lunes, 18 de junio de 2012

BLOOMSDAY

     Me gusta esta foto de Joyce porque parece un alumno de Hogwarts, ese internado donde Harry Potter estudiaba defensa contra las artes oscuras, encantamientos y cosas por el estilo. Es una foto pintada, claro está. Fíjense en la gorra, en el mechón pelirrojo, en su chaqueta verde -"verdemoco", por utilizar un color de su propia paleta-, la boca cerrada a cal y canto, coronada por un felpudo que reivindica su estrenada juventud y subrayada por un pegote piloso, como un hito que limita la extensión de su barbilla. La cabeza parece desproporcionada en relación a su cuerpo, que se ofrece en ligero escorzo, mientras que la mirada, torcida, apunta al objetivo y no se sabe dónde. Hoy un estudiante así no duraba ni dos recreos, pero en la Irlanda de finales del XIX, amigos, esa era la estampa de un vivales. No se dejen engañar por la redondez intelectual de sus gafas. Igual que en Harry Potter sirven, sobre todo, para ocultarse tras una imagen apacible. Ese tío sabe mucho, en efecto, pero es un conocimiento avieso, como su corbata, que rehúye con descaro su conveniente verticalidad apuntando  hacia otro lado. Casi todo en él apunta hacia otro lado: su mirada, su cuerpo, su corbata y su literatura, desviados con el vigor de un esqueje torcido que ni siquiera los jesuitas pudieron enderezar (si es que ellos mismos no lo alimentaron: "Porque tienes esa condenada vena jesuita, solo que inyectada al revés" le espeta Buck Mulligan a Stephen Dedalus).
     Los estadounidenses, herederos de sus ancestros puritanos del talento olfativo para detectar el tufo de lo pecaminoso, quisieron abortar su fruto prohibiendo la publicación por entregas de "Ulises" al alcanzar esta el capítulo XIII -Nausica-, donde se entrecruzan las novelitas del corazón con la exhibición morbosa de medias y bragas. Voces cursis y miradas calenturientas: demasiado retorcido para la gente como Dios manda de principios de los veinte. Pero ya se sabe que lo prohibido despierta la curiosidad y así no solo se extendió la fama de la novela, sino que se dio pábulo a una serie inagotable de discursos, entre los que brillan algunas de las estupideces máximas de la historia de la literatura. Joyce no fue ajeno a esos disparates, sino que él mismo los alentó al trenzar una red tupidísima de referencias intertextuales como carnaza exquisita para eruditos. Uno de sus condimentos esenciales es la relación con la obra de Homero. Pero, ¿qué tienen que ver las aventuras de Ulises, desde Troya hasta Ítaca, acuciado por los dioses y los elementos, con el deambular de Leopoldo Bloom, un hombre mediocre en una ciudad gris durante un solo día? Este es un quid pro quo con el que Joyce se regocijaba. "Ulises" se inicia con una parodia de la misa frente al mar. Legiones de críticos han escrito sus homilías, que al mismo tiempo son cartas de navegación, es decir, de lectura. Pero Ulises no es un turista necesitado de guías de viaje. El mar es la novela; Ulises, el lector, y la lectura su odisea.
     Hoy es 16 de junio, el mismo día en que tiene lugar la singladura de Leopoldo Bloom por Dublín. Ya nadie puede escandalizarse por la falta de pudor en la expresión del deseo de sus personajes, y Joyce goza de tanto predicamento en su Irlanda como el duende verde o U2. Desde hace años se celebra tal día como hoy el "Bloomsday", una especie de feria temática sobre el "Ulises". La gente desayuna té con riñones de cordero, sale a la calle, se pone sombreritos de paja, visita escenarios de la novela; algunos incluso asisten a conferencias y mesas redondas; otros a la representación de actrices que ponen cuerpo y voz a las confesiones picantonas de Molly Bloom. Se bebe cerveza negra fresca y se come puré de patatas con salsa de hígado. 
     Este año como novedad hay un concurso de fotografía y una exposición de arte relacionado con Joyce. Apasionante, ya ven. En el fondo, en estas mitomanías habita una admiración un tanto santurrona que, unida al orgullo nacionalista, constituyó un objetivo recurrente de la mordacidad literaria de Joyce. Yo creo que si él hubiera sabido que sus acólitos celebrarían con un plato de riñones o de hígado su devoción, le habría hecho comer a Bloom las vísceras crudas, adobadas si acaso con guindillas de mi pueblo. Igualmente, si hubiera podido participar en la comisión encargada de organizar el festejo, en vez de tanto fasto seriote seguro que hubiera propuesto la recreación de algunas efemérides felices de la novela, como, por ejemplo, la exoneración subsiguiente al desayuno de Bloom, que incluye la limpieza del trasero con hojas de una obra ganadora de un concurso literario (se admiten ensayos) o la exhibición de perros rapsodas, a imitación de aquel "famoso y centenario perrolobo setter rojo irlandés antes conocido por el sobriquet de Garryowen", que recitaba poemas parecidos a los de los antiguos bardos irlandeses que era un primor.
     Y ahora, amigos, sintiéndolo mucho he de dejarles, que si no el riñoncito se me va a churruscar.
            

7 comentarios:

  1. Celebro este día tanto como una novela de Proust, o como una anti-novela de Woolf, o como The sound and the fury (bueno, tal vez esta no tanto).

    Produce placer leer sobre Joyce, ver viva la triste efeméride del bloomsday, su estupor trasladado a lo digital y, ante todo, produce placer leer una prosa tan bien dirigida.

    Un saludo.

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  2. Gracias, Marc. Los devotos de Joyce tenemos eso, que podemos seguir siéndolo a pesar de que reneguemos de la devoción joyceana. Bebo un trago de Guinness a tu salud, en reconocimiento a tu último artículo sobre deporte y política, que recomiendo a los habituales de estos Zapatos.

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  3. No soy devoto de Joyce porque -como ciertos condumios viscerales, de esos con los que usted deleita a sus amigos en el dichoso Bloomsday- le he clavado el diente escasamente. Me enamoró "Dublineses", vaya que sí, pero sospecho que caí en ese pequeño libro de relatos inducido por la versión cinematográfica que sobre el último de sus relatos -"Los muertos", joder, qué hermosura- hizo ese irlandés vocacional que era John Houston. Con Ulises tengo prevenciones. Le explico el porqué y le conmino a que usted me saque del error, si es que lo hubiere.

    Tengo entendido que, por ejemplo, el Finnegans wake es considerado una obra maestra, según Harold Bloom -esto lo saco de la wiki, qué se piensa usted- este escrito por lo visto desternillante está repleto de modismos que son perfectamente entendibles dentro del círculo cultural anglófono, y sospecho que más en concreto dentro de la anglofonía irlandesa, lo cual entenderá usted por qué me cree prevenciones. A veces, cuando leo, no sé, a Cervantes, me pregunto por el goteo de sentido que se debe ir produciendo con una traducción -con cualquier traducción, por buena que sea- y me felicito por no ser víctima del problema, al menos no de ese en concreto, porque tampoco olvido que entre la escritura cervantina y mi lectura hay varios siglos de salto cultural, y eso también genera desperfectos. Pues bien, temo que si esto me pasa con Finnegans, la cosa tome incluso peor color con Ulises. En suma, temo no entender el texto, y quiero que le otorgue usted la máxima densidad semántica al término "entender": uno puede seguir una peripecia o asumir el sentido de un monólogo y no necesariamente captar más que muy lejanamente el sentido del acto lingüístico que es la escritura.

    Creo que me entiende usted. Recientemente leí El lamento de Portnoy, de Roth, una novela amada por mucha gente, y me pasó como con algún otro escrito de esos que mucha gente te recomienda, que a mí me dejó frío como un carámbano, con la consiguiente decepción y la sensación desagradable de caer en la disyuntiva excluyente de que o yo soy gilipollas o aquí hacen célebre a cualquier idiota. Lo que pretendo, dado que su amor al dublinés parece encendido, es que desactive usted mis prevenciones. Si quiere una pista, siempre me gustó mucho Beckett, autor muy vinculado a Joyce y sobre cuya abstrusidad y sinsentido me avisaron ya cuando, siendo muy joven, empecé a interesarme por sus escritos, en especial por sus novelas, por más que uno empiece en Beckett siempre cuando algún imprudente profe de Literatura del insti le hace leer el dichoso Godot.

    Gracias por sus ánimos.

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    1. Comparto contigo, David, tu admiración por "Dublineses" y "Los muertos". En cambio no tu displicencia hacia "El lamento de Portnoy", que me pareció una novela muy divertida. Respecto al "Finnegan´s wake", a mi modo de leer es el resultado de una hipertrofia innecesaria de algunos recursos expuestos en "Ulises", una novela imprescindible por muchas razones. Desde el punto de vista de la historia de la literatura, porque inaugura una relación nueva entre el narrador y sus personajes, y entre aquel y el lector. Y, en un sentido más amplio, porque es una novela densísima que recompensa de sobra sus dificultades. Podría resumir mi recomendación diciendo simplemente que es una continua celebración del lenguaje.
      Un saludo y, como siempre, bienvenido.

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  4. Ulysses está en mi lista de prioridades cada año. Quizá me embarque este verano. De momento, mi bagaje joyceano se limita a las maravillosas Dubliners y el Retrato del Artista (¡esa epifanía en la playa, esa descripción del infierno!).
    Un país donde la gente desayuna riñones de cordero en honor a un escritor merece mi más rendida admiración. ¿Te imaginas a toda España desayunándose con duelos y quebrantos en honor a nuestra gloria nacional? No, aquí no se nos ocurre más que invitar a políticos semianalfabetos a farfullar fragmentos del Quijote.
    Finnegan's Wake, me juré hace tiempo que jamás lo intentaría siquiera. Un par de vistazos en la librería, y la pregunta ¿para qué? resulta incontestable.
    Saludos.

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    1. Es una pena, Batboy, que nuestra literatura no tenga una presencia más sólida en lo cotidiano. Para subsanarlo yo propondría "la dieta Lazarillo", a base de mendrugos de pan, cebolla, uva y, como complemento proteínico -y solo los domingos- una longaniza. Lo tiene todo para ponerse de moda, porque complementa lo dietético con el ejercicio físico: caminatas de padre y muy señor mío en la ruta Salamanca-Toledo. (Ahí dejo la idea para quien quiera aprovecharse)

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  5. Supongo que con "Ulises" me pasa como con el "Arco Iris..." de Pynchon o "La Broma Infinita" que me parecen bellísimos a un nivel lingüistico pero acabo hartándome de la experimentación formal y de que no haya asidero dramático concreto. Admito que la figura de Joyce me fascina, pero su obra me resulta de momento casi intragable, cosa que no me pasa ni con Pynchon ni con Wallace. En fin, démosle tiempo al tiempo...

    Por supuesto que haya este tipo de celebraciones y/o convenciones dedicadas a un libro (en vez de lo habitual, que las haya sobre Justin Bieber o "Crepúsculo") es más que digno de encomio.

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