jueves, 2 de diciembre de 2010

De Kafka a Elvis (2)

METAMORFOSIS
Viñetas de Peter Kuper. Editorial Astiberri.
       De todos los inicios de novelas no conozco uno más aterrador que el de "La metamorfosis" de Kafka": "Cuando Gregorio Samsa despertó una mañana, tras agitados sueños, se halló en su cama convertido en un monstruoso insecto". Podría haberse levantado con ojeras, con un grano en la nariz, con jaqueca o, incluso, con un ataque de ciática que no le dejara apoyar apenas la pierna izquierda. Pero no, en vez de esas pequeñas tragedias, el hombre amanece hecho un coleóptero, una cucaracha o pariente cercano, que esto no lo aclara Kafka, quien parece complacerse al dejarnos en suspenso sobre la identidad entomológica del tal Gregorio, oiga. Yo no sé a ustedes, pero a mí me fastidia que me escamotee esa información y que a renglón seguido se demore en un detalle ornamental sin importancia. Por supuesto, no cabe pensar aquí en un descuido, por lo que hay que aceptar que el contraste entre la omisión de lo trascendente y el detallito descriptivo -un marco de una fotografía recortada de un periódico en la que se ve a una señora vestida con abrigo de pieles- está perpretado con premeditación. Lo cual, en esa posición privilegiada del primer párrafo, adquiere el rango de una declaración de principios o, mejor, de una declaración de hostilidades.  
      ¿Contra quién? Bueno, el surtido es tan amplio, que dejo barra libre: contra el régimen laboral de los viajantes de comercio a principios del siglo XX en el Imperio Austro-húngaro; contra los oficinistas de compañías de seguros -es decir, contra él mismo-; contra ti, lector, y contra mí, que llevamos una vida arrastrada de insecto, a ratos abeja obrera, a ratos zángano, pero sin poder alzar el vuelo...  Y fíjense ahí cuánto se ha preocupado Kafka de anular de raíz esa esperanza que habría prometido la capacidad de vuelo de los coleópteros: a falta de la pericia manual requerida para despasar las fallebas y abrir la ventana, Gregorio Samsa rompe los cristales con un fuerte golpe de sus élitros, se encarama de un salto en el alféizar y echa a volar. Adiós pensión, adiós trabajo y adiós familia. Nada parece más lógico..., pero Kafka no quiere huidas, sino enfrentamiento. Igual que un niño malo que corta las alas a una mosca y la obliga a corretear por el pupitre, hasta que se aburre de su capricho, así Kafka y así Gregorio-Insecto Samsa.
     Uno de mis amigos del Círculo Entomológico (una gente divertidísima) me hablaba de "La paz", de Aristófanes, a propósito de las connotaciones literarias de los coleópteros; en ella un campesino cría un escarabajo gigante para que le lleve volando al Olimpo a tomarse un cortadito con ambrosía en compañía de los dioses, a ver si se animan a apaciguar Atenas. En contraste con él, Gregorio viaja al techo de su habitación, no apacigua nada y su enfrentamiento no depende de su voluntad, sino de su diferencia . Yo no sé si Kafka leyó esa comedia; me da que sí, pero lo que está fuera de duda es su conocimiento de "Las metamorfosis" de Ovidio, de la que la suya resulta una imagen en negativo. Así, frente a la causa de las transformaciones mitológicas, que es siempre la ofensa contra los dioses, en la de Gregorio no hay más culpa que la propia existencia. Y mientras que allí son aquéllos -Júpiter, Juno, Venus, Peneo...- los agentes de las metamorfosis, por las páginas de Kafka no hay ni rastro de divinidad. Se trata de un castigo sin culpa ni juez. Que la pena final sea la muerte convierte en trágica la historia, pero no la hace más terrorífica: se veía venir y, a la postre todos somos un poco bichos y acabamos muriéndonos. El terror que sobrecoge al leer "Cuando Gregorio Samsa despertó una mañana..." es la violencia del paso del tiempo, saber que apenas la víspera era un hombre joven.        







(nota: próximo artículo: "La metamorfosis de Elvis")

2 comentarios:

  1. Una nota a pie de página para tu colección de hiperhibridos: Elvis-Che, Elvis-Stalin y Kafka-Elvis. El artista vasco Judas Arrieta quiere convertirse en chino y, como no tiene la virtud de Zelig de mimetizarse con el vecino- aunque disponga de mil millones de rostros achinados-, ha encontrado un recurso más expeditivo para ganarse el pasaporte asiático: Le ha puesto al líder chino las orejas del ratón más famoso del mundo. Nuestro escultor, que quizás ignore que ya Andy Warhol en "Mickey Mao. Apología y miseria del icono virtual" realizó tan proeza, ha provocado un verdadera "Revolución Cultural". Con motivo de la visita de Obama a China, se han puesto a la venta miles de camisetas con un nuevo rostro del gran timonel: Obama-Mao; o lo que es lo mismo: la hierática imagen del líder chino con el careto del presidente más popular de la historia. Las autoridades chinas se sienten impotentes ante esta nueva oleada que no sólo mezcla imágenes sino los propios eslóganes del Gran Timonel con un rostro más fotogénico y amigable. La respuesta a este nuevo agravio, si existiera el telón de acero, sería una nueva entrega de dibujos animados checoslovacos, con los que torturaban en los años sesenta a los pobres niños que habíamos disfrutado de una sesión maravillosa con los Warner Brothers. En este caso Kafka-Elvis tendría un nuevo final todavía más terrorífico en forma de dibujos animados "made telón de acero", con el espantoso título al final de los créditos de "Koniec". Sólo ver esa palabra me pone los pelos de punta. Mucho más que los famosos corredores kafkianos.

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  2. Es un rasgo común de todas las dictaduras su falta de sentido del humor. Que la gente se ría les resulta sospechoso a los tiranos. Ya hablamos aquí una vez de la teoría de los dobles y mencionamos aquello de que si uno se encontraba con su doble, se producía un no sé qué terrible. Podría ser que ese temor ancestral a encontrarse uno con su "antiyó" sea uno de los mayores motivos de pánico de los dictadores y de ahí que la risa les acojone. Mi Elvis-Stalin o mi Elvis-Hitler irían por ahí, y por lo que leo de tu comentario ese Judas Arrieta, también. Es un camino que me complace transitar (también a ti), este del humor contra la trascendencia patriótica de los tiranos, por el que nos precedieron con mucho riesgo y ventaja gente corajuda como nuestros admirados Mijail Bulgakov o Hasroslav Hasek.

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