lunes, 4 de enero de 2016

Antijudaísmo y holocausto (2): "Vida y destino"

     La magnitud de "Vida y destino" es tanta, que soporta sin sonrojo los elogios que le han dedicado sus editores, los críticos, escritores y tutti quanti del mundo literario: la novela del siglo XX, la "Guerra y paz" de la II Guerra Mundial, uno de los más deslumbrantes milagros literarios, etcétera. Lo cierto es que a pesar de sus mil cien páginas alcanzó a entrar en la lista de los más vendidos en el año de su edición, el 2007, abriendo de paso el resto de la producción literaria de Grossman al mercado editorial español. Y lo cierto también es que sus muchos méritos, ya tan glosados, acaso han orillado un tema esencial en la novela, la cuestión identitaria judía. 
       En el capítulo XVIII de la Primera Parte se recoge en estilo directo la carta que Anna Semiónovna, la madre de Víktor Shtrum -el principal protagonista-, escribe a su hijo desde el gueto de Kúibishev, cuando ya barrunta su destino. Dice: "Aquella misma mañana me recordaron lo que había logrado olvidar durante los años de régimen soviético: que yo era judía. Los alemanes pasaban en sus camiones y gritaban: Juden kaputt!
     Y los vecinos también me lo recordaron más tarde". 

     Los Shtrum son una familia culta, preocupada por los avatares políticos de su país, amante de la música y de la literatura, conocedores de lo mejor de la cultura europea de su época, una familia que piensa y se expresa en ruso, que se siente orgullosa de la riqueza de esa lengua..., y que además, pero solo además, es judía. Sin embargo esa condición, convertida por los nazis en crimen, y por los soviéticos en sospecha de desafección burguesa al régimen, se transforma en el yugo que los une en la humillación y en el dolor.

      "Yo nunca me he sentido judía; de niña crecí rodeada de amigas rusas, mis poetas preferidos eran Pushkin y Nekrásov, y la obra de teatro con la que lloré junto a todo el auditorio de la sala, en el Congreso de Médicos Rurales, fue Tío Vania, la producción de Stanislavski. Una vez, Vitenka, cuando era una chiquilla de catorce años, mi familia se disponía a emigrar a América del Sur. Yo le dije a papá: No abandonaré Rusia, antes preferiría ahogarme. Y no me fui.
       Y ahora, en estos días terribles, mi corazón se colma de ternura maternal hacia el pueblo judío. Nunca antes había conocido ese amor. Me recuerda al amor que te tengo a ti, mi querido hijo".

     Esas breves líneas sintetizan no solo el sentir de Anna Semiónova -trasunto inequívoco de la madre de Valeri Grossman-, sino el de aquellos muchísimos judíos a los que se les suele definir como "asimilados", y entre los que se halla dentro de la novela el propio Shtrum, de quien en el siguiente capítulo leemos las reflexiones que le despierta la lectura de aquella carta, encabezadas por estas palabras:

     "Nunca, antes de la guerra, Shtrum había pensado en el hecho de que era judío, de que su madre era judía. Nunca su madre le había hablado de ello, ni cuando era niño, ni en sus años de formación. Nunca durante la época de estudiante en la Universidad de Moscú, ningún estudiante, ningún profesor, ningún director de seminario le había sacado el tema".

     Es precisamente esa consideración irrelevante de su condición de judío en el mundo académico la que le extraña e indigna cuando su compañera en el laboratorio de física de Kazán le protesta entre sollozos porque "solo han suprimido de la lista al personal judío" cuando se organiza el retorno a Moscú.

     "-Pero qué cosas dice, querida. ¡Ha perdido el juicio! Gracias a Dios no vivimos en la Rusia de los zares. ¿A qué viene ese complejo de inferioridad de judío de shtetl? ¡Quítese de la cabeza esas tonterías!"

         Y sin embargo es en ese momento de la novela cuando Shtrum pasa del asombro al conocimiento, y de este al dolor y a la angustia. Antes de que empiece a sufrir él mismo la discriminación que le anuncia su colega, es Karímov, un amigo de Kazán, traductor, quien le relata el testimonio de un teniente del ejército que logró fugarse de un campo de prisioneros nazi.

     "-Vio cómo se llevaban a una familia judía, una vieja y dos chicas, para ser fusiladas.
     -¡Dios mío! -exclamó Shtrum.
     -Sí, además oyó hablar de unos campos en Polonia adonde transportan a los judíos; los matan y luego descuartizan sus cuerpos como en un matadero. Pero estoy seguro de que no son más que fantasías. Me he informado en especial sobre los judíos porque sabía que le interesaría.
     ¿Por qué solo a mí -pensó Shtrum-. ¿Acaso no interesan también a los demás?
     Karimov se quedó absorto un instante y luego dijo:
     -Ah, sí, lo olvidaba; me ha contado que los alemanes ordenan llevar a la Kommandantur a los bebés judíos, a los que untan los labios con un compuesto incoloro que los hace morir al instante.
     -¿Bebés? -repitió Shtrum.
     -Creo que es una invención, como la historia de los campos donde descuartizan cadáveres."

      Vasili Grossman sufrió como tantos otros un proceso doloroso en el que el desconocimiento, la incertidumbre y el miedo fueron dando paso al descubrimiento, al asombro y al horror. En su caso, además, no fue un descubrimiento pasivo, sino que fue él, como periodista del diario "Estrella Roja", acompañando a la vanguardia del ejército soviético, quien se convierte en testigo directo de la barbarie nazi, y no solo en los campos de exterminio, sino en ciudades, en pueblos, aldeas, bosques. Y entonces escribe y levanta acta. En el libro de Antony Beevor y Luba Vinogradova "Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945", del que hablé aquí recientemente, se da cuenta muy bien de ese proceso. En "Vida y destino", sin embargo, la posición de Shtrum es en cierto modo la del lector de aquellos diarios, la de quien padece la guerra muy lejos del frente, pendiente de la radio, de los periódicos, de una carta o de una llamada de teléfono. Pero del exterminio apenas sabe lo que le cuenta Karímov. Fue después de la victoria de Stalingrado y de la contraofensiva soviética cuando aquellos como Shtrum empezaron a descubrirlo, aunque fuera ya del marco cronológico que abarca la novela. Grossman establece deliberadamente un contraste entre esa ignorancia de su personaje y el conocimiento real que transmite al lector a través de varias de las tramas que urde en torno, principalmente, a algunos de los familiares de la esposa de Shtrum, Liudmila Nikoláyevna Sháposhnikova. A lo cual hay que añadir de modo destacado, y fuera del círculo familiar de los Sháposhnikov, los capítulos 29 y 30 de la segunda parte. En el primero incluye una detallada explicación técnica de la ingeniería y la arquitectura diseñadas para el asesinato masivo de judío.

     "Aquel edificio reunía los principios de la turbina, del matadero y de la incineración. Lo más difícil había sido la manera de integrar todos aquellos factores en una sencilla solución arquitectónica".

     Y en el segundo, aparece explícita la idea de "nación judía" como resultado de un destino común en el holocausto.

     "En Budapest, en Fástov, en Viena, en Melitópol, en Amsterdam, en palacetes de relucientes ventanas acristaladas, en casuchas envueltas en el humo de las fábricas vivían personas que pertenecían a la nación judía.
     Las alambradas del campo, los muros de las cámaras de gas, la arcilla de un foso antitanque unían ahora a millones de personas de edades, profesiones y lenguas diferentes, con intereses materiales y espirituales dispares, creyentes fanáticos y fanáticos ateos, trabajadores, parásitos, médicos y comerciantes, sabios e idiotas, ladrones, idealistas, contempladores, buenos, santos y crápulas. Todos estaban destinados al exterminio".       

     Es la unión por el dolor, por la persecución, por el hostigamiento y por el asesinato. En las primeras páginas de "Sin destino" Imre Kertesz habla de lo mismo cuando pone en boca del protagonista la afirmación de que solo tuvo conciencia de que era judío cuando su vida de niño empezó a verse afectada por prohibiciones y leyes destinadas solo a los judíos. Es el antisemitismo, del que Grossman desarrolla narrativamente algunas de sus múltiples variantes: el de los soldados nazis que cumplen con celo órdenes de humillación y asesinato, el de los oficiales que las dictan, el de los responsables de los campos de exterminio, el de los capos... Pero también el de algunos oficiales y soldados soviéticos, el de los propios amigos, el de los vecinos o el de los colegas de profesión. El capítulo 32 de la segunda parte constituye en cierto modo un colofón digresivo  que por desgracia aún mantiene su vigencia, y no ya como análisis histórico, sino como denuncia de un pensamiento -de una falta de pensamiento, mejor. 

     "El antisemitismo se manifiesta de modos diversos, desde el desprecio burlesco hasta los sangrientos progromos.
     Puede asumir diferentes aspectos: ideológico, interior, oculto, histórico, cotidiano, fisiológico, y son varias sus formas: individual, social, estatal.
     El antisemitismo se encuentra en el mercado y en las sesiones del presídium de la Academia de las Ciencias, en el alma de un hombre viejo y en los juegos infantiles. Sin perder un ápice de su fuerza, el antisemitismo ha pasado de la época de las lámparas de aceite, los barcos de vela y las ruecas a la época de los motores de reacción, las pilas atómicas y las máquinas electrónicas.
     El antisemitismo nunca es un fin, siempre es un medio; es un criterio para medir contradicciones que no tienen salida.
     El antisemitismo es un espejo donde se reflejan los defectos de los individuos, de las estructuras sociales y de los sistemas estatales. Dime de qué acusas a un judío y te diré de qué eres culpable [...]
     Una parte de la minoría judía se asimila, se confunde en la población autóctona del país, mientras una amplia base popular conserva su religión, su lengua y sus costumbres. El antisemitismo toma como regla acusar sistemáticamente a los judíos asimilados de perseguir oscuras aspiraciones nacionalistas y religiosas, mientras que los judíos no asimilados, artesanos y trabajadores manuales en su mayoría, son acusados de las actividades de aquellos que han tomado parte en la revolución, que dirigen la industria, que crean reactores atómicos, empresas y bancos.
     Cada uno de estos rasgos tomados por separado puede hacer referencia a cualquier otra minoría nacional, pero solo los judíos han aglutinado en sí todos ellos".  
     Y esta complejidad tiene su desarrollo literario en "Vida y destino" más allá de esa brillante digresión que refiero en la urdimbre narrativa de múltiples tramas interrelacionadas por las conexiones familiares de algunos de sus protagonistas: los científicos de Kazán (de vuelta luego en Moscú), los soldados prisioneros en el campo de concentración alemán, los prisioneros del campo de trabajo ruso, los soldados soviéticos en Stalingrado...
     Del capítulo 45 al 49 de la segunda parte Grossman narra el destino de Sofía, una médico militar, y un grupo de judíos, desde que descienden del vagón del tren hasta que son asesinados en la cámara de gas. Es un relato que pude leerse independientemente del resto y que transmite dolorosamente el horror del holocausto. Leída hoy, sesenta años después de que fuera escrita, resulta conocida. Es normal, pues se trata de una historia que fue vivida millones de veces. El niño que muere en brazos de Sofía se llama David, pero en realidad tiene miles de nombres. Yo oí este verano muchos de ellos, junto a sus apellidos, su lugar de procedencia y la edad que tenía cuando fueron asesinados. Fue en el Memorial de los Niños del Museo de Yad Vashem, en Jerusalén.   

    
 Es un lugar extremadamente triste que evoca un sinfín de vidas truncadas que apenas fueron; y es también una capilla donde honrar su recuerdo. Los arquitectos idearon una cúpula en la que las luces representan una metáfora visual de aquellas vidas. Testimonio de un mundo desaparecido, las estrellas de ese planisferio celeste me llevan a otras estrellas y a otras luces: las de los cuadros de Marc Chagall (Moishe Segal), en las que visionariamente fundidas en el cielo aparecen figuras representativas de aquellas comunidades judías del este de Europa, rescatadas así felizmente del olvido.
     Las novelas y relatos de Vasili Grossman, los cuadros de Chagall, los relatos de Babel, las novelas de Der Níster... al perpetuar su recuerdo a través del arte y la genialidad iluminan para siempre los nombres y el mundo de David.   


 
 

6 comentarios:

  1. Una entrada soberbia, Ricardo, como nos tienes acostumbrados.
    La novela de Grossman es colosal, y no me explico cómo la he leído sólo una vez. Escritor en guerra también lo tengo, y creo que pronto caerá.
    Es muy interesante la idea de que es el antisemitismo lo que hace que los judíos, en algunos casos, tomen conciencia, en otros, simplemente se acuerden de su condición de judíos. Los ejemplos de ello son incontables, y quizá uno de los más conocidos es el de Anna Frank. En un sentido mucho más trivial, recuerdo que yo nunca me he sentido tan cristiano como cuando viajé a la India.
    Sueño con viajar algún día a Israel, donde de hecho mi mujer tiene familia.
    Saludos.

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  2. Sí, hoy todos reconocemos la grandeza de "Vida y destino", pero hay que recordar que cuando se publicó por primera vez en español, en 1985, pasó prácticamente desapercibida, y tuvo que esperar más de veinte años para que fuera reeditada. Al parecer ningún editor quería arriesgarse con un volumen tan extenso de un autor aquí desconocido. Tuvo que ser después de que en otros países se acreditara la solvencia literaria de Grossman y la rentabilidad económica de su novela cuando El Círculo de Lectores se decidió a publicarla, en una edición traducida ya directamente del ruso. La cuestión de cómo llegó a convertirse en un éxito de ventas guarda, de todos modos, muchas incógnitas, porque en un país donde los primeros puestos de novelas más vendidas suelen ocuparlos indefectiblemente obras de "maculatura" (creo que es urgente que introduzcamos en castellano este término que utilizan los rusos para definir a la literatura de consumo que no tienen más pretensiones que vender lo que se pueda), resulta insólito que una obra con la densidad de la de Grossman escale hasta esas alturas populares. Quizás sea porque no es lo mismo "más vendidos" que más leídos, y porque lo primero se asocia más al objeto de regalo que al de lectura. Sin ir más lejos, a mí también me la regalaron: bendito regalo.
    Un saludo, Batboy. Y, como siempre, muy bienvenido.

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    1. Y respecto a lo de tu viaje a Israel, no te olvides antes de echarle un vistazo a las "Crónicas de Jerusaén", de nuestro admirado Guy Delisle, en Astiberri.

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  3. 1.Me llama la atención el contraste que establece la novela entre la arquitectura e ingeniería genocida y el Memorial de los Niños del Museo de Yad Vashem. El primero es la consecuencia de las sofisticadas máquinas criminales que ya anticipa Kafka en "La condena"; el segundo, una geometría simbólica que intenta “resucitar” esas vidas que injustamente fueron truncadas en pleno florecimiento. El memorial me recuerda además al templo de Jerusalén destruido- que algunos profetas intentaron reconstruir a través del arte de la memoria- y también, a un artificio judaico, en el que miles de nombres y estrellas configuran una de las emanaciones de la cábala. ¿No resucitó del barro un rabino de Praga a un golem?
    2.Lo de la "nación judía" nos revela hasta que punto el concepto de nación es algo artificioso y no algo arraigado en la tierra. Tal vez esta persecución y exterminio sea un intento de arraigar a un pueblo apátrida que lleva consigo la maldición del comerciante: este se ve como un parásito, porque comercia con lo que los otros producen. El dios del comercio – Hermes- es también el dios de los ladrones.

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  4. Al principio fue el verbo, amigo Huguet. Y quizás también al final, aunque sea en forma de un lamento, apresurado y exangüe. O de un llanto largo, inconsolable, como el que oí a un amigo judío en el Memorial de Yad Vashem. Ahí no se resucitaba a nadie, pero la voz aquella que nombraba a los niños y decía su edad y el lugar donde vivieron parecía cerrar con dignidad su propia historia.

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    1. Más complicado me parece lo del concepto de "nación", que depende más del observador que de lo observado, y que se ha convertido en una especie de sustantivo arrojadizo. A veces me pregunto si los lexicólogos del futuro no situarán la "nación" como sinónimo de "hostia": "¡te voy a meter una nación que te vas a enterar!". O de "pene": "¡Ya me está tocando la nación el tío ese con sus ensayos de gaita a las dos de la mañana!".
      Nota bene: si usted pertenece al gremio de gaiteros o afines, puede cambiar en el ejemplo la "gaita" por la zanfoña, las maracas o el guitarrón.

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