viernes, 13 de mayo de 2011

Bohemios

                        Bohemios

Alejandro  Sawa con sus compañeros de la redacción de "La vida literaria"
        Dentro de ese proyecto de Historia de la gandulería literaria del que hablé hace poco, el capítulo de los bohemios presenta contornos borrosos entre la ficción y la historia, pues los mejores personajes son precisamente los autores, quienes alcanzan ese estatus gracias a lo que  cuentan otros de sus vidas en un surtido narrativo que va del chiste o la anécdota a la novela y el esperpento. Para ser bohemio se requería ser pobre, tener ambiciones artísticas, atentar contra el buen gusto, no ceder, dejarse el pelo largo y beber absenta. Luego, si se tenía una novia esquiva y un poco de tuberculosis, mejor que mejor. Pero desde que Koch descubrió su bacilo y echó al traste la creencia de que esa mácula en la salud era la huella que dejaban las musas en un espíritu sensible, aquella enfermedad perdió su halo romántico, lo cual afectó de rebote a la imagen del bohemio, aunque sin la contundencia que cabría esperar, pues frente al carácter infeccioso que desvelaba la medicina, “La Bohème”, de Puccini, y otras similares seguían alimentando el mito. Lo paradójico es que Henri Murger, el autor que popularizó el sentido de “bohemio” tal como hoy lo entendemos y como figura en el diccionario –“persona de costumbres libres y vida irregular y desordenada”- asociado a los artistas en su famosa novela “Escenas de la vida bohemia” (1848), lejos de idealizarlos, se burlaba abiertamente, pues el caudal del talento de sus protagonistas no se vertía en poemas, dramas o folletines malditos, sino en menesteres tal como redactar epitafios o dar clases particulares de solfeo a un loro.
            No menos impropios del oficio de bohemio fueron los paseos nocturnos, las visitas a casas de empeño, la declamación de poemas simbolistas, las colaboraciones en prensa y, el más importante de todos, la creación de obras maestras desconocidas. Quizás por todo ello a estos artistas se les miró con indiferencia cuando eran jóvenes y con desprecio cuando veteranos. Baroja, un hombre serio desde su más tierna juventud y que les supo sacar jugo literario escribió en un artículo titulado “Bohemia madrileña”: “El bohemio no sólo es vanidoso, sino que es ególatra, siente admiración por sí mismo. Si se ve humilde, desdeñado y solo, va casi siempre gozando con su desgracia interior; si está enfermo o triste, llega también a gozar. Hay esos placeres paradójicos y malsanos en los fondos turbios de la personalidad humana”. Ahí está el meollo: la carencia unida a la exhibición, una fórmula que nos cuadra como una joroba a un campanero, al punto que hoy, en vez vez de ser una actitud marginal y heterodoxa, es un modelo. Sin embargo, y a pesar de que en ínfulas artísticas y literarias vamos sobradísimos, lo de pobre y rebelde -que acompañaban al bohemio- ha dejado de ser una vocación.
     Uno de nuestros mejores bohemios, Alejandro Sawa -inmortalizado como personaje por Valle-Inclán en el Max Estrella de "Luces de bohemia"-, escribió en su diario póstumo, "Iluminaciones en  la sombra": "Prefiero el hambre al insomnio, porque prefiero la muerte a la locura. Yo sé que la demencia aguarda a las noches sin sueño". Y en efecto, murió ciego y loco, lo mismo esto último que  otro de los miembros más conspicuos de la cofradía, Armando Buscarini, que acabó sus días esquizofrénico y sifilítico en el manicomio de Logroño, mientras que Pedro Luis de Gálvez, también gran representante de la bohemia madrileña, murió en el año 40 fusilado en el paredón, acusado de "conspiración marxista" como para dar la razón a su colega Max Estrella en lo del esperpento.
     Hoy ya pocos conocen a esos autores, y menos aún son los que han leído alguna de sus obras, pero que levante la mano quien no haya sufrido alguna vez a Julio Iglesias cantando "soy un truhán, soy un señor,/ un poco bohemio, soñador". Pues eso: carencia y exhibición.

14 comentarios:

  1. No es incompatible ser “un truhán y un señor, algo bohemio y soñador”. Hay un toque bohemio en los señoritos universitarios de principios del siglo XX, tal como lo refleja “La casa de la Troya”. Antes de ser hombres respetables, hombres de orden y carácter intachable, debían echar una canita al aire y hacer sus travesuras en la universidad, en la que lo de menos era estudiar sino hacer calaveradas. Uno de los círculos más activos en estas gamberradas estudiantiles era la tuna. ¿Cómo es posible que algo tan carrozón fuera la fuente de desórdenes contra la moral pública? Uno de estos estudiantes eternos era Pepín Bello, quien, tras ser el mayor “repetidor” en la Residencia de Estudiantes, fue un sopista vitalicio con un espíritu bohemio que le acompañó hasta la tumba. ¿El último bohemio? Todos los que hemos sido estudiantes hemos conocido algo de la bohemia en mayor o menor grado, lo cual crea problemas (ya desde la edad media los escolares han causado pavor a los honrados ciudadanos). Los anglosajones- siempre tan organizados- han creado un sustituto de la vida desordenada. Hitler fue bohemio y ya sabemos cómo acabó; el príncipe Harry, en una boutade sin precedentes, lució una svástica en una fiesta de disfraces... Bien, para evitarse estos inconvenientes, estos guiris han ofrecido a sus candidatos a la bohemia un año sabático dedicado libremente a hacer lo que al mocoso le venga en gana, para que éste directamente- el curso siguiente- se concentre en una labor de provecho y no se aparte ni un ápice de la vida honrada. No es la primera vez que se anuncia la muerte de la bohemia. Ya en “La Colmena” se citaba el ocaso de esta plaga, cuando uno de estos poetas gorrones hace levantar las mesas de mármol y descubre que están tomando café sobre unas lápidas, de tal manera que todas las palabras que circulan por el local no son más que epitafios y todas las vidas, fantasmas. Una ocurrencia genial de Cela; un hombre que por cierto combinó el orden y la bohemia con singular sabiduría. No obstante, yo he conocido al último bohemio, quien no sólo ha sobrevivido a las argucias de los anglosajones sino a sus más perversos descreídos. Pero de eso ya hablaré quizás en otro comentario.

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  2. Me intriga lo que dices sobre tu conocimiento del último bohemio. Supongo que debe de ser alguna maldad. Ya veremos. Respecto a Pepín Bello tu comentario subraya una cualidad inherente a la bohemia: la eterna adolescencia de sus miembros. En Francia la pareja Rimbaud-Verlaine ilustra bien el tema: cuando cumplió los 19 el primero se jubiló de poeta, abandonó la cofradía y se dedicó al tráfico de armas en África y a otros asuntillos por el estilo; el otro, en cambio, se mantuvo fiel a la poesía, a la absenta y al sablazo, tan parecido al Verlaine adolescente, que se convirtió en su propio esperpento.

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  3. Lo que caracteriza a los bohemios es una “Obra de arte invisible”- desperdigada en epitafios e ingeniosidades varias- con unos autores muy, pero que muy visibles. Me dices que ya no quedan bohemios, que esta actitud se ha diluido en los aspectos más snobs de la sociedad. Siento disentir. Conozco al último de la tribu. Tal como recoge mi entrada “un personaje infiltrado en la SGAEX”, el otro día, uno de estos alborotadores se presentó en la Sociedad General de Autores Extraterrestres y realizó una travesura típicamente bohemia o, lo que es lo mismo, de muy mal gusto: le quitó las telarañas a uno de sus miembros más augustos. ¡Pobre hombre! ¡Y a la hora de la siesta! Afortunadamente el atrevido bohemio ha pagado cara su osadía: ha sido internado en un manicomio. No lo han fusilado todavía, pero todo se andará. En el psiquiátrico le han diagnosticado autoría múltiple pues, al igual que los antiguos bohemios, no sabe dónde acaba el autor y el personaje. El principal síntoma de su enfermedad es que entre sus greñas asoma una segunda cabeza que intenta imponerse mentalmente a su dueño, seguramente nacido en las noches de absenta. Como ves, cumple todos los requisitos de autor bohemio: pelo largo y enmarañado, personaje muy -pero que muy- visible, enajenación mental (¿transitoria?), mal gusto y falta de parné. Para que se cure de su enfermedad, espera solamente, amigo Signes, que le concedas el carnet de bohemio colegiado (indispensable hoy en día según las normas de la Sociedad General de Autores Extraterrestres). No sabemos cómo acabará esto. ¡El destino del último bohemio está en tus manos!

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  4. ¿En mis manos? Estás de guasa, Huguet. Yo no puedo conceder ningún carnet, y mucho menos el de bohemio, ni siquiera en sentido metafórico, primero porque me dan grima los carnets y segundo porque llevo el pelo muy corto. Tú, en cambio, Gran Gurú de Gotham, tienes mano con la SGAEX y con los boicoteadores de la SGAEX, te sientan bien los gabanes, incluso la barba (aventuro), los pañuelos anudados al cuello y los bastones con pomo de marfil. Lo de la enajenación mental me lo reservo. Pero advierto a tus potenciales lectores que detrás de cualquier punto y aparte de tus novelas acecha el insomnio y la locura.

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  5. Confieso que estaba equivocado, Ricardo. Cualquiera puede ver por la foto de tu perfil que lo de las melenas no es lo tuyo y que difícilmente puedes dar carnet porque apenas se te ve en esa supuesta foto que podría llamarse: “Figura borrosa en la lejanía”. ¿Quién es ese Signes?, preguntarán los curiosos al verla. ¿Un yogui? ¿Un creador de mandalas y mantras? ¿Un profundizador de los misterios del Menphis elvisiano? ¿Un escriba egipcio? Porque sí, amigo mío, tu antecesor sedente figura en un museo no sé si de Berlín o El Cairo. Mi bohemio no es menos puro y misterioso, y está dispuesto a permanecer sentado lo que haga falta, con tal de que lo admitas entre tus filas. ¿Le harías un hueco para tus ejercicios de meditación? El Bautista no lo quiere ni en pintura y no sé por qué.

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  6. Como usted y yo no nos hablamos, voy a decirle al aire algunas cosas.

    No estoy seguro de que merezca usted, señor Signes, a comentarista tan ilustre como el señor Huguet. Viene al pelo mentar a dicho personaje porque me ha sugerido preguntarle a usted -le llama, cándidamente, "experto en la materia"- respecto a ciertas obras de Mark Twain por las que siento curiosidad, en especial "Pasando fatigas" (qué mal suena, la traducción al castellano,por cierto)

    Respecto al tema objeto de su artículo, y por lo que respecta a mi especialidad profesional, podría hablarle pocos filósofos entregados a la bohemia, pero a la historia de la gandulería sí encontramos algunas contribuciones respetables.

    Por ejemplo, Cioran, que se declaraba irremediable víctima del vicio de la pereza, dijo que "el hombre navega del dolor al aburrimiento, del paroxismo del abatimiento a la pereza de los días iguales"

    Admiraba emocionadamente a Descartes, no por sus iluminaciones sobre el cogito y otras fruslerías por el estilo, sino por la costumbre de escribir sistemáticamente en la cama.

    Y ahora, una alusión al estupendo libro de Vila-Matas, "Bartleby y compañía", del que le hablé cuando usted y yo nos hablábamos. Robert Walser fue un inspirado escritor que pasó veintiocho años sin poner negro sobre blanco una sola línea. Estaba convencido de la vanidad de toda empresa humana, lo cual explica su silencio. Eso y el que estaba completamente entregado al deseo de ser "un cero a la izquierda". Más que la escritura, amaba "la vanidad, el fuego del verano, los botines femeninos, las casas iluminadas por el sol y las banderas ondeantes al viento." Vila-Matas le compara con un antiguo ciclista, el esprinter Piquemal, que ganó muchas carreras, pero que a veces parece que se le olvidaba terminar las carreras, de manera que se bajaba antes de hora.

    Le puedo hablar también de Arthur Cravan, considerado un gran talento literario por algunos escritos de una revista, apenas unas páginas. Dijo, sabiendo que mentía, que Apollinaire era judío, y como vio la que se le venía encima, decidió dejar París y largarse a México. Una tarde subió a una canoa, dijo que regresaría en unas horas y ya nadie volvió a verle. Nunca se encontró su cadáver. Montes

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  7. Estimado Montes:
    Prefiero a Mark Twain que a tu Cioran, quien por su aspecto y procedencia se aproxima a lo bohemio, aunque se queda en un pariente próximo, el dandi con toquecitos de maldito. Contaba Ionesco que cuando algún compatriota rumano hablaba con Cioran en su lengua, éste le reprendía y le invitaba a seguir en francés para que no le perjudicara su acento. De todos modos me apresuro a decir que la antipatía no es ningún mérito literario, ni la simpatía tampoco (esto va muy bien para Vila-Matas, que es muy majete).
    De lo de Walser te agradezco la referencia. Tal vez encuentre un lugar en este panteón de vagos que estoy levantando..., si es que no me vence la pereza, claro. Y lo de Cravan, una variente de lo de se fue a por tabaco y adiós -todo un clásico del que destaco "Corre Conejo", de John Updike.
    Por último, Montes, en cuanto a Huguet te doy la razón (y seguramente él también estará de acuerdo): no me merezco a tan gran comentarista. Y, ya puestos, le concedo a su personaje (y no por merecimientos míos, sino por agotamiento)el carnet de bohemio, un mondadientes, un periódico arrugado y media botella de vino.

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  8. Mi protegido se conforma con un cepillo para arreglarse el pelo y salir bien en la foto (que ya empieza a dibujarse una sonrisa en su rostro adusto. Melenas aparte (ausentes en tu caso, Ricardo), y volviendo a otro punto de tu artículo, quiero hacer otra matización. El Madrid bohemio era una ciudad depravada, capaz de malear a espíritus con consonancias japonesas como Sawa. ¿De verdad era griego? ¿No era japonés? ¿Sería capaz de pervertir una ciudad como Madrid los genes japoneses? ¿Cambiarían a un Mishima? En cualquier caso no pudo corromper a Baroja, quien tras vivir en esta ciudad del pecado conservó intacto se espíritu saludable de caserío de Itzea, como aquel inglés de la película “El pecado de Cluny Brown” que decía que valía la pena viajar para ensanchar horizontes. “Salí de Inglaterra hablando inglés, viajé hablando inglés y volví hablando inglés”. Su esencia británica no fue alterada por los acontecimientos, la de nuestro Baroja tampoco. En el caso del vasco tenía un motivo para permanecer puro frente a la influencia satánica de la gran urbe. Todos sabemos en que acabaron las travesuras antiburguesas de Rimbaud. El joven, que había criticado el orden burgués a través de las revueltas y sus escritos, aireó aún más lejos el tufo de sus calcetines: no sólo acabó de traficante de armas sino que se dedicó al tráfico de esclavos. Algo realmente radical que llegó a sobrepasar las locuras de algunos de los agitadores de mayo del 68, que con el peso de los años simplemente se limitaron a ser tiburones de grandes empresas. Mi último bohemio, sin embargo, se conserva puro como el primer día y está contentísimo con su mondadientes. Gracias, Ricardo. No te arrepentirás de tu buena acción.

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  9. Apunto dos obras importantes sobre la bohemia: "Troteras y danzaderas", de Ramón Pérez de Ayala, y "Las máscaras del héroe", de Juan Manuel de Prada, que es una recreación de la vida de Pedro Luis de Gálvez, a quien citas en el artículo.

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  10. Todos nos congratulamos, Joaquín, por la felicidad causada en tu bohemio con el mondadientes; y agradecemos tus matizaciones, en especial en lo referente a Baroja, cuya boina le defendía de la influencia de la ciudad.
    Al amigo anónimo le agradezco también sus referencias. Ambas novelas pueden servir de ejemplo de la idea con la que inicio el artículo: la estrecha relación entre realidad y ficción en la bohemia. De la primera hay un estudio de Andrés Amorós sobre sus claves históricas. Y de la de Prada... La leí cuando salió, que fue un bombazo. Recuerdo un artículo de Arturo Pérez Reverte, quien con su finura habitual concluía su elogio exclamando: "¡El hijoputa!", referido a de Prada. A mí no me gustó tanto; tiene tanta imagen y comparación virguera, que acaba cansando un poco.
    Por último, de Pedro Luis de Gálvez escribe Trapiello en "Las armas y las letras": Un bandido. Con talento, de bandido y escritor". Al final de la guerra le dieron garrote los franquistas en la prisión de Yeserías, en Madrid.

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  11. ¿Hay alguien por ahí que sepa quién de la foto de arriba es Gálvez? Y, otra cosa: ¿por qué bohemio, que es el de Bohemia, significa lo que significa?
    Gracias
    Eladio V.

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  12. En lo de la foto no te puedo ayudar, pero vamos con la etimología.
    1º "bohemio" es un gentilicio; natural de Bohemia, una región de la actual República Checa.
    2º A mediados del XVIII muchos gitanos que emigraron a los países de Europa occidental procedían de Bohemia. De ahí que se identificara "bohemio" con "gitano". (Este significado se mantiene en el diccionario de la RAE.
    3º El siguiente paso es la identificación de de "bohemio" con una cualidad que se le atribuye a los gitanos: su poca afición a los trabajos reglados y a los horarios fijos.
    4º Y de ahí, la asociación de personas de ese perfil con artistas, gracias sobre todo a la novela de Henri Murger que se cita en el artículo, que es la acepción más popular hoy.

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  13. La bohemia me trae, ante todo, una sensación: la vida como obra de arte, sin más. enhorabuena por este precioso texto.

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  14. Muchísimas gracias. Sus palabras son un honor para mí.

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