domingo, 13 de abril de 2014

El deseo de ser piel roja (2). Grey Owl

Grey Owl
   Durante las décadas de los veinte y treinta del siglo pasado el deseo de ser piel roja fue alimentado entre los ingleses por un indio de los ojibwa, un pueblo oriundo de los bosques del noroeste de Canadá extendido a otros territorios occidentales del país y, más hacia el sur, hasta los Estados
Unidos. El cultivo del "arroz salvaje", el aprovechamiento de la savia de arce y el trabajo con la corteza de abedul son rasgos que caracterizan su cultura material. Su religión, como la de otras naciones indias, era animista. Los chamanes les ayudaban a transitar la frontera entre esta parte de la realidad y el trasmundo espiritual, y su deidad mayor era el Gran Manito -o Manitú-, concebido como una antonomasia de la comunión universal en la naturaleza.
     En un balance de improviso se me ocurre que la aportación ojibwa a nuestra cultura la encontramos en el topónimo Misisipi, que en su lengua significa "río grande", y, sobre todo, en los atrapasueños, una especie de filtros contra las pesadillas constituidos por unos aros de madera de abedul trenzados en su interior de un modo semejante a las telas de araña y de los que penden ristras de plumas. Hoy, aunque desprovistos de su significado mítico original, cuelgan de los espejos retrovisores internos de muchos coches de mi barrio como conjuros contra la modorra de los conductores en un divertido revoltijo sincrético con el escapulario de la Virgen: Yo conduzco, ella me guía y con el imán de San Cristóbal.
     Es tanta la fuerza icónica de estos atrapasueños, que no es infrecuente encontrarlos como aditamentos ornamentales en bares y peluquerías. Sin embargo, y aun reconociendo esa importancia, el gran legado ojibwa no reside en mapas, retrovisores ni comercios, sino en la conciencia ecológica y en el movimiento conservacionista. Y es aquí, precisamente, donde vamos a parar al indio que digo.
          Se llamaba Grey Owl, nació en 1888 en Hermosillo, México, de padre escocés y madre apache, y vivió la mayor parte de su vida en los bosques del hoy conocido como "parque nacional Prince Albert" de Sarkatchewan, en Canadá, plenamente integrado en la naturaleza y conforme a las costumbres de su pueblo. De vez en cuando, sin embargo, aprovechando los ratos de asueto durante las largas jornadas invernales, redactó cuentos y artículos alentado por el espíritu de Manitú, es decir, por un convencimiento apasionado de la armonía del hombre con su entorno y con los animales. Pero no eran historias para los ojibwa. Entre estos las ancianas eran quienes se encargaban de contarlas al calor de las hogueras. Las de Grey Owl ni siquiera estaban escritas sobre corteza de abedul y su lengua original era el inglés. En realidad a los ojibwa no les hacían ninguna falta. Eran historias para el hombre blanco, pensadas no contra su aburrimiento sino para combatir un modo de vida depredador y antinatural. De ahí que luego dedicara tiempo a promocionarlas en viajes y conferencias. En una de estas, en Londres, fue invitado al palacio de Buckingham, donde ataviado con sus plumas y su chaqueta de piel con flecos explicó sus puntos de vista al rey Jorge VI, quien debió de envidiar la seguridad y perfecta dicción del discurso de su invitado. 
     No menos admirados que su rey quedaron dos hermanos adolescentes que por esos mismos días habían asistido a una de las charlas públicas del indio en el teatro London Palladium. Tal fue su impresión, que es probable que aquella conferencia les cambiara la vida. Eran los hermanos Attenborough: David, que se convertiría en un naturalista emblemático de la BBC, y Richard, director de cine entre cuya filmografía figura un biopic de 1999 titulado "Grey Owl". Es evidente que a ninguno de los dos les empañaron su admiración las noticias de los periódicos cuando, al poco de la muerte de Búho Gris, se supo que aquella filiación de la que había presumido era falsa: ni madre apache, ni padre escocés ni nacimiento en México. Todo esto y, sobre todo, su pertenencia a los ojibwa eran, como comprendieron muy bien ambos hermanos, más que una impostura, la materialización de un deseo de fuga y libertad: el deseo de ser piel roja.
     En realidad era inglés y se llamaba Archibald Stansfeld Belaney. Sus padres prácticamente lo abandonaron, dejándolo al cuidado de su abuelo materno y de dos hermanas de este. En 1906, con 18 años, emigró a Canadá. En principio iba a estudiar agricultura, pero pronto marchó a los bosques del norte de Ontario, donde trabajó como trampero, guía y guardia forestal. Allí conoció a los ojibwa y allí emprendió su vuelo como Grey Owl, una conversión desde la caza al conservacionismo que recuerda la del escritor James Oliver Curwood, el autor de The Grizzly King. 
      De algún modo lo suyo fue un reencuentro, pues el joven Archibald ya había conocido a los ojibwa en su Hastings natal cuando leyó La canción de Hiawatha, de Henry Wadsworth Longfellow, quien a su vez había encontrado su inspiración para este gran poema épico sobre un héroe indio en los relatos que le había transmitido personalmente un jefe ojibwa.
      Así se entrelazan la literatura y la vida, los deseos y las historias, como en las redes con forma de tela de araña de los atrapasueños.
Archibald cuando soñaba con ser Grey Owl
        

5 comentarios:

  1. Creo que en algún momento de nuestra vida todos hemos querido ser un piel roja, es decir, como tú dices, huir y sentirse libres. Yo también lo he deseado y mi nombre indio era Caballo Loco.

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  2. Una entrada muy interesante. Me encanta como eres capaz de enlazar un tema con otro, y hablar a la vez de los Attenborough y los atrapasueños.
    El deseo de ser piel roja es casi como el de volar, y algunos no pueden resistirse a tirarse de un quinto piso. Recientemente ha habido una polémica en EEUU, por una senadora llamada Elizabeth Warren, que afirmaba ser descendiente de los Cherokee, y parece que era tan piel roja como Isabel la Católica. Otro de los casos más conocidos es el de Iron Eyes Cody, que protagonizó un legendario anuncio de una campaña de concienciación ecológica, y vertió la lágrima más famosa de la historia de la televisión norteamericana: https://www.youtube.com/watch?v=Xm66Ww6qTpA
    Este piel roja era en realidad hijo de inmigrantes italianos.
    Un saludo.

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    1. Gracias por tu comentario y por el enlace. La verdad es que a mí estas historias de invención de identidad me fascinan. No conocía esos casos de los que hablas, pero voy a documentarme en la red. ¿Te acuerdas de Enric Marco? Fue un caso muy sonado: se inventó que había estado preso en Mauthaussen y llegó a presidir la asociación española de supervivientes de ese campo de exterminio. Yo tuve ocasión de escucharle en alguna entrevista por la tele. Era emocionante cómo transmitía el dolor y la rabia por la injusticia.
      Un saludo

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  3. Estupenda entrada Ricardo. No conocía la historia de este tipo. Este tema se ha abordado mucho en el cine: Las aventuras de Jeremiah Johnson, El hombre de una tierra salvaje, Bailando con lobos, hay varias. La de Búho gris no la he visto, lo solucionaré. Hay una peli más actual, que valga la redundancia, actualiza el fenómeno, esas ansias de fuga y libertad que comentas, ese deseo de vivir como un piel roja. La peli se titula "Hacia rutas salvajes (Into de wild)", está basada en hechos reales, es de 2007. Un saludo.

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    1. Gracias por tu comentario y por tus referencias, Álvaro. No me extraña que se siga actualizando en relatos -literarios o cinematográficos- el deseo de ser piel roja. El alejamiento de la naturaleza y la sensación de pérdida de libertad conducen a ello. Además hay en ello un poso de nostalgia por una infancia perdida.
      Saludos.

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