Nota previa necesaria: cualquier tentación de establecer relaciones entre este escrito y el viaje reciente que un servidor y mi compañera de Economía realizamos con nuestros alumnos a la Selva Negra correrá de cuenta de la malicia del lector. Este escrito no es más que el fruto de una mala siesta. Las coincidencias que pueda haber son solo circunstanciales.
1. De la naturaleza del autobús
Un autobús cargado de alumnos de 4 ESO en viaje fin de curso es una fuerza incontrolable de la naturaleza. Hay en él tensiones de carácter expansivo que desafían el sentido común y dejan en pobre lugar a aquellos que por inconsciencia o temeridad deciden acompañarlos. Por ejemplo: un observador experimentado habrá caído en la cuenta de que en el autobús los asientos se disponen en dos filas de un par de asientos separadas por un pasillo, lo que determina que la posición del viajero sea estática y sedente. Las leyes de la física y las del tráfico así lo sentencian. No obstante, los alumnos de ESO, por lo general dotados de una visión muy laxa para todo lo relativo a leyes o normas, sean de gramática, de física o de normativa municipal sobre uso de petardos, prefieren el escorzo, de manera que es casi imposible ver a todo el pasaje sentado y con los cinturones de seguridad abrochados. Esto último es una cuestión delicada, porque a pesar de la relación lógica que alguien no avisado puede establecer a primera vista entre "cinturón", "seguridad" y "abrochado", para ellos son tres enunciados inconexos. De esa laxitud interpretativa se derivan graves problemas de salud, de los cuales las afecciones en las cuerdas vocales de los profesores y de los guías son las más irrelevantes. Lo peor se lo lleva el conductor del autobús. ¿Sabíais que les hacen descuento en el psiquiatra? Los pobres están acostumbrados al imperativo moral kantiano y llevan muy mal el sometimiento de la razón a los vaivenes de las voluntades adolescentes. Es por eso que paran cada dos horas en las áreas de servicio. Están obligados: tienen que fumarse media cajetilla de tabaco en cada parada, tomarse un ansiolítico y, para combatir los efectos sedantes de este, han de beberse un café bien cargado y una Coca-Cola. Solo así pueden eludir pulsiones homicidas. Se comprende entonces que pongan en todos los viajes "Hombres de honor", una película fascista destinada a ensalzar el cuerpo de marines estadounidense, en la que básicamente se habla de señores que mandan mucho y de otros señores más jóvenes que obedecen siempre. Otra película que no falla en este tipo de viajes es "La milla verde", sobre un funcionario de prisiones muy buena gente que tiene problemas de próstata y que trabaja en una sección de una cárcel donde destinan a los condenados a morir en la silla eléctrica. Hay por ahí otro funcionario muy malo y un preso negro enorme que tiene poderes y le cura al carcelero bueno lo de la próstata, con lo cual la señora de este se pone muy contenta. Un sencillo análisis actancial nos deja bien claro de parte de quién está el conductor y en qué tipo de silla le gustaría ver sentados a los ocupantes de su autobús. Pero todo esto no pasa de ser un mero desahogo, porque los alumnos, tras los cinco minutos iniciales, prestan la misma atención a la película que al profesor cuando introduce algún comentario cultural relativo a algún castillo o a algún accidente geográfico que se avizora desde la ventanilla. "Profe, que estamos de vacaciones": es la manifestación de un ocio militante que rechaza cualquier estímulo que pueda implicar un aprendizaje que no se refiera a un truco de tik tok o del videojuego que se llevan entre manos. Para ellos la idea romántica del viaje simplemente no existe. Se trata de un desplazamiento de un punto A a otro B, pasando por unos puntos intermedios que son las áreas de servicio. Daría igual que estuviéramos durante 980 kilómetros dando vueltas por la V-30 y parando en los centros comerciales de Bonaire y de Gran Turia si al final de ese recorrido estuviera la ciudad francesa de Grenoble, que es el destino de nuestra primera etapa.
2. De las áreas de servicio
Son las herederas de las antiguas fondas, de las ventas y de las casas de postas, espacios de restauración ricos en evocaciones literarias: Lazarillo, don Quijote, don Juan, John Silver el Largo... Es verdad que si uno deja sueltos a los ocupantes de un autobús de estudiantes de la ESO en viaje fin de curso en cualquier lugar, inmediatamente ese lugar pierde las connotaciones poéticas que pueda tener y se convierte en algo prosaico, abarrotado y ruidoso de donde uno está deseando marcharse. Quizás por eso uno de los sitios donde menos desentonan es justamente las áreas de servicio. Allí entran en estampida, porque nuestros alumnos siempre están meándose, bajan a a los aseos, se alivian, suben corriendo y, si la pausa es superior a los quince minutos, se lanzan a la búsqueda de un enchufe para conectar el cargador del móvil (siempre se están quedando sin batería). Su otra precaución es proveerse de alimentos, porque los intervalos entre el desayuno y la comida o entre está y la cena son para ellos una travesía del desierto que han de recorrer con sus bolsas de patatas fritas, sus paquetes de galletas y sus pastillas de chocolate. Una vez satisfechas estas necesidades (y recuerdo que cada dos horas se produce una parada y se repiten las mismas escenas), entonces se dispersan por la sección de compras. Apenas llevamos dos paradas, estamos al lado de Barcelona y muchos de ellos empiezan a comprar recuerdos para sus familiares. ¿Recuerdos de qué? Da igual. Antes los viajeros volvían a casa con un montón de historias que contar. Ahora eso se ha perdido. Los testimonios del viaje ya no son relatos orales sino fotografías que se cuelgan al instante en Instagram y objetos que se compran, y si son tópicos y recargados, mejor. Lo que interesa es que el objeto en cuestión proclame que el comprador ha estado allí y se ha acordado de uno. Un llavero, una navaja, un botellín de cerveza, unos calcetines de lana, un imán para la nevera, un peluche, la tocineta envasada al vacío, galletitas de mantequilla, mermeladas, patés: son objetos en los que se materializa el afecto y cuya oferta se repite obsesivamente cada dos horas en todas las áreas de servicio, creando esa sensación de que el autobús se desplaza pero uno siempre llega al mismo sitio.
3. De la ubicación, naturaleza y etimología de la Selva Negra.
Como cualquier profesor de ESO sabe, la lógica de los alumnos es una atribución intelectual sometida a infinitas variables. Algunos de los que no aciertan con la relación de causa efecto entre las expresiones "cinturón (abrochado)" y "seguridad" son capaces de ubicar la Selva Negra en el África subsahariana solo por las connotaciones evidentes del topónimo. Así ocurrió en la primera reunión que mantuvimos con el representante de la agencia con motivo del viaje que organizamos hace unos años. Este malentendido vino acompañado de cierto desencanto, porque no es lo mismo ir de viaje a un territorio incógnito poblado en la imaginación por guerreros masais, pigmeos, gorilas y leones, que ir a otro donde el mayor riesgo es que te muerda un dedo una ardilla cuando le das un cacahuete. Por eso conviene deshacer el equivoco desde el principio: la Selva Negra es una región al suroeste de Alemania, fronteriza con Francia y Suiza, que se extiende hacia el norte a lo largo de unos 160 km., con una anchura variable de unos 30 a 60 km. Su nombre no se debe al color de la piel de sus habitantes, sino a lo frondoso de su vegetación, especialmente la de su zona no visitable, la que se observa a ambos lados de la carretera que la recorre. Se puede afirmar entonces que la mejor manera de apreciar la negrura de ese bosque es desde lejos, sin entrar en él, porque cuando uno llega a Triberg, por ejemplo, que es uno de sus enclaves más famosos, lo primero que has de hacer es pasar por taquilla y pagar una entrada que te da acceso por unos caminos despejados a un territorio vegetal exuberante, sí, pero donde la selva se ha convertido más que en un bosque civilizado en un jardín botánico. Pensar que por aquí una vez estuvieron los hermanos Grimm y que estos bosques alimentaron la imaginación que llevó al papel a personajes como Hansel, Gretel, Blancanieves, los siete enanitos, la princesa malvada, el gato con botas, el enano saltarín y tantos otros exige hoy un esfuerzo mental sobresaliente. Acompañados por sesenta alumnos resultan mucho más próximas las evocaciones a las hordas de Arminio y a la batalla del bosque de Teutoburgo contra los romanos; y eso a pesar de las numerosas tiendas para turistas surtidas de relojes de cuco, navajas multiusos y tocineta envasada al vacío que, quieras o no, aportan cierta pátina de modernidad igualitaria al paisaje urbano de estos pueblecitos.
O sea, que esto no es la Selva Negra |
4. De algunas impresiones de viaje recogidas en el diario escrito para mis compañeras de departamento.
¿Cómo era eso de la competencia de relacionarse con el entorno? Yo creo que es un eufemismo de "¿Es gilipollas el alumno? ¿Sí? ¿No? ¿Cuánto?" Espero que esto que os cuento no salga de aquí, porque podría implicar un cambio en los informes individualizados de los alumnos de 4 ESO en lo relativo a esa competencia. Lo digo porque varios alumnos están tocados de la garganta porque no saben que el aire acondicionado de las habitaciones se puede apagar (y que incluso se puede regular la temperatura). Esta noche se nos ha puesto bastante mal un alumno y lo hemos tenido que llevar en taxi al hospital. El guía de la agencia se ha hecho cargo y se ha pasado allí casi toda la noche. Al parecer todo ha sido por el aire acondicionado.
Otro ejemplo de sagacidad: en el desayuno me viene una y me dice que han perdido la llave de la habitación dentro de la habitación. Voy a recepción, le explico el caso a la señora, me dan una llave de repuesto, se la doy a las alumnas y les digo que luego tienen que devolver las dos llaves. Total, que cuando dejan la habitación dicen que no encuentran la llave. Subimos Rosa y yo a buscarla. Nada. Se lo digo a la recepcionista y me responde que tendrán que pagar la llave. Subo al autobús, se lo explico a las chicas. Preguntan: ¿Cuánto hay que pagar? Les digo al tuntún 60€. Unos segundos de reflexión y aparece misteriosamente la llave en el bolsillo de una de ellas. Demasiado dinero para un llavero de recuerdo deben de haber pensado.
Ahora vamos camino de las cataratas del Rin. Es un paisaje sobrecogedor. A mí me parece que es la mejor lección que se puede dar sobre lo que es el Romanticismo en arte y en literatura, porque uno contempla esa naturaleza y los sentimientos de pasión, belleza y pequeñez humana afloran a borbotones. Pero, alto ahí amigas. Estamos hablando de alumnos de ESO, sobre todo, y estos forman parte de una especie muy particular. Puede darse el caso de que un alumno vea esas cataratas y piense que es un lugar ideal para refrescarse con un ducha, y se le ocurra tirarse del barco. No me fío un pelo. Debería estar contento de volver ahí, pero estoy acojonado. Me encomiendo a San Gotardo, que es un santo que tiene mucho mano por esta zona.
5. De lo mismo
Buenos días, compañeras:
Ojalá el COVID sea ligero para las que lo habéis pillado, y más ojalá aún que no os haya puesto las manos encima y que no lo haga. Ya sé que Violeta y Natalia estáis afectadas. Iba a decir que rezo a San Gotardo, que lo tengo por aquí enterrado, para que os ilumine y proteja, pero no me fío mucho de que mi recomendación sea efectiva. Es verdad que ayer no se nos ahogó nadie en las cataratas, pero fue a cambio de una penitencia medieval que yo no quisiera ni para el inventor de los ámbitos y las competencias (bueno, sin exagerar, igual sí).
Primera penitencia:
Una jornada en Suiza: ocho horas sin datos en el móvil. El riesgo de tenerlo conectado son 60€. Lo decimos varias veces para que les dé tiempo a descifrar el mensaje y así lo vayan entendiendo. Media hora más tarde:"¿Podemos poner los datos?" Esta pregunta se va a repetir alrededor de sesenta veces, pero como se ve que no querían que nos aburriéramos intercalaban cada pocos kilómetros esta otra: "¿Falta mucho?". Yo miraba al conductor, que lo tenía justo delante, y pedía a San Gotardo y a Santa Úlfila que le dieran paciencia, y he de reconocer que estos benditos santos locales cumplieron, aunque con su poquito de suspense, porque la carretera estaba en obras, nos desviaron por otra, tuvimos que dar un rodeo por carretas secundarias con el consiguiente intento de motín (¿Falta mucho? ...Pues tú habías dicho que llegaríamos a las once, etcétera). Y a todo esto, venga curva. "Profe, que Noelia se marea", y yo: por favor, si os mareáis vomitad hacia el lado del compañero, que empapa mejor; si no, la papilla corre pasillo abajo y pone el autobús perdido. El conductor, que se cuida el autobús como un sacristán una reliquia, de pensar en que le iban a vomitar en el autobús cogía el volante como si quisiera estrangularlo y echaba miraditas a la ruta que le marcaba el móvil. "¿Cuánto falta?". Creo que no he estado nunca tan cerca de un asesinato.
Segunda penitencia:
Me salto lo de la llegada a las cataratas, la estampida hacia los servicios y la segunda estampida hacia las tiendas de recuerdos, donde los chavales se abastecen de peluches, vacas de madera, chocolate, galletas... Voy directamente a la comida en una terracita junto al lago Constanza. Les habíamos dado tiempo libre durante dos horas y les habíamos dado recomendaciones sobre sitios económicos para comer, pero yo creo que el sol les había afectado mucho y la gran mayoría decidieron ir a comer al mismo sitio que los profes, los guías y el conductor: un local donde se sirven las típicas salchichas alemanas, el codillo y ensaladas al gusto. Me pido el codillo por consejo del conductor y de la guía. He boxeado con tíos de más de cien kilos que me han lastimado menos que ese codillo: una bola de carne asada del tamaño de una pelota de waterpolo que más que codillo era un codazo en la boca del estómago. Estaba bastante bien asado, con la piel churruscadita, la grasita dorada, y la carne, como era tan abundante, se ofrecía en diversas modalidades (tierna, tirante, correosa, pedernal...). Lo malo es que sus aromas atraían las moscas a enjambres, unas moscas alemanas, gordas, lustrosas, que pensaban cuando tratabas de espantarlas con la mano que las estabas saludando. Se ve que el calor y los ”¿Podemos encender el móvil? y los ¿Falta mucho?" me habían anulado la sensatez, así que me comí el codillo enterito. Luego vino el combate cuerpo a cuerpo no solo con aquella bola, sino con el pensamiento de que aquel ejército de moscas había adobado la carne con infinidad de huevos de ascáridos que ahora estarían eclosionando en algún rincón de mi intestino.
Como veis, la penitencia era importante, y para remarcarla ahí estaban los intercambios nocturnos de huéspedes en las habitaciones con las consiguientes risitas, carreritas, portazos, etcétera, etcétera. Total, que sobre las dos y media pude pensar en dormirme. Qué bonita es la inconsciencia de la juventud. A mi favor puedo decir que no interpreté ninguna vez el papel de profesor en pijama en el pasillo riñendo a los alumnos y amenazando con avisar a los padres.
Hoy estamos de camino de la selva negra y mi pensamiento está en la ardillas y en las pobres bestias del bosque.
6. De lo mismo.
Buenos días, compañeras:
Día 6 del viaje. Vamos de vuelta. Hemos dormido (poco) en el autobús. Los ánimos decaen entre el pasaje. Hace siete horas que no hace falta que los guías o un servidor reclamemos silencio a los alumnos. San Gotardo nos ha concedido la gracia de la afonía, pero de una manera aviesa, porque este deseo cumplido nos ha llegado envenenado como un ¡jódete! bíblico. El caso es que había empezado muy bien el día, la gente estaba contenta, ha sido puntual en el desayuno y en la salida. Primero hemos visitado Riquewihr, un pueblo alsaciano precioso, donde se rodó "La bella y la bestia". Nada que reseñar ahí salvo que han pillado a un alumno robando un imán para la nevera ( los que han optado con un mayor sentido práctico por robar navajas han tenido más suerte: igual esto sube la nota en la competencia del sentido de la iniciativa y espíritu emprendedor). Hemos seguido hacia Estrasburgo, donde todo hacía presagiar una jornada apacible. Hemos comido en un restaurante típico junto al canal, hemos visitado la catedral, subido a su magnífica torre, que fue durante siglos el edificio más alto del mundo, hemos tenido tiempo libre y hemos callejeando y disfrutado a gusto de sus terrazas y cervezas. En el punto de encuentro para la cena se nos ha empezado a torcer la cosa: a una alumna le había bajado mucho la tensión y no podía ni andar. Hemos llamado a su madre, nos ha autorizado a que le diéramos un Ibuprofeno (porque la niña padecía dolores de regla fortísimos) y me la he llevado cargada al caballito hasta el restaurante. Era una especie de cava muy parecida a los refugios de la guerra que hay en Valencia. El menú estaba protagonizado en exclusiva por la típica tarte flambée, que es una especie de pizza con nata, cebolla y panceta en su versión más habitual, que admite pequeñas variaciones, como que te quitan la panceta y te ponen champiñones. Pues bien, iban sacando tartes una tras otra como si el mundo se acabara. Y de postre, más tartes flambées pero dulces. Si tenemos en cuenta que anoche cenamos pizza, la víspera comimos pizza, y la antevíspera cenamos tarte flambée, no os extrañará que me sienta como la galleta de jengibre, ese muñequito con forma de hombrecillo tan gracioso atropellado por un camión. Pero aunque nuestros estómagos empezaban a resentirse, lo malo estaba por venir. De acuerdo con la previsión meteorológica, a las diez empezó a llover con fuerza. Menos mal que en el autobús la guía les había insistido mucho en que cogieran una chaquetita, rebeca o sudadera para después de la cena, porque ya nos había pasado que a pesar del calor del día por la noche refrescaba y los alumnos, sobre todo las alumnas, iban muy ligeros de ropa y luego tenían frío, lo cual unido a lo del aire acondicionado, ya se sabe. Y menos mal también que yo, antes de salir del autobús les había dado el parte del tiempo con la recomendación de que cogieran chubasquero, porque las previsiones de lluvia eran del 90%. Lógicamente la mayoría de los alumnos no cogieron ni ropa de abrigo ni chubasquero, porque como entonces hacía tanto calor... O sea, que después de un paseo de veinte minutos para llegar adonde habíamos quedado con el autobús, llegaron empapados. La hora acordada era las 23.15, pero el autobús aún no había llegado. Nos refugiamos bajo un techado ocupado por indigentes. Algunas alumnas empezaron a ponerse nerviosas, otras tiritaban de frío. Paciencia, que no tardará en llegar. Se hacen las 23.30: nada. Qué raro. Tranquis, que estará aquí enseguida. Las 23.45. Nada. Intento de motín. Querían linchar al conductor. Las 24h, nada. Los guías estaban nerviosísimos. El conductor no contestaba el teléfono. Llaman a la empresa. No saben nada. Al hotel: tampoco saben nada. Las 0.15. Empiezan las tosecitas, las tiritonas, una alumna sufre un ataque de ansiedad. 0.30. Seguimos sin noticias. 0.45. La guía ya tiene plan B: han contactado con un hotel para pasar la noche (120€ por persona. El seguro de la agencia se hará cargo, espera). El conductor es un hombre muy meticuloso y puntual. Nunca había pasado esto. Algo le ha ocurrido. Las conjeturas son de todo tipo. Triunfa la del alcoholismo, aunque yo solo le he visto beber café y Coca-Cola. La guía está a punto de echarse a llorar. Yo voy por ahí calmando ánimos. Algunos para combatir el frío se ponen a hacer flexiones y sentadillas. La guía empieza a comerse su cigarrillo de vapear. La 1,15: empiezan las alucinaciones. Algunos alumnos confunden el tren con el autobús. La 1.20: Por fin. Llega el autobús. La policía lo había detenido, se lo había llevado a un retén y lo había registrado de arriba a bajo. Creo que encontró sustancias tóxicas peligrosísimas: calcetines sudados, bragas y calzoncillos que a todas luces incumplían la normativa más laxa de cualquier país en materia de cuidado medioambiental y prevención del cambio climático. Pero como ya se sabe que si por algo son conocidos los policías franceses es por su simpatía y amabilidad, dejaron marchar al autobús como si no hubiera pasado nada. No hay que tener en cuenta a tan insigne cuerpo policial ese contratiempo: cualquiera confunde un autobús de alumnos de la ESO con un vehículo de transporte secreto de terroristas.
Lo que queda espero que no ofrezca motivo de relato.
Un abrazo muy fuerte.
Enhorabuena por tu artículo, Ricardo. Es una de tus mejores entradas. Es súper ingeniosa y divertida. Me he quedado con ganas de más. Podrías escribir un libro de viajes en este estilo. Por otro lado, a través del artículo he descubierto dos facetas tuyas que desconocía:
ResponderEliminar1.Tus grandes conocimientos de Geometría. Por lo que podrías ampliar tu área de conocimiento y docente al ámbito geométrico-espacial y compatibilizarlo con el ámbito socio-lingüístico. Cualquier día, impartes dibujo y matemáticas. Serás un héroe de la Conselleria de Educación. El profesor del futuro.
2.Que de todas las formas de suicidarse, has escogido la más lenta y dolorosa. Hay formas más rápidas de acabar con la vida que viajar con una horda de alumnos de secundaria.
Ya me contarás el año que viene. ¿Sobrevivirás al viaje con los alumnos de la ESO?
Gracias, Joaquín, no es para tanto. Sinceramente hubiera preferido escribir una reseña del viaje más aburrida, o, mejor aún, no haber tenido que escribir nada, pero esto es lo que tienen las aventuras. En esta hay algo que me recuerda a esa novela tuya que custodias con tanto celo en alguna caja fuerte de tu Biblioteca de Gotham. Quizás por eso no te desagrada, pero no me pidas más: vale que yo sea un poco tonto y algo temerario, pero de ahí a ser un reincidente hay mucho trecho. Así que dejamos estos apuntes en lo que son y no esperemos nada más por el estilo, a menos que quieras obsequiarnos con esa novela que digo.
EliminarUn abrazo
El tesoro que se supone guardado en una caja fuerte está a disposición de todo el mundo. No hay ninguna caja fuerte que oculte la novela “Tarugarcadia” ni ningún enano Hagen que la custodie. Está a la espera de que Sigfrid-Richard o cualquiera que quiera disfrutarla, la lea en forma de papel impreso, correo electrónico o, si lo prefiere el héroe de las cataratas del Rin, en formato ebook.
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