domingo, 25 de abril de 2010

Elvis y Stalin (1)

ELVIS Y STALIN
(de Siberia a Arizona)
         El 20 de enero de 1936 Stalin asistía a la representación de la ópera "Lady Macbeth de Mtsenk", de Shostakovich, cuando de repente, sin previo aviso, apenas iniciado el tercer acto, se levantó bruscamente y abandonó el teatro. A partir de ese momento la tensión se incrementó entre los asistentes, entre los que empezó a cundir el miedo a ser ellos mismos los que emprendieran el viaje purgatorio a Siberia que sufrían los protagonistas. Los cantantes temían que alguna nota interpretada de un modo poco bolchevique les hubiera convertido en enemigos del pueblo. El director, los tramoyistas, el técnico de iluminación, el camarada tapicero, los médicos de Stalin, sus cocineros..., todos tenían motivos para angustiarse aquella noche; no en vano varios millones de compatriotas ya les habían precedido en la demostración de que de la sospecha al Gulag había sólo una línea recta que nacía en la punta del dedo del gran padrecito. Quizás el único que se libraba era quien más motivo hubiera tenido para temerlo: Nikolai Semionóvich Leskov, el autor del relato en el que se basaba la ópera: una historia de pasión hasta la locura que acaba en Siberia.
            Katerina es la esposa de un comerciante que la dobla en edad y que se pasa el tiempo viajando. Su vida discurre plácida y aburrida hasta que conoce a un criado juerguista y machote del que se enamora. Una noche el suegro le descubre cuando aquél salía de la alcoba de Katerina; entonces le encierra en un granero y le balda a latigazos.  Cuando se entera su amante, le sirve al suegro un platito de setas adobadas con raticida. Luego aparece un gato bigotudo en plan Pepito Grillo fantasmal para echarle en cara su crimen, pero los remordimientos que despierta en ella no mellan un ápice su pasión por Serguei ni impiden que asesine, con la ayuda de éste, a su marido. Hasta que les descubren y les envían a Siberia aún falta otro crimen, pero eso Stalin ya no tuvo paciencia para verlo, y eso que Shostakovich había arreglado el relato para que las simpatías del espectador estuvieran del lado de Katerina, subrayando el despotismo del suegro y la impotencia del marido. Su propósito, que era componer una trilogía de óperas sobre el papel de la mujer antes, durante y después de la Revolución, sólo duró hasta el día siguiente de esa función en Moscú. Durante 26 años “Lady Macbeth de Mtsenk” no volvió a representarse, y  Laskov, ya digo, no tuvo nada que temer: hacía 41 años que estaba muerto.
            Se ha especulado mucho sobre el abandono intempestivo de aquella ópera por parte de Stalin. La explicación que me parece más lógica se refiere al envenenamiento del suegro, Boris Timofeich Izmailov, patriarca, dueño del negocio familiar y tirano, un personaje en el que en aquel contexto del inicio de la época del Terror secretamente muchos podían identificar con Stalin . Y, entre éstos, al que peor podía sentarle esta identificación era al propio padrecito, a quien doy por sentado que la ópera le arruinó la digestión de la cena y el sueño. Un hombre como él, que había creado un laboratorio en la NKVD –el número uno- para la investigación de venenos destinados a los enemigos del pueblo; que desconfiaba de sus médicos personales, hasta el punto de haber enviado a Siberia a unos cuantos; y que escribía las recetas para los farmacéuticos con nombre falso para evitar riesgos de envenenamiento, no podía interpretar más que como un signo de mal agüero aquella ración de setas con matarratas. Esta lógica resultaba, no obstante, inconfesable, pues el temor podía interpretarse como debilidad, cuando en su caso se trataba de una anticipación y de un castigo tan perfectos, que eran previos no sólo al delito, sino a la intención del criminal de cometerlo. Por eso, el diario “Pravda” –“verdad” en ruso- se despachó al día siguiente con una crítica titulada “Embrollo en vez de música”, en la que se leía: “La capacidad de la música de cautivar a las masas ha sido sacrificada en el altar del formalismo pequeño-burgués. En su lugar,  abstrusismo. Estos juegos sólo pueden acabar mal.” Y calificaba la ópera como un  “concierto de aullidos”.
            Muy en consonancia con este último juicio está la consideración hacia el rock en general y hacia Elvis en particular por parte de las autoridades soviéticas –una consideración curiosamente compartida por los sectores más conservadores en los EEUU de finales de los 50 y de los 60-. Hasta Gorbachov los seguidores del Rey tenían que vivir su pasión en la clandestinidad. En el campo de la elvisología uno de los hitos que suscitó la Perestroika fue la visita de un devoto ruso de Elvis, Kolya Vasin, a Graceland, gracias al “Proyecto Presleynost”, auspiciado por una tía de Elvis. Pero, sin duda, el punto de unión más evidente entre Elvis y Stalin, ése sobre el que te habrás interrogado al leer el título de este artículo, está en la visión que tuvo el primero en el desierto de Arizona cuando circulaba a bordo de su Cadillac, desde Las Vegas a Phoenix: entre unos cúmulos que inesperadamente cubrieron el horizonte se le apareció –no te rías- la inequívoca figura de Stalin. Elvis detuvo el coche, se bajó y se arrodilló sobre el ardiente asfalto. Lo que pasó entonces, la verdad de esta historia, que no es apócrifa, aunque lo parezca, lo contaré la próxima semana.                     

9 comentarios:

  1. http://bibliotecadegotham.blogspot.com/26 de abril de 2010, 8:32

    Joaquín Huguet dijo:
    Estás poseído, Ricardo, por el espíritu de Tupelo. En los tiempos oscuros te habrían condenado a la hoguera o, en los del padrecito, te habrían congelado en Siberia para exhibirte como ejemplar extinguido de bestia pequeño burguesa. ¡La de cosas que les habrías enseñado a estos pequeños pioneros a través de tu cabeza disecada! Sólo nuestro padrecito estaba autorizado para borrar o moldear a los que no le caían en gracia. ¡No quiero ni imaginar qué habría sido del peluquero que hubiera retocado su augusta efigie! ¿Qué habría pasado con las monedas y el perfil de las estatuas? ¿Qué ocurre con un dictador que suscita una sonrisa? Está acabado. ¡Ni el mismísimo Elvis-Jesús te habría salvado! Cambiando de tercio, entiendo el mosqueo del gran autócrata. Todos saben que Stalin era un hombre leído y que conocía las obras mayores del dramaturgo inglés. Como en las brujas de Macbeth, la pantomima era una profecía de un destino fatídico, y Stalin sabía que las profecías de estas adivinas se cumplían en la obra. Así como Hamlet le revelaba a su tío Claudio el asesinato del rey legítimo con una pantomima, los actores le habían representado al dictador una versión de sus crímenes y su ajusticiamiento simbólico: el envenenamiento del patriarca; una amenaza que para él era muy real porque se podía tramar en silencio. Habían tocado su temor más epidérmico. No es de extrañar que tras la representación a más de uno le hicieran un drástico corte de pelo.

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  2. Parece que el envenenamiento, como sugiere Joaquín, es el terror favorito de los tiranos. Recuerdo, en la visión de Roma de Robert Graves, que un emperador, obsesionado con la posibilidad de que se le sirviera cualquiera de los múltiples venenos conocidos, optó por prescindir de algo tan dudoso como es el catador y sustituirlo por un árbol frutal, no recuerdo si un manzano, que él cultivaría personalmente en el jardín del Palatino y cuyos frutos habrían de constituir casi su único alimento. Según Graves, la malvada segunda esposa de Augusto, Livia, se las arregló para inocular veneno en cada una de las manzanas a través de inyección con aguja y todo. Vamos, que no se libró el pobre.

    Muy friki la foto de Stalin con tupé. Está bien tomarse un poquito a la ligera a personaje tan siniestro. Últimamente he leído al gran filósofo de la disidencia durante la larga noche del Telón de Acero, el búlgaro Tzvetan Todorov. En El hombre desplazado, libro que os recomiendo, explica muy bien cuáles son los términos en los que se trama cotidianamente la vida de las personas en una sociedad totalitaria. Lo que dice Ricardo del temor a que una música quede "poco bolchevique" parece una broma... Pues no lo es. El estalinismo necesitaba meter en todas partes toda esa panoplia ideológica de la revolución, el pueblo, el enemigo burgués y las demás majaderías porque, en realidad, no se las creía nadie, pero servían como espantajo para articular una comunidad basada en la delación, donde cada hombre era, de alguna manera, un miembro de -como se decía en la DDR- la Stasi, es decir, la policía secreta. En fin, que me pongo serio. Y sí, recuerda mucho al truco de Hamlet lo que cuenta...

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  3. Retomo tu comentario por lo de los pelos, Joaquín: uno de los personajes más subversivos del relato de Laskov era el gato que se le aparece a Katerina , que durante la vigilia aparece retratado como cabezón y de grandes bigotes, y durante el sueño cambia su jeta felina por la de Boris Timofeich. Shostakovich tuvo que suponer el riesgo que conllevaba la asociación de los mostachos gatunos y los atributos de ese personaje (que él hizo aún más insoportable en un alarde no sé si de bemoles o de inconsciencia) con los de Stralin, pero por suerte para él, pudo escamotear del escenario esa presencia tan comprometedora y sustituirla no por un "concierto de aullidos", como decía el artículo de Pravda, sino por los maullidos de los violines -expresión hiriente de la pesadilla de Katerina.

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  4. La foto, David, no sólo es friqui, sino una auténtica venganza popular contra un tirano que se encargó de quitar de las fotos oficiales a quienes iban cayendo en desgracia y paralelamente, a añadir su imagen en fotografías de eventos en los que no estuvo. Así que este pionero del "photoshop" -o al menos su recuerdo fantasmal- ha de tragarse en esa foto y en mi artículo el veneno más tóxico para los tiranos, peor que la cicuta o el curare: el humor.

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  5. El título de tu bitácora me ha desconcertado al principio: qué relación podría tener Elvis de de un añito entonces con una ópera a la que acudió Stalin?.Magnífica contextualización y soberbio tempo y ritmo con los que trminas el relato. Nikolai Leskov Semionóvich fue otra victima de la amputación creadora que sufrieron grndes figuras histórias y populares que había que inmovilizar. Me ha recordado a Eisenstein y el continuo envenenamiento que padeció su evolución como cineasta. Ningún acorde de "Lady Macbeth de Mtsenk" amansó a tu bestia cobarde con corazón de acorazado huyendo de sus demonios pasados, presentes y futuros...
    Interrumpo el comentario porque a mí también me ha parecido ver algo en la desértica luna llena de esta noche. Será algún fantasma o habrá ascendido algún efecto chamánico del post anterior?.

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  6. Sí, Einsenstein, igual que Shostakovich, tevieron a su favor el reconocimiento internacional a su valía, pero hubo otros que no tuvieron esa posibilidad, o bien porque les acallaron muy pronto o porque no les dieron tiempo a que escribieran, compusieran o produjeran nada. Uno de los primeros fue Bulgákov, cuya "El maestro y Margarita" es una de mis novelas favoritas. A los otros, en el gulag les privaron hasta de su nombre. Les llamaban elemento número tal.

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  7. Sí es cierto y además utilizando la complicidad del humor inteligente. "La isla púrpura" es mi obra favorita. Mijaíl Bulgákov, un ejemplo de gran comunicador, valiente, amante de la literatura y silenciado por querer tener libertad para escribir aunque la escritura sea "el único refugio ante la amenaza de locura". Siento no haberlo mencionado, gracias.

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  8. Algunos datos interesantes para reflexionar:

    La ópera de Shostakovich se había estrenado en 1934, simultáneamente en Leningrado y Moscú, llevaba casi 200 funciones en dos años y era un éxito entre el público ruso, especialmente en San Petersburgo.

    Cuando apareció la crítica en el Pravda, todo parece indicar que escrita por el mismo Stalin, Shostakovich estaba ultimando su 4ª sinfonía. Esta obra fue abandonada y se puso a trabajar contrarreloj en una nueva obra: la quinta sinfonía, compuesta en el tiempo récord de tres meses y estrenada en 1937. La partitura lleva un subtítulo muy sugerente: “respuesta de un compositor soviético a una crítica justa.” Muy recomendable, especialmente el movimiento lento.

    Paradójicamente, Shostakovich se convirtió en el compositor oficial del régimen, muchos piensan que contra su voluntad.

    En los 60 Shostakovich revisó su ópera Lady Macbeth y la reestrenó con el título de Katerina Izmialova. Curiosamente los cambios musicales más evidentes son los pasajes eróticos, no tan explícitos en el sonido orquestal.

    Si a alguien le interesa hay un documental que apareció en el 2000 con motivo del aniversario de Bach que relaciona a este compositor con Shostakovich y contextualiza muy bien su época. No recuerdo el título.

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  9. Shostakovich era a la fuerza el compositor del régimen. Por su experimentalismo formal tuvo que reescribir algunas de sus obras y, ni aún así, se sentía seguro. Siempre dormía vestido, porque tenía miedo de que la policía secreta le hiciera una visita en plena noche. No es extraño entonces que apenas concediera algunas horas al sueño. Sin duda, más de una vez los secuaces de Stalin le harían alguna visita en sus sueños y aquel temería que sus pesadillas se hicieran realidad.

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