lunes, 21 de mayo de 2012

Distopías (2)- "1984"

               
     Casi treinta años después del horizonte de ficción que imaginó Orwell en "1984", la lectura de la novela ha perdido el extraño desasosiego que nos produce el enfrentamiento con visiones futuristas distópicas. Tanto en lo político como en lo económico, en lo estratégico, lo tecnológico o lo social Orwell erró en sus predicciones. Incluso en lo iconográfico se equivocó, pues si damos a 1984 el valor de un futuro próximo en el que ya estamos instalados, esa pilosa metonimia del poder que es el mostacho de mando ya solo señorea tímidamente bajo las narices de Bachar  al Asad y de las de algún tiranuelo caucásico; y los ojos que nos buscan la mirada desde cualquier rincón de la ciudad no son los del Gran Hermano, sino los de modelos de anuncios de perfumes y ropa interior. Y, sin embargo, a pesar de las divergencias entre la realidad y la ficción, uno lee esa historia de rebeldía y sometimiento como si no pudiese sustraerse a la certeza de que la lucha de su protagonista no nos es en absoluto ajena.
      Hay, pues, en la novela un distanciamiento y una identificación. El primero tiene que ver con las grandes estructuras sociales y económicas que allí se presentan: la guerra continua y la política de escasez como medio de perpetuación de una sociedad jerárquica de castas; el miedo, la delación, el fanatismo, la supresión de la historia y la "neolengua" como pilares de un sistema de valores para el que la mayor de las herejías es el sentido común. Paradójicamente este distanciamiento con nuestro presente va de la mano de una aproximación hacia el presente de Orwell, el de la Europa convulsa de antes y durante la Segunda Guerra Mundial. De ahí que se haya escrito que "1984" es una ucronía, es decir un desarrollo narrativo a partir de la alteración radical de unos hechos históricos. Es fácil, por tanto, ver en ella alusiones al stalinismo, como la omnipresencia del partido, las purgas masivas, las detenciones preventivas, la revisión del pasado... O, en un ámbito más concreto, la identificación de Goldnstein con Trotski. Pero también con el nazismo: la continua vigilancia de las "telepantallas" es un trasunto de la obsesión de Goebbels por instalar altavoces en las calles para que nadie pudiera perderse las palabras nutricias del Führer; mientras que la "neolengua", ese nuevo idioma surgido de la necesidad de encontrar un vehículo lingüístico perfecto para el pensamiento del partido, es un calco de lo que Victor Klemperer llamó la "LTI" -lingua tertii imperii- en un estudio imprescindible sobre la jerga oficial del Tercer Reich donde leemos: Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico. Si alguien dice una y otra vez "fanático" en vez de "heroico" y "virtuoso", creerá que, en efecto, un fanático es un héroe virtuoso y que sin fanatismo no se puede ser héroe". En "1984", al igual que en el Tercer Reich, esos trueques se convierten en consigna: "La guerra es la paz", "La libertad es la esclavitud" y "La ignorancia es la fuerza".
     Con todo, más allá del futuro imperfecto que se  temió Orwell y del trágico pasado que lo inspiró, "1984" sigue manteniendo hoy no solo su valor literario, sino su vigencia como alegato contra los totalitarismos y advertencia contra un progreso técnico que puede conducir a la limitación de la libertad. Quizás el error de Orwell fue considerar que el totalitarismo del futuro sería político en vez de financiero, pero los lectores de hoy pueden obviar la confusión y dejarse inquietar cuando, por ejemplo, leen que las preocupaciones de los "proles" eran el fútbol, la lotería y la ginebra. A fin de cuentas, si alguien en Europa puede entender bien lo de las castas y asustarse de ver los bigotes al Gran Hermano somos nosotros y nuestros amigos griegos y portugueses, ¿no?

6 comentarios:

  1. Una obra maravillosa que, a pesar de su parte desfasada, a día de hoy sigue provocando artículos tan estupendos como el tuyo.

    Me quedo con el recuerdo a lo que comentó Alan Moore hace unos años: "Orwell se equivocó. Dijo que en el futuro todos estaríamos siendo observados a todas horas por el Gran Hermano. Y al final resulta que no, que somos nosotros los que observamos Gran Hermano a todas horas" XDD

    Un saludo.

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    1. Gracias, Wolfville. Me había prometido no nombrar el programa homónimo de la tele, pero me rindo ante la brillantez de tu cita.

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  2. Lo que Orwell no pudo anticipar- que yo sepa- es la magia del mundo de los internautas, porque vivía en un mundo ya anticuado de los tradicionales medios de comunicación. A través de la red- de una forma muchísimo más sutil- miles de ojos te observan y cientos de oídos están pendientes de tus palabras. ¿Para qué poner cámaras en las calles si podemos introducirnos en los hogares a través de la webcam? ¿Para qué buscar un servicio de delación cuando ciertas redes sociales te proporcionan información privilegiada con la complicidad de los mismísimos espiados? La vieja del visillo está por todas partes y un simple rumor puede desprestigiar a cualquiera. Las palabras se las lleva el viento, pero nuestros mensajes en la red quedan grabados por los siglos de los siglos, ¿amen?

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  3. La personificación del Gran Hermano castizo en la Vieja del Visillo es una genialidad, Huguet. ¿Te acuerdas de las Guindillas, de "El Camino", de Delibes? Son un buen antecedente literario de la Vieja; también hay otro en un relato de Ignacio Aldecoa con vieja, visillo y cotilleo a espuertas, pero no recuerdo ahora el título, no sé qué de la lechuza. Les pones a esas viejas un ordenador y ya tienes montada una Gestapillo.

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  4. Debo empezar avisándoles a todos que nuestro común amigo Álvaro García Hernández acaba de sacar su novela "Ana y nada" en formato virtual, después de haberlo hecho ya anteriormente en papel.

    Respecto a Orwell, comparto, sin que sirva de precedente, sus observaciones, señor Signes. Un filósofo italiano, Gianni Vattimo, explicó en los ochenta el fin del "orwellismo", entendido como el pavor a una sociedad hipercontrolada, sometida a una vigilancia insoportable desde un panóptico (como el de Bentham, pero con la tecnología actual). El problema de este modelo es que presupone una concepción social ordenada y nítidamente jerarquizada, donde el Poder -más que nunca con mayúsculas- se hace totalitario porque, al contrario que los viejos regímenes preindustriales, dispone de la capacidad técnica suficiente para someter a sus súbditos en la totalidad de sus órdenes de vida, obligandoles no sólo a obedecer órdenes, sino también a carecer de vida privada e incluso a "pensar" de la manera que el Gran Hermano determina.

    Pero no, las sociedades occidentales no han tomado esos derroteros en parte porque la libertad -entendida como libertad para consumir- resulta rentable, y en parte porque, por fortuna, las segundas y terceras revoluciones industriales han incrementado, diría que han explosionada, las fuentes desde las que se ejerce poder, o, en el sentido más foucaultiano de la expresión, la capacidad para emitir mensajes que puedan influir sobre los demás se ha hecho ubicua. No hay un panóptico entendido como relación unilateral y vertical de poder -uno que observa, los demás que son observados-. No, lo que sucede es que toda la sociedad se ha panoptizado, de ahí lo que dice el contertulio de que somos más bien nosotros los que miramos al gran hermano.

    Piensen, por ejemplo, en eso que se propone de vez en cuando de que los institutos deberíamos instalar cámaras de seguridad en los lavabos. ¿Y por qué no filmar en todo momento a nuestras esposas e hijos? No digo que no haya dominio a partir de la vigilancia, lo que digo es que la distopía de Orwell -como, en otro sentido, la de Huxley- presupone una nitidez del vector dominador/dominados incapaz de atrapar un mundo tan laberíntico como el que tenemos. Hoy al Gran Hermano se la refanfinfla lo que usted y yo pensemos o incluso hagamos, no van a perder el tiempo en lavarnos el cerebro, y menos a través de la tortura física, pues no tienen miedo a los mensajes que podamos hacer circular. Cualquier mamarrachada que diga Mourinho tiene infinitamente más poder.

    Y pese a todo, volvemos a Orwell ¿por qué? Porque presentimos el aplastamiento de las libertades y de los derechos. Hoy, como usted dice, bajo el yugo del gran capital, aunque no es lo que predijo "1984"

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    1. Es cierto que la globalización no sigue los derroteros que imaginó Orwell, pero lo inquietante es que descubrimos actitudes descritas en "1984" por todas partes. Al final de esa novela leemos: "Si quieres hacerte una idea de cómo será el futuro, figúrate una bota aplastando un rostro humano..., incesantemente". Hace unos días moría una joven activista norteamericana, Rachel Corrie, bajo la rueda de una apisonadora israelita. La joven protestaba contra la demolición de viviendas palestinas. Junto a la rabia y la indignación que produce este asesinato cabe preguntarse bajo qué sistema de valores se ha educado al conductor de la apisonadora. "1984" está ahí. Pero también entre nosotros. Cuando terminó la última manifestación en contra de los recortes en educación, el ministro del ramo dijo que no iba a cambiar nada de lo que se había propuesto hacer, pero que no obstante se mantenía abierto al diálogo. ¿No es esto un magnífico ejemplo de la neolengua que describió Orwell?

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