domingo, 6 de marzo de 2016

Rafael Ballester Añón: los libros fugitivos

Olocau del Rey. Foto de Rafael Ballester Añón
A veces los libros se presentan como los militares, con fajines, condecoraciones, entorchados, alamares y cordones, presumiendo de sus méritos y con cierto aire hostil, como diciendo estás conmigo o tú verás a lo que te atienes: o me lees o eres un paleto redomado. Y ante eso uno se cuadra y se apresura a comprar el libro antes de que un amigo o un compañero le hiera en el café con cualquier variante del "no me digas que aún no lo has leído". Aún no, lo tengo pendiente en mi estantería, en cuanto acabe este de Fulano o este otro de Mengano: mentira -te defiendes, pero lo que te nace es meterle el tocho garganta abajo como  papel secante en las alcantarillas del interfecto, que parece que solo te ataca con libros de quinientas páginas y veinte euros para arriba, el cabrón, como si tú no trabajaras en un despacho de una oficina de un edificio del ministerio de agricultura, leyendo todo el día normativas europeas sobre los plaguicidas contra el gorgojo o sobre las enmiendas calizas y orgánicas de los abonos fertilizantes. Eso, sí, te consuela que Kafka trabajase en una oficina de patentes, porque tú eres mucho de Kafka, y de Galdós también, que llenaba sus novelas de oficinistas y despachos, y además tenía perro y bigote, como tú. Pero de Kafka más.    

...Y a veces los libros te llegan como un regalo inesperado. ¿Te acuerdas, Maga,  de Ballester Añón? Rafael. Estuvimos en esa pizzería de Benimaclet. Tiene ese blog tan raro de bares de pueblos solitarios en tardes de domingo. A veces mirando esas fotos me entra una pereza mayúscula. Para mí que tienen algo rollo japonés zen, new age, yin yang, no sé, algo que te alela. Lo he estado pensando mucho. Tú miras esas fotos y sientes el hule pegajoso de los manteles, el zumbido de la lámpara matamoscas, el olor a guiso aceitoso cuando no tienes hambre. Está todo pensado para que te pongas contento de no estar esa tarde de domingo en ese bar, porque ahí el tiempo te atrapa como a las moscas, y ya no sales. O sales algo tocado, como yo, sin ir más lejos. O como el propio Ballester Añón, Rafael, que se dedica a atrapar momentos en sus libros como yo atrapo, pongamos por caso, un Bombus terrestris lusitanicus, pero él en vez de clavarles una aguja, les clava unas palabras, pocas, y ahí se queda el momento, congelado en tinta.
      A veces cojo la bici y me voy por la vía churra, paso al lado del cementerio y sigo por las huertas. Ese es el camino de Batiste y su familia en "La barraca" de Blasco Ibáñez. Por ahí iba Roseta a Valencia, a sacar la seda de los gusanos. Y por ahí estaba la taberna de Copa. En uno de esos campos, junto a una acequia, se desangra Pimentó. Pero ya esos recuerdos quedan muy atrás. Sobre ellos se imponen los del "Cuaderno de los ejemplos", de Rafael Ballester Añón, que también transita por aquí con su bicicleta y que escribe sobre estos paisajes de camino a la playa, un día de verano tras otro, atrapando las emociones, como Cézanne con la montaña de Santa Victoria:

      12 de julio viernes 02
Sale el sol del horizonte -afectuosa naranja.
Por el camino corto, escasos transeúntes -empleados de la limpieza pública, algún rezagado de la vida nocturna...
Llegar a la zona situada entre un asilo de ancianos y discoteca de jóvenes.
En el cielo, falsas nubes -incendio en la serranía próxima.
La afectuosa naranja se ha convertido en levitante limón que quema.

      De algún modo me recuerda este Cuaderno al diario de emociones que escribí este verano en Jerusalén. Pero el mío aún tiene menos lectores y menos de todo. Ambos forman parte de lo que me gusta llamar la "historia de la literatura inexistente" -todo con minúsculas-, sección "jardín cerrado". Dice Borges que hay una persona que tiene la llave que cierra la puerta secreta de una biblioteca oculta donde se guardan esos libros. Hay otros que hablan de un orco vigilante. Y Joaquín Huguet asegura que es el Golem. Yo he llegado a pensar que es el propio Huguet el que los guarda, y que se divierte con todos nosotros, con Ballester Añón, con Luis López, con Ricardo Signes y conmigo (entre otros). Pero por suerte hay filtraciones. Y de ahí que te pueda traer el "Cuaderno", Maga, que es un libro fugitivo, un proscrito (como yo), diría, verás, porque los libros de Rafael no solo atrapan el tiempo y al lector, sino que eluden los límites de la novela y se escapan por ahí. Ya lo hizo con "Enciclopedia", que cuenta una historia en forma de definiciones ordenadas alfabéticamente. O en el "Libro de las solapas", que es una antología de contraportadas con un prefacio delicioso. En sus "Virutas" y en otros de los que tal vez hable más adelante, en otro artículo, cuando de pronto alguno de sus momentos se fugue de sus libros y me sacuda con la fuerza con que me sorprendió el otro día en la Malvarrosa, frente a la estatua de los delfines.   

      



 
            

1 comentario:

  1. Las bibliotecas, Ricardo, como las catedrales góticas, son cosas del pasado, cementerios de volúmenes cargados de gorgojos. La imagen del libro entre las hierbas me sugiere la de una seta que naciera de la tierra, eludiendo cualquier biblioteca o, como tu bien dices, cualquier definición. Estos libros fugitivos no están guardados en ningún sitio, porque cambian de forma y de lugar, y su destino, como buenos viajeros, es la travesía constante, el bookcrossing tan en boga hoy en día, libros a la vera del peregrino. Ejemplares a los que no les cubrirá el musgo, porque corren detrás del lector, atrapándolos en su travesía.

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