lunes, 17 de julio de 2017

"Patria", de Fernando Aramburu: literatura y consolación





















"Patria", de Fernando Aramburu, apuntala literariamente un momento de nuestra historia reciente y ayuda a reparar a las víctimas de ETA y a sus familiares de los agravios añadidos de la incomprensión y la desmemoria. Es por tanto una novela de conocimiento y de consuelo que, concebida de un modo circular, recorre los espacios que hay desde la inocencia a la perversión, desde el crimen al castigo y desde el dolor hasta el perdón. Sus protagonistas son dos familias guipuzcoanas, bien arraigadas en su pueblo, amigas íntimas, hasta que el hijo mayor de la una participa en el asesinato del padre de la otra. En cierta medida es una novela coral, pues todos los miembros de las familias asumen la voz de la narración y toman la palabra alternadamente en una polifonía sustentada en el estilo indirecto libre. Con ello, el autor y su delegado en el relato -el narrador en tercera persona- se apartan a un lado y dejan el peso de la historia a sus protagonistas, de modo que las emociones, los sentimientos e incluso las reflexiones sobre los acontecimientos se imponen al análisis de las causas que los originan. En algunas críticas que he leído este es un punto -desde luego nada menor- que se le reprocha a Aramburu, pero ello supone juzgar la novela no por lo que es, sino por lo que a uno le hubiera gustado que fuera, lo cual no tiene demasiado interés a no ser que lo que se contraste sea el logro con la pretensión del propio autor, algo esto último que, por lo general, queda a la especulación de cada quisque, pero que en este caso no da lugar, porque en un ejercicio de metaficción el propio Aramburu se incluye como personaje en el capítulo 109 -"Si a la brasa le da el viento"-, como un escritor que habla de una novela que ha publicado recientemente ante un auditorio convocado por el Colectivo de Víctimas del Terrorismo en el País Vasco en unas Jornadas sobre Víctimas del Terrorismo y Violencia Terrorista:   

       -Escribí, pues, en contra del sufrimiento inferido por unos hombres a otros, procurando mostrar en qué consiste dicho sufrimiento y, por descontado, quién lo genera y qué consecuencias físicas y psíquicas acarrea a las víctimas supervivientes [...]
     -Asimismo escribí en contra del crimen perpetrado con excusa política, en nombre de una patria donde un puñado de gente armada, con el vergonzoso apoyo de un sector de la sociedad, decide quién pertenece a dicha patria y quién debe abandonarla o desaparecer. Escribí sin odio contra el lenguaje del odio y contra la desmemoria y el olvido tramado por quienes tratan de inventarse una historia al servicio de su proyecto y sus convicciones totalitarias. 
                                                                                              (pág. 552)
     -Procuré evitar los dos peligros que considero más graves en este tipo de literatura: los tonos patéticos, sentimentales, por un lado; por otro, la tentación de detener el relato para tomar de forma explícita postura política. [...]
     -...Procurando trazar un panorama representativo de la sociedad sometida al terror.
                                                                                              (pág. 553)  

      En las dos primeras declaraciones constato como lector y con agrado la coincidencia entre el propósito del personaje-escritor y el resultado de la novela. No obstante, en lo de los peligros de la implicación política del autor en el relato no estoy del todo de acuerdo; y no me refiero a que no lo haya conseguido, sino al hecho de que eso sea peligroso o inconveniente, pues tan político como un sermón, un discurso o un panfleto pueden ser un diálogo, una descripción o una narración. Ahora bien, si la objeción se refiere solo al adverbio "explícitamente", entonces me callo. De hecho, en la presentación de una situación social compleja la elusión de lo político no solo es muy difícil, sino que resulta contraproducente. Por tanto, enlazando con la última frase citada, en ese "panorama representativo" a mí me falta en la novela un mayor abundamiento en el entorno social del etarra, en su complejo sistema de apoyos e influencias que llevan a convertir a Joxe Mari en un asesino. Dos de los personajes que hubieran podido aportar más en ese sentido -Andoni, trabajador en la empresa del Txato y sindicalista de LAB- y Patxi -propietario o regente de la Arrano Taberna- aparecen apenas desdibujados con un trazo demasiado grueso que les resta credibilidad, asumiendo sin más el papel de malvados necesarios. Otro, el cura del pueblo, don Serapio, presenta unos perfiles algo más trabajados, con buenos apuntes de su cómoda y contradictoria instalación entre la política y el evangelio, aunque su complejidad se queda en rasgos como su halitosis y su besuconería que lo decantan hacia la caricatura. Pero ya sin darme cuenta, echando de menos lo que no hay, me paso a hablar de una novela que no es. Vuelvo a la de Aramburu, un relato circular y coral -decía-, cuya polifonía unida a la ruptura del orden cronológico y a la brevedad de sus capítulos le confieren una agilidad narrativa propia de bestseller.     
      En cuanto al estilo distingo los fragmentos del narrador en tercera persona de aquellos, más numerosos -aunque por lo general entreverados los unos en el otro- escritos en estilo indirecto libre. Los primeros me parecen muy sencillos, casi de prosa periodística, un tanto grises, menos afortunados en la descripción y en el diálogo que en la narración, recargados  a veces con una engorrosa matización:

      Él acudió al aeropuerto con un ramo de flores a recibirla consolador/cariñoso, acariciante/cortés
                                                                                  (pág. 205)

      Los otros, en los que recae el peso del relato, coloquiales, fragmentarios,  punteados por preguntas de un interlocutor ficticio que, al mismo tiempo, que confieren un mayor tono de oralidad al texto lo precisan en un doble sentido: aportando una mayor información referencial o matizándolo emocionalmente.

      A poca distancia de la bocacalle, estaba la cabina telefónica. De verdad, era como si la hubieran puesto adrede en aquel sitio para facilitar la "ekintza". ¿Y eso? Es que, por un lado, allí metido se libraba de mojarse; por otro, la cabina ofrecía un escondite y al mismo tiempo un puesto de observación inmejorables. ¿Que se acercaba algún lugareño? Entonces él podía fingir que hablaba por teléfono. [...]
      Vio aparecer el Renault 21 rojo al comienzo de la calle. El corazón le dio un vuelco. ¿Nervios? Bueno, sí, un poco.
                                                                                              (pág. 455)   

     Es precisamente esa oralidad el rasgo que da a la novela un tono testimonial que recuerda tanto a lo que hemos visto en documentales como "La pelota vasca", de Julio Medem o "Trece entre mil", de Iñaki Arteta. Por ejemplo, el capítulo en el que se narran las torturas a Joxe Mari tras su detención nos remite directamente al relato de Anika Gil en el documental de Medem.



         O, más significativo aún, el testimonio de Pedro Baglietto, hermano del concejal de UCD Ramón Baglietto, asesinado por ETA en Elgóibar el 12 de mayo de 1980, que ilustra de manera trágica y evidente (con una contundencia que lo haría inverosímil en un relato literario) ese trayecto que mencionaba al principio entre la inocencia y la perversión:

      Lo patético de esta historia es que aquel niño que quedó en sus brazos aquel día, aquel niño a quien él salvó la vida ese día, fue precisamente quien dieciocho años después atentó contra su vida pegándole un tiro en la sien.
       (Pedro Baglietto en Trece entre mil):   



     Un ejercicio similar de relación de los principales personajes de la novela con protagonistas reales del drama terrorista no solo es posible, sino que revela algunas de las fuentes directas de la novela de Aramburu. Ello es causa seguramente de la sensación de verdad que transmite la expresión de dolor de los personajes. Junto a ello, el hecho de que, aparte de en los diálogos,  solo asuman la voz narrativa los miembros de las dos familias anuncia desde el principio la preeminencia de lo emocional sobre lo analítico. Lo cual sorprende y contradice la afirmación del personaje-escritor que he copiado arriba: "-Procuré evitar los dos peligros que considero más graves en este tipo de literatura: los tonos patéticos, sentimentales, por un lado". Pues es justamente ello -dejando de lado el matiz que hoy tilda peyorativamente el adjetivo "patético"- el rasgo literario más sobresaliente de la novela.  

     El sintagma "oralidad testimonial emocionante" podría valernos si tuviéramos prisa para definir la prosa de Aramburu en "Patria". Su estilo indirecto libre en el  que mayormente se basa me ha tenido algo despistado a lo largo de la novela y finalmente me ha llevado a una valoración contradictoria de mi primera impresión. La ventaja evidente de ese procedimiento es la proximidad empática que se consigue con el lector. El problema es que las distintas voces que se suceden están tan poco caracterizadas las unas respecto a las otras (apenas el uso del condicional en la prótasis en lugar del subjuntivo en construcciones condicionales, la introducción de una blasfemia como muletilla y poco más), que todas parecen la misma. Pero esto que en principio consideraba un error, puede que sea un recurso premeditado para subrayar la semejanza esencial de los personajes, una manera de desmentir la distancia creada por un discurso y, en definitiva, un argumento lingüístico por la reconciliación no tan evidente pero tan eficaz y esperanzador como el abrazo final entre Miren y Bittori.            

4 comentarios:

  1. Necesito leer más veces esta reseña -llamémosla así- que haces a Patria porque es compleja. Sin discutir tu interpretación, me pregunto si no pides demasiado. Lo digo en relación a la polifonía de voces y los estilos correspondientes. Creo que en esa subjetivización del estilo en la que va entrando cada digresión radica gran parte del éxito de la novela, de su capacidad de producir empatía, de su "pegada"... Tú mismo lo dices. De haber ido incluso más allá quizá muchas de esas parrafadas, se me ocurre, se hubiera vuelto casi insoportables para el lector. Comparto lo del desdibujamiento de algunos secundarios malvados. Hay momentos en que incluso el personaje de Miren parece que no termina de ser convincente, como si le faltara algún trazo. Lo voy pensando mientras escribo y creo que, si me pongo quisquilloso, pasa incluso con otros como Gorka -su homosexualidad, en concreto-, puede ocurrir que me autorrefute. Es decir, a lo mejor los personajes son tan atractivos que queremos saber más de ellos, de alguna manera es como si le reclamáramos al autor una segunda parte, y eso es un elogio antes que un defecto.

    Sólo se me ocurre un pequeño pero que no voy a saber explicar bien. A veces creo que un buen vino ha de ser problemático, generar alguna dificultad en quien lo bebe, producir dudas, tomarse su tiempo para seducir. Patria es una de las lecturas más rápidas y fáciles que he hecho en mucho tiempo. No critico, sólo exteriorizo un debate que he tenido estos días conmigo mismo: ¿es necesariamente bueno que una escritura sea tan "eficaz"? Se me ocurre pensar, más allá de las cuestiones estilísticas en las que no pienso competir contigo, si el problema no es que este gran relato se escribe cuando ya han pasado unos años del final de la lucha armada. Hace veinte años, creo, Patria habría sido una experiencia lectora durísima y compleja. Hoy es como si todo, incluso las cicatrices que aún duelen, estuviera todo más metabolizado. Seguramente es el mejor momento para la reflexión que la novela propone, para que esa reflexión sea profunda, pero todos nos arriesgamos menos con ella en este presente, como si ya no pudiera hacernos tanto daño lo que cuenta.

    David Montes.

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    1. Hola, David:
      Yo también pienso que sería insoportable esa historia con otro tipo de narrador. La aproximación sentimental exige esos recursos que, hay que reconocerlo, Aramburu ha sabido utilizarlos de un modo muy eficaz. La facilidad de la lectura es una consecuencia de ello, aunque más que una medida de mérito literario es un factor de éxito. En relación a lo primero (al mérito literario) he leído auténticas tonterías en reseñas de la novela publicadas en grandes periódicos nacionales, pero en vista de la deriva del género hacia un híbrido entre publicidad y crónica futbolística ya no me asombra nada.
      En cuanto a la novela como reflexión, no creo que eso sea su fuerte. Esto es un tema complejo que no sé si conviene desarrollar aquí, pero dejo un par de apuntes. ¿Qué has aprendido tú de la lectura que no supieras? La novela no invita a reflexionar porque es el producto ya de una reflexión. Hay en en el relato de esa historia de las dos familias una clara parcialidad de la que me siento solidario, pero eso no quita para adivinar detrás una complejidad que se nos ha hurtado. Con todo, creo que es una novela necesaria que abre un debate muy feliz que solo va a librarse con tinta.
      Un abrazo

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    2. Ya que los preguntas, sí creo haber aprendido algo de la novela, pero no sé si estoy en condiciones de conceptualizarlo. Deambulo habitualmente entre tratados y ensayos, más de lo que a mí me gustaría y de lo que el cuerpo me pide últimamente, con lo que el relato, que tiende a incidir sobre la intransferible singularidad de la experiencia, me saca de la abstracción de los conceptos, que por momentos llega a ser una tiranía. Para mí llegaba a ser conmovedor leer los pensamientos que atormentaban a los personajes según iban deslizándose hacia una u otra trinchera, como malinterpretaban lo que sus ojos y oídos capturaban de forma entrecortada. Ese profundizar en la subjetividad, en el carácter único de la experiencia -esto me pasa a mí, y por tanto es otra cosa- convierte para mí la lectura de Patria en poco menos que imprescindible. Leyéndola llegue a decir, "joder, aquí está todo lo que ha pasado", todo eso de lo que han hablado los articulistas y tertulianos tan parcialmente, sin voluntad de entender el problema en toda su amplitud...

      Montes

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  2. Seguramente ese mismo sentimiento que te ha despertado la lectura tiene una parte importante de la responsabilidad en el éxito de la novela. En mi caso es obvio que no ha sido igual de eficaz, pero me alegro por ti.
    Gracias.

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