miércoles, 27 de noviembre de 2013

Más desvaríos arios

Más desvaríos arios

   La palabra "ario" aparece por primera vez en el diccionario de la Real Academia en la edición del año 1884, donde se la define así: Se dice del individuo de una raza o pueblo primitivo que habitó en el centro de Asia en época muy remota, y del cual, según opinión casi general de los etnógrafos y filólogos, proceden todos los pueblos jaféticos o indoeuropeos. Este término -indoeuropeo- surgió en el ámbito lingüístico de los estudios comparativos de las lenguas para designar a aquellas cuyas semejanzas gramaticales, léxicas y fonológicas hacían suponer un origen lingüístico común. El carácter toponímico del compuesto se explicaba en el primer lexema por procedencia atribuida al pueblo original que emprendió las migraciones que ocasionaron la posterior fragmentación lingüística. Y en el segundo lexema -y un tanto etnocéntricamente-, por el destino final de aquellas migraciones. En cuanto a lo de "jafético", en un primer momento fue utilizado como sinónimo de "indoeuropeo", lo cual subrayaba, en tanto que denominación derivada de Jafet (hijo de Noé, como Sem, que dio nombre a las lenguas semíticas), la oposición de fondo respecto a la idea de que el hebreo fue la lengua primigenia. Más tarde ese mismo apelativo se utilizó para designar a las lenguas kartvelianas, las cuales constituyen un grupo lingüístico diferente tanto de las lenguas indoeuropeas como de las semíticas.

     Durante cien años la Academia mantuvo aquella definición, hasta que en la edición vigésima, correspondiente al año 1984, se produce una importante innovación: se introduce una etimología -cuestionada por algunos autores- que hace derivar el término del sánscrito "arya", que significa "noble". La paternidad de esa interpretación corresponde a Friedrich Schlegel en 1819, quien -como explica perfectamente Rosa Sala Rose en su "Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo" (Acantilado, 2003)- asoció la raíz "ario" con el alemán "Ehre" (honor) y el griego "aristós" (el más noble). De las consecuencias ideológicas de esa etimología ya me ocupé en el artículo anterior de esta serie, por lo que remito allí al lector interesado, pero, sobre todo, al diccionario de Rosa Sala.
     El objetivo de este nuevo artículo nace de la sorpresa y hasta del sonrojo que me produce el descubrimiento de la definición de ese mismo término en las ediciones de la Real Academia de 1992 y en la de 2001, que, siendo las últimas, culminan con el disparate las imprecisiones mantenidas durante 129 años. Ya en la primera definición quedó clara la dificultad para precisar el término tanto geográfica como cronológicamente, pero en descargo de su inexactitud estaba el hecho de que en 1884 no se sabía mucho más al respecto. En cambio, 41 años más tarde el conocimiento sobre aquel pueblo escurridizo había cambiado tanto, que aquella doble afirmación sobre "el centro de Asia" y la "época muy remota" eran del todo insuficientes. En lo geográfico las teorías más consistentes apuntaban a un desplazamiento desde los valles del Indo a los del Volga; y en lo histórico, se hablaba del segundo milenio antes de Cristo. Sin embargo, en la edición del año 1925 la Academia mantuvo la definición, con lo cual convertía aquella imprecisión primera en testimonio de desconocimiento. La de 1984 obviaba el problema de los orígenes y ofrecía una información correcta, aunque muy incompleta: "Dícese del individuo o estirpe noble en las lenguas antiguas de India e Irán"; y en segunda acepción, "Se usa también con el valor de indoeuropeo, pueblo o lengua", que da cuenta de una identificación discutible, al asimilar una parte con el todo. Además, por un lado se incorpora una etimología y, por otra parte, se suprime acertadamente lo de la vinculación de las lenguas jaféticas con los arios.
     El problema más grave se presenta con la segunda acepción de la edición de 1992. La primera mantiene la de 1984, pero la segunda disparata así: "Dícese del individuo perteneciente a un pueblo de estirpe nórdica, formado por los descendientes de los antiguos indoeuropeos, que los nazis tenían por superior y oponían a los judíos." La cual no es solo errónea y mucho peor que la de 1884, sino que contraviene la opinión generalizada de lingüistas e historiadores y viene a refrendar con la autoridad de tan emérita institución como la Real Academia la interpretación que del origen de los arios tenían los nazis. Pero como todo puede empeorar, la edición de 2001 promociona la segunda acepción de 1992 a primera.
     Una comparación con lo que dicen de "ario" otros diccionarios de lenguas culturalmente próximas a la nuestra no deja en buen lugar al de la Academia. De todos lo que he consultado destaca por su precisión y claridad la definición que ofrece el Oxford English Dictionary, aunque ninguno como el de Rosa Sala ofrece con tanta autoridad una explicación tan completa que contradiga de manera inapelable el grave error de la RAE:

       Un importante punto de inflexión en la historia del mito fue el desplazamiento del supuesto lugar de origen de los arios: si hasta 1870 se consideraba que la patria primigenia de la raza aria era sin lugar a dudas el ámbito indoiranio, en la década de los ochenta, alentados por el vehemente nacionalismo de los años de fundación del Segundo Reich alemán, algunos autores como Karl Penka ("Orígenes ariacae", 1883) empezaron a sugerir que, en realidad, el origen del hombre ario debía ubicarse en el norte de Europa, y que no habría emigrado al continente asiático hasta mucho tiempo después [...]. A pesar de todo, algunos estudiosos más o menos afines al Tercer Reich, trataron de continuar con la tradición científica de los estudios indoeuropeos y siguieron apegados a la idea del origen asiático, aunque su actitud les valió el ataque frontal de algunos etnólogos nazis que, como Wilhelm Emil Mühlmann, los acusó de minar la idea nórdica y difundir la idea contraria al nacionalsocialismo.
     Que el diccionario de la Academia necesita urgentemente una revisión que haga creíble su lema está fuera de toda duda. La semana pasada aparecía en la prensa como muestra de anquilosamiento casposo la tercera acepción de la palabra "gozar": Conocer carnalmente a una mujer. No obstante, y para tranquilidad de sus lectores, se añadía el propósito manifestado por los académicos de corregir los desatinos sexistas en la próxima edición. Ojalá que esa voluntad profiláctica alcance también para enmendar la entrada tan desafortunada de "ario".
     Hay muchas razones que hacen especialmente doloroso el desafuero académico: históricas, morales, filosóficas, personales... A todas ellas podemos sumar una de índole ideológica y literaria que no es tan conocida como debiera y que aporta brillantemente una interpretación antagónica de la que hicieron los nazis de la relación entre el elemento cultural indoeuropeo y el semítico. Me refiero a la opinión de Ángel Ganivet en su tesis doctoral Importancia de la lengua sánscrita, defendida en 1889 y editada recientemente con un cuidado exquisito por Francisco García Marcos en la colección de "Clásicos recuperados" de la Universidad de Almería; y, sobre todo, en Ideárium español. En la primera de estas obras se subraya la importancia que tuvieron los estudios sobre el sánscrito en el desarrollo de la lingüística. Del atraso de la filología española en este punto da cuenta la observación de Francisco García Marcos sobre el hecho de que la tesis de Ganivet tuvo que ser imprimida en Bonn al carecer las imprentas españolas de tipos para aquella lengua. La relevancia de este hecho rebasa lo anecdótico, pues el estudio del sánscrito estuvo íntimamente ligado a los avances de la gramática comparativa, que en el XIX era la vanguardia de la lingüística. Por eso, quizás, la deficiente definición de "ario" supone un baldón mayor en lo profesional para los responsables del Diccionario. Se diría que con ello involuntariamente no solo dan crédito a aquellos nazis aprendices de filólogos, sino a los que piensan que la mayor aportación del sánscrito a las lenguas occidentales son las palabras "viagra" -tigre en sánscrito- y "gurú" (maestro), las cuales, por cierto, se refieren a carencias de distinto orden.
     Por último, como testimonio de lo apuntado arriba sobre lo ario y lo semítico, copio del Ideárium español la siguiente cita:  
     ¿Cómo se explica que siendo en general los pueblos pobladores de Europa de una raza común, los griegos hayan sido y sean aún los dictadores espirituales de todos los demás grupos arios o indoeuropeos? La razón es clara: mientras los demás pueblos quedaban incomunicados en sus nuevos territorios, los griegos seguían en contacto con Asia y recibían de las razas semíticas los gérmenes de su cultura. Los indoeuropeos tienen cualidades admirables, pero carecen de una esencial para la vida: el fuego ideal que engendra las creaciones originales; son valientes, enérgicos, tenaces, organizadores y dominadores; pero no crean con espontaneidad [...] En general, puede establecerse como ley histórica que, dondequiera que la raza indoeuropea se pone en contacto con la semítica, surge un nuevo y vigoroso renacimiento ideal.            
        
    

7 comentarios:

  1. Precisamente me encuentro ahora en un "revival" de mi interés por la historia del nazismo leyendo varias cositas, y esta serie tuya es genial para introducirme en el estudio de los orígenes de la ideología en sí.

    Muy buenos los libros de Rosa Sala Rose, por cierto. Al igual que su blog.

    Un saludo!!

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    1. Hola, Wolfville.
      Me alegro de esa coincidencia de intereses. A veces me ocurre a mí lo mismo´respecto a los artículos de tu blog. Sin ir más lejos, el último que has escrito sobre los "Trois contes" de Flaubert toca fibras literarias mías muy íntimas.

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  2. Por debajo de toda esta manipulación de la investigación científica al servicio de una ideología pueril y caprichosa, late el temor al mestizaje. El final de tu artículo lo pone sobre la mesa: la mezcla lanza sobre las comunidades el desafío de destruirse o cooperar. El nazismo es la puesta al día de un mapa moral atávico e incluso prehistórico que parte del supuesto de que el distinto es viscoso y por tanto conviene destruirle. Lo que debemos preguntarnos es qué queda de eso, como plantea Giorgio Agamben en "Lo que queda de Auschwitz", se trata de interrogarnos sobre nuestra tolerancia respecto a unos gobernantes que se convierten en asesinos para llenar de cuchillas la verja de una valla fronteriza. Por cierto, creo que a esas cuchillas que sajan dedos y penetran hígados las llaman "concertinas", usted me lo explica, que yo no soy filólogo.

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    1. La aportación de Ganivet (quien murió, recuerdo, en 1898) al respecto es, por desgracia, poco conocida, pero sin duda merece un lugar en el debate post-Auschwitz. Un día hemos de hablar tranquilamente de esto y de las discrepancias de Unamuno en "El porvenir de España".
      En lo de la etimología de "concertina" te copio el enlace de la página donde he encontrado la explicación más satisfactoria, que tiene que ver con los soldados de las trincheras en la Primera Guerra Mundial: http://etimologias.dechile.net/?concertina

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  3. Pues aqui otro al que este tema le ha interesado mucho a lo largo de diferentes épocas de su vida y que cada vez que encuentra un texto interesante se siente orbitar hacia él. Por eso mismo te agradezco la referencia al libro de Rose, que pienso buscar hoy mismo y sobre todo el artículo, que me ha encantado. Nunca dejo de sorprenderme con el entramado ideológico que fueron capaces de elaborar los ideólogos del Reich ni con la torpeza o, peor aun, indiferencia de los supuestos guardianes de nuestros bienes culturales. Cada vez me da mas miedo acercarme al diccionario de la RAE. Con lo mucho que mi catedrático de anatomía me inculcó el amor por la etimología...
    Saludos,

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    1. Me alegro, Óscar, de haber despertado en ti el interés por ese gran diccionario de Rosa Sala, que es mucho más que un diccionario- Ojalá que alguien de la Academia también lo lea. Yo le he enviado este artículo a un académico con quien coincidí en un par de comidas muy gratas, pero a lo que se ve está muy ocupado y no recibe.

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  4. Señor Signes, me excusará que cambie el paso e intervenga de nuevo, en este caso no para glosar su excelente estudio sobre el tema ario sino para contestarle a la intervención que ha tenido la gentileza de dejar en mi blog, La Cueva del Gigante. Entiendo perfectamente que su mejor Shakespeare fuera un Hamlet minimalista, sin apenas tramoya escenográfica, usted lo califica como "catártico". Yo creo que eso fue siempre el teatro, es decir, una propuesta escénica nacida de un texto. Me imagino preguntas en un hombre como Shakespeare del tipo "aquí pondría una escalera, pero ahora en el Globo no hay escalera porque se ha roto, por tanto la quito". Dicho de otra manera, el teatro es puro acontecer, el hecho existencial de la propuesta a la que en tal momento asistimos. Si está vinculada con nuestra vida de alguna forma, entonces vale, si no, puede tranquilamente parecernos una mierda. Creo que algo así nos pasa con nuestros alumnos, que lo difícil es hacerles ver que lo que les explicamos o relatamos tiene algo que ver con sus vidas. De lo contrario somos sólo un hatajo de pelmazos.

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