Los Diarios de Goebbels
La expresión Diarios de Goebbels es un tanto ambigua. Por un lado hay constancia de un primer diario que abarca un estrecho marco cronológico -desde el doce de agosto de 1925 hasta el 16 de octubre de 1926- y cuyo manuscrito le fue entregado al expresidente estadounidense Herbert Hoover durante su visita a Alemania, comisionado por Truman para asesoramiento en cuestiones alimentarias en la zona de ocupación bajo mando norteamericano y británico. Por otro, unas memorias bastante posteriores cuya primera anotación data del 21 de enero del 42, y la última, del 9 de diciembre del 43. Según explica su editor norteamericano, se trata de una recopilación de documentos encontrados en el suelo del patio del ministerio de propaganda después de que los rusos entraran en Berlín. Su ordenación, selección y traducción corrieron a cargo de Louis P. Lochner, quien durante más de veinte años, hasta la fecha precisamente en que se inician estos diarios, fue jefe de la oficina en Berlín de la Associated Press. Entre nosotros esta recopilación fue editada por Plaza y Janés en su colección "El arca de papel" en el año 1975.
La expresión Diarios de Goebbels es un tanto ambigua. Por un lado hay constancia de un primer diario que abarca un estrecho marco cronológico -desde el doce de agosto de 1925 hasta el 16 de octubre de 1926- y cuyo manuscrito le fue entregado al expresidente estadounidense Herbert Hoover durante su visita a Alemania, comisionado por Truman para asesoramiento en cuestiones alimentarias en la zona de ocupación bajo mando norteamericano y británico. Por otro, unas memorias bastante posteriores cuya primera anotación data del 21 de enero del 42, y la última, del 9 de diciembre del 43. Según explica su editor norteamericano, se trata de una recopilación de documentos encontrados en el suelo del patio del ministerio de propaganda después de que los rusos entraran en Berlín. Su ordenación, selección y traducción corrieron a cargo de Louis P. Lochner, quien durante más de veinte años, hasta la fecha precisamente en que se inician estos diarios, fue jefe de la oficina en Berlín de la Associated Press. Entre nosotros esta recopilación fue editada por Plaza y Janés en su colección "El arca de papel" en el año 1975.
Posteriormente, en los archivos soviéticos se encontró una versión completa de los diarios, con anotaciones que van desde el verano de 1924 hasta el 29 de abril de 1945 (dos días antes del suicidio de su autor).
Sentado esto, las citas que aporto a continuación para seguir abundando en las características del discurso nazi pertenecen a los segundos Diarios, los recopilados por Lochner, que si bien presentan numerosas lagunas en un marco cronológico de apenas dos años, al menos quedan libres de ciertos problemas que plantean los "diarios soviéticos" sobre los que no vale la pena alargarme aquí.
Sentado esto, las citas que aporto a continuación para seguir abundando en las características del discurso nazi pertenecen a los segundos Diarios, los recopilados por Lochner, que si bien presentan numerosas lagunas en un marco cronológico de apenas dos años, al menos quedan libres de ciertos problemas que plantean los "diarios soviéticos" sobre los que no vale la pena alargarme aquí.
Paul Joseph Goebbels estudió literatura y filosofía en Bonn, Würzburg y Freiburg, y se graduó en 1921 en la universidad de Heidelberg. Su gusto por la literatura y unas ansias irrefrenables por ganarse el reconocimiento público le llevaron a escribir una novela en forma de diario que tiene mucho de su propia biografía -Michael- (publicada en el año 29) , numerosos poemas románticos y dos obras de teatro en verso, que fueron rechazadas por los editores, causando, sin duda, una profunda herida en el orgullo del joven Joseph, quien, años más tarde, cuando su poder sobre todas las editoriales de Alemania era incuestionable, recordaría de forma poco grata a más de un editor el gravísimo lapsus. Sin embargo, para entonces la literatura había sido desplazada de sus aficiones y ocupaciones por la política; su interés hacia la primera había quedado relegado a su relación con la segunda. De ahí las piras de
libros en las que la noche del 10 de mayo de 1933, en la Opernplatz de Berlín, ardieron las obras de Babel, Marx, Schnitzer, Thomas Mann, Jack London, Hemingway, Freud, Remarque y tantos otros. Y de ahí también que sus conocimientos le llevaran a trasladar al discurso político los mecanismos de verosimilitud propios del literario, pues como ministro de propaganda su misión era en gran medida hacer pasar mentiras por verdades. Para lo cual su talento fue innegable. Klemperer le llama en sus Diarios el más mendaz de los jerarcas nazis, y a su nombre ya ha quedado asociada como una etiqueta de cinismo la frase aquella de "una mentira repetida cien veces se convierte en una verdad". Tan evidente resulta esa condición en su vida y en su obra, que el lector que se enfrente a sus Diarios sin tenerla en cuenta pensará o bien que Goebbels a veces se engaña a sí mismo o que es idiota. Fíjense en este comentario del 25 de febrero de 1942:
"Los Estados Unidos se jactan de una gran victoria en su lucha por Bali. Afirman haber hundido todos los barcos japoneses, pero, desgraciadamente para ellos, los nipones desembarcaron en Bali. En los países anglosajones es posible engañar al pueblo con esta clase de mentiras. Nosotros no podríamos hacer nada por el estilo. El pueblo alemán nos calentaría las orejas si le diésemos noticias de este tipo."
O en este otro, del 17 de abril de 1943, a raíz del descubrimiento de las fosas de Katyn, que resulta igualmente ofensivo para la inteligencia como revelador del propósito de Goebbels:
"El incidente de Katyn se está convirtiendo en un asunto político gigantesco del que podemso esperar las mayores repercusiones. Lo estamos explotando de todas las formas posibles. Los diez o doce mil polacos sacrificados -probablemente no libres por completo de culpa, por cuanto fueron los verdaderos instigadores de esta guerra- pueden servirnos ahora para abrir los ojos de los pueblos de Europa acerca de lo que significa el bolchevismo."
La clave de toda memoria es el lugar en el que se sitúa el "yo" en relación a sus lectores y a la sociedad de su tiempo. En el caso de Goebbels se advierte una plena conciencia de que ese "yo" no solo es testigo sino protagonista de la historia, y, a pesar de una cierta despreocupación por el estilo que da a su prosa un aspecto atolondrado, queda claro en todo momento que esos Diarios son un ejercicio de propaganda. Junto a esto, otro rasgo definitorio de estas memorias es la mínima distancia cronológica entre los sucesos que refiere y el momento de hacerlo, que es, por lo general, de un día, lo que aproxima sus anotaciones a las crónicas radiofónicas, con una inmediatez que subraya en ocasiones la perspicacia política de Goebbels, como, por ejemplo, cuando habla de las investigaciones sobre armamento nuclear, cuando expone sus reticencias sobre la alianza con Italia o cuando juzga las capacidades de Laval o de Churchill.
A veces, en medio de esos juicios políticos o de sus comentarios sobre los vaivenes de la guerra, aparece inesperadamente lo más cotidiano en forma de alusiones a su dolor de riñones o a sus añoranzas familiares.
"Por la noche pude consagrar un poco de tiempo a las niñas, con las que me divertí mucho. Es una pena que uno pueda estar tan poco con sus propios hijos... Una vez que termine la guerra me preocuparé mucho más que antes de su educación. No puedo ni deseo pensar en una tarea más hermosa en la paz venidera."
(20 de diciembre de 1942)
libros en las que la noche del 10 de mayo de 1933, en la Opernplatz de Berlín, ardieron las obras de Babel, Marx, Schnitzer, Thomas Mann, Jack London, Hemingway, Freud, Remarque y tantos otros. Y de ahí también que sus conocimientos le llevaran a trasladar al discurso político los mecanismos de verosimilitud propios del literario, pues como ministro de propaganda su misión era en gran medida hacer pasar mentiras por verdades. Para lo cual su talento fue innegable. Klemperer le llama en sus Diarios el más mendaz de los jerarcas nazis, y a su nombre ya ha quedado asociada como una etiqueta de cinismo la frase aquella de "una mentira repetida cien veces se convierte en una verdad". Tan evidente resulta esa condición en su vida y en su obra, que el lector que se enfrente a sus Diarios sin tenerla en cuenta pensará o bien que Goebbels a veces se engaña a sí mismo o que es idiota. Fíjense en este comentario del 25 de febrero de 1942:
"Los Estados Unidos se jactan de una gran victoria en su lucha por Bali. Afirman haber hundido todos los barcos japoneses, pero, desgraciadamente para ellos, los nipones desembarcaron en Bali. En los países anglosajones es posible engañar al pueblo con esta clase de mentiras. Nosotros no podríamos hacer nada por el estilo. El pueblo alemán nos calentaría las orejas si le diésemos noticias de este tipo."
O en este otro, del 17 de abril de 1943, a raíz del descubrimiento de las fosas de Katyn, que resulta igualmente ofensivo para la inteligencia como revelador del propósito de Goebbels:
"El incidente de Katyn se está convirtiendo en un asunto político gigantesco del que podemso esperar las mayores repercusiones. Lo estamos explotando de todas las formas posibles. Los diez o doce mil polacos sacrificados -probablemente no libres por completo de culpa, por cuanto fueron los verdaderos instigadores de esta guerra- pueden servirnos ahora para abrir los ojos de los pueblos de Europa acerca de lo que significa el bolchevismo."
La clave de toda memoria es el lugar en el que se sitúa el "yo" en relación a sus lectores y a la sociedad de su tiempo. En el caso de Goebbels se advierte una plena conciencia de que ese "yo" no solo es testigo sino protagonista de la historia, y, a pesar de una cierta despreocupación por el estilo que da a su prosa un aspecto atolondrado, queda claro en todo momento que esos Diarios son un ejercicio de propaganda. Junto a esto, otro rasgo definitorio de estas memorias es la mínima distancia cronológica entre los sucesos que refiere y el momento de hacerlo, que es, por lo general, de un día, lo que aproxima sus anotaciones a las crónicas radiofónicas, con una inmediatez que subraya en ocasiones la perspicacia política de Goebbels, como, por ejemplo, cuando habla de las investigaciones sobre armamento nuclear, cuando expone sus reticencias sobre la alianza con Italia o cuando juzga las capacidades de Laval o de Churchill.
Louis P. Lochner |
"Por la noche pude consagrar un poco de tiempo a las niñas, con las que me divertí mucho. Es una pena que uno pueda estar tan poco con sus propios hijos... Una vez que termine la guerra me preocuparé mucho más que antes de su educación. No puedo ni deseo pensar en una tarea más hermosa en la paz venidera."
(20 de diciembre de 1942)
Pero lo que en otro concederíamos sin más como una expresión de afecto familiar, en Goebbels, que con tanta frecuencia abogó por los sentimientos como herramienta de persuasión, siempre hay que tomarlo con cautela, como esas fotos tan conocidas en las que Hitler aparece acariciando a su perro o besando a niñitas.
La siguiente anotación, perteneciente al 7 de marzo del 43, ilustra bien el tránsito de lo sentimental a lo pragmático:
"Asistí a los funerales celebrados en el cementerio del bosque de Dahlem en honor de seis jóvenes de la Luftwaffe, los más jóvenes soldados del Reich, muertos durante el último bombardeo. Presencié escenas conmovedoras. Un joven pastor pronunció un discurso excelente. Creo que debemos requisarle para nuestro movimiento."
En Solo en Berlín (1947), novela de Hans Fallada que ya comentamos aquí, una mujer recibe la noticia de la muerte de su hijo en el frente. Luego llega su marido del trabajo y, al verla, intuye que algo le ha pasado al hijo. Ella se lo dice y, cuando él coge la carta oficial, ella se la arrebata de las manos y la rompe en pedazos.
-¿Es que encima piensas leer esa mierda, esas asquerosas mentiras que les escriben a todos? ¿Que ha muerto como un héroe, por su Führer y por su patria? ¿Que fue un soldado y un camarada modélico? ¿Vas a dejar que te cuenten todo eso cuando los dos sabemos que lo que más le gustaba a Ottito era manipular su radio y que lloró cuando lo obligaron a alistarse?
A partir de entonces el dolor se convierte en rabia, y la rabia en resistencia. Unas simples postales son el arma que utilizan los Quangel contra el estado nazi. Su oposición política es una oposición lingüística, porque tan subversivo como los mensajes de sus postales es el lenguaje que utilizan. Si Klemperer, en su LTI, desmonta las claves filológicas de la lengua de los nazis, Hans Fallada evidencia con su historia de los Quangel -que es la historia real de los Hampel- la inanidad de su discurso.
En el prólogo de los Diarios de Goebbels, Lochner cuenta que el 10 de noviembre del 38, un día después de "la noche de los cristales rotos", Goebbels, que había organizado el pogromo, convocó a los corresponsales extranjeros acreditados en Berlín y les hizo la siguiente declaración:
"Todos los relatos que hayan llegado a sus oídos acerca de pretendidas destrucciones de propiedades judías son una mentira hedionda. No se ha tocado el pelo de un solo judío".
Es de tal envergadura la mentira, que aturde. Pero no basta con descalificar a su autor con unos cuantos adjetivos ni con atribuir el disparate a un celo patológico en su misión propagandista. La clave de su actitud la revela el mismo Goebbels cuando critica el "intelectualismo" y el "objetivismo" como "atributos judíos de una caduca sociedad occidental". Así, para él, muy por encima de las oposiciones verdad/mentira o bien/mal está la de lo auténtico o genuino, asociado al credo nazi, frente a lo falso o lo corrupto, asociado a todo lo demás.
Cuenta Lochner que la declaración de Goebbels implicaba una imposición de silencio a los periodistas, pero que lo que el ministro no había tenido en cuenta es que "el día anterior habíamos enviado amplios relatos de la quema de las sinagogas, el asalto a las tiendas hebreas, el apaleamiento de los judíos y de las partidas de gángsters nazis que recorrían las calles gritando ¡los judíos graznan!" Con lo cual la transmisión textual de las palabras del ministro consiguieron en el extranjero el efecto contrario del que pretendía.
La siguiente anotación, perteneciente al 7 de marzo del 43, ilustra bien el tránsito de lo sentimental a lo pragmático:
"Asistí a los funerales celebrados en el cementerio del bosque de Dahlem en honor de seis jóvenes de la Luftwaffe, los más jóvenes soldados del Reich, muertos durante el último bombardeo. Presencié escenas conmovedoras. Un joven pastor pronunció un discurso excelente. Creo que debemos requisarle para nuestro movimiento."
En Solo en Berlín (1947), novela de Hans Fallada que ya comentamos aquí, una mujer recibe la noticia de la muerte de su hijo en el frente. Luego llega su marido del trabajo y, al verla, intuye que algo le ha pasado al hijo. Ella se lo dice y, cuando él coge la carta oficial, ella se la arrebata de las manos y la rompe en pedazos.
Hans Fallada (1893-1947) |
-¿Es que encima piensas leer esa mierda, esas asquerosas mentiras que les escriben a todos? ¿Que ha muerto como un héroe, por su Führer y por su patria? ¿Que fue un soldado y un camarada modélico? ¿Vas a dejar que te cuenten todo eso cuando los dos sabemos que lo que más le gustaba a Ottito era manipular su radio y que lloró cuando lo obligaron a alistarse?
A partir de entonces el dolor se convierte en rabia, y la rabia en resistencia. Unas simples postales son el arma que utilizan los Quangel contra el estado nazi. Su oposición política es una oposición lingüística, porque tan subversivo como los mensajes de sus postales es el lenguaje que utilizan. Si Klemperer, en su LTI, desmonta las claves filológicas de la lengua de los nazis, Hans Fallada evidencia con su historia de los Quangel -que es la historia real de los Hampel- la inanidad de su discurso.
En el prólogo de los Diarios de Goebbels, Lochner cuenta que el 10 de noviembre del 38, un día después de "la noche de los cristales rotos", Goebbels, que había organizado el pogromo, convocó a los corresponsales extranjeros acreditados en Berlín y les hizo la siguiente declaración:
"Todos los relatos que hayan llegado a sus oídos acerca de pretendidas destrucciones de propiedades judías son una mentira hedionda. No se ha tocado el pelo de un solo judío".
Es de tal envergadura la mentira, que aturde. Pero no basta con descalificar a su autor con unos cuantos adjetivos ni con atribuir el disparate a un celo patológico en su misión propagandista. La clave de su actitud la revela el mismo Goebbels cuando critica el "intelectualismo" y el "objetivismo" como "atributos judíos de una caduca sociedad occidental". Así, para él, muy por encima de las oposiciones verdad/mentira o bien/mal está la de lo auténtico o genuino, asociado al credo nazi, frente a lo falso o lo corrupto, asociado a todo lo demás.
Cuenta Lochner que la declaración de Goebbels implicaba una imposición de silencio a los periodistas, pero que lo que el ministro no había tenido en cuenta es que "el día anterior habíamos enviado amplios relatos de la quema de las sinagogas, el asalto a las tiendas hebreas, el apaleamiento de los judíos y de las partidas de gángsters nazis que recorrían las calles gritando ¡los judíos graznan!" Con lo cual la transmisión textual de las palabras del ministro consiguieron en el extranjero el efecto contrario del que pretendía.
Gracias, David, por tu comentario a mi anterior artículo, que te respondo aquí. Mi tardanza aquí se debe a que he estado muy liado con una antología didáctica de la prosa del XIX que me van a publicar en septiembre; pero ya he terminado mi trabajo, así que aquí estoy de nuevo, bien pertrechado de cómics para el verano y de una novela enorme a la que ya le tenía muchas ganas: "El Don apacible", de Mijaíl Shólojov. Lo del instituto ya me queda muy atrás y, como hemos tenido tantos líos este curso, no sé a cuál te refieres. Ahora bien, en lo de la "neolengua" vas bien, porque no solo se relaciona claramente con el nazismo, sino con nosotros, con nuestra lengua, porque una característica que compartimos es la riqueza en lo tecnológico y la pobreza en lo ideológico.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz verano para los tres.
Buenas. Un lujo encontrarme con su blog, sus dos últimas entradas me han parecido muy interesantes, tomo buena nota de los libros comentados, me hago un hueco por aquí y coloco su blog en mi barra de favoritos. Un cordial saludo.
ResponderEliminarBienvenido, Álvaro. Te agradezco la deferencia y celebro que te hayan gustado estos artículos. Como suele ocurrir en este blog, forman parte de una serie que aún se va a prolongar con unos textos más.
EliminarP.D.: Ya he estado paseando por tu blog, que tiene una pinta estupenda. Nos leemos.
Apasionante e inagotable tema, desarrollado tan bien como siempre en tus entradas. Respecto a la Kristallnacht, algunos dicen que, de hecho, las instrucciones eran destruir todo lo destruible, pero no agredir a los judíos, como corroboraron algunas de las víctimas. Es innegable también que, aun así, sólo esa noche murieron cien personas (aparte de las muchas que murieron de sus herdas días más tarde, y de los miles que fueron arrestados), algo que yo pensaba admitió Goebbels. Quizá tuvo que rendirse a la evidencia unos días más tarde.
ResponderEliminarTe suelto estos datos porque, estimulado por la entrada, acabo de ver un documental interesantísimo sobre la Kristallnacht: http://www.youtube.com/watch?v=s5x_T22sRDk
Hace poco se ha publicado en España una biografía de Goebbels, de varios kilos de peso. ¿Le has echado un vistazo?
Saludos
Gracias, Batboy, por tu comentario y por el enlace al documental. Lo que más me ha gustado es la expresión de desconfianza de un obrero portuario durante el discurso de marras de Hitler; parece decir "¡pero si este tío está como una regadera!". Ahora eso ya lo sabemos todos, pero entonces tenía un mérito enorme no dejarse arrastrar por aquella oratoria tan tóxica.
EliminarDe la biografía que dices leí alguna reseña en internet. La mayor parte de los comentarios coincide en que se trata de una visión de Goebbels que tiende a rebajar su fama de gran manipulador y su responsabilidad dentro del aparato nazi, pero todo esto sin ningún ánimo exculpatorio, por supuesto; al contrario, subraya la mediocridad del interfecto.
Un saludo.