exámenes.
    Un saludo.

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  2. Te entiendo muy bien, amigo Batboy, porque a mí los exámenes me agotan. Pero es posible que el curso que viene o el otro hasta eche de menos esta alteración -o su causa o su manera-, porque ¿te imaginas lo que puede pasar con la ley Wert? El otro día desempolvé una comedia de Alfonso Paso que tenía guardada en un cajón y que leí hace años por interés sociológico más que literario: "Guapo, libre y español", no sea que la pongan de lectura obligatoria en bachillerato en vez de "Luces de bohemia".
    Saludos.

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  3. Leí en la consulta del médico un artículo de Javier Marías sobre los escritores comprometidos. En un ejercicio de modestia, lamentaba el papel que los "articulistas" y los "intelectuales" tenían en la opinión pública y, sobre todo, en los políticos, Contaba una anécdota de un político de los años setenta que leía los periódicos para sonsacar la opinión de los articulistas, y lo hacía con visible nerviosismo. Hoy en día esa opinión se las trae al pairo, y me parece que las encuestas también. La neolengua que se extendido en todos los ámbitos - la enseñanza incluida- ha anestesiado todo atisbo de crítica, acallando las voces de protesta con lugares comunes. Las universidades norteamericanas se lo han puesto a caldo, gracias a cientos de "activistas" que han facilitado las cosas. La solución es muy sencilla: enterrar una realidad, por muy cruda que sea, bajo un aluvión de palabras o bajo un solo epitafio lapidario. Nunca las palabras pesaron tanto y... tan poco.

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  4. Lo que dices es cierto. Orwell supo describir una situación lingüística que fue mucho más allá del final de la década de los 40 -cuando escribió su famosa distopía- y del futurista 1984. En su novela aparece incluso un departamento donde los lingüistas se afanan por aligerar al máximo el diccionario, quitando todas las palabras "innecesarias"; paralelamente, claro, hay una labor de creación de eufemismos. Hoy más bien domina lo segundo. Pero lo que me interesa del tema de este artículo -y de los que van a seguir- no es tanto presentar una constatación de las aberraciones lingüísticas derivadas del "ordeno y mando" nazi, sino, siguiendo a Klemperer, ofrecer un análisis de sus rasgos más sobresalientes.

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  5. Posiblemente hoy en día tenemos gobernando y en la oposición a los tontos más tontos. Tan tontos que ni siquiera saben aplicar las leyes de la propaganda como lo hizo Goebbels. Lo peor es que les da igual. Dentro de su locura (que no tontura) los nazis se preocuparon de estructurar una ciencia, filosofía, música y literatura acorde a la propagación de su ideario. Y asi les fue en eses sentido. Hoy nada de eso: ¿como podemos esperar que monte similar aparato propagandístico quien ni siquiera sabe hablar? Porque vamos, que venga alguien y me diga que esta gente sabe articular más de tres palabras sin repetir una frase estereotipada o, en el momento que salen de estas, soltar una parida.
    Bueno, para no perderme... interesantísimo libro del que no había oído hablar. Y la historia de Hrvath, con muy sutiles pinceladas de adaptación podría haber ocurrido hoy mismo perfectamente.

    Un saludo.

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  6. El hecho de que algunos nazis fueran muy cultos es, precisamente, una de las cuestiones más preocupantes de ese cáncer ideológico y de sus consecuencias, porque su ejemplo acaba con la utopía ilustrada de un plumazo. Klemperer, en sus "Diarios" observa con asombro cómo colegas suyos de la universidad, gente sensible, inteligente, amable y generosa se va venciendo poco a poco hacia la barbarie. Sería muy tranquilizador decir que aquellos nazis eran una panda de gilipollas ignorantes sin escrúpulos, pero lo cierto -lo que acojona- es que eso no fue así.
    PD: me alegro de descubrirte una obra tan importante como la de Klemperer. De esta manera compenso en parte la deuda que en ese sentido tengo contigo y tu estupenda "Strange Library"

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  7. Hace algún tiempo que no renueva usted sus ímpetus internáuticos, cosa que lamento porque ya sabe que me gusta llevarle la contraria y fastidiarle. En los tiempos incipientes de la publicidad, cuando aún no se había desarrollado una "ciencia" como el marketing, lo que pensaba un creativo de Nueva York era que para vender patatas fritas de McDonald´s había que difundir por tierra, mar y aire un mensaje rotundo y simple y esperar que, a fuerza de martillo de herejes, la gente se cansara y terminara comprando el que más le sonaba, que es siempre el que más confianza genera, lo que suena poco queda oscuro y poco reconfortante.

    Le he oído hablar en ocasiones de la neolengua orwelliana, ciertos conflictos burocráticos habituales en nuestra común profesión, como el que tuvimos recientemente, ¿no le parece que pueden asociarse a todo este asunto? Feliz verano, Ricardo.

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  8. Hola, David. Te respondo en mi siguiente artículo, que lo acabo de publicar.

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