domingo, 1 de noviembre de 2015

"Suite francesa"

     
Cuando Irène Némirovski, en el verano de 1941, escribía su Suite francesa en la localidad borgoñona de Issy-l'Éveque, padeciendo las consecuencias del "Estatuto de los judíos" francés del 3 de octubre del año anterior, su escritura era al mismo tiempo un acto de afirmación personal y un ajuste de cuentas contra  unas medidas políticas vejatorias y criminales decretadas por el régimen colaboracionista francés con una celeridad y complacencia hacia los nazis indignas y vergonzantes.
     ¡Dios mío! ¿Qué me hace este país? Ya que me rechaza, considerémoslo fríamente, observémoslo mientras pierde el honor y la vida -anota en el cuaderno en el que proyecta su "Suite francesa". Por desgracia solo pudo escribir los dos primeros movimientos de esa suite: "Tempestad en junio", sobre la huida de París originada por la inminente invasión nazi; y "Dolce", sobre la ocupación en una pequeña localidad rural. Este carácter truncado de la novela obliga a reparar en esas circunstancias contextuales. El asesinato de Némirovski no es un suceso puntual, sino el resultado lógico de una política criminal que tiene como hitos jurídicos ese "estatuto judío" del 3 de octubre de 1940, la creación en marzo del año siguiente del "Comisariado general para las cuestiones judías" y el "estatuto judío" del 2 de junio de 1941. La hostilidad larvada hacia los judíos por parte de amplios sectores de la derecha francesa que los sucesos relativos al juicio y condena del capitán Dreyfus en las postrimerías del siglo XIX habían puesto de manifiesto con una pasión y violencia inusitados, ahora, sin un Zola que levantara la voz y arriesgara su vida para denunciar la vileza moral de los antisemitas, -callados, acallados o vencidos aquellos que hubieran podido hacerlo- alcanzaba una dimensión hipertrófica. Frente a ello, esta mujer herida de múltiples destierros - el de su Ucrania natal, el de su idea de Francia, el de su propia madre y, en cierto modo, el de su condición de judía- mira y escribe. Teme que el tiempo se le acabe, pero sigue escribiendo porque es su manera de seguir siendo ella; su escritura es su rebelión contra la cobardía y la inmoralidad. Pero solo le alcanza a concluir los dos primeros movimientos de la suite que había concebido. Y en ellos, ninguna palabra sobre judíos, pogromos, deportaciones, asaltos de sinagogas... Por encima de esa especificidad le interesa al principio el comportamiento general, el sálvese quien pueda en que se convierte la huida de París. En otras palabras, le interesa reflejar cómo se quiebra la frágil urdimbre de la moralidad y la cultura en tiempos de naufragio. Es un proceso rápido que deja en evidencia tanto los intereses más primarios como la hipocresía con que se quieren tapar. Para ello desarrolla -especialmente en la primera parte, "Tempestad en junio"- un vasto juego de contrastes: de personajes, de afectos, de intereses..., que a medida que avanza la historia convergen, bien de una manera dramática o bien en una tensión que no acaba de estallar, en unos espacios cerrados que son insuficientes y que obligan a una convivencia hostil o a la expulsión y al rechazo. Ni siquiera la naturaleza, el campo abierto o el bosque son lugares amables, sino espacios de desamparo y escenarios no solo del miedo a los bombardeos de los aviones alemanes, sino de hurto, rapiña y asesinato. 

      En silencio y con los faros apagados, los vehículos llegaban uno tras otro llenos a reventar, cargados hasta los topes de maletas y muebles, de cochecitos de niño y jaulas de pájaro, de cajas y cestos de ropa, cada uno con su colchón atado al techo; formaban frágiles andamiajes y parecían avanzar sin ayuda del motor, llevados por su propia inercia a lo largo de las calles en pendiente hasta la plaza. Ahora ya bloqueaban todas las salidas, arrimados unos a otros como peces atrapados en una red; incluso parecía posible cogerlos todos a la vez y arrojarlos a una espantosa orilla. No se oían lloros ni gritos: hasta los niños permanecían callados. Todo estaba tranquilo. De vez en cuando, un rostro se asomaba por una ventanilla y escrutaba el cielo con atención. Un rumor débil y sordo, hecho de respiraciones trabajosas, de suspiros, de palabras intercambiadas a media voz, como si se temiera que llegaran a oídos de un enemigo al acecho, se elevaba de aquella multitud. Algunos intentaban dormir utilizando la maleta como incómoda almohada, movían las doloridas piernas en el estrecho asiento o aplastaban la mejilla contra el frío cristal de una ventanilla. Algunos jóvenes y algunas mujeres se llamaban de un coche a otro, y a veces incluso reían con desenfado. Pero, de pronto, una mancha oscura se deslizaba por el cielo cuajado de estrellas y las risas cesaban; todo el mundo permanecía atento. No era inquietud propiamente dicha, sino una extraña tristeza que tenía poco de humano, porque no comportaba ni valentía ni esperanza. Así es como los animales esperan la muerte. Así es como el pez atrapado en la red ve pasar una y otra vez la sombra del pescador.

    
En este fragmento perteneciente al capítulo 9 se aprecia bien lo que digo junto a otra característica muy peculiar de la prosa de Némirovski, la presencia constante de referencias a animales -en especial a pájaros- como un recurso denotativo -y a veces simbólico- de la deshumanización de la mayor parte de los protagonistas, de la violencia, del hambre, de los miedos y de los tabúes. Si uno no supiera que la autora fue asesinada en Auschwitz el 17 de agosto de 1942, casi dos meses después de su arresto, pensaría al leer la novela que sobrevivió al Holocausto y que en sus páginas fue sembrando conscientemente una serie de indicios que prefiguran de modo simbólico los acontecimientos que luego se sucedieron. Sin embargo, el imposible cronológico solo me hace desdecirme del adverbio de modo. Como a veces ocurre con la gran literatura, la distancia entre poeta y profeta se desdibuja. Es en este sentido que cabe interpretar el capítulo más violento y absurdo, el asesinato del padre Péricand a manos de sus pupilos, los niños huérfanos, como un episodio fundamental de la novela por su valor anticipatorio. Y lo terrible de que sean precisamente niños los asesinos subraya de modo trágico la condición humana de los verdugos. Esta es la idea que desarrolla literariamente Némirovski en el segundo movimiento -"Dolce"-. Allí los militares nazis son apuestos, educados, galantes, cultos...; hay flirteos y enamoramientos más o menos velados entre ellos y las mujeres del pueblo. Leyendo esas páginas es imposible no acordarse de las que escribió Elie Wiesel, que sí que pudo sobrevivir a Auschwitz:
     
     Sin embargo, la primera impresión que tuvimos de los alemanes fue sumamente tranquilizadora. Los oficiales se instalaron en casas particulares y hasta en casas de judíos. Su actitud con respecto a sus huéspedes era distante pero cortés. Nunca pedían lo imposible, no hacían observaciones impertinentes y, a veces, hasta sonreían a la dueña de casa. Un oficial alemán se alojaba en una casa frente a la nuestra. Tenía una habitación en casa de los Kahn. Se decía que era un hombre encantador: tranquilo, simpático y atento. Tres días después de instalarse le había llevado a la señora Kahn una caja de chocolates. Los optimistas mostraban su júbilo:
     -¡Y bien! ¿Qué habíamos dicho? Ustedes no querían creerlo. Ahí los tienen a sus alemanes, ¿qué les parece? ¿Dónde está su famosa crueldad?
     Los alemanes estaban ya en la ciudad, los fascistas estaban ya en el poder, el veredicto estaba ya pronunciado y los judíos de Sighet seguían sonriendo.
                                                                            ("La noche", página 18)  

     Wiesel lo vivió todo y lo contó. Némirovski lo contó todo y luego lo vivió. Estas son las últimas palabras de su novela:

     Los hombres empezaron a entonar un cántico grave y lento que se perdía en la noche. Poco después, en la carretera, en lugar del ejército alemán solo había un poco de polvo.

       Los nazis y sus aliados franceses quisieron convertir ese punto final en el agujero negro de la chimenea de un crematorio de Auschwitz por donde se diluyera la obra de Irène Némirovski. Pero fracasaron. La "Suite francesa" triunfa sobre sus propios límites circunstanciales  y aún hoy invita a una reflexión fecunda.   


Nota: las citas de "Suite francesa" y "La noche" corresponden respectivamente a las traducciones de José Antonio Soriano Marco, en la editorial Salamandra, y a la de Fina Warschaver en la editorial Austral.

5 comentarios:

  1. Los contrastes de los que hablo, a veces, cuando se trata de enfrentamientos dialécticos entre dos personajes, alcanzan una hondura propia de una obra teatral. Copio uno de esos diálogos del capítulo 19 de "Dolce":
    -Los franceses no nos vendemos unos a otros -replicó la anciana con orgullo-. Desde que conoces a los alemanes pareces haberlo olvidado, querida.
    Lucile recordó una confidencia del teniente: "En la Komandatur -le había contado Bruno-, el mismo día de nuestra llegada nos esperaba un paquete de cartas anónimas. La gente se acusaba mutuamente de hacer propaganda inglesa y gaullista, de acaparar productos de consumo, de espionaje... ¡Si les hubiéramos hecho caso, ahora toda la comarca estaría en prisión!"

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  2. Del carácter humano “demasiado humano” de aquellos verdugos nazis, ya habló, con gran polémica, Hanna Arendt a propósito del juicio contra Eichmann. Para ella, este no era un “monstruo”, sino un funcionario aplicado, que probablemente, en otras circunstancias, habría acabado su vida como un trabajador muy valioso. Algo parecido habría ocurrido con Mengele, quien en su juventud participó en una ONG. “El infierno son los otros”, como dijo Sartre. Los vecinos que se denuncian los unos a los otros que mencionas en tu comentario están hechos de la misma pasta que los encantadores alemanes.

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    1. Y justamente en esa condición tan humana es donde reside lo más terrorífico. La frase de Sartre lo subraya bien, pues su corolario lógico es que cada uno de nosotros somos no solo los habitantes de ese infierno, sino sus creadores. De ahí la importancia que le asigno al estudio de la literatura del Holocausto, contemplada no solo como un corpus que mantiene viva la memoria de los que lo padecieron y que nos permite releer y reescribir la historia, sino también -y quizás principalmente- como punto de reflexión frente al espejo del mal; es decir, como pertrecho crítico con que enfrentarse al retrato de Dorian Gray.

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  3. La escena de los franceses huidos, atrapados en una red simbólica, me recuerda a un cuento del conde Lucanor, Lo que sucedió a un hombre que cazaba perdices. Los consejos de Patronio, por lo demás, se podrían aplicar a la escena narrada por Wiesel:
    “-Patronio, algunas personas muy importantes, y también otras que no lo son tanto, me hacen daño a veces en mi hacienda o en mis vasallos y, cuando me ven, me dicen que les pesa mucho y que lo hicieron obligados por la necesidad y porque no podían en aquel momento hacer otra cosa. Como quiero saber qué conducta seguir cuando tales cosas me sucedan, os ruego que me digáis qué pensáis de esto.
    -Señor conde Lucanor -respondió Patronio-, lo que os pasa y os preocupa tanto se parece mucho a lo que sucedió a un hombre que cazaba perdices.
    El conde le rogó que se lo contara.
    -Señor conde -dijo Patronio-, un hombre puso redes a las perdices y, cuando cayeron, se llegó a ellas y, conforme las iba sacando, las mataba a todas. Mientras hacía esto le daba el viento en la cara con tanta fuerza, que le hacía llorar. Una de las perdices que aún estaba viva empezó a decir a las que quedaban dentro de la red:
    -Ved, amigas, lo que hace este hombre, que, aunque nos mata, nos compadece y llora por eso.
    Otra perdiz, que por ser más sabia que la que hablaba no cayó en la red, le dijo desde fuera:
    -Amiga, mucho le agradezco a Dios el haberme guardado del que quiere matarme o hacerme daño y simula sentirlo.
    Vos, señor conde Lucanor, guardaos siempre del que os perjudica y dice que le pesa; pero si alguien os perjudica involuntariamente y el daño o pérdida no fuera mucho, y esa persona os hubiera ayudado en otra ocasión o hecho algún servicio, yo os aconsejo que en este caso disimuléis, siempre que ello no se repita tan a menudo que os desprestigie o lesione mucho vuestros intereses. De otra manera, debéis protestar con tal energía que vuestra hacienda y vuestra honra queden a salvo.”

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    1. Me parece muy apropiada tu referencia a la obra del infante don Juan Manuel, pero creo que la imagen que ofrece Irène Nérmirovski en relación a los habitantes de esa localidad ocupada por los soldados nazis -o la de Wiesel de los habitantes del pueblo húngaro- queda más cumplida si evocamos además otro cuento magistral de "El conde Lucanor", el XXXIV, "De lo que aconteció a un ciego con otro".

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