sábado, 21 de enero de 2012

Elvis y Balzac

   

   Sí, lo sé, uno lee el título, sonríe y se pregunta qué tiene que ver uno con el otro más allá de la talla de sus cinturas y de su notable contribución al progreso de la industria cosmética de peluquería. Pero la relación entre ambos es tan intensa que, una vez leído este artículo, el nombre de Elvis irá unido al de Balzac como el de Robin a Batman o el del Martini a la aceituna.
     Quien esto suscribe ha tenido el privilegio de viajar por el Misisipi, de Vicksburg a Natchez, a bordo de "The Word", un vapor de rueda a popa convertido en un templo flotante desde donde el reverendo Ervert Felton Dorsey, de la Iglesia Presleyteriana, predica la lección de cristianismo que está grabada a fuego en la vida del Rey y en tinta en "Antología de la Biblia con anexo titulado la lección de Elvis" (a 20 dólares el ejemplar), algunas de cuyas migajas se pueden encontrar en mi novela "Zapatos de ante azul" y en las páginas de este blog, en las que también se han descubierto otras parejas extrañas, tales como las de Elvis con Stalin, con Che Guevara, con Kafka o con Faulkner. Aquí se ha hablado de metamorfosis, transmigraciones, avatares, transtornos esquizoides y de cierta teoría del doble -fenómenos reales o literarios que difuminan los contornos del individuo y carcoman su identidad, abriendo galerías por donde una imaginación errática como la mía descubre relaciones improbables. Sin embargo, el caso de Elvis y Jesucristo, del que nos habla el reverendo Dorsey, es bien distinto, pues la causa de esa asociación, tan provechosa en lo moral como fecunda en lo literario, es -en palabras de ese paladín de la elvisología- "un favor divino transmitido en el lenguaje de los ángeles", es decir una revelación mientras oía un himno protestante cantado por el Rey. Amazing Grace, how sweet the sound, / That saved a wretch like me./ I once was lost but now am found,/ Was blind, but now I see.  Este hito de la historia de la religión tuvo lugar en Memphis, muy cerca del gran río, al inicio de Beale Street, donde se levanta una estatua del Rey, guitarra en ristre, en arriesgada posición rockera. Allí, una tarde canicular de mediados de agosto, el reverendo Dorsey, cuando aún no era reverendo, sino solo un comercial de una empresa de pulimentadores para suelos de linóleo, escuchó el himno en la radio de su furgoneta. Entonces recibió la revelación, y todo cambió. Se bajó de su vehículo y allí mismo, en medio de la calle, se puso a predicar como un Moisés.  
     Ciento sesenta años antes, una mañana de 1828, un joven que aún no había llegado a la treintena y que acababa de arruinarse por sus negocios editoriales se pasea triste por los bulevares de París y se detiene en medio de la Place Vendôme, ante la columna sobre la que se erige la estatua de Napoleón. Está obnubilado y como ausente; no sabe ni cómo ni por qué ha llegado hasta allí, pero al cabo de unos minutos los músculos de su cara se tensan, la sangre ruboriza sus mejillas y sus pupilas se dilatan. Entonces aprieta el puño, lo levanta y dirigiéndose a Napoleón exclama: "¡Algún día, pronto, conquistaré el mundo!". Ese joven era Balzac, que salvo en el adverbio no andaba muy equivocado.
     Con un talento singular tanto para el análisis como para el detalle, Zweig, en las últimas páginas de su biografía -"Balzac, la novela de una vida"-, nos pone una silla en el cuarto de la casa de la Rue Fortunée para que acompañemos a Víctor Hugo en su visita al moribundo y, unas líneas más abajo, nos lleva al cementerio de Père Lachaise a su entierro, donde el mismo Hugo fue el encargado de poner la pompa y la solemnidad con su elogio fúnebre. "No es la noche, es la luz. No es la nada, es la eternidad. No es el fin, es el principio. ¿No es verdad, vosotros que me estáis escuchando? Féretros como este son una prueba de la inmortalidad". Evoca ahí Zweig otro entierro, el del protagonista homónimo de su novela "Papá Goriot". Es la misma ciudad, el mismo cementerio y el mismo ambiente de soledad y tragedia el que antecede al óbito. Hay incluso unas palabras, una declaración nada fúnebre que nos remite a aquellas que pronunció Balzac ante la estatua de Napoleón. Eugenio Rastignac, que es en cierta medida un desdoblamiento literario suyo, tras echar una última lágrima sobre la tumba de Goriot, se vuelve hacia la ciudad, que se extiende ante él. "Sus ojos posáronse casi ávidamente entre la columna de la plaza Vendôme  y la cúpula de los Inválidos[...] y pronunció estas grandiosas palabras: -¡Ahora nos las veremos!".
     En busca de la correspondencia de la estatua de Napoleón y de las declaraciones de Balzac y Rastignac en la vida de Elvis he evocado estos días mis paseos por Tupelo y Memphis y he emborronado unas cuartillas con similitudes muy jugosas entre el escritor y el cantante, pero al cabo todas son pruebas circunstanciales que no prueban nada. Pensando en esto me he detenido esta tarde en el casinet de Quart, frente a una escultura de Miquel Navarro, que es lo más parecido que tenemos por aquí a la columna de la Place Vendôme, y  he pedido un café, pero no se me ha ocurrido ninguna frase solemne que decirle a la escultura y a la posteridad: se ve que hay que tener un muerto a mano para eso o igual es que ya se me ha pasado la edad. En fin, he saboreado mi café, he encestado una canasta de tres puntos con aquellas cuartillas y me he quedado con la sensación un tanto lamentable de que la clave de la relación entre Elvis y Balzac no está en sus vidas, sino en la mía.   

10 comentarios:

  1. Genial texto. Soy de los que opinan, en mis momentos más humanistas y alegres, que todos estamos conectados y que la grandeza sobrevive de personalidad en personalidad a través de los siglos. ¿Por qué no? La naturaleza es muy extraña.

    Terminé la biografía de Zweig y es realmente una lectura soberbia. Me cabreó mucho saber que tenía pensado otro volumen analizando las obras, que es quizás lo que más le falta a este, pero aun así lo que nos ha llegado es obligatorio para todo fan de la literatura.

    Asi que ¡Gracias por la recomendación!

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  2. Gracias a ti, Wolfville. Me alegro mucho de que hayas sacado algo de provecho de mi texto. Profeso gran admiración a Zweig, el último de los austrohúngaros, a quien debo momentos de lectura extraordinarios y celebro que ahora tú también.

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  3. 1.¡Qué gran idea la de un templo flotante! Tu reverendo es un tipo genial. Vi en un reportaje que por el Misisipi circulaba de todo, hasta teatros flotantes. ¿También burdeles?
    2.Muchos son los llamados, pero pocos son los elegidos. Es una cuestión de fe. Al reverendo le llegó la iluminación a través la música de Elvis. Balzac se midió con su igual, pero necesitó “Los Inválidos” para calibrar su grandeza. No conozco la escultura que mencionas, Ricardo, pero me imagino un boniato ultramoderno, lejos de las pirámides que inspiraron a Napoleón cómo convertir su derrota en una victoria moral. Hay un chiste sobre el corso que dice: “El general está triste, a pesar de que ha ganado la batalla. ¿Por qué? Porque no tiene una frase para inmortalizar su victoria.” A ti te falta la frase histórica. Claro que el marco no ayuda mucho. ¿Has probado frente a la escultura de la pantera rosa? ¿Y con Tapies o Miró? Quizás te falte un curso intensivo de grandeur o el arte de soltar grandes frases para la posteridad. Yo, por si las moscas, me comprometo a volver a leer a Balzac, por si se me pega algo.

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  4. Yo también a veces sufro de falta de solemnidad, y no me sirve de consuelo saber que, según los entendidos, es algo puramente psicológico.
    Otra coincidencia, yo también creo en la transmigración de las almas (de hecho, mi palabra favorita es "metempsicosis"), pero tanto de las grandes como de las más vulgares. En otra vida fui un más que mediocre poeta hoy olvidado del círculo de Pushkin.
    Por cierto, la biografía de Balzac escrita por Zweig, ¿es la que escribió sobre Dickens, Balzac y un tercero en concordia de cuyo nombre?
    Recuerdo esa escena final de Papá Goriot. ¡Qué grande era aquella literatura!

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  5. Puestos a elegir columna con escultura, Joaquín, tendría que haber ido a Teruel, y allí, frente a la del torico, quizás me hubiera inspirado más, especialmente si antes hubiera despachado un bocadillo de jamón. Estoy convencido de que hay una relación ( no sé si directa o sinuosa) entre la comida y la escritura. Fíjate, que estoy pensando en irme este fin de semana a Teruel a escribir mi próximo artículo, que versará precisamente sobre esa relación, a ver si el jamón y unas borrajas con salsa de almendras me sacan del embotamiento que me llevo con esta extraña pareja. Quizás algo has intuido tú también de esa relación gastronómica entre Elvis y Balzac, puesto que no se te ocurre nada mejor para comparar la escultura de Miquel Navarro que un boniato. Pero aquí, amigo, te equivocas, aunque quizás hasta el mismo Navarro se reiría de tu gracia, porque lo que es obvio en ella es una voluntad de quitar solemnidad a esas grandes obras de arte públicas. A mí sus esculturas me recuerdan a fantasías infantiles gigantes que hacen más divertidas y habitables nuestras ciudades.

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    1. Quizás, Batboy, la falta de solemnidad no sea una carencia, sino una virtud. Una de las cimas de la historia de la literatura es "Un corazón simple", de Flaubert, donde este gran escritor se empeñó en quitar todo aquello que sonara a literario. Por otro lado, la obra de Zweig a la que te refieres es "Tres maestros: Balzac, Dickens y Dostoyevski", mientras que la biografía a la que aludo aquí es "Balzac, la novela de una vida" (en Paidós-testimonios).
      P.S. Eres muy afortunado, Batboy, de pensar que fuiste un poeta amiguete de Pushkin. Si yo tuviera que indagar en mis avatares, lo más próximo a Pushkin que puedo imaginarme es un cochero, un deshollinador, un calderero o cosas así.

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  6. La plaza Vêndome es posiblemente mi lugar preferido de Paris, al menos uno d elos dos preferidos y no conocía este destello balzaquiano en "mi plaza". Me ha encantado. Lo visualizo ante mis ojos. En una de las ocasiones la caga Lady Di saliendo por la puerta del Ritz, que le vamos a hacer.
    He leído mucho a Zweig, pero nada prácticamente de su faceta de biógrafo. Solo una biografía muy corta de Mesmer. Me demostráis mis carencias...
    La verdad es que soy de los que admiran los inicios explosivos y llamativos de los capítulos de un libro o de los posts de un blog. Así que me ha cautivado tu título (aunque para mi lo supera "Elvis y Stalin" como título). Y el primer párrafo lo puedes casi enmarcar.
    Yo en tiempos de Pushkin sería el médico no muy agraciado económicamente. El que certifica su defunción tras el duelo probablemente.

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  7. Me alegro, Óscar, tanto de tu preferencia por esa plaza como de haberte sugerido un libro interesantísimo (me ganas por goleada con las brillantes sugerencias de tu Strange Library). Respecto a lo de Pushkin, esto tiene su gracia. Batboy sería un testigo, tú el médico, yo el cochero. Y ya puestos, Huguet -ese misterioso habitante de la Biblioteca de Gotham-, el enterrador; y Wolfville, el cronista que dio noticia del evento.

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  8. Respuestas
    1. A mí me gusta mucho más "zapatos de ante azul", porque lo de gamuza me suena a trapo de limpieza.

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