lunes, 16 de junio de 2014

Bloomsday


Hoy es 16 de junio de 2014, Bloomsday. Y casi se me pasa: es que ando ahora tan liado con los exámenes, que, oye, no tengo tiempo para nada, ¡con lo que me gusta a mí celebrar este día! Cerveza, riñones y más cerveza: un antídoto cojonudo contra la pedantería literaria, según una receta de J.J. Hace dos años publiqué lo que sigue en este blog. Al releerlo ahora ni me huele a naftalina ni me da ningún déjà vu, conque aquí se lo dejo de nuevo, acogiéndome a esa máxima de André Gide: "Ya está todo dicho, pero como nadie hace caso, hay que repetirlo una y otra vez".    

Me gusta esta foto de Joyce porque parece un alumno de Hogwarts, ese internado donde Harry Potter estudiaba defensa contra las artes oscuras, encantamientos y cosas por el estilo. Es una foto pintada, claro está. Fíjense en la gorra, en el mechón pelirrojo, en su chaqueta verde -"verdemoco", por utilizar un color de su propia paleta-, la boca cerrada a cal y canto, coronada por un felpudo que reivindica su estrenada juventud y subrayada por un pegote piloso, como un hito que limita la extensión de su barbilla. La cabeza parece desproporcionada en relación a su cuerpo, que se ofrece en ligero escorzo, mientras que la mirada, torcida, apunta al objetivo y no se sabe dónde. Hoy un estudiante así no duraba ni dos recreos, pero en la Irlanda de finales del XIX, amigos, esa era la estampa de un vivales. No se dejen engañar por la redondez intelectual de sus gafas. Igual que en Harry Potter sirven, sobre todo, para ocultarse tras una imagen apacible. Ese tío sabe mucho, en efecto, pero es un conocimiento avieso, como su corbata, que rehúye con descaro su conveniente verticalidad apuntando  hacia otro lado. Casi todo en él apunta hacia otro lado: su mirada, su cuerpo, su corbata y su literatura, desviados con el vigor de un esqueje torcido que ni siquiera los jesuitas pudieron enderezar (si es que ellos mismos no lo alimentaron: "Porque tienes esa condenada vena jesuita, solo que inyectada al revés" le espeta Buck Mulligan a Stephen Dedalus).
     Los estadounidenses, herederos de sus ancestros puritanos del talento olfativo para detectar el tufo de lo pecaminoso, quisieron abortar su fruto prohibiendo la publicación por entregas de "Ulises" al alcanzar esta el capítulo XIII -Nausica-, donde se entrecruzan las novelitas del corazón con la exhibición morbosa de medias y bragas. Voces cursis y miradas calenturientas: demasiado retorcido para la gente como Dios manda de principios de los veinte. Pero ya se sabe que lo prohibido despierta la curiosidad y así no solo se extendió la fama de la novela, sino que se dio pábulo a una serie inagotable de discursos, entre los que brillan algunas de las estupideces máximas de la historia de la literatura. Joyce no fue ajeno a esos disparates, sino que él mismo los alentó al trenzar una red tupidísima de referencias intertextuales como carnaza exquisita para eruditos. Uno de sus condimentos esenciales es la relación con la obra de Homero. Pero, ¿qué tienen que ver las aventuras de Ulises, desde Troya hasta Ítaca, acuciado por los dioses y los elementos, con el deambular de Leopoldo Bloom, un hombre mediocre en una ciudad gris durante un solo día? Este es un quid pro quo con el que Joyce se regocijaba. "Ulises" se inicia con una parodia de la misa frente al mar. Legiones de críticos han escrito sus homilías, que al mismo tiempo son cartas de navegación, es decir, de lectura. Pero Ulises no es un turista necesitado de guías de viaje. El mar es la novela; Ulises, el lector, y la lectura su odisea.
     Hoy es 16 de junio, el mismo día en que tiene lugar la singladura de Leopoldo Bloom por Dublín. Ya nadie puede escandalizarse por la falta de pudor en la expresión del deseo de sus personajes, y Joyce goza de tanto predicamento en su Irlanda como el duende verde o U2. Desde hace años se celebra tal día como hoy el "Bloomsday", una especie de feria temática sobre el "Ulises". La gente desayuna té con riñones de cordero, sale a la calle, se pone sombreritos de paja, visita escenarios de la novela; algunos incluso asisten a conferencias y mesas redondas; otros a la representación de actrices que ponen cuerpo y voz a las confesiones picantonas de Molly Bloom. Se bebe cerveza negra fresca y se come puré de patatas con salsa de hígado.
     Este año como novedad hay un concurso de fotografía y una exposición de arte relacionado con Joyce. Apasionante, ya ven. En el fondo, en estas mitomanías habita una admiración un tanto santurrona que, unida al orgullo nacionalista, constituyó un objetivo recurrente de la mordacidad literaria de Joyce. Yo creo que si él hubiera sabido que sus acólitos celebrarían con un plato de riñones o de hígado su devoción, le habría hecho comer a Bloom las vísceras crudas, adobadas si acaso con guindillas de mi pueblo. Igualmente, si hubiera podido participar en la comisión encargada de organizar el festejo, en vez de tanto fasto seriote seguro que hubiera propuesto la recreación de algunas efemérides felices de la novela, como, por ejemplo, la exoneración subsiguiente al desayuno de Bloom, que incluye la limpieza del trasero con hojas de una obra ganadora de un concurso literario (se admiten ensayos) o la exhibición de perros rapsodas, a imitación de aquel "famoso y centenario perrolobo setter rojo irlandés antes conocido por el sobriquet de Garryowen", que recitaba poemas parecidos a los de los antiguos bardos irlandeses que era un primor.
     Y ahora, amigos, sintiéndolo mucho he de dejarles, que si no el riñoncito se me va a churruscar.
            

2 comentarios:

  1. 1. Lo del perro rapsoda es genial. ¿Serán capaces lo irlandeses de vestir a un perro de bardo y hacerle recitar la historia de Irlanda? Magnifica venganza la de un escritor que amaba/odiaba a su país y que se burlaba de la exaltación celta (¿qué opinaría de las ñoñerías de Enya así como tanta gaita celta por todo el continente?). Su último desquite fue morir con pasaporte británico, cuando su patria ya era un país independiente. Quizás por eso y no por cuestiones puristas, el autor de "El tercer policía"- a quien Joyce admiraba- le recriminó que no hablara gaélico.
    2. P.D. ¿Has intentado convertir a tu perro en bardo, Ricardo? ¿O no tiene un pedigrí lo bastante elevado como los canes con los que traficaba el autor del valeroso soldado Svejk? Una recomendación: quizás empiece a recitar baladas tras comerse el menú del Bloomsday. Pero no olvides que lo nuestro no es recitar con la gaita sino con la dulzaina y el tabalet. Cualquier otra cosa sería una falsificación inaceptable.

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  2. Cómo se nota, Huguet, que los cánidos son un venero inagotable de inspiración para ti. Los que ya han leído esa excelente novela, gótica y maldita hasta decir basta, que es "El señor Teckel" ya saben de lo que hablo. Y los que no, aún están a tiempo de disfrutarla. Me trae al pensamiento tu comentario que podrçias muy bien ofrecernos en tu Biblioteca de Gotham una serie sobre escritores con perro, o al revés. Seguro que disfrutábamos mucho leyendo sobre aberraciones caninas literarias, como tu perro-hombre, como el perro de Chesterton, que estaba adiestrado para rellenarle de tabaco la pipa y para preparale las bolsas de agua caliente para la cama; o como el perro de Asimov, que tenía móvil propio.

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