Hace unos días que corren por la red artículos sobre un tal Quentin Rowan que dicen que ha escrito una novela de espías a partir de más de veinte fragmentos tomados de otras tantas. Al pobre le han llovido críticas por todos los lados, especialmente de la parte de los paladines de la honra de las novelas vulneradas y de los que se encargan de tasar la violación -o sea, los agentes y abogados que se trajinan los derechos de autor-, cuando lo cierto es que es mucho más difícil tejer ese patchwork que redactar una novela sin necesidad de hilvanar tanto retal. A mí este Rowan me cae bien, lo mismo que los de su cuerda, para los que siento admiración; de hecho, en la escala general de mis consideraciones están muy cerca de los constructores de Taj Mahal de palillos. ¿Que los palillos ya vienen fabricados en sus cajas y que el Taj Mahal ya está construido desde hace casi cuatrocientos años? ¿Y qué? Ni los artistas del mondadientes buscan honores en la arquitectura ni Rowan y los suyos sueñan con el Pulitzer.
Por aquí tuvimos no hace mucho otro gran plagiario tan mediático durante unas semanas como ese Rowan y aun con ventaja en lo morboso y enredado del "patchwork", pues el tejemaneje era por cuenta ajena y para lucimiento de su jefa y cuñada, Ana Rosa Quintana, que presentaba entonces un programa de siesta y cotilleo. Ella quería un palacio, su negro le construyó un mausoleo con palillos chupados, Planeta le dio forma de libro, vendió cien mil en una semana, luego lo retiró, ella pidió perdón a España y a él, para aprovechar el tirón, la misma editorial le publicó una novela con el título tan envidiable de "A Pulgarcito nadie le engaña".
La tele, internet y, en especial los blogs y las redes sociales pueden convertir a Pulgarcito y a Rowan en grandes villanos o en todo lo contrario, en una especie de Robin Hoods que reivindiquen la imaginación como terreno de nadie, es decir, de todos, sin fronteras ni peajes. A fin de cuentas, esto es la literatura, un campo abonado cuya fertilidad ha aumentado siempre con las copias, los préstamos y los robos. Ahí está si no lo que hizo Molière con "El burlador de Sevilla", Corneille con "Las mocedades del Cid", de Guillén de Castro; Calderón con el acto segundo de "La venganza de Tamán", de Tirso, que lo copió íntegro para su tercero de "Los cabellos de Absalón"; ahí está Shakespeare, en fin, santo patrón del gremio, de quien decía George Bernard Shaw que era un grandísimo contador de historias, siempre que otro las hubiera escrito antes. Su libertad e irreverencia para con la obra de otros contrasta con la devoción y escrupuloso respeto a sus "originales" que hoy le profesamos., al punto de que cualquier estudiante de primero de filología puede muy bien envanecerse de ser más shakespiriano que el autor de "Hamlet". Me acuerdo de cuando Jenaro Talens nos hablaba de las broncas que se gastaban los del "Instituto Shakespeare" en sus traducciones por un quítame allá unas comas, y yo me imaginaba a aquellos doctos varones pensando en qué veneno echar en la taza del prójimo en el té de las five o´clock. El respeto al original alcanzaba allí el fervor religioso. Lo cual contrasta de manera divertida con algunos de los hitos en la historia de sus traducciones. Don Ramón de la Cruz, por ejemplo, celebrado autor de sainetes en el XVIII poblados de majos y manolas, perpetró una versión que acababa en boda, siguiendo en esto una costumbre que extendió J.F. Ducis con sus dos versiones de "Otelo": una para el gusto común de la época y otra "para almas sensibles". En el mismo siglo, Carnerero le cambió en la suya de padre a Ofelia, pues Polonio le parecía un poco idiota para tanta mujer, conque le dio la paternidad a Claudio. Moratín, que antes que ningún otro tradujo "Hamlet" directamente del inglés, pulió el texto de palabrotas, alusiones sexuales, juegos verbales y metáforas y lo dejó más limpio que una patena. Un poco más tarde, en 1829, ya inmersos en el Romanticismo, el conde Alfred de Vigny tradujo un "Otelo" cuya puesta en escena produjo un motín. Lo cuenta muy bien doña Emilia Pardo Bazán en "La cuestión palpitante":
atenuó en muchos pasajes la crudeza shakesperiana; gracias a lo cual el público se mostró resignado durante los primeros actos, y hasta aplaudió de tiempo en tiempo. Pero al llegar a la escena en la que el moro, frenético de celos, pide a Desdémona el pañuelo bordado que le entregara en prenda de amor, la palabra "pañuelo", traducción literal de la inglesa "hankerchief", produjo en el auditorio una explosión de risas, silbidos, pateos y chicheos. Esperaban los espectadores algún circunloquio, alguna perífrasis alambicada como "cándido cendal" o cosa por el estilo, que no ofendiese sus cultas orejas ...
Para evitar esa ofensa Teodoro Lacalle cambió el pañuelo por una diadema en su traducción, que es precisamente la que utiliza Galdós para la función de la Marquesa en "La Corte de Carlos IV" -una novelita por otra parte maravillosa.
Hoy a las orejas cultas ya no les ofenden los pañuelos, pero ahora que somos todos abonados al corta y pega, que somos más piratas que nunca, y que veneramos religiosamente un bolso, unos zapatos, un perfume..., siempre y cuando sean de marca, y esta sea auténtica y carísima, ponemos en la picota a quienes se atreven con descaro a continuar esa honorable tradición del pillaje literario que si bien ha dado pulgarcitos y demás, también nos dio un Shakespeare.
Por aquí tuvimos no hace mucho otro gran plagiario tan mediático durante unas semanas como ese Rowan y aun con ventaja en lo morboso y enredado del "patchwork", pues el tejemaneje era por cuenta ajena y para lucimiento de su jefa y cuñada, Ana Rosa Quintana, que presentaba entonces un programa de siesta y cotilleo. Ella quería un palacio, su negro le construyó un mausoleo con palillos chupados, Planeta le dio forma de libro, vendió cien mil en una semana, luego lo retiró, ella pidió perdón a España y a él, para aprovechar el tirón, la misma editorial le publicó una novela con el título tan envidiable de "A Pulgarcito nadie le engaña".
La tele, internet y, en especial los blogs y las redes sociales pueden convertir a Pulgarcito y a Rowan en grandes villanos o en todo lo contrario, en una especie de Robin Hoods que reivindiquen la imaginación como terreno de nadie, es decir, de todos, sin fronteras ni peajes. A fin de cuentas, esto es la literatura, un campo abonado cuya fertilidad ha aumentado siempre con las copias, los préstamos y los robos. Ahí está si no lo que hizo Molière con "El burlador de Sevilla", Corneille con "Las mocedades del Cid", de Guillén de Castro; Calderón con el acto segundo de "La venganza de Tamán", de Tirso, que lo copió íntegro para su tercero de "Los cabellos de Absalón"; ahí está Shakespeare, en fin, santo patrón del gremio, de quien decía George Bernard Shaw que era un grandísimo contador de historias, siempre que otro las hubiera escrito antes. Su libertad e irreverencia para con la obra de otros contrasta con la devoción y escrupuloso respeto a sus "originales" que hoy le profesamos., al punto de que cualquier estudiante de primero de filología puede muy bien envanecerse de ser más shakespiriano que el autor de "Hamlet". Me acuerdo de cuando Jenaro Talens nos hablaba de las broncas que se gastaban los del "Instituto Shakespeare" en sus traducciones por un quítame allá unas comas, y yo me imaginaba a aquellos doctos varones pensando en qué veneno echar en la taza del prójimo en el té de las five o´clock. El respeto al original alcanzaba allí el fervor religioso. Lo cual contrasta de manera divertida con algunos de los hitos en la historia de sus traducciones. Don Ramón de la Cruz, por ejemplo, celebrado autor de sainetes en el XVIII poblados de majos y manolas, perpetró una versión que acababa en boda, siguiendo en esto una costumbre que extendió J.F. Ducis con sus dos versiones de "Otelo": una para el gusto común de la época y otra "para almas sensibles". En el mismo siglo, Carnerero le cambió en la suya de padre a Ofelia, pues Polonio le parecía un poco idiota para tanta mujer, conque le dio la paternidad a Claudio. Moratín, que antes que ningún otro tradujo "Hamlet" directamente del inglés, pulió el texto de palabrotas, alusiones sexuales, juegos verbales y metáforas y lo dejó más limpio que una patena. Un poco más tarde, en 1829, ya inmersos en el Romanticismo, el conde Alfred de Vigny tradujo un "Otelo" cuya puesta en escena produjo un motín. Lo cuenta muy bien doña Emilia Pardo Bazán en "La cuestión palpitante":
atenuó en muchos pasajes la crudeza shakesperiana; gracias a lo cual el público se mostró resignado durante los primeros actos, y hasta aplaudió de tiempo en tiempo. Pero al llegar a la escena en la que el moro, frenético de celos, pide a Desdémona el pañuelo bordado que le entregara en prenda de amor, la palabra "pañuelo", traducción literal de la inglesa "hankerchief", produjo en el auditorio una explosión de risas, silbidos, pateos y chicheos. Esperaban los espectadores algún circunloquio, alguna perífrasis alambicada como "cándido cendal" o cosa por el estilo, que no ofendiese sus cultas orejas ...
Para evitar esa ofensa Teodoro Lacalle cambió el pañuelo por una diadema en su traducción, que es precisamente la que utiliza Galdós para la función de la Marquesa en "La Corte de Carlos IV" -una novelita por otra parte maravillosa.
Hoy a las orejas cultas ya no les ofenden los pañuelos, pero ahora que somos todos abonados al corta y pega, que somos más piratas que nunca, y que veneramos religiosamente un bolso, unos zapatos, un perfume..., siempre y cuando sean de marca, y esta sea auténtica y carísima, ponemos en la picota a quienes se atreven con descaro a continuar esa honorable tradición del pillaje literario que si bien ha dado pulgarcitos y demás, también nos dio un Shakespeare.
ResponderEliminarGeniales las anécdotas sobre las traducciones hispanas de Shakespeare, las cuales desconocía (¡lo de Ofelia como hija de Claudio por la tontuna de Polonio es de traca!), y es verdad que el copy/paste ha dado obras de gran enjundia. Ya lo que no comparto tanto es lo de alguien que coge una obra como "Orgullo y Prejuicio", "Don Quijote" o "La Guerra de los Mundos" y le mete... ¡¡zombies!! O lo que parece que van a hacer ahora de coger clásicos como "Estudio en Escarlata", "Cumbres Borrascosas" o "Jane Eyre" y... ¡Ojo! añadirle escenas de sexo estilo la mierda esa de "50 sombras de Grey" que está ahora de moda. Por ahí ya si que no paso.
Un saludo!!!
Tienes razón en lo de que esas versiones son un bodrio (la de "50 sombras de Grey" no la conozco, pero estoy seguro de que también coincidiría contigo en la apreciación). Sin embargo, como ya comenté en mi serie de artículos dedicada al subgénero zombi, pienso que aún está por llegar alguna obra maestra que florezca en esos suburbios de la literatura popular.
EliminarUn saludo.
Creo que soy tan vulnerable a la vanidad como cualquiera. Cuando tenía diez años, hubo un incidente en mi caso que generó cierta inquietud entre mis mayores. De pronto mi insignificante voz infantil rompió el silencio: "Los manantiales de la esperanza son eternos", dije sin titubeos y con la convicción de los antiguos escaldas vikingos. Los dejé estupefactos, a punto de levantar el ánimo hasta los atrios de Walhalla gracias a mi rapto de inspiración, que me convertía a sus ojos en el niño prodigio que siempre habían querido tener y que no había adivinado en mí anteriormente, cuando sólo me veían comiendo galletas en el sofá y jugando al futbito.
ResponderEliminar-"Hermoso. ¿Se te ha ocurrido a ti?", preguntó mi padre, hombre muy curtido en la detección de imposturas de todo tipo, incluyendo por supuesto las literarias.
Mi vanidad estuvo a punto de traicionar mi sentido de la justicia, pero no caí.
"No es mío, lo he sacado de los cómics de Thor, el dios vikingo de los tebeos Marvel"
¿Se da cuenta, señor Signes? NO he servido nunca para mentir. En realidad no es que me parezca mal, y menos recomponer un mundo literario o del tipo que sea a base de retales, a fin de cuentas eso es lo que probablemente hacemos siempre, sólo que con las referencias demasiado interiorizadas para hacerlas conscientes. LO que me pasa es simplemente que no sé hacer trampas. Ya lo ve, puede confiar en mí porque soy más bien un simple.
Y otra cosa, ¿no le gustaría ser "negro", de la Quintana o de alguna celebridad televisiva preferentemente, que mola mucho más? Sus hijos le preguntarían, "¿tú qué eres, papá?" Y usted diría "Negro"
Una hermosa anécdota, amigo Montesinos, que te honra, pero no tanto por su manía de la verdad, que sin duda tiene mucho que ver con tu pasión filosófica, sino por lo de Thor y los tebeos de superhéroes Marvel: grandes lecturas capaces de forjar imaginaciones mentirosas como la de un servidor, que -con más frecuencia de la que yo hubiera querido- he puesto al servicio de otros. O sea, Monti, que ya he sido negro, aunque de poco postín, un negro cutre, vaya. Es lo mío, pero no me pidas que delate a mis negreros, que aún se avergonzarían más que yo del trato.
EliminarBueno, en defensa de Rowan diré que anda que no hay novelas (de espías y de las otras) escritas a partir de trozos de otras, circulando por ahi y haciendo ganar un buen dinero a sus ejecutores. Asi que no se de que se estresan tanto más de uno.
ResponderEliminarY lo de Shakespeare que afirmas puedes escribirlo en piedra. Menos mal que tuvimos a ese recolector de obras de otros, muchas de ellas probablemente bazofia. Pero claro, cuando uno hace un "Caldo de pobre" con los restos a veces le sale una sopa rica y nutritiva y otras veces agua de fregona. Pero de ahí a rechinar los dientes ante lo que algunos consideran "irreverente"...
Saludos
Me gusta tu metáfora culinaria; yo he utilizado una textil, pero es que Shakespeare es tan inmenso que permite cualquier pirueta interpretativa. Por eso me resulta tan divertida (e instructiva) la traducción que hizo Moratín de "Hamlet", tan pelada de metáforas y de otros juegos verbales. Quizás por tanto estrago no se atrevió a firmar con su nombre la traducción y puso ese tan sonoro de Inarco Celenio.
EliminarSaludos
Ahí va otro ilustre antecedente de Rowan en lo del patchwork literario: "El viaje de Turquía", del siglo XVI.
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