viernes, 15 de marzo de 2013

Las muertes de Zola (2)


     El segundo entierro de Zola ocurrió seis años después de su muerte, cuando su fama literaria era tan evidente que le valió el ingreso en el club más selecto de la cultura francesa, el de los moradores del Panteón, junto a Voltaire, Rousseau, Víctor Hugo y Alejandro Dumas, entre otros. Pero entonces, como ya había ocurrido en el primer sepelio, el reconocimiento público no acababa de sofocar la inquina que despertaba su nombre entre algunos ciudadanos vinculados a sectores derechistas, militares y antisemitas. De ahí que un pirado quisiera ajustar cuentas, pero como disparar a un ataúd queda muy feo, su tiro encontró mejor diana en el cuerpo del capitán Dreyfus, que acudía al homenaje de quien había hecho tanto por su libertad, hasta el punto de arriesgar su vida en un pulso memorable contra las razones de estado. Por suerte el disparo solo le rozó, quizás no tanto por  mala puntería, sino porque los estragos que había sufrido Dreyfus durante sus cinco años de condena en la Isla del Diablo habían dejado su cuerpo como el de un faquir.
     Si obviamos la estupidez del pistolero y su incompetencia profesional (también como periodista), los motivos que le habían llevado hasta el atentado eran de diversa índole. En primer lugar había un sentimiento de venganza por la muerte de algunos antidreyfusistas ilustres (como el coronel Henry- artífice de la inicua acusación que inició el proceso-, que se degolló con una navaja barbera después de haber confesado sus falsificaciones, o la del presidente de la república, Félix Faure, muerto en brazos de su amante -pagada para tal efecto por los judíos, según algunos artículos infamantes de la prensa nacionalista). Pero el caso desborda con mucho lo particular. En él convergen cuestiones sociales, políticas y hasta literarias, aunque las que se refieren a esto último no son más que un encubrimiento de las anteriores bajo una argumentación que supedita lo estético a una interpretación de lo moral. En lo social había un antisemitismo de fondo que había calado en la burguesía a raíz del fiasco del proyecto de la compañía de Lesseps para las obras del canal de Panamá -un asunto muy turbio en el que estaban implicados políticos y periodistas, pero cuyos promotores financieros eran todos judíos-. En lo político, la denuncia del ejército contra Dreyfus por espionaje a favor de los alemanes había sido asumida por la derecha como un alarde de patriotismo; y, por lo mismo, su defensa (no solo la de Zola, sino la de otros muchos, como por ejemplo la del coronel Picquart, que pagó primero con la deportación a Túnez y luego con la expulsión del ejército su descubrimiento de la identidad del verdadero espía y, por tanto, de la invalidez de las pruebas de la acusación) fue tomada como una traición a la patria.



     En cuanto a lo literario, ya digo que se trata más de una excusa, a la que apelaron los nacionalistas y antisemitas cuando el artículo de Zola en "L'Aurore" -J'accuse...!- empezó a desmontar los argumentos de la acusación. Entonces, a falta de razones, los defensores de la patria y del honor del ejército -que para ellos era lo mismo- se arrogaron también el papel de defensores de la moral por la vía de la crítica al estilo del autor de "La taberna", "Naná" o "Germinal", obras cumbres de lo que llamaron retórica de las alcantarillas por considerar que su autor se había vendido al éxito fácil, alimentando los bajos instintos de sus lectores con carnaza obscena y pornográfica.
  No me voy a entretener aquí desmintiendo esa bobada, pero me complace remitir al lector interesado a dos capítulos del que probablemente es el mejor ensayo sobre literatura escrito en el siglo XIX, "La cuestión  palpitante", de Emilia Pardo Bazán: el XIV, titulado Zola, su estilo, y el XV, De la moral, donde trata de estos temas con una perspicacia y conocimientos envidiables.
     En general, en España las reacciones a la obra de Zola no fueron tan viscerales como en Francia -una prueba es ese magnífico trabajo crítico De Pardo Bazán,  católica y  tradicionalista-, aunque tampoco faltaron los apasionados. Alejandro Sawa, por ejemplo, cuyo mérito literario ha quedado hoy injustamente relegado al hecho de que fue el inspirador del Max Estrella de Luces de bohemia, escribió en la revista "Don Quijote" un artículo necrológico en el que se lee:
     " [...] Cuando murió Hugo el apocalíptico, quedaba Renan, quedaba nuestro gran maestro de hoy, de pie, y nimbado de resplandores. Muerto Zola, ¡Dios mío! ¿qué alta figura vertical nos queda sobre la tierra?"
     En sentido contrario también podemos encontrar críticas tan encendidas como el artículo de Sawa, pero he preferido traer aquí una simple nota a pie de página del traductor anónimo de "Teresa Raquin" en una edición de Club Internacional del Libro del año 1985:
     "Después de estudiar mucho este capítulo, no sin repugnancia, hemos decidido suprimir en la traducción dos párrafos y los detalles de algunos más;  es, en efecto, este capítulo una pintura tan asquerosa, por lo mismo que es tan naturalista, que realmente produce náuseas."   
     Se refiere el traductor en su casta censura al momento en el que el protagonista de la novela,  unos días después de haber asesinado al marido de su amante  echándole al Sena, acude a la morgue a ver el cadáver del interfecto. Ahí es cierto que Zola se demora en la descripción  del lugar,  de los visitantes, que acuden como a un espectáculo de feria, y de los cuerpos, pero no con más parsimonia con la que unas páginas atrás, por ejemplo, ha hablado de una mercería o del merendero que hay junto al río.
     La muerte está muy presente en la narrativa de Zola, pero nunca es un espectáculo inane. La mejor prueba es quizás el texto que mencioné en mi artículo anterior, Una autopsia social, en el que la muerte y sus ceremonias constituyen todo su argumento. A mí, particularmente, el capítulo de "Teresa Raquin" me remite al cuadro de Géricault La balsa de la Medusa, no tanto por lo de denuncia que pueda haber en él, sino por esa otra característica del naturalismo, el detalle en la descripción de ambientes sórdidos, asociados por lo general al proletariado, una clase que adquiere el protagonismo literario con este  movimiento. Sin embargo sería injusto cerrar el artículo con referencias escatológicas: ya se ocuparon en demasía los enemigos de Zola. Prefiero recordar las palabras de Bernard Accoyer, presidente de la Asamblea Nacional francesa en el 2008, pronunciadas con motivo del centenario del traslado de los restos del gran escritor al Panteón:
     "Contra el antisemitismo, siempre resurgente, contra todas las formas de revisionismo, es importante transmitir a las jóvenes generaciones el recuerdo de momentos oscuros como aquellos en los que grandes hombres supieron oponerse al fanatismo y al fatalismo".           

4 comentarios:

  1. 1. Más que faquir, creo que Dreyfus era un fantasma. Los disparos sirvieron para reavivar un fantasma. A falta de sangre, la pólvora sirvió para resucitar el espíritu de Zola.
    2. La autopsia médica fue algo mal visto a lo largo de la historia. En China estaba prohibida; y, en Edimburgo, los ladrones de cadáveres o resurreccionistas tenían mala fama. Zola realizó a nivel literario lo que otros habían hecho a nivel científico, también a escondidas.

    ResponderEliminar
  2. Sí, creo que es una buena comparación la de Zola con los médicos. Este estudiaba la necrosis social con la esperanza de evitar la gangrena y la amputación, pero, al igual que a aquellos médicos edimburgueses de los que habla Stevenson, le acusaron de perversión, como si él fuera el culpable de la podredumbre que mostraba.

    ResponderEliminar
  3. Interesante tu referencia a ese ensayo de la Pardo Bazán. Creo que lo voy a buscar, tengo ganas de saber qué dice sobre Zola. Personalmente, tengo gran admiración por sus detalladas descripciones, capaces de recrear a la perfección una atmósfera y casi nunca aburridas. Todo un arte.

    ResponderEliminar
  4. Aparte de condesa y escritora Pardo Bazán fue catedrática de literatura, lo que explica quizás el rigor de sus opiniones críticas. Pero es que además "La cuestión palpitante" tiene otros atractivos, como una serie impagable de anécdotas literarias y, en algunas ediciones modernas, la opinión de Zola sobre esta obra, que por cierto es muy positiva.
    Un saludo.

    ResponderEliminar