miércoles, 15 de enero de 2014

Karl May y el deseo de ser un piel roja


Karl May (1842-1912) fue un escritor alemán de novelas de aventuras ambientadas en Oriente Próximo y el Oeste norteamericano que alcanzaron una popularidad extraordinaria, consagrando a sus principales protagonistas, el intrépido vaquero Old Shatterhand (emigrante alemán) y su hermano de sangre, el apache mescalero Winnetou, en dechados de valor y virtud que representaron para generaciones de lectores de aquel país los modelos más amados de heroicidad. Aún recientemente,  en vísperas del Mundial de fútbol de Sudáfrica, un artículo de un periódico alemán animaba a los futbolistas de su selección a "ser once Winnetous para traerse la copa a casa".  Entre nosotros, durante los años setenta y ochenta del siglo pasado pasado, muchos niños y adolescentes lo descubrimos en la mítica Joyas literarias juveniles de Bruguera, con aquella combinación de texto y cómic, sello de la colección, que ayudó a tantos lectores a pasar cómodamente de los tebeos a los libros. Hoy, sin embargo, su presencia en los catálogos de las editoriales y en los estantes de las librerías es algo residual. Frente a Julio Verne y a Emilio Salgari, con quienes a menudo se comparó por su éxito popular, su nombre y sus novelas han quedado muy atrás. Y frente a Chateaubriand y Fenimore Cooper, cuyas obras forjaron también el imaginario europeo del paisaje norteamericano como un escenario de lucha entre la civilización y la naturaleza, aquellos se mantienen con todo merecimiento en la Historial de la Literatura, mientras que a May el tiempo y sus polillas le han relegado a una nota a pie de página de un capítulo prescindible. Sin embargo, esta nadería literaria desde finales del XIX en Alemania gozó de una aceptación social de tanta envergadura, que se dice que su influencia en el pueblo alemán ha sido mucho mayor que la de Shakespeare en el inglés.
     En Bad Segeberg, una pequeña ciudad del estado de Sclewig-Holstein se celebra el "Festival Karl May", que congrega cada verano a cerca de trescientos mil visitantes, la mayoría de los cuales acude disfrazada de indios o vaqueros a presenciar recreaciones teatrales de sus novelas más famosas y a participar en actividades tales como el taller de abalorios indios, la visita al "Saloon", el cursillo de apache, la doma del toro mecánico o el almuerzo de hamburguesa de búfalo. En Ernstthal, en Sajonia, su humilde casa natalicia es un museo; y su confortable residencia de Radebeul, en las afueras de Dresde, donde vivió veinte años hasta su fallecimiento, se ha convertido en un santuario al que peregrinan sus devotos. Es una duplicidad devocional unida a los lugares del origen y de la muerte que inevitablemente recuerda a la de Elvis Presley en Tupelo y Graceland, y no solo por eso, sino también por la dimensión popular de la devoción: el más de un millón de ejemplares vendidos de sus novelas sitúa a Karl May en el segundo lugar de ventas en la historia de Alemania, solo por detrás de la Biblia. Es un dato que aturde, aunque más allá de la contundencia estadística hay una circunstancia que reclama nuestra atención y que va más allá de la materialidad de todos esos libros: su capacidad para afectar a la vida de los lectores. Precisamente siendo este uno de los temas más fecundos de la historia de la literatura, no encontró su don Quijote ni su madame Bovary pirados de tanto leer novelas de vaqueros. Por contra, si la novela no se ha beneficiado de esa relación, la sociología y la psicología encuentran ahí un campo fecundo. En este sentido, quizás la muestra iconográfica más potente nos la ofrece la imagen de Adolf Hitler, en la biblioteca de la cancillería, inclinado sobre una novela abierta al azar y resoplando sobre el flequillo como para dejar expedito el camino de la iluminación que emana de tal o cual hazaña de Old Shatterhand, el vaquero prusiano, siempre al rescate del Führer en momentos de congoja política o incertidumbre. Lo cual se infiere de algunos comentarios de quien fue su arquitecto, Albert Speer, pero especialmente de la lectura del artículo de Klaus Mann Cowboys mentor of the Führer , donde después de ridiculizar el contenido de sus novelas por su simplicidad y maniqueísmo habla de su fama como de una "enfermedad contagiosa" y denuncia lo que en ellas admiraba Hitler: una mezcla de hipocresía y brutalidad que se evidenciaba a menudo en una desvergonzada combinación de citas bíblicas y asesinatos bajo la que subyacía la idea de que los enemigos pertenecían a "una raza inferior", mientras que Old Shatterhand era una especie de superhombre llamado por Dios a destruir el mal y a hacer que el bien prevalezca. "Difícilmente se puede tildar de exageración la afirmación de que la infantiloide y criminal imaginación de Karl May, si bien indirectamente, haya tenido una influencia real en la Historia del mundo" -sentencia Mann.
     Desde luego, resulta muy tentador imaginar a Hitler influido por las novelas de Karl May del mismo modo que los puritanos lo fueron por la lectura de la Biblia. Puede que incluso desde el punto de vista psicológico o psicoanalítico estuviera muy capacitado para ello. Rosa Sala Rose en uno de sus mejores artículos de su Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo, el dedicado a Federico el Grande, cuenta que Goebbels para animar a Hitler cuando ya se le había torcido el devenir de la guerra le leía en voz alta fragmentos de la Historia de Federico II de Prusia, de Thomas Carlyle. Cito textualmente: "La paulatina identificación de Hitler con Federico era tan patente que dio ocasión a alguna que otra chanza entre los miembros de su entorno más íntimo; Eva Braun, por ejemplo, tras descubrir manchas de rotulador en el uniforme de Hitler y en alusión al proverbial desaliño del rey, le dijo: ¡Mira, pero si vas muy sucio! Ya no puedes ponerte este uniforme. ¡No tienes que imitar al viejo Fritz en todo e ir paseando por ahí tan asqueroso como él. Es más: según Theodor Morell, el médico de cabecera de Hitler, el repentino dolor que el Führer sintió poco antes de la derrota en la articulación de la pierna izquierda habría sido de origen histérico y habría constituido una imitación espontánea de la cojera real del anciano Federico II."
     Cabe incluso añadir un desdoblamiento más a esta galería: precisamente el que el propio Karl May fomentó con mentiras, falsificaciones y medias verdades sobre su propia identidad, que asoció a la de su protagonista vaquero, Old Shatterhand, y que constituye para mí su mayor logro literario.  
     George Grosz, que satirizó como nadie la injusticia y el abuso en la sociedad de Weimar y denunció con sus dibujos el ascenso del nazismo, también participó de la pasión por el oeste, fruto de la cual son numerosos dibujos y el lienzo de 1916 titulado  "El lejano oeste". En su biografía cuenta el desengaño que se llevó cuando en su juventud, movido por su afición a las novelas de Karl May, visitó al escritor en su casa de Radebeul y, en vez de encontrar como esperaba al alter ego del protagonista de sus novelas, el intrépido y fortísimo Old Shatterhand, se vio ante un abuelete enclenque de vista corta y manos pequeñitas. Años más tarde, la decepción se extendió a sus novelas, y May quedó para él ya por siempre como un escritor  para adolescentes. No obstante, Grosz menciona el hecho de que Hitler fuera lector de aquellas novelas y se pregunta, como nosotros, si después de todo tuvieron una influencia más amplia.
            No es difícil descubrir en todo ese juego de espejos, real o imaginado, un poso infantil de deseos y frustraciones. Es evidente que en literatura su expresión más extensa es la obra de Karl May. Pero la más valiosa es este mínimo relato o poema en prosa de Kafka, titulado El deseo de ser piel roja:

Si uno pudiera ser un piel roja siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida, hasta arrojar las espuelas porque no hacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas porque no hacen falta riendas, y apenas viera ante sí que el campo era una pradera rasa, habrían desaparecido las crines y la cabeza del caballo.



8 comentarios:


  1. Una entrada estupenda. Conozco a Karl May por los tebeos de joyas literarias a los que tanto debo, fueron mi primer contacto con la literatura y los clásicos. Hicimos la colección entera. Una pena que no se reediten más las novelas de Karl May, hay algunas reediciones juveniles, pero como bien dices es algo residual. Muy interesante el planteamiento que haces sobre la influencia de Karl May en la cultura y la historia alemana.
    Me gusta mucho el western, gracias al western me interesé por ese período tan fascinante de la historia de Estados Unidos. Hace unos meses leí un ensayo muy interesante de S.C Gwynne, un periodista e historiador norteamericano. El libro cuenta la historia de los comanches, la última tribu que resistió al hombre blanco, se titula "El imperio de la luna de agosto. Auge y caída de los comanches" y es una maravilla. Estupenda la cita de Kafka, no la conocía. Uno siempre aprende algo con tus entradas, un saludo.

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  2. Gracias Álvaro. Conozco tu afición al western por algunos artículos de tu blog, y en especial por uno que me gustó mucho, "Territorio comanche". De Karl May yo también leí algunas novelas de niño, pero no me caló tanto como las de Salgari, que iluminaron tantas tardes de mi adolescencia. Mi recuerdo de aquellas es un tanto borroso, pero en todo caso un recuerdo agradable, aunque mi memoria guarda algunos detalles que entoces me parecieron de enorme sagacidad y hoy, auténticas gilipolleces. Por ejemplo, en una ocasión Old Shatterhand tiene que recorrer por la noche una enorme extensión de terreno, por montañas y llanuras, a pie -no sé ya ni las circunstacias ni el motivo de la urgencia-. El caso es que May apunta ahí que su héroe utiliza un truco apache para cansarse menos: se pasa unas cuantas millas descargando la mayor parte de su peso sobre la pierna izquierda y luego otras tantas millas sobre la derecha. Creo que es un buen ejemplo del tipo de conocimiento de las costumbres indias que poseía Karl May.

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  3. 1.Una entrada magnífica, Ricardo. Una de las mejores que has escrito. Solo un pequeño fallo. Ya me dirás cómo nos inscribimos en un curso de apache ¿o es alemán a lo Tarzán? Ich Winetou; du Tarzán.
    2.El truco de Old Shatterhand no es tan descabellado como parece. De hecho, quizás Karl May nos dio instrucciones en clave para leer sus novelas: descargar algunos párrafos saltando a la pata coja con la pierna izquierda y luego, con la derecha para deshacernos de la morralla. Claro que este truco no lo descubrió ni Old Shaterhand ni Winnetou. Ya Swift lo recomendaba en el Gulliver para acortar los discursos de los hombres públicos, no recuerdo bien si en el país de los gigantes o en el de los liliputienses. Por cierto, ¿estuvo Karl May alguna vez en Estados Unidos? Porque Herge nunca pisó ninguno de los escenarios de sus tebeos.

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    1. No estoy muy puesto en apache, Joaquín, pero no vas desencaminado con la alusión al swahili de Tarzán, porque Karl May llenó sus páginas de expresiones "típicas de los tramperos de la frontera del Oeste". Se trata de un inglés tan genuino, que ningún hablante de inglés es capaz de reconocerlas. Algunos devotos de sus novelas cuando peregrinan a los EEUU llegan con muchísimas ganas de utilizarlas, pero descubren -si antes no les ha desengañado algún profesor nativo- que son expresiones inventadas por el propio Karl May: algo así como las del capitán Haddock pero sin tanta gracia.
      De lo de si viajó allí o no, ya te ha respondido Batboy. A mí no me parece mal que dijera a los cuatro vientos que se había recorrido de cabo a rabo el oeste y que conocía cada cactus por su nombre. Como ya digo en el artículo, su identificación con Old Shatterhand me parece de lo mejor y más divertido de su literatura, entendida como una prolongación alucinatoria de su propia vida.

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    2. Yo tampoco estoy puesto en apache, pero si se parece a su pariente el navajo ha de ser una lengua muy compleja. No sé si les suena que a finales de la Segunda Guerra Mundial el ejército EEUUense despistaba a los espías japoneses mandando mensajes cifrados en apache, navajo y euskera, los tres idiomas más enrevesados del país.
      Yo también leí de crío a Karl May, pero ya no lo recuerdo mucho.

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  4. Coincido con Joaquín en que esta entrada es excelente, aunque ya nos tienes acostumbrados a ello.
    Yo también crecí con aquellos clásicos de Bruguera, y el nombre de Karl May lo recuerdo muy bien, siempre acompañado de Twain, Verne, Dickens, Salgari, De Amicis y tantos otros. Sin embargo, no sabría decir el título de una sola de sus novelas.
    Estoy dudando si entrar o no en una fase de lecturas sobre el nazismo. Compré las memorias de Albert Speer, y tengo en casa la biografía de Hitler que escribió Ian Kershaw, pero entre esas dos obras son más de 2.000 páginas, así que me lo estoy pensando. El caso es que Kershaw menciona también la afición del Führer por May, a quien por lo visto seguía leyendo con fruición incluso una vez llegado al poder. Y, en respuesta a Joaquín, añade que May jamás pisó América.
    Saludos.

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  5. En efecto, Batboy, Kershaw dice que Hitler mantuvo siempre una gran afición por las novelas de Karl May, pero también fueron seguidores de este autor otros artistas, escritores e intelectuales nada sospechosos de nazismo. Por ejemplo, Albert Einstein. Lo que a mí me inquieta es lo que dice Klaus Mann, sobre lo cual no puedo pronunciarme, más que nada porque mis lecturas de May son lecturas adolescentes desprovistas de cualquier veleidad ideológica. Eran novelas de indios y vaqueros simplemente. No obstante, me he pertrechado en mi librería habitual de algunos restos de ediciones y voy a releer unas cuantas con mis gafas de filólogo, a ver qué puedo decir hoy, treinta y muchos años después de mis lecturas estivales de las aventuras de Old Shatterhand. Por otra parte, el propio Kershaw cita unas páginas de Hitler en "Mein Kampf" relativas a la comparación del mestizaje en Estados Unidos y en Hispanoamérica que revelan una interpretación del conflicto entre vaqueros (y tramperos) frente a indios en los mismos términos que la oposición racista entre "arios" y judíos. Ahora bien, una cosa es lo que escribió Karl May y otra la interpretación que de ello hiciera Hitler.
    Muchas gracias por tu comentario.
    Un saludo.

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    1. Una vez el inefable César Vidal comentaba escandalizado que Karl May era el autor favorito de Hitler, olvidando que un autor no elige su público.

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