lunes, 8 de marzo de 2010

Nueva Orleans (3)

Un tranvía llamado Deseo

Después del suicidio de su marido y de la ruina de su hermoso sueño, la Belle Reve, que es el nombre de la mansión familiar; después de enterrados sus muertos, es ella misma, Blanche DuBois, la que se hunde. Todo lo que tiene le cabe en un baúl, y sólo le queda una hermana, en Nueva Orleans, a la que acude para salvarse del naufragio. "Me han dicho que cogiera un tranvía llamado Deseo y que luego hiciera transbordo y subiera a otro que se llama Cementerios y que pasadas seis manzanas me bajase en ¡los Campos Elíseos!" -dice en su entrada en escena.
     Hoy muchos turistas de la cultura, devotos de Marlon Brando, de Tennessee Williams o de Vivian Leigh peregrinan hasta el 36 de aquella avenida y se fotografían junto a la puerta de una casita de madera que no tiene nada que ver con la finca de vecinos donde transcurre la obra. Pero este detalle no parece importarles, pues al fin y al cabo se van de allí con la imagen que materializa su devoción. Seguro que les hubiera gustado culminar su gira a bordo de aquel tranvía, cuyo verdadero nombre es Desire, por el barrio en el que terminaba su trayecto, al noreste del Vieux Carré. Pero hace ya tiempo que desapareció ese transporte de aquella zona, castigada en los últimos años por la droga y la violencia, como una metáfora urbana de la desolación de Blanche. Ni siquiera Ignatius J. Reilly llegó a conocerlo; cuando andaba por allí ya le habían cambiado los cables eléctricos por el gasóleo: "Simbólicamente, pasó ante mí tonante un autobús Desire, cuyo tubo de escape diésel casi me asfixia" (cap. 9).
     Hay que irse hacia el oeste, al Garden, un distrito señorial, para disfrutar desde el asiento de madera de un tranvía de un paseo entre los robles centenarios y los magnolios de la Avenida de Saint Charles. Sopla un aire denso y pegajoso que arrastra con la humedad del río aromas de plátano y de café. En esa mansión murió Jefferson Davis, presidente de la Confederación. En esa otra vivió Tennessee Williams. Por aquí deambuló el detective Harry Angel. Más arriba se anuncia un cazarrecompensas y, en algún jardín, banderitas con la inscripción "apoya a nuestras tropas".
     Es un trayecto de ida y vuelta, lento y agradable, en el que uno se deja llevar, abandonándose a la contemplación del paisaje. Nada que ver con aquél en el que se sube Blanche.
     Al principio de la obra uno lee aquella mención a los tranvías como una información que subraya la condición empobrecida de un personaje que se da ínfulas de dama del Sur. Pero al final, cuando la vemos enloquecida y violada por Stanley, el marido trabajador, animal y apasionado con el que su hermana Stella huyó de la debacle de la Belle Reve, adquieren un sentido profético que va más allá del texto. Su vida, las nuestras, discurren entre un tranvía llamado Deseo y otro Cementerios. Lo malo del trayecto es el tiempo que uno ha de pasar esperando para transbordar al segundo. 
     Fue Marlon Brando quien interpretó al bestia de Stanley Kowalski, tanto en el teatro como en el cine, y en ambas ocasiones dirigido por Elia Kazan. De él escribió Arthur Miller que "sobre el escenario era un tigre, un terrorista sexual". Fue tan extraordinaria su actuación, que las que han venido después han tenido que lidiar contra su recuerdo y la comparación, cayendo a menudo en pálidas imitaciones.
     Al reclamo de sus feromonas, que aún hoy atraviesan con fuerza la pantalla, los turistas de lo culto, ya digo, se llegan hasta el 36 de los Campos Elíseos para retratarse frente al número de la casa de Brando, digo de Kowalski, muchos de ellos ataviados con camisetas de algodón: un tributo a quien puso de moda la prenda.
     En España ya se estilaba, pero acompañada del farias y del botijo. Para sacar esa prenda de la tasca y del andamio tuvieron que ponérsela Marlon Brando y Paul Newman, quien sustituyó al anterior en el protagonismo cinematográfico de otra obra de Tennessee Williams, "Dulce pájaro de juventud" (Richard Brooks, 1962), después de que Elvis Presley lo rechazara. Cabe pensar que fue el recto sentido de la moral del Coronel Parker quien se lo impidió: el papel de un chulo, violento y canalla no le iba a su chico; ni siquiera si se sustituía, como se hizo, la castración original de Chance por una desfiguración: ya tenía él bastante con las oleadas de indignación bienpensante que levantaban los movimientos de pelvis de su patrocinado. Con todo, si Brando hubiera sido compañero de reparto, no creo que Elvis hubiera puesto reparos al papel de Chance Wayne: le admiraba tanto como aquél le despreciaba. Una pena, porque, sin saberlo, cuando ya se disponían a subir al tranvía llamado Cementerios, sus vidas habían ido convergiendo. Cada uno ocupaba dos plazas en el tranvía y, si Elvis tenía mano con el Capitán Márvel, Brando era uña y carne con el padre de Supermán.
     Respecto a Vivian Leigh, antes de interpretar a Blanche DuBois, se había hecho famosa dando vida a la Escarlata O´Hara de "Lo que el viento se llevó"; tenía experiencia, por tanto, en la interpretación de grandes hundimientos. Al final de sus días, sola y enloquecida, parecía una sombra del personaje que tan brillantemente había interpretado en la película de Kazan y, de acuerdo con la nobleza un tanto decadente de aquella vieja dama del Sur, eligió un transporte más elegante que el tranvía Cementerios. Su última película fue "El barco de los locos", del año 1965. Dos años más tarde murió.                                   

7 comentarios:

  1. En mi novela “La Leyenda del Cráneo Áureo” hago un comentario de este autor fetiche- perdón- vudú, el demonio de Tennessee, el tormento de mis años de juventud:

    “En mi sueño la médium invocaba al espíritu de Dickens y me aparecía mi peor pesadilla: ¡Tennessee Williams! Recuerdo muy bien que había hecho el conjuro apropiado. Entonces, ¿qué hacía aquí Tennesee Williams? ¿Cómo decirle: “vete, no eres mi genio tutelar, no formas parte de mis manes”? ¿Quién se atreve a criticar a los espíritus furibundos de unos difuntos? Me invadió un temblor incontrolable y no me sostenía sobre mis piernas. Preparé el pañuelo, los tapones para los oídos y me tome una tila. La cabeza me daba vueltas. Estaba perdido. ¿Era contagioso? ¿Empezaría a escribir dramones con personajes sensibles que lloriqueaban a moco tendido y vociferaban sin ton ni son, todo ello regado copiosamente con el recurso tan original, tan sofisticado, del alcohol? Lo que más temía era aquel momento en que su mirada interrogadora me hiciera preguntas. ¿Cómo eludiría la respuesta? ¿Cómo le diría la verdad? No fue necesario, él no me pidió explicaciones. Durante días, mientras escribí este libro, él estuvo a mi lado como mi ángel tutelar o demonio, susurrándome palabras que debía escribir. Yo asentía y escribía lo contrario de lo que aquel gigante me decía y luego le invitaba a un cuba libre y tan amigos.
    Esta indulgencia, no obstante, tenía un precio: en el sueño asistía obligado a un estreno en Broadway. No habían pasado ni cinco minutos cuando los personajes de la obra se tomaron la primera copa, eso ya me inquietó. El protagonista hablaba con voz gangosa, bajaba una y otra vez una escalera para encontrarse con su mujer y siempre llevaba una copa en la mano. ¿Era un préstamo de Tennessee Williams? Probablemente, porque el decorado había sufrido serios desperfectos y se había utilizado doble ración de utilería. No tuve que esperar mucho para que otro grupo de intérpretes brindarán por un feliz acontecimiento- no recuerdo bien si por una boda o un ascenso laboral de uno de ellos- y se confirmaran mis peores sospechas: estaba asistiendo a un drama alcohólico. Esto me preocupó y mi rostro se ensombreció: pronto llegarían los gritos destemplados y los lloriqueos, lo propio de un dramón de esos que te alteran los nervios y no te dejan dormir, amén de estropearte el pañuelo de la americana y destrozar el decorado con objetos que sobrevuelan velozmente el escenario. Se preguntarán: ¿pertenece usted a la liga antialcohólica? Han dado en el clavo: pertenezco a la liga del teatro abstemio. Pienso que una buena terapia para el teatro norteamericano y europeo debería exigir un número limitado de copas de alcohol en las representaciones. Propongo una nueva modalidad de teatro saludable: el teatro abstemio... Pero dejen que continúe con mi historia. Mi primer impulso fue irme de allí. Por desgracia yo no iba sólo: me acompañaba una hermosa estadounidense que esperaba ansiosa su buena ración de emociones fuertes, condimentadas con alcohol y shocks electroacústicos. “¡Valor!”, me dije. “Pronto llegará el final del primer acto y mis nervios aún estarán templados.” Luego pretextaría una “llamada urgente” que me privaría de los dos siguientes actos, y finalmente, cuando oyera cómo los actores medio borrachos habían acabado de destrozar el decorado echándose toda la utilería a mano entre lloros, gritos y abrazos conmovedores, volvería al palco, donde le preguntaría a mi amada con una hermosa sonrisa: “¿Te ha gustado, querida? Un drama magnífico... Por cierto, ¿cómo se llamaba la obra?” “Dulce pájaro de juventud.”

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  2. Observo, Joaquín, que la combinación teatral de alcohol, mujer chillona y mamporros no te va. Ni siquiera cuando el que prepara el combinado es Tennessee Williams. No te voy a discutir tu apreciación: los dramas, las tragedias y, sobre todo, los melodramas están tan al filo de lo ridículo, que a menudo hacen catapum. Por eso tiene tanto mérito cuando una obra que se pasea por el precipicio sale airosa. Y el Tranvía de Kazán, tanto en teatro como en cine, no se descarriló, ¿no te parece? Lo del "Dulce pájaro de juventud" es otro cantar, pero no me voy a alargar ahora con eso. Me resulta muy significativo de los nuevos modelos culturales que el referente que tienen hoy los jóvenes de Stanley Kowalski no sea Brando sino Flanders, el vecino beato de los Simpson. Lo que ocurre es que muchos de ellos -la mayoría- no saben ni de la existencia de Tennessee W. No conocen la obra y por tanto no ven la parodia. Sólo se ríen.
    Pero más allá de este rollo, lo que más me gusta de tu entrada es que es un aperitivo muy suculento de tu novela. Espero no tener que esperar mucho para disfrutarla.

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  3. Es divertido y original ese fragmento de la novela de Joaquín. Debe de ser un tío un poco borde. Se le nota el colmillo torcido al escribir. ¿Se puede conseguir alguna novela suya? ¿Cómo?

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  4. Tienes razón en que Joaquín es muy especial. A mí me parece que es la reencarnación de algún escritor desconocido, amigo de Dickens y de Wilkie Collins, que por medio de algún encantamiento especial ha venido al futuro. respecto a lo de conseguir alguno de sus libros, le dejo a él que te responda,

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  5. 1.Gracias, Federico, por lo de borde. Me alegro de que te haya gustado este pequeño aperitivo. He publicado una novela titulada: “El Señor Teckel” en la editorial Huerga y Fierro. Está disponible en las librerías online de “La Casa del libro”, “Amazon” y en la librería Agapea, www.agapea.com. De todas maneras, si tienes algún problema, me puedes mandar un mensaje a mi correo electrónico: jhuguet2@terra.es
    2.He revisitado –perdona el anglicismo- “Un tranvía llamado deseo” varias veces. A diferencia de otras obras de T.W., en la versión de Elia Kazan, cuenta con el cebo de Marlon Brando. Paul Newman es una buena percha pero un mal actor que a duras penas salva un bodrio alcohólico como “Dulce pájaro de juventud”. Marlon Brando, en cambio, eclipsa a una Vivian Leight, que está maravillosa porque se representa a sí misma. Brando es un actor que, como los grandes divos, se hace de rogar, pero vale la pena la espera. Se saborea en pequeñas dosis. En “El Padrino” gran parte del poder de atracción de la cinta recae en sus apariciones esporádicas; en “Superman” su pequeña interpretación dota de cierta calidad un film mediocre. Pero donde alcanza la culminación de sus interpretaciones breves y magistrales es en “Apocalypsis Now”. Toda la película estás pendiente de la búsqueda de Marlow, su personaje, y cuando Brando aparece entre sombras, con una voz apenas audible y un rostro inexpresivo, sugiere con gran maestría el horror original de la obra de Conrad. ¡Cómo pudo Coppola reflejar tan bien el espíritu original de la novela! Hay películas que matan y Apocalypsis hizo honor a su nombre: Brando tenía muy mal aspecto, casi moribundo, y al pobre de Martin Sheen le dio un infarto. ¿No sería por los mosquitos ebrios de música wagneriana? Por cierto, no sabía que Kowalsky había inspirado el personaje de Flanders. ¿En qué consiste esa relación? ¿No tendrá el bueno de Ned algo que ver con una mujer de la vida como Moll Flanders? Esa sí que sería una hermosa ironía.

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  6. 1. Espero que Manolo F no se mosquee por que le llames Federico, pero seguro que va a pensar que eres más borde de lo que eres.
    2. Es posible que escriba una entrada sobre "Dulce pájaro de juventud", así que me esperaré para contestarte; o sea, que ya te puedes ir acojonando.
    3. No estoy de acuerdo en que Vivian leigh se interpretara a sí misma en "Un tranvía llamado deseo". La imagen de damita del Sur le viene de "Lo que el viento se llevó", y su gran actuación en la película de Kazan sobre la obra de T. Williams te hace pensar eso, pero no: ella nació en la India, hija de padre inglés y madre irlandesa, o sea que de magnolia del Misisipi, nada de nada. Cuando Marlon Brando interpretó a Marco Antonio en "Julio César", de Mankiewicz, algunos puristas shakespirados le criticaron su dicción, pero Laurence Olivier (marido de Vivien Leigh) para ponderar su interpretación retó a aquéllos a imaginar a John Guilgud interpretando a Stanley Koewalski. Lo de la señorita Escarlata y lo de Blasnche DuBois no fue un esfuerzo menor. Que tu consideres erróneamente que se interpretó a sí misma es la prueba de su mérito como actriz.
    4. Lo del nombre de Flanders le viene , por supuesto, de la novela de Defoe: poner a un puritano el nombre de una de las más famosas prostitutas literarias es una broma típica de los guionistas de los Simpson. Y lo de la relación entre Flanders y Kowalski es por la interpretación que hace el primero del personaje de Williams en el capítulo en el que parodian esa obra de Williams ( y en el que Marge hace de Blanche).

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  7. Perdona, Manolo, por lo de Federico. Se me cruzaron los cables. Fue un lapsus que me salíó no del colmillo torcido, como dicen algunas mentes maliciosas, sino de un comentario que estaba haciendo sobre Lorca.

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