En
el hígado de la antigua Etruria, próxima a los montes Ciminos y en
pleno valle del Tíber, coronando una mole de toba volcánica, la villa de
Bomarzo se asoma a los campos que domina desde el farallón de la
muralla del palacio de los Orsini como un buque varado en la historia.
En su interior un príncipe renacentista, el último de una estirpe de
condottieri, albergó un sueño de inmortalidad y trascendencia. Desde
antiguo, la roca calcárea sobre la que la villa y el palacio se
sustentan propició la excavación de galerías subterráneas que unían
alcobas con gabinetes secretos, y estos con pasadizos tortuosos que se
adentraban en el bosque. Pier Franceso Orsini, duque de Bomarzo,
descubrió en el capítulo III de la novela de Mujica Láinez el hilo que
le condujo al soto donde convertiría en piedra aquel sueño.
Por fin desembocamos, siempre en la densa oscuridad, en una zona donde la galería avanzaba horizontalmente, y comprendimos que habíamos cubierto la distancia que media entre la planta superior del castillo y las terrazas del jardín de mi abuela, y que probablemente ahora estábamos debajo de ese jardín. Allí pudimos incorporarnos y, luego de seguir en línea recta un buen espacio más, nos detuvimos en lo que parecía el término del asombroso pasadizo: una caverna redonda en la que se filtraba una leve claridad, indicándonos que, como el resto de la excavación, había sido tallada en la roca viva, y que no evidenciaba ningún rastro que permitiera individualizar la época en que quienes me precedieron en el dominio de Bomarzo realizaron una obra tan ardua. Nos acercamos al lugar por el cual se insinuaba la luz y advertimos que, subiéndome yo en hombros de Silvio, conseguiríamos alcanzarlo. Así lo hicimos y me hallé frente a un matorral tupido que cerraba la salida. Sus zarzas me arañaron y tuve que ganar mi paso a cuchilladas. Silvio se asió de mi diestra y trepó también. Unos segundos más tarde cruzamos la espesura y nos echamos, jadeantes, en la hierba. Nos hallábamos en pleno bosque. Las telarañas hundidas en nuestro pelo y los rasguños que nos tajeaban las caras nos habían convertido en dos ancianos grises. El crepúsculo incendiaba las malezas y las peñas con flavo resplandor. El sitio vibraba, como bajo la acción de un hechizo. Las salpicaduras leonadas y violetas que el ocaso distribuía sobre las rocas, las metamorfoseaba en felinos y en gigantes, como si la naturaleza ensayara, premonitoria, lo que ese paraje sería alguna vez por obra mía.
No
es ese el único momento en que Mujica Láinez prefigura la creación del
jardín de Bomarzo. Cuarenta páginas antes no es la impresión causada en
su protagonista por una naturaleza indómita, sino más bien lo contrario,
la doma de esa naturaleza, representada ahora por las rocas volcánicas,
las que suscitan el anhelo.
Una mañana, junto al arco donde más tarde hice grabar las sentencias contradictorias sobre la Vida y la Muerte, observé que unos artesanos, aprovechando el reposo, labraban unas piedras —el blando peperino volcánico local—, dándoles toscas formas fantásticas que traían a la mente la tradición etrusca de ese suelo. Dichas figuras me hicieron evocar el sueño de las estatuas colosales que me había suspendido de maravilla en el oratorio de los Reyes Magos y, cuando recorrí las abruptas plataformas que se escalonaban en el valle, más allá del jardín italiano de mi abuela, tuve por primera vez la idea, vaga, difusa, de lo hermoso que sería transformar las rocas que en su fragosidad emergen, en inmensas esculturas [...]
Y sin embargo, no resultan contradictorias esas evocaciones, pues es
justo la oposición entre naturaleza y artificio la que subyace y ostenta
explícitamente el jardín de Bomarzo, más allá de su significado como
representación, que es el meollo de tantas interpretaciones. En lo
primero, además de las ilusiones perceptivas de la luz sobre las
piedras, del ejemplo de los canteros y del recuerdo de las estatuas de
los Reyes Magos a las que alude Mujica en su novela, el duque de Orsini
contaba con el antecedente del arte topiario, es decir, la jardinería
escultórica, muy en boga en el siglo XVI, que manifestaba una notable
preferencia por las formas de animales y de seres mitológicos, que
poblaban los jardines de nobles y cardenales con figuras tan llamativas y
rotundas como efímeras; duraderas tanto como el presupuesto para su
mantenimiento. Y, sin embargo, predilectas por sus mecenas en cuanto que
expresaban metonímicamente el triunfo del arte sobre la naturaleza, y,
metafóricamente, el del príncipe sobre el mundo.
Con todo, a un hombre como Pier Francesco Orsini, marcado de
por vida con el estigma de una deformación, ostensible sobre su
espalda, la monstruosidad vegetal de los topiarios, efímera como una
primavera, no pudo inspirar las figuras de su jardín, sino por
contraste.
"Jardín de
los monstruos", "jardín de las maravillas", "jardín hermético" "sacro
bosco": de todas estas maneras se ha llamado, subrayando con cada
denominación uno de sus aspectos; sucesivamente, su causa, su efecto, su
sentido y su trascendencia, de manera que todas complementan lo que
ninguna por sí sola abarca. La más explícita es paradójicamente la que
más oculta, porque el devenir semántico de la palabra "monstruo" la ha
despojado de su sentido religioso como manifestación de una voluntad
divina. A diferencia de lo que ocurre hoy, en el siglo XVI la
trascendencia simbólica de los monstruos era algo evidente para un
bachiller, lo mismo que los mitos en los que muchos de aquellos se
originaron, motivo por el cual resultaban menos herméticos de lo que
puedan parecernos hoy. No por ello se desproveía el jardín de su
misterio, sino que no se cifraba este en cada figura aislada, sino en la
distribución del conjunto, que de ninguna manera era entendido como un
bestiario escultural.
Una
circunstancia histórica se suma a lo anterior en la explicación de la
ocultación del sentido, y es la coincidencia en fechas entre la
concepción del proyecto de su jardín y la aparición en Venecia del
"Index Librorum Prohibitorum" en marzo de 1551, como medida coercitiva
del Concilio de Trento hacia todo aquello que se saliera de la
ortodoxia. Y en este sentido el Duque Orsini, alquimista, aficionado a
la astrología, seguidor de las doctrinas de Epicuro y relacionado con el
ambiente reformista de Viterbo, tenía en lo ideológico bastante que
ocultar, amén de ciertas costumbres y pecadillos tampoco muy acordes con
la doctrina católica, pero sobre los cuales era más fácil hacer la
vista gorda.
En definitiva, el jardín de Bomarzo, ideado por Vicino Orsini y
materializado por los arquitectos Pirro Ligorio y Jacopo Vignola a lo
largo de casi treinta años, se estructura en forma de triángulo
isósceles sobre una ligera pendiente al noroeste del palacio, entre
campos de cultivo, su poco de bosque y un arroyo que lo cruza por el
lado de noreste, muy cerca de la entrada original, donde dos esfinges
anuncian el ingreso en un territorio mistérico con sendas inscripciones en sus basamentos que apelan a la fascinación y al significado.
CHI CON CIGLIA INARCATE
ET LABRA STRETTE
NON VA PER QUESTO LOCO
MANCO AMMIRA
LE FAMOSE DEL MONDO
MOLI SETTE
TV CH'ENTRI QVA PON MENTE
PARTE A PARTE
ET DIMMI POI SE TANTE
MARAVIGLIE
SIEN FATTE PER INGANNO
O PVR PER ARTE
Desde
las esfinges arranca un itinerario sinuoso que, tras pasar junto a siete
columnas con capiteles en forma de cabezas humanas -probablemente
representaciones de Hermes, el numen titular de las encrucijadas y los
umbrales-, el pequeño escenario de un teatro, una exedra, una casa
inclinada, estatuas de divinidades, monstruos mitológicos y tumbas
etruscas, culmina en el vértice del triángulo, presidido por un templete
dedicado a la memoria de la esposa de Vicino, Giulia Farnese.
Quizás fuera esta relación tan obvia entre el monumento y la vida de
Vicino lo que llevara a Mujica Láinez a convertir el simbolismo de las
figuras en alusión cifrada a determinados momentos de la vida de su
narrador y protagonista, en cuya boca pone las siguientes palabras:
No mencioné, como es natural, la idea de que esos gigantescos monstruos
simbolizarían episodios de mi existencia. Les dije, en cambio, que
siglos atrás, cuando era mayor la grandeza cesárea de Roma, en los
jardines del teatro de Pompeyo que fue luego palacio de los Orsini,
había una colección de fictae ferae, de simulacros de quimeras y
animales feroces, de mármol, y que lo que yo deseaba era dotar a Bomarzo
de algo semejante, utilizando para ello las propias rocas en sus
emplazamientos. (capítulo X)
Esa
vinculación resulta evidente en el templo y muy lógica en una escultura
como la de su criado Abul sobre el elefante Anonne, pero no lo es tanto
para el resto. Miguel Ángel Anibarro, en La construcción del jardín clásico, va más allá y, partiendo de templo dedicado a Giulia Farnese, afirma lo siguiente:[...] igual que este, otros componentes del bosque pudieron tener significados personales, ligados a episodios bélicos, sentimentales o amicales de la vida de su propietario. Quizás el recinto pueda ser interpretado como una necrópolis simbólica de la familia Orsini, que hundiría sus raíces en la historia: así lo sugieren las alusiones etruscas y romanas a través de los restos pretendidamente arqueológicos o de las construcciones actuales. algunos tal vez referidos a las ruinas de la villa Adriana. Estos ponen en conexión el bosque con las antiguas civilizaciones establecidas en la región; a su vez, la idea de arboleda sagrada lo vincula literariamente con la descripción de Roma en La Eneida de Virgilio, o con la de la Arcadia, en el libro de Sannazaro. Pero no hay todavía una interpretación global del significado de Bomarzo. (pág. 233)
En el otro extremo, Antonio Rocca, en Sacro bosco -il giardino ermetico di Bomarzo- (Viterbo,
2014), defiende con rigor la tesis de que Pier Francesco Orsini se basó
en una obra de Giulio Camillo Delminio publicada en 1550, L'idea del teatro,
un libro esotérico que pretendía revelar en clave simbólica la verdad
del mundo y del cosmos. La obra de Delminio tuvo una gran acogida, y
pronto hubo construcciones arquitectónicas y pinturas que incorporaron
su iconografía. Pero de todas ellas la más ambiciosa fue el proyecto de
Bomarzo, que "voleva tradurre in petra l'intero teatro".
La explicación y la crítica a la obra de Rocca rebasa con mucho este
paseo, pero tal vez vuelva a ella en otro artículo. De momento, lo
dejamos aquí, con una cita de la novela de Mujica Láinez que enlaza mi
lectura con mi propio viaje a Bomarzo.
[...] fue
el recuerdo de mis paseos por la vieja Roma y de mis idas a Bomarzo,
pues unos y otras me ayudaron a explorar y descubrir lo mejor de mí
mismo: la capacidad de disfrutar de la hermosura y de hallarla donde
para los demás se encubría.
Excelente artículo, Ricardo; y las ilustraciones son magníficas. El origen del jardín Bomarzo- la pérdida en medio del bosque y las piedras que le sugieren monstruos a Orsini, recuerdan el comienzo de la Divina Commedia:
ResponderEliminar“El poeta se extravía en la selva oscura en medio de la noche. Al amanecer sale a un valle y llega al pie de un monte iluminado por el sol. Se atraviesan en su camino tres animales simbólicos. Retrocede y se le aparece la sombra de Virgilio, que lo conforta, y le ofrece llevarlo al linde del paraíso al través del infierno y del purgatorio. Los dos poetas prosiguen su camino”.
Los monstruos de piedra de Bomarzo se parecen a las tres bestias que interceptan el paso de Dante: la pantera, el león y la loba. Estos animales psicopompos son los guardianes del inframundo. El jardín de Bomarzo es una representación del “Inferno”.
Orsini construyó su jardín, el Liber Mundi, para homenajear a su mujer muerta. Dante escribió la Comedia en memoria de su amada, Beatriz. El jardín era un reflejo del mundo. Quizás Borges, al escribir el Aleph, homenajeó a ambos con el personaje de Beatriz Viterbo. Viterbo, como sabes, es la provincia en que se encuentra Bomarzo. Borges crea en el Aleph una mónada donde se puede ver el cosmos, en homenaje a otra mujer fallecida. Es curioso como un nombre y un apellido, Beatriz Viterbo, pueden contener todo un universo o, lo que es lo mismo, toda la literatura.
No creo, Joaquín, que Bomarzo sea una representación del infierno; y, si lo fuese, no tendría reparos en suscribir aquella frase de Mark Twain: "prefiero el cielo por la temperatura, y el infierno por la compañía". Pero te agradezco la referencia a la Beatriz Viterbo de "El aleph" y tu brillante engarce entre la "Divina Comedia", Borges y Bomarzo, vía Viterbo. En esa ciudad vivió el papa Juan XXI, y allí murió por el derrumbe del techo de un gabinete de estudios cuando practicaba la alquimia. Es el único papa de su tiempo al que Dante salva del infierno y sitúa en el tercer piso. No me extraña, pues, que Borges eligiera ese topónimo para Beatriz, porque se trata de una ciudad completamente agujereada por un laberinto de galerías subterráneas. En la II Guerra Mundial esos pasadizos salvaron a muchos viterbenses de viajar al infierno antes de hora; yo mismo anduve por uno de ellos el mes de abril pasado, pero es imposible perderse, porque la mayoría están tapiados y reconvertidos en bodegas donde maduran sus excelentes vinos y se curan sus salchichones. No sé si Borges soñó con ese laberinto, pero si lo hizo, no había cenado la noche anterior.
ResponderEliminarEncuentro cierto paralelismo entre el Duque de Orsini y Ricardo III. Ambos deformes y conspiradores, ambos difamados por la historia. Ricardo III, desprovisto de encanto por la naturaleza, se dedica a hacer glosas a su propia deformidad. ¿Es el parque de Bomarzo una glosa a la propia deformidad del duque? A fin de cuentas, como mencionas en tu entrada, el parque cuenta los episodios más destacados de la vida del duque. A continuación, las palabras de Ricardo III shakespeariano en las que baso mi comentario. Las pronuncia Gloucester, pero tal vez las podría haber asumido también el duque de Orsini:
ResponderEliminar"Pero yo, que no he sido formado para estos traviesos deportes ni para cortejar a un amoroso espejo…; yo, groseramente construido y sin la majestuosa gentileza para pavonearme ante una ninfa de libertina desenvoltura; yo, privado de esta bella proporción, desprovisto de todo encanto por la pérfida Naturaleza; deforme, sin acabar, enviado antes de tiempo a este latente mundo; terminado a medias, y eso tan imperfectamente y fuera de la moda, que los perros me ladran cuando ante ellos me paro…¡Vaya, yo, en estos tiempos afeminados de paz muelle, no hallo delicia en que pasar el tiempo, a no ser espiar mi sombra al sol, y hago glosas sobre mi propia deformidad! Y así ya que no pueda mostrarme como un amante, para entretener estos bellos días de galantería, he determinado portarme como un villano y odiar los frívolos placeres de estos tiempos. He urdido complots, inducciones peligrosas, válido de absurdas profecías, libelos y sueños, para crear un odio mortal entre mi hermano Clarence
y el monarca."
Digamos, Joaquín, que Pier Franceso Orsini y Ricardo III comparten cierta laxitud en el terreno de la moral y un considerable engorro a la altura de las vértebras dorsales, pero mientras el primero lo oculta, el segundo lo ostenta. Es por esto por lo que descarto esa lectura del jardín como currículum vitae monstruoso, aunque reconozco que algunas estatuas invitan a ello, sobre todo la de la tortuga que sostiene en su caparazón el castillo de los Orsini, de la que he leído sin convicción que es alegoría del "festina lente".
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