lunes, 19 de mayo de 2014

"Los surcos del azar", de Paco Roca

     Los surcos del azar" de Paco Roca no son erráticos, ni siquiera azarosos, por más que obedezcan a ese orden intrincado de los acontecimientos que a veces lleva a confundir las causas con la casualidad. Son, más bien, los surcos de la memoria, un derrotero voluntarioso que trasciende lo anecdótico para incorporar nuevos territorios al mapa de la historia. Laboriosos y honestos, estos surcos me recuerdan las sementeras del paisaje de Castilla y los renglones de la caligrafía de los niños. No hay en ellos nada ampuloso ni nada original y están bendecidos por el don de la fecundidad. Por esos caminos ya transitaron, entre otros, Dulce Chacón en "La voz dormida", Benjamín Prado en "Mala gente que camina", Alfons Cervera en la excelente "El color del crepúsculo", Manuel Rivas en "El lápiz del carpintero" y Javier Cercas en "Soldados de Salamina". En todas ellas se recoge, de una u otra manera, lo que podríamos llamar la visión de los vencidos a partir de declaraciones testimoniales en tipologías textuales diversas presentadas a menudo como el fruto de las investigaciones de un narrador-protagonista que hilvana no solo dos planos temporales, sino una ficción que sirve de marco y una realidad, de fondo. Se trata de un juego metaliterario cuyo exponente más afamado, quizás por la brillante adaptación cinematográfica de David Trueba, es "Soldados de Salamina".

     Hay un momento en ella en que el narrador-protagonista le cuenta a su novia en el transcurso de una cena que ha decidido poner fin a un periodo de diez años de sequía literaria:
     "-¡De puta madre! -gritó Conchi, que estaba deseando añadir uno más a los libros que escoltaban en su salón a la Virgen de Guadalupe  [...] Espero que no sea una novela.
     -No -dije muy seguro-. Es un relato real.
     -¿Y eso qué es?
     Se lo expliqué. Creo que lo entendió.
     -Será como una novela -resumí-. Solo que, en vez de ser todo mentira, todo es verdad."

     En el primer capítulo de "Los surcos del azar", tras las imágenes iniciales de la huida desesperada de los republicanos en el puerto de Alicante el 28 de marzo de 1939, se produce un salto cronológico de unos setenta años. A la panorámica del Stanbrook abandonando la rada, le suceden dos viñetas fragmentarias de un tronco de un árbol deshojado y de dos coches aparcados en la calle. Son dos imágenes de la banalidad bajo la lluvia, ambas contraplanos de la mirada de un hombre en el comedor de un hotel, con el desayuno en la mesa y un bolígrafo y una libreta entre las manos. Frente al entintado de la secuencia anterior, de mayor viveza y variedad, un sepia desvaído ilustra esta en el hotel y marca el contraste en lo sucesivo entre un pasado real inmediato a la derrota de los republicanos y nuestro presente como tiempo de la reconstrucción histórica de unos hechos olvidados. De esta manera el pasado queda cromáticamente destacado y, además, definido en el dibujo -es decir, en su relato- con unos perfiles en tinta negra y corte recto que delimitan las viñetas.

     Pero volvamos a ese hombre que mira la lluvia por el ventanal. Del plano medio pasamos a un plano general del comedor en el que aparece a la izquierda quien se deduce por el gesto y el dibujo que es el encargado del hotel. Siguiendo un "raccord" de miradas, las dos viñetas siguientes ilustran un mínimo diálogo. Y entonces, un salto en el eje nos concede inesperadamente un punto de vista por encima del hombro del cliente. Es un plano corto en el que se nos muestra un cuaderno de apuntes en el que podemos leer:
     Salida de Alicante. *Stanbrook. Unos 3000 en el barco. Fin de la guerra. ¿Qué fue de la gente que quedó allí? Repetir. Y una flecha que une esta última palabra con el esbozo de unas viñetas.
     Termina la página con un plano medio en ligero picado en "raccord" perfecto con el dibujo anterior al plano corto del cuaderno. Se trata de la página 20 del libro, ocho viñetas en suma. Ya digo, nada original, nada enfático..., pero merecerían figurar en cualquier antología del cómic como ejemplo de eficacia narrativa.
     La identificación del cliente del hotel con el personaje Paco Roca; el sentido del doble plano temporal; la documentación de la historia convertida en parte del relato; el extremado rigor en el orden secuencial de las viñetas; la ubicación del episodio en una ciudad extranjera; la falta de pericia idiomática del protagonista... Todo queda en tan breve espacio perfectamente expresado, de modo que lo que en un principio parecía una escena banal se llena de sentido. Y es justamente esta funcionalidad, asociada a la elegancia expresiva de la línea clara de su dibujo, lo que constituye el rasgo característico del estilo de Paco Roca.        
     Junto a ello hay que añadir en estos Surcos su capacidad para converger en la historia de un hombre todo un capítulo de la historia de España. Algunas páginas después de estas que he comentado el personaje Paco Roca se presenta en el domicilio de un viejo exiliado de la Guerra Civil:

     -Como ya le conté por teléfono, estoy haciendo una historia sobre los exiliados españoles que lucharon en la Segunda Guerra Mundial.
         -¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
         -Un amigo historiador está buscando desde hace años a un antiguo excombatiente. Según le contaron unos veteranos anarquistas miembros de la resistencia, ese combatiente se llama Miguel Ruiz y vive por esta zona. Por edad tan solo puede ser uno. Usted. 




     A partir de ese diálogo el lector entiende que el relato de los hechos históricos responde a la experiencia de ese Miguel Ruiz: la salida en barco desde Alicante, la llegada a Orán, el testimonio de otros compañeros acerca de los campos de refugiados en Francia (que incluye un homenaje entrañable a Machado), las penalidades en los campos de trabajo de la Argelia francesa, el alistamiento en el "Cuerpo franco de África" -ya bajo mando aliado-, y, desde ese momento, la prolongación en la lucha contra los nazis de lo que había sido en España su lucha por la dignidad y contra el fascismo.

     Es evidente que ese personaje es un recurso narrativo que concentra en sí la vida y las voces de muchos exiliados. Sin embargo no hay en él nada de pastiche, porque la honestidad documental y la elegancia narrativa lo evitan. De ahí que el lector que aún tenga vivo en la memoria el recuerdo de la Guerra Civil por el relato de padres, abuelos u otros encuentre familiar algún avatar en la vida de Miguel Ruiz. Con todo, más allá de estas coincidencias que apelan al sentimiento, brilla en Los surcos... un deseo de justicia y reparación hacia aquellos republicanos aún más emocionante.
     En la serie de viñetas que he comentado cierra la secuencia un plano general en el que vemos al personaje de Paco Roca abrigado con una trenca bajo la lluvia abandonando el hotel, cuyo rótulo luce sobre la fachada: Hôtel la Renaissance. Uno tendería a pensar que se trata solo de una información secundaria meramente ambiental, pues la densidad y el ritmo de la historia invitan a una lectura trepidante que va en detrimento tanto de la apreciación de ciertos recursos poéticos como de la del valor estético de las ilustraciones. Pero cuando ya se conoce la peripecia y vuelve uno atrás y la hojea morosamente,  entonces disfruta aún más de los dibujos y descubre acaso connotaciones que antes le habían quedado ocultas. Es el caso, por ejemplo, de esa palabra -"Renaissance"-, que encierra en sí el significado que tiene la historia para su protagonista: su redención de una vida oculta y en silencio y el renacimiento a una nueva dignidad. Una dignidad merecidísima que Paco Roca extiende a todos aquellos republicanos españoles que contribuyeron a la derrota del nazismo.
     Y todo ello con una generosidad y un derroche de esfuerzo encomiables que le alcanzan no solo para culminar una obra maestra, sino para, después de haber soportado con la mejor de las disposiciones su presentación en cualquier pueblo o biblioteca -en Jérica (Castellón), pongamos por caso, el pasado abril- y haber atendido estupendamente a toda una cola de lectores, dedicarle a un desconocido como yo un dibujo de Antonio Machado arropado con la manta de un miliciano:

      


Otro abrazo para ti, Paco. Y muchas gracias.

5 comentarios:

  1. Entiendo perfectamente esa pequeña vanidad tuya de presumir por la dedicatoria de Paco Roca, yo también la tendría. Creo que das cuenta adecuadamente de algunas de las claves de la obra ya extensa de un autor que parece haber alcanzado la madurez y al que se le adivinan posibilidades inmensas. Ahora debo ser yo el agradecido, pues la parte importante de su obra la conozco gracias a ti, Ricardo. De otro lado se me ocurre pensar en lo lejos que de nuestro momento se encuentran personajes como el que protagoniza Los surcos del azar, ahora parecen gigantes de leyenda, seres casi irreales de los que se me ocurre que es más apropiado escribir cantares de gesta que ensayos documentales.

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    1. Es cierto que hay algo de épico en la vida de ese personaje -Miguel Ruiz-, pero más que esa dimensión lo que relata el cómic es la tensión entre el tiempo pasado -asociado no solo a la heroicidad, sino a la juventud y al amor- y un presente de achaques, muerte y banalidades. Lo que engrandece esta historia de Paco Roca no es tanto el relato de lo primero sino la conquista de la dignidad en lo segundo.

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    1. Me alegro de que te haya traído hasta estos "Zapatos..." una recomendación y no el azar. Bienvenida.

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