viernes, 5 de abril de 2013

Las muertes de Zola (3)

fotos de la ficha policiasl de Zola

     El romanticismo desarrolló con más o menos gracia todas las variantes del verbo latino "occidere", desde el suicidio al parricidio, elevándolos a la categoría de tópico literario. El puñal, el frasquito de veneno, el florete o las pistolas son parte ineludible del atrezzo romántico, con ventaja para las últimas, que de tanto en tanto salían del texto al contexto a derramar sangre en vez de tinta. La de Pushkin, por ejemplo, sobre la nieve de San Petersburgo, como la de un pichón del Turia de un soneto de Lorca empapando las plumas de sus alas. El blanco vulnerado por el rojo. La sangre y la flema de tantos artistas tuberculosos en un pañuelo de holanda que asoma del bolsillo superior del gabán tal que una rosa de galanteo. Así lucieron la muerte los románticos.
     Los realistas mantuvieron el tema, pero cambiaron el tono y, aunque algunos mostraron cierta querencia por los venenos -ahí están "El primo Pons" o "Madame Bovary"-, en general encontraron otras armas para acuciar el tránsito de sus personajes, como las órdenes de desahucio, las letras de pago o la devaluación de acciones. Allí donde los románticos sacaban a un embozado con el arma en ristre, los autores del realismo ponían a un funcionario con un requerimiento judicial. El funesto papel con una mota negra que entregaba el ciego al viejo pirata en "El almirante Benbow" era ahora un documento oficial timbrado. Los despachos de abogados, las notarías, los juzgados o las covachuelas de ministerios se convirtieron en escenarios del crimen.
     Unos años más tarde, en la obra de Zola y de los naturalistas la muerte se carga de patetismo para expresar con una violencia intolerable la fuerza asfixiante que ejerce el entorno social sobre el individuo. Dos casos destacan sobremanera de entre la extensa nómina de interfectos que pueblan sus novelas. Por un lado, Gervaise, la protagonista de "La taberna", sometida a un proceso de empobrecimiento y degradación al que nunca antes se había visto abocado ningún personaje de la historia de la literatura. A su lado, todas las desgracias de Jean Valjean en "Los miserables" parecen los achaques de un jubilado de viaje en el INSERSO. Y, por otro, el asesinato en "Germinal" a manos de una turba de mujeres del señor Maigrat, almacenista y tendero, que sacaba rédito del hambre de los mineros en forma de humillaciones sexuales a sus mujeres y a sus hijas.

    Y rodeaban el cadáver todavía caliente, lo insultaban entre risas, tratando de sucia jeta su cabeza destrozada, lanzando a la cara de la muerte el largo rencor de su vida sin pan. [...] Las injurias aumentaron mientras el muerto, tendido de espaldas, miraba inmóvil, con sus grandes ojos fijos, el cielo inmenso del que caía la noche. Aquella tierra amontonada en su boca era el pan que había negado. Y ahora no volvería a comer más que de ese pan. Matar de hambre a la pobre gente no le había traído la dicha.

     Pero las mujeres habían de sacar de él otras venganzas. Le daban la vuelta olfateándolo, como lobas. Todas buscaban un ultraje, una salvajada que las aliviase.  ("Germinal". Quinta parte, capítulo sexto). 

     Más que la violencia que anuncia el texto interesa aquí la transformación del grupo en turba y su consiguiente deshumanización. En sus escritos acerca de "Germinal" Zola subraya el papel de la piedad en su novela; pero no es este un sentimiento contemplativo, sino que, unido a la indignación, se convierte en una exigencia de justicia, presente en todo el texto y que a veces aflora como un estallido de rabia. No obstante, su propia vida no le daba muchos argumentos para confiar en que los profesionales del ramo pudieran reparar las iniquidades derivadas de las grandes desigualdades sociales. Además, Zola desconfiaba de las masas; con frecuencia se desprende  de sus palabras el miedo a la jauría, por muy nobles que fueran las ideas que alentaran la indignación que transforma al individuo en parte de un organismo ciego e irracional. Son muy abundantes en la novela las referencias a la mina como un monstruo que engulle a los trabajadores:

     Aquel pozo, comprimido en el fondo de una cavidad, con sus achaparradas construcciones de ladrillos, y con su chimenea alzada como un cuerno amenazador, le parecía tener un aspecto malsano de bestia voraz, acuclillada allí para devorar el mundo. (Primera parte, capítulo primero).    

     Y aunque le sobra perspicacia para denunciar cuál es la lógica del monstruo, deja una distancia para que juzgue el lector: la del discurso en estilo indirecto libre que recoge las palabras de un personaje (las de Étienne en este caso):

     Con frases rápidas se remontaba al primer Maheu, mostraba a toda aquella familia gastada por la mina, devorada por la Compañía, más hambrienta que nunca, tras cien años de trabajo, y, delante de ella, ponía luego los vientres de la administración, que rezumaban dinero, y toda la banda de los accionistas mantenidos como putas desde hacía un siglo sin hacer nada, gozando de su cuerpo. (Cuarta parte, capítulo séptimo).  


     En el año 1898, apenas cuatro años después de que se iniciara el caso Dreyfus, Henry de Groux mostró pictóricamente su solidaridad con Zola y los dreifusistas con el cuadro que reproduzco aquí al lado, de título "Los ultrajes a Zola". En él vemos a una turba henchida de amor a la patria y al ejército abalanzarse sobre el escritor para cobrase en carne la ofensa que este infligió al estado defendiendo la verdad y el honor de un capitán judío. El juez le impuso un año de prisión y 3000 francos de multa. La jauría, su linchamiento. "¡Muera Zola! ¡Mueran los judíos!" eran las consignas. Por la noche su casa fue apedreada. Unos días más tarde, aprovechando un aplazamiento en la ejecución de la sentencia debido a un fallo de forma, Zola se escapó a Londres. 
     Como vemos, el miedo a la enajenación de la masa estaba por encima de la ideología que la alentaba. De esto quizás continúe hablando en un próximo artículo.     

4 comentarios:

  1. Interesantísima entrada, como de costumbre,
    El horror de Zola a la masa me ha recordado inevitablemente a la gran obra de Elias Canetti, Masa y Poder. Él también tuvo una especie de revelación, durante una manifestación, al ver, como señalas, que, por muy nobles que puedan ser las reivindicaciones del individuo, al fundirse éste en la masa se deshumaniza. Parece ser que Zola se adelantó a Canetti.
    Un saludo.

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  2. Qué curiosa coincidencia, Batboy: al mismo tiempo que publicabas este comentario, hacía yo lo mismo en tu artículo sobre el "Ulises" de tu blog, tan divertido y perspicaz. Y qué grata que me es también tu alusión a ese gran ensayo de Canetti, quien como judío, dejando aparte su natural simpatía hacia Zola, vivió en sus carnes el miedo a las masas.
    Saludos.

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  3. Hay una última vuelta de tuerca en torno a la jauría en “Huckleberry Finn”. Un pistolero mata a un borracho que lo ha insultado. La turba, movida por un cobarde al que el pistolero tilda de “medio hombre”, intenta lincharlo. El pistolero no pierde la calma y desde el tejado de su casa se enfrenta a la multitud, que carece del espíritu “heroico” del Oeste. Les dice que se la dan de valientes, pero que el pueblo norteamericano – o mejor dicho, sureño- es tan cobarde como los demás; y que donde haya un hombre de verdad- léase con redaños-, la chusma no tiene nada que hacer. Claro está que estos pistoleros tenían las de ganar, porque se imponían a los jurados y a los jueces con la impronta de sus armas, a diferencia del caso de Zola en que el propio juez se pone a la cabeza de los linchadores como una especie de “juez de la horca” o pistolero legal. Un caso curioso en el que las costumbres del Oeste americano se infiltraron en la civilizada Francia. No tardarían en extenderse a los años treinta con un admirador de las novelas del Oeste: Adolf Hitler.

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  4. Sí, ya hemos hablado alguna vez de esa afición de Hitler por las novelas de Karl May, en las que encontraba inspiración para sus intervenciones políticas del mismo modo que los puritanos las hallaban en la Biblia. Probablemente del Oeste americano le viene también a Hitler otro fundamento de su calaña moral, el que se deduce de ese capítulo que tú referes de esa magnífica novela de Twain, y que ilustra a su vez lo que se ha venido en llamar "la ley de Lynch", a partir del nombre de un cuáquero poco amigo de las garantías jurícas, del que se ha formado en castellano el verbo "linchar".

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