Elvis contra Bertín
photo by Luke Seagrave.(c.r.: eFestival.co.uk) |
[...] "Hace ya algunas
semanas y muchas páginas que estuvimos con Elvis en dos veladas organizadas por
Espectáculos Bolos; recordamos sus canciones, el número del Gran Bompasto, los
bocadillos de morcilla, las casetas de bebidas y a algún que otro personaje,
como Vitorino, sus amigos o el mismo Spíder, a quienes esta noche, de haber
tenido entradas, los hubieran ubicado en la última fila, allí donde el
realizador no hubiera tenido problemas para sacarles del plano, porque en este
programa no quieren a gente un poco rara, un poco gorda o un poco fea; ya se
encargan unas azafatas muy monas de aposentar al personal para que se vea más o
menos. A Elvis, al final. Y encima no pueden ir a por una cervecita o a orinar
cuando les apetezca, han de estarse quietecitos en sus sillones de plástico,
muy atentos a unas señoritas que levantan unos carteles donde se lee “aplausos”
o “risas”. Nada nuevo, en fin, el clásico y tórrido programa de variedades, un
enorme bostezo con banda sonora presentado por este Bertín, que encima canta y
suelta paridillas que, para las chicas que levantan los carteles son
graciosísimas. Para Elvis, no tanto, tiene calor, sed y ganas de orinar, y como
no le dejan abandonar su asiento no ha podido tener unas palabras con Bertín en
su camerino; está triste, su plan era sencillo, pero se lo han cargado de un
modo más sencillo aún. Debería haber previsto un plan be, algo más elaborado,
incluso las unicornias podrían haberle servido de cobertura: raptar a Bertín.
Se ríe y fantasea mientras un cretino hipnotiza a una señora y hace que se crea
que es una gamba, pero él no atiende, sigue puliendo la idea, hasta que unas
palabras del hipnotizador ponen a prueba sus reflejos: un voluntario, por
favor. El hipnotizador las ha pronunciado dirigiéndose a una señorita de muy
buen ver que se hace la remolona, porque se ve que no le apetece mucho danzar
por el escenario como el marisco, pero el otro insiste, y cuando ya parece que
se va a levantar, Elvis, que se ha zafado sin problemas de la oposición de las
chicas de los carteles, ya se ha subido al escenario y sonríe. Bertín, no, el
hipnotizador tampoco; se ve que se había hecho ilusiones con la chica, y Elvis
se las ha chafado, porque su presencia es tan ostentosa que ya no le pueden
decir que se vaya. Disimulan, pues, y recuperan sus sonrisas ortopédicas:
bueno, je, je, aquí tenemos a un voluntario rapidísimo, ¿cómo te llamas?
¿Elvis? Elvis ¿qué? Sólo Elvis, pues vale, Elvis, acércate un poquito más aquí,
es que si no te arrimas no salimos los dos en el plano, je, je, no te vayas a
creer. Cartel de risas. El hipnotizador se les acerca. Elvis se malicia algo:
que le haga creerse un atún o una morsa. Fíjate en este dedo, Elvis, síguelo
con la mirada. El dedo dibuja unos arabescos en el aire y de pronto ¡plim! le
toca la frente y ya está dormido de pie, un
blanco perfecto para las burlas del respetable, del de aquí, en directo,
y del que sigue el programa en casa, entre anuncios de colonias y de planes de
pensiones, como Engracia, en Valencia, que ha dado un salto de la sorpresa y no
aparta la vista de la pantalla, igual que Spíder, que estaba en la cama, porque
le duelen un poco las piernas, y Loli le ha gritado como una posesa ¡Paco, ven,
Elvis, tu amigo, está en la tele! Y ha ido corriendo a la salita; o como Mari
Nieves, aquí, en Benidorm, que está esperando a Toño y le dice su padre nena,
cómo se parece ese tío a Elvis... Y todos soportan los anuncios de colonias, de
compresas, de coches, de electrodomésticos y de planes de pensiones apenas sin
moverse, conteniendo la respiración, hasta que aparece Elvis. ¡Si es Elvis!
Pobre Elvis, todo este rato de los anuncios, mientras los espectadores en
directo han aprovechado para estirar las piernas, desperezarse o para orinar,
ha estado ahí, solo, en el escenario, durmiendo como un pasmarote, y el
hipnotizador, que es un sádico, eso se ve enseguida, que disfruta humillando a
la gente, ha tenido tiempo para pensar el castigo.
En ese mismo momento otro sádico
recibe una llamada telefónica que le deja a punto de sumarse a la audiencia del
programa: ¿estás viendo la tele? No, ¿qué pasa? Rápido, pon Pasarela de artistas.
El que llamaba era Demis, y el
sádico, Vitorino.
Hay unas melosas palabras de
introducción por parte de Bertín, el
hipnotizador acoge sonriente una programada salva de aplausos, se apagan las
luces, y solo él recibe en vertical el chorro de luz de un foco. Suena de fondo
una música de ambiente. ¿Qué estará tramando? se preguntan en casa. Es un
cuento de nuestro rico acervo cultural titulado el medio pollo, dice. El medio pollo es Elvis, que zangolotea por
el escenario como una clueca de cien kilos. Cartel de risas. Risas. Un gesto
del hipnotizador, Elvis se detiene, su foco se apaga, sigue el cuento, sale una
zorra. Otro gesto. Foco. Y ya tenemos a Elvis haciendo de zorra. Más risas. Y
luego, un lobo, ¡un río!, un oso hormiguero (aportación propia y muy celebrada
del hipnotizador), hasta que llegan al palacio del rey.
Para que no se me despisten los
lectores poco familiarizados con las joyas de nuestro folclore: este rey es un
embustero y un egoísta. Resulta que le pidió prestada al medio pollo una bolsa
repleta de monedas de oro, con la promesa de que se las devolvería cuando fuera
a su palacio, pero cuando se presenta allí el animal, el rey ordena que le
encierren en el corral de sus gallos de pelea. Lo que pasa es que antes, cuando
se ha encontrado a la zorra, que quería comérselo, para salvarse le ha dicho
que se iba al palacio del rey, y que si no le comía, allí la recompensaría.
Ella ha dicho que vale, y él se la ha metido en la barriga empujándola con un
palito por el culo. Sí, ya lo sé,
disculpen la escatología, pero es lo que tienen a veces estos cuentos.
Total, que cuando el medio pollo está entre los gallos, manda salir a la zorra,
que se los zampa a todos y con ello se da por bien pagada. Más o menos lo mismo
ocurre después con el lobo, el oso hormiguero y el río, pero hasta ahí no llega
la representación onírica de Elvis, porque después de la merienda de la zorra,
el medio pollo canta esta canción: quiquiriquí,
una bolsa de oro me debe el rey a mí.
Y por una intensa asociación neuronal entre lo de cantar y la palabra rey, se abre un debate en el
subconsciente de Elvis que le deja fuera del control de su Rasputín, empieza a
moverse sin control por el escenario (risas sin cartel), arrastrando y haciendo
caer lo que encuentra a su paso: un micrófono, un taburete, una de las cámaras,
la cortina del fondo... Bertín está enfadadísimo y le dice al hipnotizador que
lo deshipnotice, pero éste todo es tocar a Elvis por la espalda y decirle
cuando cuente tres te encontrarás totalmente relajado y quieto, uno, dos y
tres, pero ¡ja! ni por ésas. Elvis sigue por el escenario como un ciclón, dando
argumentos a Loli, que le dice a Spíder lo ves, es gafe. Engracia se encomienda
a la intercesión de san Judas Tadeo. Mari Nieves y su padre observan de pie con
la boca abierta. Y Vitorino, conteniendo a duras penas las carcajadas que le
acometen con cada desastre, telefonea a Demis y le dice tío, mañana nos vamos a
Benidorm.
Bertín no sabe qué hacer, si pasar
otra vez a publicidad o seguir con la chapuza de programa. Sigue, le indica el
director. Y Elvis, después de tirar la cortina del fondo, sigue también y
destroza unos decorados de madera que quieren imitar unas fachadas andaluzas,
con sus rejas, sus macetas de geranios y sus farolillos, pero en eso que le cae
una maceta en el hombro y se para. El hipnotizador cree que ha recuperado el
control y suspira aliviado, sonríe forzadamente y con un gesto de las manos
invita a los espectadores a que dejen de reír y recuperen la compostura. Por
supuesto que no le hacen ningún caso. Busca la mirada de Bertín y señala al
público y luego a Elvis, como disculpándose: con la gente así, tronchándose por
el suelo, cómo quieres que controle yo a éste. Si pudiera, en ese momento
Bertín se lo cargaba, y a Elvis también, que permanece ahora en el centro del
escenario, sofocado, como recuperándose después del esfuerzo. “Bueno, vamos a
ver, querido público si nos vamos serenando todos un poquito”. Yo creo que si
pudiera también se cargaba a su querido público, pero tiene tablas y sabe
aguantarse. Querido público, dice, y en eso que Elvis se mueve otra vez, avanza
hacia delante, muy despacio. Engracia contiene la respiración, Mari Nieves y su
padre, también; Vitorino le anima a que continúe y se caiga del escenario. Su
caminar no es ya el de los animales del cuento ni el de esa especie de
torbellino zombi que acabamos de ver. El hipnotizador, un profesional con
muchísima experiencia, se ceba en su propio ridículo dándole instrucciones
inútiles. Elvis camina lentamente hasta el borde del escenario, ahí se detiene
y se queda mirando el mar de cabezas que tiene enfrente. Bertín, queriendo
aparentar normalidad, le pregunta a Rasputín ¿ya está deshipnotizado?, y aquél
quiere ocultar su ignorancia al respecto con unas palabras técnicas, pero
entonces, cuando nadie lo esperaba, acaso sólo Spíder, la voz clara y firme de
tenor barítono de nuestro Elvis ataca los primeros compases de su versión de Zapatos de ante azul, uno por la pasta,
dos por el show... Pero eso es más, mucho más de lo que Bertín puede soportar,
o sea, que envía a todos los espectadores de casa a los anuncios. Los de aquí
aún podemos escucharle un par de minutos, hasta que llegan dos de seguridad y
se lo llevan a los camerinos [...]".
(del capítulo 13 de la II parte de "Zapatos de ante azul")
Desde luego este es un texto de los buenos y sin adulterar, no como la edición "Huckelberry Finn" del perla aquel. Leí una entrevista y el muy payaso iba de adoctrinador guay para defender lo indefendible. Penoso.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias, Wolfville. Mi indignación por el atentado a "Huckelberry Finn" tuvo su debida contundencia en un artículo que escribí en este blog titulado "Las orgías fúnebres (Mark Twain y la incorrección política)".
ResponderEliminar¡Desconocía ese artículo! Voy a buscarlo inmediatamente.
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