jueves, 15 de noviembre de 2012

Zola y "La balsa de la Medusa"

"L'Assommoir", que aquí se traduce como "La taberna", con la consiguiente pérdida de significado respecto a la polisemia del término en francés, donde también significa "matadero", es una de las novelas más celebradas de Zola, fue una de las más polémicas y aún hoy mantiene su enorme capacidad de agitación en el lector.  En 1877, cuando se publicó, los críticos le reprocharon su vulgaridad y lo innoble del tema. Tenían razón en parte, solo que su perspicacia hacia lo miserable les impedía ver la grandeza trágica de la obra.
     Dentro de la literatura del XIX, la historia de Gervaise, una mujer, madre de dos niños, abandonada por su marido, lavandera y luego planchadora, resulta familiar dentro de una estructura narrativa de ascenso y caída del protagonista, pero su condición de trabajadora no solo la hacía novedosa -aunque hay que nombrar aquí el antecedente directo de ·"Germinie Lacerteux", de los Goncourt-, sino que agrandaba la dimensión tanto de su ascenso como de su caída. Si Dickens había levantado con una mirada amable la alfombra del Londres victoriano para dejar al descubierto sus miserias, Zola, como Virgilio en el infierno, nos guía, de círculo en círculo, al abismo de una degradación que no es solo la de su personaje, sino que implica a la sociedad que la hace posible.
     En el capítulo tercero de "La taberna", después de la ceremonia de la boda entre Gervaise y Coupeau, para hacer tiempo hasta la hora del convite y como no pueden salir al campo, pues ha llovido y están los caminos embarrados, deciden ir de visita al Louvre. Allí quedan fascinados por el fresquito de la sala de arte asirio, que juzgan muy apropiada para instalar una bodega, quedan fascinados por la elegancia del traje de los ujieres, por el brillo del suelo y por el dorado de los marcos. Solo unas pocas pinturas les merecen un comentario, y, entre estas, la que más, "La balsa de la medusa", de Géricault.





     Al final, el señor Madinier les detuvo delante del "Radeau de la Méduse" y les explicó el tema. Pasmados e inmóviles, nadie decía nada. Cuando se dispusieron a andar de nuevo, Boche resumió el sentimiento general: era admirable. 

     Entonces, cincuenta años después de los sucesos que motivaron el cuadro, Zola podía ahorrar las explicaciones a sus lectores, porque aún duraba en la memoria colectiva el impacto de aquella tragedia. Hoy, sin embargo, tal vez no sea ocioso asumir durante unas líneas el papel del señor Madinier. Así, a lo rápido, es fácil hallar un referente cinematográfico que ayuda a entender la impresión que causó el cuadro de Géricault: la escena de "Viven" en que los supervivientes del accidente aéreo, después de durísimas penalidades entre entre las que se incluye el canibalismo, ven aparecer la silueta salvadora de un helicóptero. Basta cambiar los hielos andinos por el océano Atlántico, el fuselaje del avión por la balsa, y el helicóptero por un barco en el horizonte, para completar el paralelismo. No obstante, hay ciertas circunstancias relativas al naufragio de La Méduse que sobrepasan la heroica lucha por la supervivencia.
     En el año 1816, reciente el fracaso imperialista de Napoleón, el gobierno francés inició en Senegal sus renovados deseos de expansión. La Medusa era la nao capitana de una pequeña flota que transportaba a los colonos  -soldados, agricultores, artesanos...-  y a las futuras autoridades locales, entre las cuales el gobernador, que tenía mucha prisa por ejercer. Cuando navegaban frente la Costa da Morte, cayó un niño por la borda, pero no se detuvieron. Los intereses de estado están por encima de los individuales, ya se sabe. Así, favorecida por los vientos y por la urgencia de su misión, "La Medusa" se adelantó al resto de la flota y llegó en solitario hasta la desembocadura del río Senegal, donde la inepcia del capitán la condujo hasta un banco de arena, donde quedó embarrancada. La tripulación era de 250 pasajeros y solo había cuatro botes salvavidas -con capacidad cada uno para cincuenta personas-, pero como ni el capitán ni el gobernador andaban bien en aritmética, y había que salvaguardar la comodidad de sus elegidos y las pertenencias del gobernador y de su familia, se quedaron en el barco 150 personas. Un carpintero improvisó una balsa como pudo. La idea era que los cuatro botes la remolcarían hasta la costa, pero al poco de iniciar esa maniobra, ante el temor de que los ocupantes de la balsa quisieran buscarse mejor acomodo en los botes, cortó las amarras y dejó la balsa a la deriva, a la suerte de las corrientes que cada vez la arrastraban más hacia el mar abierto. A lo largo de los diez días siguientes fallecieron 135 de los náufragos. Los quince restantes no solo sobrevivieron a tempestades, sed, hambre, tiburones, fiebres e insolaciones, sino que luego tuvieron que soportar la humillación de un gobierno empeñado en hacerles firmar versiones edulcoradas y exculpatorias. Algunos se resistieron, y por ello fueron perseguidos, hostigados y condenados al ostracismo. Géricault acogió a algunos de ellos en su estudio de Montmartre y escuchó sus relatos, estudió diversas posibilidades y, finalmente, se decidió por la que hoy conocemos, como un testimonio, al mismo tiempo, de denuncia y esperanza.

     Esta misma actitud es la de Zola en muchas de sus novelas. Es, de hecho, la actitud que define al intelectual hoy, heredera directa de aquel artículo de Zola en "L'Aurore", J'accuse, donde denunciaba las vergüenzas del caso Dreyfus. Sin embargo, a los ojos del gobierno, del ejército y de mucha buena gente Géricault, Zola o los supervivientes del naufragio de "La Medusa" eran traidores que empañaban con su testimonio el honor de la patria. 
     Sin tanto honor como para ser considerados traidores, pero con el mismo ánimo de denuncia, los que ayer  -14 de noviembre- salimos a la calle para protestar y decir ¡basta! somos hoy llamados aguafiestas y acusados de ensuciar fotografías y estadísticas. Y todo porque no nos gusta aceptar de brazos cruzados el dilema entre matadero o naufragio.        

12 comentarios:

  1. Los que quieran abundar en las circunstancias del naufragio de "La Medusa" pueden consultar un excelente artículo en http://panyrosas.es/medusa.pdf Al final se recoge una bibliografía interesantísima.

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  2. Y es que al final las injusticias se siguen repitiendo, por mucha supuesta modernidad que nos inunde. Tengo a Zola pendiente, que no lo he explorado aun en profundidad aparte de su "Naná". Este excelente artículo es una tremenda "wake up call" para explorar otras zonas de su bibliografía.

    Un saludo!!

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    1. Entre mis pasiones literarias, que se centran, sobre todo, en la Edad Media y el siglo XIX, por muchas razones, amigo Wolfville, acudo con frecuencia a Zola, quien como Balzac o Galdós me resulta excesivo, inagotable y sorprendente.
      Saludos.

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  3. El caso de la "balsa de la medusa" me recuerda la película de Kubrick "Senderos de Gloria". El film está inspirado también en hechos reales. Un general vanidoso y mediocre bombardea a sus propios hombres, porque se niegan a emprender una acción suicida. Lo peor de todo es que el general exige "responsabilidades" tras la matanza. Por sorteo deben fusilar a un soldado de cada uno de los regimientos, acusados de "cobardía". La película que, por cierto, no pudo rodarse ni en Francia ni en Estados Unidos, se rodó en Alemania. I

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    1. Por desgracia, Huguet, lo de la Medusa resulta hoy demasiado familiar, por lo que no es difícil encontrar ejemplos que nos lo recuerden en el cine, en los telediarios o en la portada de los diarios.
      P.D: celebro la renovada actividad de la Biblioteca de Gotham.

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  4. El asunto de la balsa de La Medusa llega a mi vida en la niñez cuando, en una escena de Stock de Coque, el Capitán Haddock cae estúpidamente al agua mientras celebra que acaban de avistar un barco desde su almadía de náufragos. El tipo sale del agua con una medusa encaramada a su cabeza y entonces Tintín le pregunta si quiere convertirles en la balsa de la medusa.

    Vuelve la cosa ahora, con su artículo, aunque debo decirle que este verano me interesé por el asunto debido a la lectura de una inquietante novela: "Océano mar", de Alessandro Baricco, autor que cautiva mi adhesión, tanto por su vertiente narrativa como por la ensayística, como creo haberle informado en alguna ocasión. (Por cierto, usted no suele hacer caso de mis consejos, al contrario que yo con los suyos. Que usted se niegue a leer a Baricco no me ofende tanto como que no haya empleado algún hueco de su apretada agenda de este fin de semana para ir a ver "En la casa", de François Ozon, es la última vez que se lo digo, allá usted). Pues bien, leyendo esta novela se hace uno carga de hasta qué punto un episodio así puede resultar espantoso. Decir "trágico" me parece poco, porque en las tragedias no necesariamente se deshumanizan la vida y la muerte como en aquel escenario de terror al vaivén de unas olas que evocan la danza de la muerte. Se habla de cómo emerge lo peor de la condición humana en aquel escenario de pesadilla, pero lo interesante de la visión que sobre asuntos como éste ofrece gente como Emile Zola está en el sentido genuinamente político que arrastra. La referencia a la tragedia de los chilenos en los Andes me parece oportuna, aunque yo recalaría también -a vueltas con el símil que hace Huguet con el film de Kubrick- en lo que tiene de crítica de la razón de estado, un mantra que se repite fríamente, como si se tratara de simple burocracia del "interés general", pero que se cobra vidas humanas. Dejar a la balsa con cientos de personas a la deriva fue a fin de cuentas una decisión por razón de estado.

    Es por cierto la misma razón de estado la que legitima a los actuales gobernantes al cierre de hospitales y la devastación de los derechos y los servicios públicos que se está operando a la velocidad del rayo en nuestras queridas democracias avanzadas. Le viene a uno a la memoria aquello de Thoreau sobre la desobediencia civil y la resistencia a la tiranía legalizada como una obligación ética.

    David P.Montesinos

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  5. Qué más hubiera querido, David, que haber ido este fin de semana a ver la película de Ozon, pero he estado hundido en mi sillón, arrebujado en una manta y atiborrándome de paracetamol. Me queda pendiente, por tanto, como algunas de las lecturas que me has recomendado y que seguro que leeré: no soy displicente, solo lento. Me gusta tu referencia a Tintín, que me hace sonreír esta tarde gris de domingo. Los que leímos los álbumes de Tintín cuando éramos niños formamos una especie de logia masónica, ¿no te parece? Está bien tener a mano recuerdos como el que invocas para exorcizar ese virus del que hablas en tu último artículo. A veces pienso que en esa dialéctica entre razón de Estado e individuo; o, por utilizar los mismos términos que citas de Thoreau, entre tiranía legalizada y desobediencia civil, el humor es una de nuestras mejores armas. Quizás en la próxima manifestación debamos llevar una pancarta con unos cuantos insultos del capitán Haddock. Podríamos completar nuestra actuación con otra con aquella viñeta del Roto en la que un tipo trajeado decía que "los economistas hacemos comprensible lo inaceptable".

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  6. Toca usted uno de mis puntos débiles, El Roto. Recuerdo uno estremecedor,hace como tres años, con la crisis ya estallada, los recortes ya con el turbo puesto... No se registraba conflictividad social. Alguien mira a un horizonte desértico: "no es complacencia, este silencio es miedo".

    Lo que dice de la logia masónica es totalmente cierto. Tengo entendido que el monumento de la ciudad de Gante a su héroe predilecto ha sufrido tantos intentos de robo que se le asigna vigilancia policial permanente. Vamos, que yo aún diría más, como Dupont.

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    1. Exacto... Y aún diría más, como Fernández: esos tipos que pretenden llevarse a su casa la estatua de Tintín son de los míos, solo que tienen una casa más grande, y yo he de conformarme con unos muñequitos de plástico, atrincherados en una balda de la estantería, que a veces cuando me asaltan mis sobrinos he de esconder para evitar males mayores en el pillaje.

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  7. Hola, Ricardo
    Interesante recordar La balsa de la Medusa, que conocía bien. En su momento fue una metáfora contestataria sobre el modo en que la incompetencia de la monarquía aplastaba a los mas humildes. Y claro, su vigencia es evidente.
    La persistente vigencia de muchos cuadros clásicos resulta una amargura.
    Un abrazo.
    Fernando Clemente

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    1. Tus apreciaciones son muy justas, Fernando. El valor documental de algunos cuadros unido a sus méritos artísticos es una de las características más destacadas del naturalismo.
      Encantado de leerte por aquí.

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  8. Me encanta el texto y agradezco la referencia. Yo también pensé en Viven cuando lo estabas contando. El relato en el libro del dilema entre comer a tus familiares o morir de inanición es terrible.

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