(página 22)
Me dijeron que lo leyera, que era diferente y que me gustaría, que yo sabría degustar esa literatura íntima, retorcida, antiheroica, a veces amarga, otras disparatada, de la novela -por decir algo- de Manuel Vilas. Me dijeron que venciera las primeras páginas, que igual me parecían disuasorias, no por el tema -la ausencia insuperable del padre-, sino por el tono sentencioso de su narrador. Pensé que quizás era una broma, o dos bromas: la del autor y la de quienes me lo recomendaban, y que aquellas expresiones dudosas con empaque de aforismos filosóficos formaban parte del alicatado humorístico del texto. Tocaba sonreír con esa complicidad de quien intuye lo que no es evidente. Así que sonreí, y me dije "vaya, esto va a ser como una excursión a Ordesa organizada por un colega", y allá que me voy, a seguir a Vilas en su deriva. Y al poco de partir encuentro un rinconcito a la vuelta de la página 37 que despierta mi interés. Resulta que invitan al narrador, que se supone que es el mismo Manuel Vilas, a una recepción en el Palacio Real de Madrid, y, visto lo leído, uno piensa que la va a montar, que como poco va a pisar el vestido de cola de Letizia o que le va a vomitar encima de su zeta de bisutería el sanjacobo con cerveza de la víspera. Pero no, se porta bien, no hace nada, no dice nada:
No ha sabido decir ni buenas tardes ni buenas noches ni buenos días ni hola qué tal cómo está usted a ninguno de los dos reyes. Es normal su mudez: procede de la noche avarienta de pan y carne del campesinado ibérico, de la noche de los locos y de los retrasados mentales, y en su genética solo hay terror y angustia y error.
Si el ejemplar que he leído no fuera prestado habría subrayado el párrafo entero con rotulador fosforescente, porque ahí está toda la novela: la exhibición del yo, el alarde en el fracaso, la herencia como argumento y como coartada, España como lastre y melancolía; todo ello envuelto en una prosa esquizoide que fluye a trompicones entre imágenes deslumbrantes, alardes de ramplonería escolar, metáforas fantasmales, metonimias insospechadas y sinestesias del color del tabaco rancio y olor a Veterano. A todo esto junto se le suele llamar "estilo", y Vilas tiene mucho y gordo, desde luego. En las listas de los mejores libros del año figura en los primeros puestos, así que no tardará en cosechar premios. Yo se los daría todos, pero ni siquiera creo que ese reconocimiento alegrara a alguien como el protagonista de "Ordesa", ese profesor de literatura jubilado antes de tiempo, divorciado, padre de dos hijos que pasan de él, hijo de un padre santificado y lejano como un dios, y de una madre "Antiquísima bruja que meditaba por las noches la conservación del hijo, que conspiraba contra la oxidación, la entropía, el desgaste de la carne de su hijo, y que corrompía el espíritu de su hijo bajo la dulce luz del matriarcado, anterior a Grecia", etcétera, pobrecito mío, oiga. Pues sí, yo a alguien así le doy todos los premios, y una beca vitalicia del montepío de escritores. Miren:
Aparte de que a Vilas le debe de apasionar Fenimore Cooper, habrá tenido que rebuscar a fondo en su móvil para encontrar una foto en la que salga tan perjudicado. Yo veo a este tío por la calle y le invito a tomar algo calentito; y si encima sé que es un disidente de mi gremio, con heridas profesionales por los morfemas derivativos, la modalización epistémica o la Generación del 98, entonces le llamo hermano y le abrazo. Pero, cuidado, amigos: ese Yo que aparece en el primer párrafo de "Ordesa" después de un buen tatatachán no es Manuel Vilas, sino su criatura. Esto parece una obviedad, pero conviene remarcar esa diferencia, porque mientras que el relato autobiográfico parte de la experiencia del "yo", en el ficcional biográfico ocurre lo contrario: que ese "yo" se convierte en la experiencia literaria . En algún momento de mi lectura pensé que se trataba de una especie de psicodrama encargado a Vilas por su terapeuta, pero a medida que avanzaba su narrador y protagonista se evidenciaba cada vez más novelesco por su falta de amor propio y por su propensión a ofrecerse como objeto y espectáculo de su sarcasmo. Por ahí asomaban las figuras de Leopoldo María Panero y de Charles Bukowski, pero los modelos narrativos no eran la poesía ni el relato, ni siquiera la novela de formación sentimental o la "Bildungsroman" ("novela de formación"), porque ahí -en "Ordesa"- no hay propiamente formación del "yo", sino su derrumbe y desguace. Una lírica de la derrota envuelve la novela (por decir algo) convirtiéndola en un inmenso vertedero sentimental que permite al lector la alegría del descubrimiento estético, que es también, a veces, la tristeza empática del descubrimiento del dolor. Así, en medio del caos y de la ganga, uno encuentra una expresión feliz del desamparo, una imagen insólita de la melancolía, un aforismo que le invita a quedarse a cenar con un amigo.
Mi corazón parece un árbol negro lleno de pájaros amarillos que chillan y taladran mi carne como un martirio (página 252)
El matrimonio es una empresa social de auxilios mutuos. (pág. 259)
Pero junto a ello hay que sufrir un exceso verbal premeditado y alevoso que página a página mece al lector en un bucle de locura, como si Vilas quisiera llevarnos al territorio del que él mismo pretendiera escapar.
Se fue desvaneciendo, se desvanecía su vida y su conversación se desvanecía, era ya silencio. Puede un hombre convertirse en silencio. Mi padre, que es silencio ahora, ya fue silencio antes; como si supiera que iba a ser silencio, decidió ser silencio antes de la llegada del silencio, dando así una lección al silencio, de la que el silencio salió tocado de música. (pág. 154)
En lo que a mí concierne he de admitir que ha sido esa locura más que el deslumbramiento estético y que la empatía lo que ha determinado mi transitar esquivo por las páginas profundas de "Ordesa". Alguien se acercará despacio y me preguntará por encima de mi hombro si me ha gustado, pero no se trata de eso. La cuestión es que hace muchos años que no había leído nada tan peligroso.
Amigo Signes. Lo de ser escritor de estilo es una profesión de riesgo. Creo que era Unamuno o un escritor italiano quien decía algo así como “el estilo es el hombre”. Con otras palabras, un tipo duro se manifiesta con adjetivos de acero y verbos como puños; un llorica, con adjetivos ñoños y verbos floridos. La prosa que citas en el texto es un tanto evanescente: el silencio que se convierte en silencio para devenir en silencio. Quizás yo sea un poco bruto para captar tanta sutileza y no sepa desmadejar este trabalenguas o tengas razón en lo del exceso verbal alevoso y premeditado que nos sume en una perplejidad nirvánica o, lo que es mejor, que nos invita a mirar la pared pronunciando el sonido “¡Ooooohm! durante horas. Por otro lado, abundando en lo del silencio evanescente, el motivo de la mudez en el acto oficial no me queda muy claro. Eso de la “noche avarienta de pan y carne del campesinado ibérico”, me suena un poco a que los reyes se han vuelto caníbales o que llevan siglos alimentándose del campesinado, un manjar al parecer más delicioso que el jamón de bellota. Demasiado grandilocuente y melodramático para mí. Ante esto, recuerdo algunos casos de personajes en la misma situación y que han respondido de forma muy distinta. Todo, menos quedarse mudos:
ResponderEliminar1. Un republicano con coleta que le regaló al rey Juego de tronos.
2. En "El ciudadano ilustre", película que cuenta la vida de un imaginario premio Nobel de Literatura, el protagonista se declara republicano delante de los reyes más modernos de Europa, los suecos, y culpa a aquellos que le han concedido el premio de embalsamarlo en vida. Como ves, todo un diplomático.
3.Renunciar a las exquisiteces de la corte y solicitar una fabada litoral.
Todo, amigo Signes, menos quedarse mudo y pasar hambre.
Querido Huguet. Entiendo que la frase del silencio esa invite a la broma. De hecho parece ella misma una broma, un eco de aquello de "la razón de mi sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece que..." etcétera. la cuestión es que eso dice Cervantes que lo dice Feliciano de Silva, y lo mata al pobre con esa cita. Pero Vilas no está citando a nadie (o quizás sería más exacto que cita a Cervantes cuando cita a Silva). Aquí vendría muy a cuento lo del juego de espejos y demás, porque hay mucho de juego en "Ordesa". Fíjate en que el mismo apellido de su autor es un acrónimo del del autor que parodia Cervantes: Vilas y Silva. No creo que esto sea ninguna casualidad (y si lo es queda de puta madre y da pie a que cualquiera se entretenga con los cruces entre casualidad y causalidad). En cualquier caso, lo que me parece evidente es la exhibición de autoridad narrativa de Silva, digo de Vilas, capaz de empaquetar en la misma página la ganga con la más afortunada expresión de la melancolía, la frustración y la derrota.
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