martes, 28 de junio de 2011

Bartleby en el trapecio

     Primo hermano del ayunador profesional del que hablamos ayer, el artista del trapecio, protagonista del relato de Kafka del mismo nombre, exhibe como su primo una actitud de negación respecto a lo que los demás consideraríamos lógico. No leemos ahí nada sobre su talento para los giros, su seguridad en los mortales o la elegancia de su esfuerzo. Todo se lo lleva su empeño en no bajarse del trapecio, a semejanza de la determinación de los moradores de las peceras, solo que con algunos inconvenientes más para el prójimo y, sobre todo, con un último deseo manifestado al director del circo como requisito indispensable para su continuación en la empresa: un quid pro quo delirante que agrava la soledad que pretendería resolver: que se instale un trapecio más bajo la carpa.
     Ambos relatos los menciona Vila-Matas en "Bartleby y compañía" como casos ejemplares de artistas del No, pero como la compañía a la que se refiere no es tanto la de personajes como la de autores aquejados voluntariamente de parálisis literaria, pues tanto el ayunador como el trapecista no salen de su cita y aunque, consciente de que la proximidad de ambos a Bartleby merecería algo más que ese cameo, Vila-Matas se invente unas páginas después la categoría de "Scapolo" -un cruce de Bartleville y del Soltero de Kafka que bien podría aplicarse a esa pareja de artistas- la olvida en el momento de su creación y ahí se queda en  medio del libro como un calcetín desparejado colgado del tendedero. Una lástima, porque además de ahorrarme este texto, hubiera podido redondear los capítulos 19 y 24 de su novela con una referencia que le ofrecía en bandeja Georges Perec, uno de sus autores más admirados. Pero para mi desgracia -y acaso para la de algún otro lector- no es que la esquive, sino que la rechaza. En una carta de un Robert Durain en respuesta a otra del narrador en la que éste le pide que le eche una manita con los bartlebys leemos: "Sigue una frase de Georges Perec, que nada tiene que ver con el tema de la negación o la renuncia ni con nada de lo que usted indaga." La frase es buena, desde luego: "Durante mucho tiempo me acosté por escrito", y casi que me despierta las ganas de abundar a partir de ella en la delegación de la vida en la literatura de algunos autores, pero preferiría no hacerlo y -lo que es peor-, seguramente ustedes también. Volvamos a Perec, pues.   
 Este Derain, además de un sablista de baja estofa, se equivoca de punta a cabo en lo que dice de aquél. ¿Qué mayor negación se puede pedir a un escritor en francés que la renuncia a la vocal "e", tal como Perec en La disparition? A lo cual, para no extenderme, añadiré solo la historia que incluye en el capítulo XIII de La vida, instrucciones de uso, dedicado a Rémi Rorschash, un empresario muy versátil que empezó su carrera en espectáculos de variedades con imitaciones de cómicos americanos (Max Linder, Buster Keaton, Harold Lloyd, Stan Laurel) y quien tras una etapa desafortunada dedicada a números musicales recaló en el mundo del circo, con lo que llegamos al meollo del asunto, pues se convirtió en representante de un trapecista cuya habilidad como acróbata iba de la mano de su costumbre de no bajarse del trapecio. "El público corría a los music-halls y a los circos donde actuaba para verlo no solo ejecutar sus ejercicios sino dormir la siesta, lavarse, vestirse y tomarse una taza de chocolate en la estrecha barra del trapecio". Y lo que sigue es una variante -un ejercicio de estilo, podría decirse- del relato de Kafka, cuya mayor innovación respecto al original es el suicidio del trapecista en respuesta a una tentativa de rescate por los bomberos. 
     Afirma Gilles Deleuze en "Bartleby o la fórmula" que este personaje de Melville, al que emparenta con los funcionarios de Kafka, representa una nueva lógica, "la de la preferencia", que viene a oponerse a la "lógica de los presupuestos" socavando los principios del lenguaje y, por ende, los de la sociedad. Son palabras mayores, desde luego. Lo de la oposición a la lógica de los presupuestos lo acepto con gusto, porque el humor que encuentro tanto en "Bartleby el escribiente" como en gran parte de la obra de Kafka nace de la frustración de los presupuestos del lector. Es un humor negro que habitualmente nos negamos a reconocer porque nos acomete un mal más extendido aún que la parálisis literaria que comenta Vila-Matas, un hambre de trascendencia que degenera en el delirio interpretativo, lo cual a su vez puede ser causa de humor. Antes solía tener cada año un Bartleby en mis clases, alguien que  no hacía nada, que prefería no estar y que te miraba con lástima ante  la  futilidad de algún suspenso. Ahora, en cambio, desde que leí el texto de Deleuze, me cuido mucho de esos tipos, descubro en ellos retrospectivamente una actitud aviesa  y me temo que son ellos los que han empezado a socavarme.          

4 comentarios:

  1. Ahí señalas una relación de Georges Perec con la Literatura del No en "La vida instrucciones de uso", la reescritura del relato de Kafka "un artista del trapecio". Pues aquí va otra con el fundador de lo que Vila-Matas llama la compañía de los bartlebys. Está sacada de esa misma novela. Se trata simplemente del nombre de uno de los vecinos más conspicuos del inmueble: Bartlebooth.

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  2. Bartlebooth: el millonario que viajó por todo el mundo durante veinte años pintando acuarelas de algunos puertos y que luego se las enviaba a un especialista para que hiciera un puzle con cada una de ellas. Y que tras ese viaje se pasó veinte años más de su vida montando aquellos puzles.
    No es solo su nombre, sino su propia vida los que nos remiten a Bartleby y a Kafka.

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  3. Me matas, Vila-Matas.

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  4. Enrique, (=quiere) vil, la matas (callando)
    -o escribiendo.

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