miércoles, 12 de septiembre de 2012

"Solo en Berlín"

fotos del archivo de la Gestapo de Otto y Elise  Hampel  
     Berlín representa en sí un subgénero narrativo cuyos límites -los últimos años de la República de Weimar y el final de la II Guerra Mundial- enmarcan una estructura general de ascenso y caída del nazismo. Sus realizaciones son tanto novelescas como teatrales, cinematográficas, musicales o de cómic. Cabe incluso hablar de pinturas y dibujos, aludiendo obligatoriamente a la obra de George Grosz, pero hoy quiero citar aquí solo unas pocas de las que en los últimos años han contribuido a reafirmar el carácter popular del subgénero:  la serie de novelas de Berlín Noir, de Philip Kerr, protagonizadas por el detective Bernie Gunter; "Sombras sobre Berlín", de Volker Kutscher; "Berlín 1945", de Pierre Frei; la actualización del musical "Cabaret" -escrita a partir de "Adiós a Berlín", de Christopher Isherwood-; los dos álbumes de cómic de Jason Lutes, "Berlín, ciudad de piedras" y "Berlín, ciudad de humo", ambientados en 1928 y 1929 (y aún falta un tercero por publicar, "Berlín, ciudad de fuego", que todos los que conocemos los anteriores esperamos con ansiedad); los dos primeros volúmenes de la novela gráfica "Adolf", del maestro japonés Osamu Tezuka; y, sobre todo, la extraordinaria novela de Hans Fallada "Solo en Berlín", reeditada recientemente por MAEVA.
     Aparte de la coincidencia espacio-temporal, todas ellas desarrollan de distinta manera y con aciertos desiguales la lucha del individuo por mantenerse incólume frente a la influencia del entorno y al peso de un estado inicuo y sofocante. Desde la claudicación hasta el cinismo o la rebeldía las actitudes de los protagonistas parten del heroísmo de la lucha frente a un enemigo tan potente como, desde un punto de vista narrativo, eficaz. Lo cual, en contraposición a lo que podríamos llamar "normalidad manifiesta de los primeros, sitúa las historias, si no al filo, abiertamente entre la épica y la tragedia.
     En "Solo en Berlín", el mismo día triunfal en que los diarios anuncian la capitulación de Francia, los Quangel reciben una carta del ejército en la que se les informa de la muerte de su hijo. Ella es ama de casa y él, jefe de taller de una fábrica de muebles, cuya sección ha pasado de los trabajos de ebanistería a las cajas para bombas. Ninguno de los dos -Otto y Anna- ha tenido nunca una participación política activa; simplemente se han dejado llevar sin entusiasmo por la corriente. Pero ahora, la muerte de su hijo les deja un vacío que les desmonta de golpe toda la retórica del Partido. Entonces, deciden llevar a cabo un acto furtivo de rebelión y venganza. Es casi un gesto fútil que hacen por dignidad, pero que implica, si es descubierto, una condena a muerte por traición: la escritura y posterior abandono en las escaleras de algún edificio de viviendas de postales sediciosas. Madre, el Führer ha matado a mi hijo -escribe en una de las primeras, donde, en el lugar de la dirección y el remite, añade: ¡Pasad esta postal para que la lean muchos! No donéis nada a la Organización de Ayuda Invernal. Trabajad despacio, más despacio todavía. Echad arena a las máquinas. Cada trabajo no realizado contribuye a terminar antes esta guerra.
     Al principio la Gestapo no le concede importancia, pero a medida que pasa el tiempo y aumentan las postales que les llegan, crece también su preocupación y convierte en una urgencia la captura de su autor, de modo que se le encarga a uno de sus comisarios la investigación. A partir de este momento se suma al interés sociológico por la vida de los Quangel y por su entorno, marcado por la ambición o por el miedo, una intriga de novela negra que culmina, en el tercio final de la obra, con una crítica demoledora del estado nazi.
     Esta combinación  del género policíaco con una cierta voluntad de análisis social en el contexto del III Reich, preferiblemente en las calles de Berlín, es algo que tienen en común la mayoría de las obras que he mencionado arriba, pero hay dos circunstancias que distinguen la novela de Fallada: el hecho de que fuera escrita apenas un año después de la guerra y el que los sucesos que en ella se narran, tal como afirma el autor en una nota que recoge la extraordinaria edición de MAEVA, reflejan a grandes rasgos los expedientes de la Gestapo sobre la actividad ilegal de un matrimonio de trabajadores berlineses durante los años 1940 a 1942. Ambas circunstancia evitan lo que en obras posteriores se convierte a menudo en un lastre: la fascinación por el escenario. Como el juicio moral ya está hecho y es consabido, muchos autores lo fían todo a una buena intriga y a una exhaustiva ambientación. El resultado es una especie de decorado gigante a lo Cecil B. DeMille donde todos los tópicos del universo nazi se dan la mano.
     No cuesta nada indignarse a costa de algunas de las peores obras de este género, que son también a veces las de más éxito -"El niño del pijama a rayas", por ejemplo-, pero el hecho es que en esta posmodernidad desmemoriada puede perfectamente darse el caso en un futuro inmediato de que sean esas mismas obras las garantes contra el olvido popular del momento histórico que recrean. Cabe incluso prever que dentro de esa lógica del espectáculo en la que la relación entre análisis y escenografía es inversamente proporcional, lleguemos a ver en la televisión un "reality" al estilo de "Gran Hermano" o de "La isla de los famosos" en el que los concursantes, en un plató gigante que recree con todo detalle una cárcel de la Gestapo o un campo de concentración, se vean sometidos a todo tipo de sevicias. Hasta entonces, y con el ánimo de retrasar el proceso de banalización, la lectura de "Solo en Berlín", de Hans Fallada, es un ejemplo de literatura en mayúsculas y un alegato por la dignidad y contra la barbarie.

7 comentarios:

  1. Señor Signes, saludos de regreso en primer lugar, me alegra verle en forma. Algunos realitys parecerían directamente inspirados en los procesos de degradación humana implementados en Auschwitz y lugares por el estilo de no ser porque no suelen matar a la gente -aunque es cuestión de que se lo propongan- y porque lo de "el trabajo os hará libres" no aparece a la entrada de la casita. Por lo demás ,lo de salvar el cuello aguantando humillaciones, pasar por distintos tipos de suplicios o cometer delaciones, todo eso sí que está.

    Me gustaría preguntarle, a vueltas con el asunto del cómic, si ha visto ya la exposición sobre la obra de Paco Roca en el Muvim.

    Celebro.

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    1. Abundando en la relación entre el "reality" y el mundo nazi, hay que recordar que fue Goebbels el pionero del uso político de la radio y, en una época en la que no todo el mundo tenía la posibilidad de instalarse un aparato en casa, tuvo la previsión de poner altavoces en las esquinas de las calles para que nadie pudiera escapar de la influencia nutricia de la palabra de Hitler y de la suya propia. ¿Te imaginas lo que hubiera gozado con la televisión? En esto, como en tantos otros aspectos, el sueño de Goebbels y la distopía de "1984" se dan la mano.
      Respecto a Paco Roca, ya sabes que hace años que sigo su obra. En breve iré al MUVIM y ya te comentaré.
      Un abrazo.

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  2. Precisamente estoy leyendo actualmente "Adolf" y me está sorprendiendo muy gratamente su querencia por lo humorístico y el "género" más puro, alejándose de las obras de la época que solo exaltan la parte política y dramática del asunto (necesaria, por supuesto), y dejándose llevar más bien por un carrusel de acción y espionaje.

    Excelente artículo del que apunto algunas recomedaciones. Tenía a Kerr en el punto de mira.

    Un saludo.

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  3. En efecto, amigo Wolfville, "Adolf" es una obra sorprendente por muchas razones. Una de ella es lo políticamente incorrecta que resulta a veces. Para los que tengan una visión del manga construida a partir de "Heidi" o de "Mazinger Z" será un descubrimiento muy estimulante.
    Con Kerr ocurre que si has leído a los maestros americanos del género, todo resulta muy familiar, especialmente su protagonista, al que cuesta no imaginarlo con la pinta de Bogart. No obstante, sus historias son eficaces, los diálogos divertidos, la ambientación convincente... En definitiva, una buena lectura.
    Saludos.

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  4. Avíseme cuando vaya al muvim, será un honor acompañarle.

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  5. Como muy bien dices, el Berlín de Weimar y la guerra es casi un género en sí. Por otra parte, últimamente se están publicando bastantes libros de historia sobre el Berlín de la liberación rusa y la postguerra, unos años igual de fascinantes.
    Yo también tiemblo ante la idea de un futuro en el que Auschwitz ya sólo sea el recuerdo de un recuerdo, paso previo a la banalización total y la negación.
    Comparto tu entusiasmo por la trilogía de Lutes, y anotada queda esta novela de Fallada. Y algún día que me pase por la biblio con el carrito de la compra, me llevaré Adolf, a la que le seguía el rastro desde que la mencionaste hace unos meses.
    Saludos.

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    1. De alguna manera, Batboy, al comentar ciertas novelas en nuestros blogs, rendimos homenaje de justicia y memoria. La novela de Hans Fallada te va a gustar; el cómic de Tezuka, tambien; por lo menos los primeros álbumes, que van desde las Olimpiadas de Berlín al final de la guerra.

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