martes, 12 de abril de 2011

Apuntes para una "Historia de la literatura a través de sus grandes holgazanes"

   Xavier de Maistre
     A veces me tienta la idea de escribir una historia de la literatura a través de las semblanzas de sus personajes y autores más gandules, pero la amplitud de la nómina asusta y, aunque tengo algunos folios de índices, tablas y esquemas, me falta fuelle para tanta historia: demasiados vagos, demasiados abúlicos, demasiada molicie... Como decía Bartleby, uno de los capitanes más subversivos de toda la haraganería, "preferiría no hacerlo".
"Serenidad", de Alexei Butirskiy
     Apenas un par de generaciones atrás la gente estaba más avisada sobre esa carcoma de la voluntad que transita desde las páginas de las novelas hasta una región ignota del córtex cerbral. La lectura de ficción era asunto de señoritas y, a menudo, una actividad furtiva. Los casos de don Quijote y de Emma Bovary, si bien sublimes en lo literario, eran ejemplos vivísimos de los efectos secundarios de la lectura. Baltasar Gracián lo supo ver bien, por lo que desaconsejaba la de Cervantes, aduciendo que era cosa de pimpollos, lo mismo que silbar,  tocar la guitarra, vestir jubón verde o hablar francés.
     En tiempos de Goncharov ya no se llevaban jubones, sino levitas, y aunque no me consta que en el ropero de Oblómov las hubiera de ese color, queda fuera de duda que hablara francés y, lo que es peor, que su posición más frecuente en la vida fuera la de una horizontalidad silbante. Con todo es justo reconocer que su holgazanería no le viene de su afición a las novelas, sino de su casta nobiliaria. Por lo cual nos resulta ajena y, desde luego, mucho menos perniciosa que la del autor del que voy a hablar hoy.
     Xavier de Maistre (1763-1852), saboyano de nacimiento y ruso de adopción, fue militar, pintor y novelista, y debe su fama literaria al "Viaje alrededor de mi habitación", que escribió durante un arresto domiciliario a consecuencia de un duelo. Se trata de una apología peligrosísima del enclaustramiento que, si no fuera porque hoy casi nadie lee, debería estar prohibida. A diferencia de la de Oblómov, que ya ve el lector que le va a abocar a la ruina y a una soledad triste, la holgazanería del protagonista del "Viaje..." deviene en una felicidad paranoide y un punto esquizofrénica. Además, no contento de convencerse de que su reclusión es un chollo, el hombre pretende no solo que el lector se lo crea, sino que lo imite -sin tener necesariamente para ello que pasar por el trámite engorroso de meterle un balazo a fulano de tal en un duelo-. Dice: "Estoy seguro de que cualquier hombre sensato adoptará mi sistema, cualesquieran que sea su carácter y su temperamento [...]; en la inmensa famila de los hombres que hormiguean por la superficie de la Tierra, no existe ni uno (me refiero a los que viven en habitaciones) que pueda, tras leer este libro, rechazar la nueva manera de viajar que introduzco en el mundo. [... ] ¡Qué todos los desgraciados, los enfermos y los hastiados del universo me sigan! ¡Que todos los perezosos se levanten en masa!" (cito de la traducción de Puerto Anadón en la extraordinaria edición de Funambulista)
     Diríase que uno lee esto y lo que le nace es calarse el salakof y aventurarse por el pasillo de su casa en dirección a la cocina, a ver si tiene suerte y puede emular una de las grandes aventuras vividas por de Maistre: aquélla en la que durante una intrépida preparación de tostadas logró quemarse la mano con la tenaza de sujetar el pan.
     A quien no haya leído el "Viaje..." tal vez le parezca un asunto menor, puede que hasta cómico, pero ahí está el meollo de la concepción dualista del hombre según de Maistre: "He notado, por diversas observaciones, que el hombre está compuesto por un alma y una bestia [...], la una tiene el poder legislativo y la otra el poder ejecutivo, pero esos dos poderes se contrarían a menudo. El gran arte de un hombre de genio es saber educar bien a su bestia para que pueda ir sola, mientras que el alma liberada de esa penosa relación, puede elevarse hasta el cielo". Teoría que resulta utilísima para explicar, por ejemplo, el incidente de la tostada: "mientras mi alma viajaba, he aquí que un tronco ardiendo rueda por el hogar: mi pobre bestia echó la mano a las tenazas, y yo me quemé los dedos". Es como se ve una dualidad que recuerda a la del Doctor Jekill y Mr Hyde, de Stevenson, pero lo que allí es muerte y sexo, aquí café con leche y tostadas.
     Aún otra circunstancia convierte en extraordinario ese episodio (y de paso me mata de envidia): que durante los cuarenta y dos días que dura el viaje es quizás el único acto que se relaciona con la necesidad y el trabajo. Es decir, mucha alma y poca bestia. Apenas se sienta hoy uno en cualquier rincón a escribir cuatro líneas, cuando ya le asaltan las urgencias: hay que sacar al perro, se ha acabado el detergente para la lavadora, no hay nada para cenar en la nevera, la bombilla del pasillo está fundida... Pues nada de eso asoma por allí. ¡Cuánto costará a algún buen lector encontrar antes del realismo alguna frase del estilo "me voy a trabajar, que llego tarde"! La única referencia de este estilo que aparece en esta obra de de Maistre es ofensiva. Estaba reposando de no se sabe qué el viajero en su butaca, cuando un mendigo llama a la puerta para pedir limosna, la perrita empieza a ladrar, aquél se sobresalta, cae de la butaca, hace acopio de fuerzas, se levanta e increpa así al mendigo: "¡Vago! ¡Id a trabajar! (apóstrofe execrable, inventado por la cruel riqueza)".
     En el artículo sobre Goncharov ya leímos que la extraordinaria pereza tenía contrapartida: "Oblómov" y "El mal del ímpetu". En de Maistre ocurre igual, "El viaje alrededor de mi cuarto" y "La joven siberiana". El enclaustramiento por un lado y Siberia por otro.       

2 comentarios:

  1. Propongo otros viajes no menos aventureros y arriesgados. "Viaje alrededor de mi nariz" entre los procelosos mares del dios botella, en el que nuestra hermosa protuberancia sirva para nuestros delirios etílicos y las moscas y abejorros varios. Lo del "viaje a nuestro ombligo" suena un tanto incómodo, al menos así dicho a las claras. Claro que una de las novelas anónimas más atrevidas contaba las desventuras de una pulga adelantándose a las profundidades de don Xavier. Esta pulga probablemente acompañó a nuestro saboyano en su destierro, aunque este detalle se lo reservó para los más íntimos.

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  2. Agradezco tus propuestas, Joaquín, pero soy demasiado vago para seguirlas. En cuanto a la pulga sólo subrayaré el éxito que tuvo entre las cupletistas. Es curioso la fortuna de este insecto: creo que es el único que ha triunfado en las ferias, los circos y los cabarets. Por esa razón dudo que la pulga novelesca a la que te refires acompañara a de Maistre a ningún sitio. Más bien pienso que huiría de él a toda prisa.

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